Pablo Jareño comienza su misión en La Lima, cerca de San Pedro Sula (Honduras) Nueva vida y nuevo hogar en Honduras

Padre Jareño y Padre José
Padre Jareño y Padre José

"En lo poco que voy conociendo solo puedo dar gracias por el gran cariño con que me han recibido en todos los sitios"

"La vida cristiana ha estado en permanente crecimiento y, con ella, también la realidad humana en la que actúa la iglesia"

"Para mí no es más que un privilegio poder formar parte de algo tan maravilloso como estas comunidades y continuar el trabajo que han hecho tantos compañeros de Cartagena"

No es fácil escribir sobre las primeras impresiones en esta nueva misión, porque todo está por empezar, pero sí quería compartir la alegría de mi llegada a un pueblo que me ha recibido, una vez más, con un cariño y una familiaridad de la que solo puedo estar agradecido.

De entrada, para quienes se encuentran despistados o despistadas, es bueno situarles un poco: Honduras es un país que forma parte de Centroamérica, la parte que queda entre México y Sudamérica. En Centroamérica hay varios países entre los que se encuentra Honduras; sus vecinos son El Salvador, Guatemala, Nicaragua y, más al sur, Costa Rica y Panamá. Honduras está bañada por el mar Caribe y por el océano Pacífico, y aunque la mayoría de la población es cristiana, no toda es católica, sino que una parte importante es evangélica.

Honduras es considerado por diversas instituciones como el segundo país más pobre de América, solo después de Haití, lo que hace de este nuevo destino un lugar perfecto para cumplir la misión que Jesús dijo a sus discípulos: anunciar la Buena Noticia a los pobres.

Una vez presentado el país, presento la misión. Dicha misión se encuentra en La Lima, a unos pocos kilómetros de San Pedro Sula, la capital industrial del país. Para hacer una comparativa con España, si Tegucigalpa es una ciudad administrativa como Madrid, San Pedro Sula es una ciudad con puerto, la segunda en habitantes y en densidad, que la hace semejante a Barcelona. La Lima es una ciudad próxima a San Pedro Sula, donde vive mucha gente que se desplaza diariamente a trabajar en San Pedro Sula, por lo que podría compararse a Badalona.

Iglesia de La Lima

Tal día como el que yo llegué, pero cuarenta años antes, llegó a esta misión el padre José Gómez, quien con el padre Julián Marín y el padre Juan Matías, han estado al frente de la misión, si bien el padre José sigue al frente de la misma. Ha cambiado mucho el mundo desde que, sin móviles ni internet, llegaran a esta misión los curas que han estado hasta ahora. Juan Matías y Julián me contaban, con buen humor, lo que era ser misionero cuando los teléfonos escaseaban y el acceso a la información era tan difícil. En aquella época, las noticias se transmitían en un muy deficitario correo, y las dificultades eran mucho mayores. Cuando intento imaginar todo lo que pasaron en la adaptación a un país tan lejano del que tuvieron tan poco conocimiento antes de llegar, percibo lo fácil que son hoy las cosas, aún cuando yo haya renunciado al teléfono móvil.

Desde aquel año de 1979 hasta hoy han pasado muchas historias, algunas de las cuales voy poco a poco conociendo, a cada momento con el padre José, otras muchas las iré conociendo con la gente que aún me queda por conocer en esta misión. En todas ellas hay una historia por medio de la cual se han podido hacer iglesias, un colegio, dispensarios, comedores, un hogar de ancianos y una gran variedad de posibilidades de ayuda y de anuncio del Evangelio.

Ángel Garachana, obispo de San Pedro Sula

Hoy la misión es una realidad consolidada, de la que han escindido dos partes para que sean llevadas por dos nuevas administraciones parroquiales. En la que me encuentro hay una importante red de comunidades cristianas, en las que no solo se vive la fe, sino que ellas mismas son protagonistas, de la mano de sus sacerdotes, con formación, anuncio, catequesis y crecimiento en la fe. La vida cristiana ha estado en permanente crecimiento y, con ella, también la realidad humana en la que actúa la iglesia, dando no solo la palabra de Dios, sino también partiendo el pan entre los hermanos y transformando su día a día desde el ejemplo de Jesús.

Recién aterrizado no tuve tiempo para descanso alguno. Ya desde el primer momento había que visitar no solo la parroquia para celebrar la eucaristía, sino también las distintas aldeas para conocer el campo en que me toca actuar. Todavía, como advertía al principio, solo estoy en el comienzo de lo que, espero, sean mis próximos años de servicio. En lo poco que voy conociendo solo puedo dar gracias por el gran cariño con que me han recibido en todos los sitios. Todo el mundo es amable y agradecido de que haya venido a formar parte de su comunidad, a compartir nuestra fe y a servirles desde la eucaristía, el anuncio de la Buena Noticia y el espíritu.

Para mí no es más que un privilegio poder formar parte de algo tan maravilloso como estas comunidades y continuar el trabajo que han hecho tantos compañeros de Cartagena, tanto quienes pasaron aquí más tiempo, como los curas que estuvieron menos, pero también aportaron lo mejor que tenían a las gentes de este pueblo.

Pablo Jareño

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