Para comprender la ecología integral desde la fe e iglesia con Francisco

En este último tiempo, con la celebración y documentos del Sínodo para la Amazonía, la cuestión sobre la ecología integral ha suscitado infinidad de escritos, comentarios y debates. De la mano de la teología con la fe e iglesia y el magisterio de los Papas como Francisco, vamos a exponer dicha realidad y temática, tal como la comprende toda esta enseñanza teológica-eclesial. Empezaremos afirmando que la sensibilidad ecológica en la tradición de la iglesia ya se puede rastrear en los Santos Padres, con la teología de un San Ireneo o San Máximo El Confesor que, frente al gnosticismo o maniqueísmo u otros dualismos pesimistas sobre la creación, afirman la bondad y consistencia de la vida humana junto al cosmos, de todo lo creado. Esta teología patrística va en la línea de la enseñanza bíblica y cristológica, por ejemplo, con los relatos del Génesis (Gn 1-2) y los Himnos Paulinos (Col 1, 15-20; Ef 1, 3-14).

Ya en la edad media, otra vez en contra de las nuevas versiones de dichos dualismos y pesimismo sobre lo material- como es el catarismo o los movimientos albigenses-, surgen las ordenes mendicantes con Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís para reafirmar lo bueno y firme de todo lo creado, que alcanza su culmen en la Encarnación y Pascua de Dios en Jesucristo. Tal como ha puesto de manifiesto la iglesia, ya San Juan Pablo II al nombrarlo patrono de los ecologistas y ahora el Papa Francisco en su magisterio con Laudato si (LS), San Francisco es modelo y paradigma de toda esta teología ecológica (eco-teología) que, siguiendo al Credo de la fe, tiene su centro en Dios Padre, Creador de todo el cosmos, con el Cristo-el Hijo Eterno que nos muestra: la comunión inseparable de la Gracia Divina, del amor al otro en la justicia con el pobre y del cuidado de la naturaleza, de todo lo creado (LS 10-12).

El Concilio Vaticano II, en especial enLumen Gentium (LG) y Gaudium et Spes (GS),recoge toda esta tradición bíblica y de la iglesia, mostrándonos los fundamentos cristológicos-antropológicos; con una sólida antropología teológica y escatología, que desde la Gracia de Dios nos llama al compromiso por la protección del mundo, para que se vaya anticipando ya el Reino de Dios con su justicia, vida y salvación liberadora e integral que incluye a todo lo creado. “La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo Jesús y en la cual conseguimos la santidad por la gracia de Dios, no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas (cf. Hch 3, 21) y cuando, junto con el género humano, también la creación entera, que está íntimamente unida con el hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovada en Cristo. (cf. Ef 1, 10; Col 1,20; 2 P 3, 10-13)” (LG 48).

Y es que, según toda esta enseñanza conciliar que reafirma la bondad de todo lo creado (Gn 1-2), “la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio…” (GS 21). “La espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz. El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección” (GS 39).

Por tanto, la fe ratifica “el “pensar con toda razón, que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar.” (GS 31). Esta fe y enseñanza de la iglesia con su esperanza escatológica, el Reino que ya se empieza a realizar en la realidad histórica y culmina en la vida plena-eterna, en la tierra nueva y cielos nuevos como aparece el Apocalipsis (Ap 21 y ya en Is 65). Toda esta enseñanza ecológica, con su base teológica y cristológica, ha sido sintetizada en el Catecismo de la Iglesia que recoge este legado católico y franciscano (CIC 339-349). “En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre (Rm 8, 19-23). Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 5, 32, 1)” (CIC 1046).

Tal como se puede observar, y recuerda el Papa Francisco (LS 3-6), el magisterio de la iglesia junto a su doctrina social (DSI) con los Papas como San Pablo VI (PP), San Juan Pablo II (RH) que ya nos llama a una “conversión ecológica global” y Benedicto XVI (CV): han resaltado toda esta importancia ética-antropológica y teológica del cuidado ecológico; la DSI nos comunica así un desarrollo humano, sostenible e integral que abarca todas las dimensiones de la persona y del cosmos que tiene su origen, centro y finalidad en la encarnación pascual de Cristo, cuando “Dios sea todo en todo” (1 Cor 15, 28).

Como apuntamos, Francisco en LS reasume toda esta enseñanza bíblica y eclesial con su ecología integral. Una ecología y bioética global, con el cuidado de la vida del planeta y de cada persona en todas sus fases (cf. LS 91, 119-120), desde el inicio en la concepción-fecundación hasta la muerte. Una ética del cuidado en todos sus aspectos y dimensiones inherentes: la biología, el cuerpo, la economía, la política, lo social, la cultura, el ambiente y lo espiritual; la justicia social-global con el grito de los pobres y ambiental con el clamor de nuestro planeta tierra (Rm 8, 19-23, CIC 1046). Tenemos pues una ecología y antropología integral que no cae en un “antropocentrismo”, que desprecia a la naturaleza y que considera al medioambiente como una materia a dominar y explotar, sin respetarla ni cuidarla. Asismismo, el Papa Francisco evita un “biocentrismo” o “cosmocentrismo” que le quita al ser humano su especial valor, su ser singular como imagen y semejanza de Dios, con respecto al medioambiente que no se puede divinizar (cf. LS 89-90; 118-19). Tal como recoge el credo de fe de la iglesia en el Catecismo, siguiendo al Vaticano II (GS), con los relatos de la creación y el ser humano, único ser creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1-2; CIC 356-358). En esta línea, hay que reconocer la ecología (naturaleza) humana: con el regalo de las culturas y todo lo bueno, verdadero y bello que nos transmiten, al mismo tiempo, con sus límites o errores, no se puede sacralizar ninguna cultura, que el Evangelio viene a perfeccionar; con el don de la diversidad y complementariedad sexual, corporal y del amor fiel de un hombre con una mujer abierto a la vida en el matrimonio, familia e hijos (LS 155; cf. CIC 371-373).

Francisco pues deja claro que la ecología integral tiene su fundamento y destino en el Misterio de Dios, la Trinidad, entraña y modelo de inter-relación de todo con todo. En la comunión de amor y solidaridad de la “las Personas divinas, que son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (LS 240).

En lo más valioso del documento final de dicho ultimo sínodo (DFSA), como tendremos ocasión de analizar más en detalle (si es posible) en un próximo artículo, se profundiza toda esta enseñanza bíblica y de la iglesia sobre toda esta ecología integral. Y que tiene su entraña en una “única conversión al Evangelio vivo, que es Jesucristo, y que se podrá desplegar en dimensiones interconectadas para motivar la salida a las periferias existenciales, sociales y geográficas de la Amazonía. Estas dimensiones son: la pastoral, la cultural, la ecológica y la sinodal” (DFSA 19)

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