La misión y Francisco frente a la esclavitud-trata e ídolos

Se acaba de cumplir el séptimo aniversario de Francisco en su llegada al ministerio petrino, como obispo de Roma y papa de la iglesia católica. Una de las realidades que más ha ocupado y preocupado a Francisco han sido los problemas e injusticias sociales-globales, como son las formas de esclavitud, la trata de personas y  explotación humana que se imponen en el mundo. En unos de los ya celebres videos del Papa, dedicados a esta lacra,  afirma Francisco que, “aunque tratemos de ignorarlo, la esclavitud no es algo de otro tiempo. Ante esta trágica realidad, no podemos lavarnos las manos si no queremos ser, de alguna manera, cómplices de estos crímenes contra la humanidad No podemos ignorar que hoy hay esclavitud en el mundo, tanto o más quizás que antes” (video publicado el 7 de febrero del 2019).

Esta “plaga y crimen” de la trata, en palabras de Francisco, tiene el rostro de millones y millones de personas en el mundo: los niños esclavos que trabajan en las calles, fabricas, prostituidos, como soldados en las guerras…, los trabajadores explotados laboralmente con un empleo basura e indecente; las víctimas de la prostitución, los migrantes y refugiados de la violencia e injusticia de la pobreza, que son igualmente víctimas de las mafias, etc. Por ejemplo, en Perú donde ahora desarrollamos nuestra misión, según los últimos datos, hay más de un millón de niños esclavos, niños que trabajan y no pueden ir a la escuela. Todas las mañanas, este más de un millón de niños peruanos entre 6 y 17, en vez de levantarse para ir al colegio, tienen que dirigirse a trabajar.

Son trabajos peligrosos para la salud de los menores de edad y adolescentes en Perú.  Trabajos de transformación de materias primas en la fabricación artesanal de ladrillos, adobes y de lajas de piedra decorativas. La minería y explotación de canteras, la agricultura, la manufactura, la construcción, la recolección de basura y residuos sólidos. El servicio de vigilancia o actividades económicas que impliquen estar en la calle, el trabajo nocturno, entre otros. Y es que como nos muestran los estudios e informes, por ejemplo los de Oxfam intermón, la desigualdad e injusticia de la pobreza y de la miseria no deja de crecer en todo el mundo, empujando a estos niños y seres humanos al sometimiento, la esclavitud y trata.

Siguiendo con la realidad de Perú, un reciente informe de Oxfam revela que en este país andino la lacra de la pobreza ha aumentado en 400 mil personas, causada por las injustas políticas públicas y económicas. Tales como dicho trabajo indigno con un salario injusto, que no permite vivir ni comer. Un sistema fiscal marcado por la inequidad, donde los ricos no tributan de forma justa, unas políticas sociales precarias y no democráticas que impiden el acceso universal de calidad a la educación, la sanidad, vivienda, etc.

Por todo ello, desde el principio de su ministerio, Francisco ha afirmado claramente que  “hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata… Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».

Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.

Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real.

A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos». Una reforma financiera que no ignore la ética requeriría un cambio de actitud enérgico por parte de los dirigentes políticos, a quienes exhorto a afrontar este reto con determinación y visión de futuro, sin ignorar, por supuesto, la especificidad de cada contexto. ¡El dinero debe servir y no gobernar!” (Francisco EG, 52-58).

Tal como se observa, y nos deja claro Francisco de forma profética con su magisterio y denuncia valiente, nuestro mundo está dominado por el individualismo burgués e ídolos de la riqueza-ser rico, del capital, mercado, poseer y tener que se imponen por encima del ser persona, de la solidaridad y la justicia. Son estas idolatrías y falsos dioses del dinero, de la codicia y del beneficio que sacrifican la vida y dignidad de la inmensa mayoría de la humanidad empobrecida, oprimida y excluida como las que sufren todos estos males e injusticias de la esclavitud y trata. Y la fe e iglesia pobre con los pobres, siguiendo a Jesús pobre como nos sigue transmitiendo Francisco, está en permanente conversión misionera y salida hacia las periferias para llevar el Reino de amor, paz y justicia con los pobres donde se encuentra presente Cristo pobre-crucificado.

Tal como  nos sigue enseñando el Papa Francisco, “la necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales. La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia” (EG 203).

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