Perdonarse y dejarse perdonar

(Penitencia 6) Experiencias de sentirse querida la persona y dejarse querer hacen posible superar la amargura, el rechazo a o la angustia que se producen ante los males pasados, presentes o futuros.

La celebración del sacramento de la pacificación podría y debería convertirse en expresión y confirmación de que somos objeto del amor y la acogida incondicional por parte de la única instancia absoluta que es capaz de perdonar más allá y por encima de todas las traiciones. Qui salvandos salvas gratis...

Si la celebración del sacramento en forma de coloquio penitencial sirve de mediación para esa experiencia de sentirse la persona acogida, querida, sanada, liberada y perdonada, entonces la absolución no es un borrón y cuenta nueva, ni una invitación al olvido, ni una amnistía barata.

Lo mal hecho, mal hecho está, se sigue recordando para que no se repita, no se finge que no haya pasado nada, pero se acepta que una instancia absoluta corte el lazo entre ese mal y yo y me libere. (No es meramente poner un manto que lo tape, sino cortar radicalmente la vinculación entre la persona y lo que la esclaviza).

El sacramento deja de serlo y no ayuda a fomentar esta experiencia cuando se convierte en rutina, en tensión neurotizante, en saldo de cuentas, en pago de multas o en ventanilla burocrática para expedir permisos que tranquilicen los autoengaños.

Por el contrario, la vivencia auténtica del reconocimeinto simultáneo del pecado y del perdón abre perspectivas de paz y serenidad.

En efecto, solamente de esa vivencia se puede recordar el mal pasado ,sin que sea morboso el recuerdo; solamente desde esa vivencia se puede afrontar el mal presente, sin que el asco disuelva el buen humor; y solamente desde esa vivencia se puede anticipar el mal futuro ,sin que el miedo deje a la persona bloqueada”

Libera nos, quaesumus, Domine, ab omnibus malis praeteritis, paesentibus et futuris...
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