Epifanías de Dios

El nacimiento del sol o el atardecer entre tonos dorados en la montaña clavan al viajero para que calle y mire con temblor; son momentos que hacen crecer el alma, dan fuerzas para ser tu ser, invitan a hacer plegarias y hurtan de la vida cotidiana. El caminante siente como si un rumor se elevara desde el valle arañando la falda del monte hasta el cielo y, si en el valle hay valle, se siente náufrago en un mundo de insondable hondura. El viajero encuentra esa porción de sí mismo que está escondida y los árboles, los peñascos, las nubes dejan de ser nombres vacíos para ser expresiones de la belleza del universo, dones graciosos de la vida, epifanías de lo Otro, de Dios.
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