"Las lecturas se hacen con las manos en los bolsillos. Aquí las bajas temperaturas son un factor más a tener en cuenta" Nacho Hernández, cura rural: “Cerrar una iglesia es muy duro y nosotros todavía mantenemos viva la llama”

Nacho, párroco de Albarracín
Nacho, párroco de Albarracín

Desde la 'España vacía', asegura que "los de la ciudad echarían de menos que el párroco fuera a tu casa a tomar café"

"Las zonas rurales pecamos de pesimismo pero a la gente tenemos que llenarla de alegría"

"Cuando hace mal tiempo, la feligresa de alguno de estas poblaciones le manda un Whatsapp para que no vaya a dar misa"

El párroco comienza la misa del domingo en Albarracín preguntando a la veintena de fieles que se congregan en los bancos cómo se encuentran esa mañana. Todos le conocen pero les resulta extraño responderle directamente y Nacho se lo recrimina con algo de sorna. “Cómo os cuesta contarme cómo estáis”. Ignacio Hernández -Nacho para el resto- es un párroco especial.

Hay tres monaguillos en el altar inquietos ayudando a la misa y él capta su atención con preguntas sobre los profetas o contándoles que, antes, no había móviles y la gente se escribía cartas. Y todo, en medio de la celebración. Tiene paciencia y espera las contestaciones de los niños; al fin y al cabo son esas nuevas generaciones quienes deberían ocupar mañana los bancos de la iglesia.

Hace frío y nadie se quita el abrigo. Las lecturas se hacen con las manos en los bolsillos. Las bajas temperaturas son un factor más a tener en cuenta cuando eres un cura rural. Nacho tiene a su cargo 12 pueblos: en tres no vive nadie y en el resto la media es de 30 personas. Cuando hace mal tiempo, la feligresa de alguno de estas poblaciones le manda un Whatsapp para que no vaya a dar misa. “La gente mayor no sale de casa si hace mucho frío y si voy, se sienten en la obligación de no dejarme solo en la iglesia”, cuenta este párroco.

Albarracín es el pueblo más grande al que da servicio, 1.000 habitantes. También es donde vive, donde pasea por las calles, saluda a los vecinos o se toma una cerveza. En 22 años que lleva como cura rural es testigo directo de eso que se llama la España vacía.

La tarea de Nacho no es entendible sin su furgoneta. El equipo perfecto para trasladarse de pueblo a pueblo

En esta zona del país, los más mayores se van muriendo y son enterrados en pueblos en los que ya no viven porque se han tenido que trasladar con los hijos o viven en residencias. Y, en el momento de su entierro, el pueblo se vuelve a llenar de antiguos vecinos, conocidos y familiares que ese día llenan la iglesia que durante meses ha estado vacía. “Gente joven queda muy poca, es difícil trabajar y mantener a una familia dedicándote a la agricultura y la ganadería”, apunta Nacho.

Su tarea ha cambiado con el tiempo, ahora es mucho más personalizada. Conocer cómo están cada uno de sus feligreses, preguntar qué tal han pasado la semana, conocer las dolencias de cada uno y hacerlo directamente en su casa, con un café y una conversación entre vecinos.

Este cura rural se resiste a formar parte de esa lista de servicios que han ido desapareciendo de los pequeños pueblos: el médico, el maestro… “Cerrar una iglesia es muy duro y nosotros todavía mantenemos viva la llama acudiendo donde nos llaman”. Si en uno de estos pueblos varios amigos o familiares deciden volver un fin de semana y quieren celebrar misa en la iglesia, solo tienen que mandarle un Whastapp. “Allí voy. Celebramos la eucaristía y nos tomamos un café”.

Dice Nacho que en esta zona un cura no puede trabajar de otra manera, no puedes ser un religioso de una zona tan despoblada sin tener relación con las personas. “Los de la ciudad lo echarán de menos, que el párroco tuviera contigo esa relación. Aquí tenemos esa suerte”.

El sacerdote Nacho Hernández en el altar
El sacerdote Nacho Hernández en el altar

El optimismo es otra de las características de Nacho. En su opinión, “las zonas rurales pecamos de pesimismo pero a la gente tenemos que llenarlas de alegría, de optimismo, de confianza en un mundo mejor”. Y espera que la situación se acabe dando la vuelta. “Tenemos que inventar o reinventar las cosas para que podamos tener comunidades vivas. A lo mejor unificar ayuntamientos y parroquias. Será otro estilo de vida, de hacer comunidad”.

La tarea de Nacho no es entendible sin su furgoneta. El equipo perfecto para trasladarse de pueblo a pueblo, recoger ropa para Cáritas o trasladar a algún vecino que lo necesite. En solo tres meses su vehículo tiene 10.000 kilometros. Y lo que le queda.

Nacho, cura rural
Nacho, cura rural

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