Entrevista con el que fuera primer Vicario Apostólico de Puerto Inirídia Monseñor Antonio Bayter: "El Sínodo es el comienzo de un estilo de trabajo distinto"

(Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en Brasil).- El Vicariato Apostólico de Puerto Inírida, que ocupa la región suroriental de la Amazonía colombiana, en la frontera con Brasil y Venezuela, fue creado en 1996. Su primer obispo fue Antonio Bayter Abud, que pertenece al Instituto de Misiones Extranjeras de Yarumal, servicio en el que permaneció hasta 2013.

Su misión como obispo la ve como un reto, intentando dar respuestas a una realidad desconocida. Él organizó el vicariato a partir de la educación, una tarea que al principio no fue fácil, pues en esa región la mayoría de las comunidades son evangélicas, pero que con el tiempo fueron reconociendo su trabajo.

En su tiempo como obispo, el vicariato atendía comunidades del Vicariato de Puerto Ayacucho, Venezuela, y de la Diócesis de São Gabriel da Cachoeira, Brasil. Según Monseñor Bayter, "la Iglesia es universal, no tiene fronteras, donde haya necesidad hay que responder, no invadir o meterse donde no toca, pero no reducirse por los límites", una actitud que podría ser una referencia para la Iglesia de la Amazonía, donde el hecho de comunicarse sólo a través de los ríos en muchas regiones, sugiere que los límites eclesiásticos no siempre correspondan con los civiles.

En su opinión, "el Sínodo es interesante, porque por lo menos está cuestionando que se puede mejorar aquí y cuál debe ser nuestra respuesta", por lo que se puede decir que es "el comienzo de un estilo de trabajo distinto, que borre fronteras". En ese sentido, el obispo emérito de Puerto Inírida, ve al Papa Francisco como alguien "más aterrizado en sus pensamientos y en su ver la realidad", lo que debe llevar a los obispos a "estar más entre el pueblo, menos oficina, menos estructura".

¿Qué supuso para usted ser obispo en la Amazonía colombiana?

Un reto, porque entramos sin analizar la situación y las necesidades de la región para después dar una respuesta adecuada. Yo tengo como filosofía de la pastoral lo que dice el Evangelio, que es ser sal, luz y fermento. Yo soy muy mayor ya y tenemos que conocer el contexto que nos toca, y para eso darle respuestas adecuadas a la realidad que se está viviendo en esta región y dar respuestas creando diversos mecanismos o una organización que verdaderamente parta de un estudio y de una respuesta para darle una verdadera orientación o reorientación o penetración acá, en la realidad en que estamos.

Usted está hablando de cosas que nos llevan a la temática del Sínodo de la Amazonía, en el que el Papa Francisco quiere buscar nuevos caminos para la Iglesia. ¿Cuáles serían esos nuevos caminos para la Iglesia aquí en esta región del Vicariato de Inírida?

Hay un elemento que teníamos a favor, que fue un contrato de educación con el gobierno. Entonces yo me dediqué a poner una educación de calidad para contrastar con la que está manejando el gobierno, para darle una luz en todo lo que pueda. Opté primero por los profesores, para darles a ellos y desde ahí revisar todo lo que se está haciendo para el pueblo. A mí me pasó un fenómeno cuando yo llegué. Había un contrato con el gobierno, pero ese contrato se terminaba y teníamos que reunir a las comunidades indígenas para que ellos dieran una respuesta sobre si querían una educación.

La reunión, yo estaba recién llegado, fue negativa, no querían, y el argumento era que ellos no querían que la Iglesia católica educara a sus hijos. Yo fui al ministerio de educación y me preguntaron, y les dije voy a entregar porque la gente no quiere, pero el Ministerio me dijo que quería que siguiese con ellos, porque la otra parte que nosotros administrábamos ya tenía que entregar de todas, todas.

Se comenzó a trabajar con los profesores, reuniones, capacitación, asistencia al profesorado, visitas y evaluaciones de las escuelas. Nosotros hicimos un plan que tocamos todo, desde el hábitat de las comunidades, los niños, los profesores, todo lo tocamos. Se fue dando un proceso y yo estimulaba mucho al profesor para poder seguir y se fue dando un cambio y se vio que el gobierno, que tiene plata, no hace nada de eso en la educación. Vi que los indígenas cambiaron porque no los toqué en sus creencias, pero sí los toqué en la educación.

¿Qué es lo que la Iglesia católica podría aprender de la cultura indígena y de la forma de vivir de los pueblos indígenas?

Las comunidades indígenas en este territorio hay varias etnias, pero son conformistas, viven al día. Ellos siembran, pero no siembran mucho, sino lo que necesitan, y cada día la mujer, que es la que más maneja eso, va y trae la comida que quiere. No tienen grandes liderazgos y se dejaron corromper por el gobierno. Una vez me intentaron corromper y para renovar el contrato de educación en una comunidad me pidieron una casa, a lo que les dije que si no querían la educación yo me retiro, pero que yo no era como los políticos, que yo no me vendo.

En su tiempo, el Vicariato atendía comunidades de Colombia, de Venezuela y de Brasil. Esa es una experiencia que no es muy común, una Iglesia presente en tres países diferentes. ¿Qué significó eso para la vida del Vicariato y cómo esas experiencias podrían estar más presentes en la vida de la Iglesia de la Amazonía?

Yo tengo en mente un criterio de trabajo y digo que la Iglesia es universal, no tiene fronteras, donde haya necesidad hay que responder, no invadir o meterse donde no toca, pero no reducirse por los límites. Por eso ofrecimos los servicios a Venezuela, con Monseñor Divasson, y a Brasil, con Don Walter, ellos lo necesitaban y para mí fue una iluminación que nos ayudó a integrarnos para trabajar juntos. Yo no tenía gente, no tenía clero, pero la congregación lo tenía y yo estaba sacramentando ese territorio en nombre de la congregación. Hablé con la congregación para ver si me respaldaban para colaborar con ellos y se dio ese episodio.

A mí me parece que fue un reto para el Vicariato, dar una respuesta a la necesidad y compartir lo que tenemos con los otros. Nos enriqueció como Iglesia todo lo que nosotros pudimos hacer para ayudar, para prestar un servicio y darle una respuesta adecuada.

¿Qué es lo que usted cree que el Sínodo de la Amazonía puede cambiar en la Iglesia de la región y en la Iglesia universal?

El Sínodo es interesante, porque por lo menos está cuestionando que se puede mejorar aquí y cuál debe ser nuestra respuesta. Eso es una luz, y darle una importancia a nivel universal. Pero eso, en principio, depende de cómo se lleve a cabo y de las estructuras que se ponen en juego, que nos lleve a ver lo que quisieron o no quisieron decirnos. Pero no es sólo el Sínodo, sino el comienzo de un estilo de trabajo distinto, que borre fronteras y con promesas de los obispos, y ahí va naciendo una respuesta cada día. Un sínodo que muda la realidad cada día.

En ese sentido, ¿podemos decir que con la llegada del Papa Francisco se ha dado un mayor interés, por parte de la Iglesia católica, por regiones o realidades que estaban un poco olvidadas, como puede ser la Amazonía?

Es una idea que envuelve una actitud del Papa, porque es más aterrizado en sus pensamientos y en su ver la realidad, porque él vivió en Latinoamérica y no en una Iglesia de Europa. Por su recorrido, desde que era provincial de los jesuitas en Argentina, él conoce las problemáticas latinoamericanas. Él es un Papa alineado con la problemática, la realidad y la teología de Latinoamérica, que no es la misma que en Europa. Eso es realmente cuestionador para muchos obispos de Latinoamérica, invitándoles a meterse en la realidad.

El Papa habla mucho de Iglesia en salida, Iglesia misionera, estar en la periferias. Usted que es obispo, ¿dónde piensa que el Papa está invitando a los obispos y a la Iglesia a meterse?

Deberían estar más entre el pueblo, menos oficina, menos estructura, y así por delante. Dar testimonio en todos los sentidos, no ser obispos de curia, pensar que he conseguido que la Iglesia esté bien organizada y que por eso ya lo he hecho mucho bien. Por ese lado no es por donde se debe avanzar, es tocar la realidad.

En ese sentido, usted puede dar testimonio que ser obispo en regiones como el Vicariato de Puerto Inírida es vivir un poco a la intemperie, con poca estructura, con pocos lugares donde tener algo fijo, estar en manos de la Providencia, pues uno sabe cuándo va, pero no sabe cuándo vuelve, no sabe cómo serán las circunstancias del viaje. ¿Puede enseñar la Iglesia de la Amazonía a vivir de ese modo?

Puede enseñar a programar desde ese contexto, no de estructura sino de respuesta. No buscar organizar la Iglesia, sino meterse en la Iglesia. Yo por ejemplo me servía de la educación concertada para dar una respuesta a una necesidad de la gente. Toda la gente que venía a las escuelas nuestras decía, cómo hace esto con tan poco dinero. Ayudé a los profesores a formarse, a hacer licenciatura en la Universidad Bolivariana, organizando una estructura para capacitar al personal de la región, inclusive con un sistema de becas para aquellos que no podían pagar.

Otro aspecto es la necesidad de servir a la gente, ser sal y luz en el Vicariato, donde nosotros somos minoría, pues la mayoría es protestante. Ser fermento no significa mayoría, sino dar respuestas, como por ejemplo con las mujeres que eran cabeza de familia, a quienes con una cooperativa las capacitábamos para manejar el negocito, y lo hacían bien. También con otros préstamos que teníamos, que eran para dar respuestas a las necesidades efectivas de la gente. No se limitaba a prestarles plata, sino a visitarlos, hacerles un seguimiento, de todo, de darles una respuesta pequeña a la necesidad de las personas, no siempre con la cantidad que necesitaban, pero sí en la medida de las posibilidades que teníamos.

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