12.1.2020 Domingo después de la Epifania Bautismo de Jesús, bautismo cristiano

Españolito que vas a nacer... ¿Una Iglesia que se atreve a bautizar?

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La fiesta del nacimiento de Jesús como hombre-hijo de Dios ha desembocado en el surgimiento de una comunidad mesiánica, cuyo primer signo es el bautismo, es decir, el nuevo nacimiento.

 En torno a Jesús se han empezado reuniendo algunos seguidores, no para juntarse ante un cadáver, recordando simplemente su memoria y lanzando proclamas de fidelidad o de venganza, sino para descubrir en él y para recorrer con él un camino de vida universal, un nuevo nacimiento. No tienen una pirámide funeraria para recordarle, sino el agua de la vida (de la creación) para retomar su camino y renacer con él.

De esa forma, el escándalo del fracaso de Jesús (¡no logró triunfar, todos le han matado!) se transforma en experiencia de nacimiento, desde Dios, en gratuidad, para la vida compartida, que los cristianos han expresado en su signo primero, el Bautismo:

Bautismo, una experiencia de re-.nacimiento personal.No hemos nacido todavía de verdad, podemos renacer (renaceremos) en Jesús, por él, con él, en su mismo nacimiento. Porque Jesús nació en Nazaret/Belén, como hemos celebrado en esta Navidad, como Hijo de María y de José, por su primer nacimiento. Pero él ha renacido en el río con Juan Bautista.

‒ El hombre, un ser natal, alguien que nace no sólo de su padre y de su madre (¡que nace así!), sino del Espíritu de Dios (cf. Jn 1, 11‒12).  El hombre no nace de fuera, como los animales, sino desde el fondo de sí mismo, por obra del Dios que expresa y despliega en él su vida.    

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‒ La navidad culmina, según eso, en el bautismo, en el gozo y tarea del nuevo nacimiento. El bautismo cristiano, como expresión del nacimiento a la gracia, no tiene por qué está vinculado a la niñez, sino que puede y debe celebrarse también en situación de vida adulta. Pero en un sentido fuerte la iglesia ha relacionado el bautismo de manera intensa con los niños, interpretando su celebración como nacimiento para la vida universal, para la comunión gratuita de los hijos de Dios.

Iglesia en salida: Bautizar

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No se bautiza al niño en nombre de un sistema social, de un estado, de una patria política o de una economía. La iglesia le bautiza como Hijo de Dios (en nombre de la Trinidad) para la vida universal, para la fraternidad humana, comprometiéndose a ofrecerle un lugar donde podrá crecer para esa fraternidad.

Este es, a mi juicio, el primero de los retos de la iglesia. ¿Puede y debe hoy bautizar la Iglesia, garantizando al niño, en nombre de los padres y de la comunidad creyente, un espacio de crecimiento en libertad, sobre toda Ley? ¿Puede hoy hacerlo en verdad y mantener su ofrecimiento a lo largo de la vida?

Ciertamente, las afirmaciones tradicionales sobre un bautismo que borra el pecado original y que permite que los niños vayan al cielo si mueren siguen siendo válidas en un sentido. Pero nadie las toma ya de una manera literal. Bautizados o no, los niños son hijos de Dios y pertenecen al misterio de su vida, al camino de su cielo.

La iglesia no bautiza a los niños para quitarles un pecado de muerte, sino para celebrar con solemnidad su nacimiento a la vida, como un don de Dios, un camino de gracia, que se abre a la fraternidad universal y nos permite superar los riesgos de ley y de muerte del sistema.

Españolito que vas a nacer…

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Al llegar a este contexto, muchos recordamos unos versos de Machado: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas (humanidades) te va a helar el corazón”[1].  Esos versos están vinculados al enfrentamiento de las dos españas,  que estallaron, y mataron a muchos hombres, mujeres y niños, de odio, ceguera y venganza en la guerra y post‒guerra del 1936‒1936.

Hoy 2020 puede darse ese mismo enfrentamiento… Vuelven a surgir las dos Españas, es decir, las dos humanidades, de derecha y de izquierda, de ricos y pobres, de opresores y oprimidos… de forma que los hombres y mujeres no nacen ya en una humanidad abierta a todos, sino en cotos cerrados de resentimientos, mentiras y engaños.

Este españolito que nace (un hombre o mujer, de India o China, de Irak o de USA, bahutu o favelado) penetrará de hecho en un mundo dividido donde unos condenamos a otros diciendo que tienen corazón de hielo, de violencia o e venganza. ¿Pues bien, podremos llevar a ese niñito a la comunidad cristiana y decirle que nos alegramos de que haya nacido, ofreciéndole el agua de la vida y la fraternidad universal? ¿Le llevaremos a la comunidad, prometiéndole que todos seremos sus padres, hermanos, amigos y colegas?

¿Ofrece la Iglesia en España y en el mundo, a través del bautismo, una experiencia y camino universal de vida? No lo veo claro. Nuestra iglesia tiene miedo, se hace un coto cerrado, más de unos que de otros…

Este es a mi juicio el lugar donde se abre (ha de abrirse) para todos el ideal y camino de una humanidad fraterna, en gratuidad y gozo, en humanidad llena de Dios, pues todos somos en Dios hermanos.  

Sólo podemos llamarnos y ser Iglesia allí donde, reunidos en torno a la cuna de Jesús, queremos abrir con Jesús y para Dios (es decir, para la nueva humanidad) un espacio de vida fraterna.   

Una iglesia que puede (se atreve) a bautizar

Bautismo masivo en Brasil

 En España y en otros países de tradición cristiana... se bautiza todavía a los niños en nombre de Dios Padre universa, por Jesús, en el Espíritu Santo... Pero crece una "creciente minoría" que ya no bautiza a los niños, no siente la necesidad de introducirles en una iglesia universal, sea por falta de fe en el Dios de quien nacemos, sea por falta de integración en la iglesia (que aparece como un ente residual...).

El tema central no es si los niños (o sus familiares inmediatos) están preparados para el bautismo, sino si la iglesia puede abrirse como pila bautismal de vida compartida para todos los creyentes, es decir, para todos los hombres y mujeres, en “nombre del Padre, del Hijo Jesús y del Espíritu”

La cuestión consiste en saber si las comunidades cristianas son hoy “madres y maestras de paz”, es decir, de humanidad,   en diversidad y en comunión…, no para imponer nada a nadie, sino para ofrecer espacios de esperanza y comunión, en el Dios en quien todos vivimos, nos movemos y somos. 

LECTURA Y EXPLICACIÓN DEL TEXTO DEL DOMINGO: MT 3, 13‒17

Y con esto pasamos al texto del domingo del bautismo: Mt 3, 13-17. Ésta año toca la versión de Mateo en la que se pone de relieve la novedad de Jesús, que se deja bautizar por Juan. Divido el texto en dos partes: a) Objeción de Juan (3, 13‒16). b) Bautismo.  Para comentarlos resumo lo que he dicho en Evangelio de Mateo (Verbo Divino, Estella 2017)

  1. Objeción de Juan (Mt 3, 13-15 par).

 3, 13‒15. Entonces vino Jesús desde Galilea al Jordán, donde estaba Juan, para ser bautizado por él. 14 Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí?» 15 Jesús respondiendo le dijo: Permite por ahora pues conviene que así cumplamos toda justicia. Entonces le dejó.

      Mateo responde así al escándalo que ha podido suscitar el hecho de que Jesús haya sido bautizado (iniciado) por Juan, apareciendo como alguien que viene no sólo después, sino que está subordinado a Juan. Parece claro que algunos círculos judíos acusan a los cristianos no sólo de ser unos meros continuadores de Juan, sino de depender de su mensaje. Jesús no podría ofrecer nada nuevo y su proyecto sería una variante subordinada del proyecto del Bautista. Para superar esa acusación ha creado Mateo esta escena:

‒ Dos profetas, una sola justicia. (3, 14-15). Mateo ha sentido la dificultad de que Jesús haya sido bautizado por Juan, y para responder a ella hace que el mismo Bautista presente su objeción para impedirlo: ¡Soy yo quien debería ser bautizado por ti, y sin embargo...¡ (3, 14). Pero Jesús insiste y le responde: ¡Es necesario que cumplamos toda justicia! (3, 15). Ambos quedan de esa forma vinculados, al cumplimiento (plhrw/sai) de la justicia (dikaiosu,nh) de Dios (cf. 11, 16-18), de manera que el juicio de Juan (expresado en su bautismo penitencial, de agua) y el del nuevo nacimiento de Jesús (que culmina en el bautismo final de 28, 16-20) se incluyan y completen.

            Eso significa que Juan anuncia y prepara como Jesús la llegada del Reino (cf. Mt 3, 2) y así está al servicio de la misma justicia de Dios. Por su parte, para realizar su obra mesiánica, cumpliendo esa justicia, Jesús debe aceptar el bautismo de Juan, con su experiencia penitencial/apocalíptica, vinculándose así a los pecadores. Eso significa que él ha de pasar a través del bautismo de Juan, con todo lo que ello implica, para recrear y llevar a su cumplimiento el mensaje del Bautista.

‒ Principio penitencial. Juan ha debido llegar hasta el final en su camino de amenaza y juicio para que se exprese el Reino de los cielos (cf. 4, 17; 10, 7). En esa línea, Mateo es quien más ha vinculado al Bautista con Jesús, pues los dos son mensajeros de una misma Justicia del Reino de los cielos. Juan ha sido necesario en el comienzo del mensaje sólo allí donde él lo anuncia y Jesús lo asume, con los pecadores (cf. 21, 31-32), podrá iniciarse el nuevo bautismo cristiano.

            En esa línea, como “cristiano anticipado”, desde las aguas de juicio y conversión del Jordán, Juan ha dicho a Jesús que él tiene necesidad de su bautismo (3, 14: crei,an e;cw u`po. sou/ baptisqh/nai), y Jesús sabe que él tiene razón, pero no es tiempo todavía. Por eso le responde permite por ahora (a;fej a;rti), pues ambos tienen una tarea en el camino, al servicio de la justicia de Dios. Para ofrecer al fin el “bautismo de inmersión en Dios” (28, 16-29), Jesús ha debido empezar asumiendo el bautismo de Juan, con los publicanos y los pecadores (21, 31-32), un bautismo que forma parte de la encarnación de Dios, que ha penetrado en la vida concreta de los hombres, compartiendo su misma experiencia de pecado[3].  

Tras el bautismo, experiencia de Dios (3, 16-17).

Mateo no narra el bautismo de Jesús, sino lo que precede (objeción de Juan, respuesta de Jesús: 3, 3-15) y lo que le sigue: la experiencia postbautismal de Jesús  (3, 16-17), que retoma y matiza el motivo de Marcos (cf. ComMc 1, 9b-11), desde un contexto pascual (que culmina en 28, 16-20): 

3, 16‒176 Bautizado ya Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. 17 Y una voz que salía de los cielos decía: Éste es mi Hijo, el amado, en quien me ha complacido[4].

 Ahora y sólo ahora, acabado el bautismo de Juan, viene a realizarse el rito y experiencia iniciática, de Jesús, con sus tres rasgos centrales, que definen el cambio de los tiempos: Apertura del cielo, venida del Espíritu, voz del Padre:

Apertura del cielo. . Mc 1, 10 utilizaba un lenguaje más dramático, diciendo que Jesús vio que los cielos se rasgaban, como al rasgarse y romperse la cortina del templo a su muerte (Mc 15, 38). De esa forma ponía de relieve la destrucción del “velo” o la bóveda que separa el mundo superior de Dios y el plano de la tierra, como un acontecimiento del que sólo Jesús es testigo. Mateo, en cambio, dice que los cielos se abrieron   ante todos, quedando así accesibles para los hombres (no sólo para Jesús). Antes se hallaban cerrados, como por un muro de distancia y diferencia, que nadie había logrado atravesar. Ahora se abren por Jesús a todos, como indica la lectura que parece más antigua, atestiguada por los manuscritos más fiables (a*, B, con muchos códices minúsculos y traducciones).

            Una tradición textual muy extendida añade la palabra autou (para él), como indicando que los cielos se abrieron sólo ante Jesús, mientras que para los demás se hallaban cerrados. Pero todo nos lleva a pensar que ésta es una corrección posterior, para poner de relieve la singularidad de Jesús, a lo largo de su vida, como suponiendo que sólo con la pascua se abrirían para todos. Pues bien, en contra de eso, podemos afirmar que según Mateo los cielos se hallaban ya abiertos a lo largo de toda la vida pública de Jesús, poniendo así en comunicación a Dios con los hombres[5].

Venida del Espíritu. Cuando el Espíritu le llena, Jesús había salido ya del agua, tras el rito de Juan, de manera que su nueva experiencia de Dios y su tarea mesiánica desbordan el plano del bautismo anterior (que era en línea de conversión y transformación apocalíptica). El Espíritu viene después de “rito” anterior, como novedad absoluta y presencia de Dios, una vez que ha terminado (se ha cumplido) la obra de Juan, lo mismo que la apertura del cielo (es decir, de Dios). Los cielos se han abierto de un modo universal, de forma que todos podían comunicarse con el misterio superior. Pues bien, en este contexto se dice que el Espíritu está viniendosobre él. Una vez que el cielo está abierto ya no hay arriba ni abajo, de manera que el Espíritu no tiene que bajar, sino está ya presente en todo, y así viene a Jesús, como en vuelo de paloma.  

            Este Espíritu es la vida y riqueza de Dios: Es presencia y poder del cielo en la vida de la tierra. Antes aparecía como Viento-Huracán/Fuego (en la línea del Elías: 3, 11-12; cf. 1 Rey 19, 11-13), ahora viene como Paloma que vuela suavemente, con rasgos claros de presencia materna, de cuidado y promesa de vida, sobre un mundo ya pacificado, tras el diluvio. Esta escena de la apertura del cielo y de la venida del Espíritu constituye la presentación más honda de la tarea mesiánica Jesús; aquí se ratifica el sentido de su concepción y nacimiento (Mt 1-2), aquí comienza misión definitiva[6].

‒Voz del cielo: Este es mi Hijo el amado en quien me he complacido.  Conforme a la imagen anterior, Dios abría su cielo y enviaba su Espíritu a Jesús. Pues bien, completando esa imagen, el texto ofrece ahora la palabra de Dios que revela e instaura el misterio filial de Jesús proclamando: ¡Este es mi Hijo el Amado! (3, 17), en quien yo me ha complacido. Mc 1, 11 utilizaba el discurso directo: ¡Tú eres mi Hijo...! (como si Dios se dirigiera solamente a Jesús, en conversación privada con él). Por el contrario, el Dios de Mateo habla para todos (no para Jesús que ya lo sabe), sino para los oyentes de la escena o, quizá mejor, para los lectores del evangelio, a quienes dice, señalando a Jesús: ¡Este es mi Hijo!, destacando así el carácter abierto (eclesial) del pasaje. Ésta no es una experiencia privada de Jesús, sino una escena de revelación mesiánica abierta a todos los creyentes.

            Lo que la venida del Espíritu expresaba como experiencia de cercanía divina se vuelve ahora Palabra de Dios que se dirige a todos, para que sepan quién es el Hijo en quien él se ha complacido. Dios no dice ya que le ha llamado de Egipto (cf. 2, 15), sino que se dirige a él, llamándole su Hijo, sin más, y lo hace ante todos los que quieran escucharle. Dios aparece de esa forma expresamente como Padre, revelando su misterio más profundo: el amor hacia su Hijo[7].    

Excurso. Bautismo de Jesús. Historia y teología trinitaria

     Esta experiencia post-bautismal (3, 16-17) nos sitúa ante la paradoja de Jesús, tal como Mateo la irá desarrollando en su evangelio. La palabra del Bautista (3, 7-12) nos situaba temblando ante la venida del Huracán-Fuego del juicio de Dios, que amenaza de un modo terrible a los hombres. Pues bien, lo que aquí desciende de hecho desde el cielo (Dios) es el Espíritu como Paloma, que se posa en Jesús, indicando que ha pasado el tiempo de juicio o diluvio (como en Gen 8, 11-12), que Dios mismo ha roto su distancia y se ha revelado como Vida en la vida de Jesús, su Hijo.

Esta experiencia sucede después del bautismo, una vez que Jesús ha salido del agua, para descubrir que los cielos se abren y que viene el Espíritu de vida (en forma de paloma), con la palabra de Dios que interpreta y define su realidad, como en Gen 1 (donde Dios va diciendo y creando todo lo que existe a través de su Palabra) y sobre todo como en Gen 8, pasado el diluvio. Desde ese fondo quiero estudiar de una manera más precisa la relación entre Jesús el Espíritu Santo, vinculando la teología trinitaria con la historia de la salvación, desde una visión de conjunto de Mateo. 

Una cristología pneumatológica. Jesús lleno del Espíritu. La paloma de Noé volvió la primera vez al arca, después que la soltaron, pues no había vida sobre el mundo cubierto por las aguas; la segunda vez se detuvo todo un día y volvió con un ramo de olivo, indicando que la vida triunfaba de la muerte; a la tercera no volvió, quedándose a cantar la paz sobre una tierra liberada (cf. Gen 8, 8-12). Pues bien, tras este nuevo diluvio de juicio y destrucción que Juan ha proclamado, después que Jesús sale del agua del bautismo y/o de la penitencia (=diluvio), la Paloma de Dios, su Espíritu de vida viene sobre él, de una forma ya definitiva, no para quedar un tiempo y marchar luego, sino para permanecer en él, porque es el Hijo de Dios, como proclama el mismo Padre[8].

      Jesús ha recibido en plenitud el Espíritu divino, de tal forma que él posee, al mismo tiempo, realidad de Dios (ha sido habitado, enriquecido, por su Espíritu) y plena realidad humana (es persona histórica). En esa línea no podemos llamarle ontológicamente Dios (persona divina, distinta del Padre, como en la tradición teológica posterior), pero él aparece y actúa en verdad como divino, porque es un hombre totalmente penetrado por la fuerza y realidad de Dios, que actúa como Espíritu de vida-amor en Jesús, de tal forma que ambos (Dios y Jesús) quedan vinculados, en comunión definitiva. Dios es Padre en Jesús y Jesús es Hijo en Dios, de tal forma que ambos se vinculan en el Espíritu de amor y permanecen unidos para siempre.

     En esta perspectiva de cristología pneumatológica(Spirit Christology), el rasgo dominante y central del evangelio no es la identidad divina de Jesús como persona, sino la acción-presencia del Espíritu divino que le llena y enriquece, divinizando su vida y acción misionera. En esa línea, algunos teólogos han podido afirmar que la importancia de Jesús como persona histórica resulta menos significativa, pues él ha muerto como individuo, ha concluido su misión, “se ha ido”, pero nos ha dejado su Espíritu divino, que queda y actúa entre los hombres.

La misma fuerza de Dios que actuaba en su persona sigue actuando entre nosotros, que somos así continuación de Cristo, el Hijo de Dios ampliado (el Cuerpo del Cristo), que forma la comunidad de todos los creyentes. En esa línea, el protagonista del evangelio no sería Jesús en cuanto Hijo de Dios y realidad histórica, sino el Espíritu Santo, que se ha expresado de un modo ejemplar (total) por la vida de Jesús. Por eso, se debe añadir que ese Espíritu de Dios que habitaba en Jesús habita y se expande por él en todos los hombres, que se introducen así en la misma vida divina[9].               

     El evangelio de Jesús proviene, según eso, del misterio intra-divino: Sólo porque Dios le ha presentado como Hijo, Jesús podrá ofrecer a los hombres su bautismo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu (28, 19). Según eso, Dios ya no aparece como pura transcendencia (Señor incognoscible de un pueblo separado), sino como fuente de amor universal por medio de Jesús, a quien llama “hijo querido” ante todos los que quieran escucharle. El evangelio es según eso la experiencia originaria de la paternidad/filiación (Dios Padre que dice de Jesús: ¡éste es mi Hijo!), culminando así su historia definitiva de salvación ante todos los que acojan su palabra (la de Dios a Jesús, la de Jesús a Dios y en Dios a todos los hombres; éste es el evangelio)[10].

     De esa forma se vincula Dios Padre con Jesús por el Espíritu, en su misma historia humana, abriendo así un camino universal de vida (Vida de Dios) que se ofrece a todos los que quieran acoger el evangelio, sin limitaciones (superando las fronteras nacionales de Israel, como pueblo sagrado). Mateo ha empezado presentando así a Jesús como el hombre universal, aquel que revela el misterio de Dios Padre, por medio del Espíritu, de forma que al final (28, 16-20) el mismo Jesús integrado, como Hijo, en el misterio del Padre y el Espíritu, en el bautismo trinitario[11].

     Pues bien, en esta línea, la presencia y obra del Espíritu resulta inseparable de la persona concreta de Jesús, desde su concepción (1, 18-25) y su experiencia postbautismal (3, 16-17) hasta su Pascua. Por eso. Jesús puede decir al final “se me ha dado todo poder”, es decir, se me ha dado el Espíritu de Dios, para que así, por mi don (por mi envío misionero) puedan tenerlo todos los creyentes (cf. 28, 16-20). Según eso, Jesús no es pura creatura a la que Dios enriquece luego con su Espíritu, sino que es el Hijo a quien el Padre entrega todo lo que tiene, entregándose a sí mismo y manteniendo con él una relación de amor engendrador (Padre-Hijo) en el Espíritu.

Ésta es la experiencia original, la novedad del evangelio, algo que el “judaísmo rabínico” no ha podido admitir: Dios se ha hecho presente del todo en un hombre (para todos), no en una ley social o nacional, de tipo ciertamente sagrado, pero que no se identifica con el hombre. Ésta es la novedad del evangelio, como experiencia de revelación personal de Dios en la vida de un hombre (Jesús) al servicio de todos los hombres. Ésta es la identidad del cristianismo, que no es revelación de Dios a través de un tipo de ley social o nacional, trazando así un tipo de religión por encima de la vida de los hombres, sino la identificación (revelación total) de Dios (de su revelación) en el Mesías Jesús, es decir, el hombre en el que habita y se encarna el Espíritu divino[12].

Jesús, Hijo eterno de Dios, siendo un hombre histórico, en el Espíritu. Desde un fondo cultural más helenista, la teología posterior de los concilios (de Nicea a Calcedonia) dirá que Jesús posee una naturaleza divina, en un plano “ontológico”, con la misma "ousia" o esencia eterna de Dios Padre, siendo así su Logos divino preexistente, lo que significa que él posee una realidad eterna, fuera de la historia (antes de la encarnación). En esa línea, en sentido estricto, la biografía humana de Jesús podría tomarse como algo derivado o posterior respecto a su más honda identidad de Hijo eterno, y se podría hablar de una “trinidad inmanente”, es decir, de un Dios trinitario (Padre, Hijo y Espíritu Santo), pero sin Jesús histórico, sin “encarnación” (por la unión eterna del Hijo con el Padre en el Espíritu, sin necesidad de evangelio).

     Pues bien, este planteamiento teológico (ideológico) resulta menos apropiado para comprender la historia de Jesús en nuestro evangelio, pues Mateo no habla de la “persona eterna” del Hijo de Dios (con independencia de Jesús), sino de Jesús, el Cristo, un hombre histórico, nacido de María y bautizado por Juan, una “persona” que es el Hijo de Dios, siendo un hombre concreto, el mismo Jesús, que rehace y recrea el camino del éxodo de Egipto (cf. 2, 15). Ésta es la novedad del cristiana, que Mateo ha proclamado y narrado ya, y que será desarrollada por el evangelio de Juan, a partir de 1, 14, donde se dice que el Logos de Dios se ha hecho Carne, de manera que la misma Carne/Historia de Jesús es Logos o palaba eterna de Dios.

Éste es el punto de partida del evangelio, que se expresa en la historia y la transciende, según 1, 18-25: El mismo Jesús “nazoreo”, crecido en Nazaret (cf. 2, 23) es Hijo “eterno” de Dios, hombre divino en su historia humana, como declara la voz del cielo, diciendo a todos los que escuchan: “Éste (Jesús) es mi Hijo querido”. Por todo eso, el evangelio de Mateo ha de entenderse como “biografía histórica y personal del Hijo de Dios”, de Jesús, que ocupa así, como persona concreta en la historia, el lugar de la Ley en el judaísmo rabínico[13].

El protagonista o "sujeto" de la confesión de fe cristiana, no es un Logos en sí (Hijo de Dios, separado de la historia), en un plano de pura eternidad, ni es tampoco una Ley superior, sobre los hombres concretos, ni un Corán o Escrito escondido, sino el mismo Jesús hombre, que vive y expresa el misterio de Dios en una historia mesiánica concreta, que culmina en la cruz pascual. Éste es el Jesús de la confesión bautismal de la iglesia, en el “nombre” del Padre, del Hijo y del Espíritu, al final del evangelio (28, 16-20).

Entendido así, Mateo no expone una doctrina propia y separada sobre Dios, sino que empieza aceptando al Dios de la tradición israelita, pero le define (descubre y confiesa su identidad) en la historia de Jesús (pues nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera revelarlo: cf. Mt 11, 27). La identidad de Jesús y su relación con el Padre se despliega así en la historia de Jesús (en la línea de la Trinidad económica); pero, al mismo tiempo, en otro plano, ella forma parte del misterio eterno de Dios (según la Trinidad inmanente). En ese contexto podemos hablar y hablamos del “espíritu” Santo que es divino en la eternidad de Dios, siendo su presencia y acción en la historia (3, 16-17). Por eso, el evangelio, biografía de Dios, es inseparable de la acción del Espíritu santo en la historia de Jesús, desde su nacimiento y bautismo (cf. 1, 18-25; 3, 13-17; cf. Mt 12, 28), hasta la pascua y el mandato misionero en Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu (28, 19)[14].

     La biografía de Jesús como Cristo sólo tiene sentido porque él nace del Espíritu de Dios, porque asume y despliega (humaniza) ese Espíritu de Dios en su vida humana y finalmente porque él mismo lo envía. Al ofrecerse a sí mismo, al entregarse en manos de los hombres, Jesús les regala su Espíritu divino, entendido ya como principio de encarnación y comunión radical con Dios y entre los hombres[15].

Jesús puede presentarse así como revelación plena de Dios, por encima de toda “ley” particular, de toda norma privada. Siendo israelita pleno, él aparece como “Dios en persona”, revelándose (siendo) divino en la vida de los hombres, no como alguien que está fuera de ellos, sino en su misma humanidad. En esa línea, asumiendo un camino abierto por el evangelio de Marcos, Mateo ha tenido el “atrevimiento” de contar la “historia humana” de Dios, algo que no pudieron hacer (ni hacen aún) los judíos rabínicos, para quienes Dios se encuentra siempre tras un velo, protegido por su “Ley”. Éste es un descubrimiento que él se ha atrevido a formular y lo ha hecho de un modo “biográfico”, introduciendo así “la historia de los hombres” en el interior de la “historia” de Dios, y viceversa[16].

NOTAS

[1] A. Machado, «Proverbios y cantares LIII», en Campos de Castilla CXXXVI (1907-1917).

[2] Desde ese fondo se puede entender la promesa delEspíritu que asiste a los perseguidos y sostiene a los creyentes en la prueba, dándoles palabras para defenderse. (Mt 10, 20). Del espíritu como poder apocalíptico de destrucción pasamos al Espíritu como vida de Dios que sostiene a los creen en Jesús. En esa línea ha de entenderse en Mateo la promesa de Juan, cuando decía que Jesús os bautizará con Espíritu Santo (y fuego)... (cf. 3, 11), situando el bautismo cristiano en la línea del cumplimiento final del evangelio (Mt 28, 16-20), en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu, pasando del bautismo en “Espíritu Santo y Fuego” al bautismo como inmersión en Dios. Interpretación de los textos en C. K. Barret, El Espíritu Santo en la tradición sinóptica, Sec. Trinitario, Salamanca 1978.

[3] La iglesia ha vinculado el bautismo de Jesús con el de Juan, uniendo así ambos gestos: el de Jesús en el río de Juan, y el de Jesús, cada uno en su lugar, los dos vinculados, un mismo camino de bautismo, que para los cristianos ha culminado en la Pascua, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (28, 16-20). Es difícil decidir si ese Bautismo final de Jesús, fundado en la entrega y gloria de su pascua, debía realizarse necesariamente en agua, o si podía entenderse en sentido más extenso, como inmersión del creyente en la vida trinitaria (del Padre, del Hijo y del Espíritu), sin necesidad de agua. Mateo ha escrito su evangelio para fundar y entender el camino desde el bautismo de Juan (3, 13-17) al de Jesús (28, 16-20). Juan introducía a sus oyentes en el agua del Jordán, que era signo penitencial y de esperanza de liberación. Culminado su camino, desde la montaña (no ya en el río) de la Pascua, Jesús ofrecerá a los suyos vida del Padre-Hijo-Espíritu, para que puedan expandirla y compartirla a todos los humanos. Es evidente que Espíritu (Trinidad) y agua de conversión de Juan no se oponen, sino que se implican, como afirma de manera programática Jn 3, 5 (superando quizá el riesgo de un bautismo espiritualista sin agua, que convertiría el evangelio en pura gnosis). En ese sentido, podemos añadir que la pascua de Jesús ha de seguir fundándose en el mensaje y tarea de conversión de Juan, de forma que sin ella puede convertirse en evasión intimista.

[4] Además de comentarios, cf. G. Barth, El Bautismo en el tiempo del cristianismo primitivo, Sígueme, Salamanca 1986; G. R. Beasley-Murray, Baptism in the New Testament, Exeter 21976, 45-67; M. A. Chevallier, Aliento de Dios. El Espíritu Santo en el NT I, Sec. Trinitario, Salamanca 1982; O. Cullmann, Die Tauflehre des Neuen Testaments, AThANT, 12, Zürich 1948; G. Dellling, Die Taufe im NT, Berlin 1963; J. D. G. Dunn, Jesús y el Espíritu, Sec. Trinitario, Salamanca 1981; G. W. H. Lampe, The seal of the Spirit, SPCK, London 1967, 33-45; P. Nepper-Christensen, Die Taufe im Matthäusevangelium: NTS 31 (1985) 189-207; M. Sabbe, Le baptême de Jésus, en Potterie (ed.), De Jésus, 184-211; Strecker, Weg, 178-181 E. Schweizer, El Espíritu Santo, Sígueme, Salamanca 1984.

[5]Cf. Metzger, Textual 11. Cielo es la Morada de Dios que antes estaba, cerrada, separada de la humanidad, pero ahora se abre, de manera que termina así el tiempo de las separaciones. Cielo/cielos es para Mateo el mismo Dios, cuyo nombre él evita pronunciar, como judío, pero sabiendo ya como cristiano que Dios no está cerrado y alejado, sino que se comunica de un modo directo en y por Jesús, en un gesto que culminará en 27, 51 (cuando se rasga el velo del templo y Dios se vincula de un modo directo con la humanidad). Esta apertura del cielo forma parte de la simbología apocalíptica (cf. 1 Hen 14, 15; Test Leví 5,1; cf. 3 Mac 6, 18). En Ap 4, 1 ella es principio de una revelación divina que continúa en Ap 11, 19 y 15, 5, para culminar en Ap 19,11 y 21, 25, cuando las puertas de la Nueva Ciudad estarán siempre abiertas. En nuestro caso los cielos se abren sobre Jesús, que es revelación escatológica de Dios.

[6] Sobre la paloma, cf. A. Feuillet, Le Symbolisme de la colombe dans les récits évangéliques du baptême: R.ScRel 46 (1958) 524-544; S. Gero, The Spirit as a Dove in the Baptism of Jesus: NovT18 (1976) 17-35; J. D. G. Dunn, Jesús y el Espíritu Santo, Sec. Trinitario, Salamanca 1981.

[7] Dios no es ya Señor de juicio, alguien que se impone sobre todos por la fuerza, sino Padre amoroso, que se complace en Jesús, su Amado, y que no quiere castigar por su pecado a los hombres, a modo de huracán y fuego, sino expandir el gozo de su Hijo querido. Por eso, en la raíz de la biografía mesiánica de Jesús (que asume su tarea y destino de Hijo de Dios en el mundo) se eleva y expande la Palabra de Amor del Padre, que se revela y actúa de un modo personal por el mismo Jesús (en el Espíritu), mostrando a todos que él es su Hijo, por la fuerza del espíritu. Sobre Jesús como Hijo de Dios cf. Ch. Duquoc, Cristología, I-II, Sígueme, Salamanca 1971; Hahn, Hoheitstitel; M. Hengel, Hijo de Dios, Sígueme, Salamanca 1974; W. Kramer, Christos, Kyrios, Gottessohn, ATANT 44, Zürich 1963: W. Pannenberg, Fundamentos de Cristología, Sígueme, Salamanca 1974; A. Grillmeier, Jesucristo en la fe de la Iglesia, Sígueme, Salamanca 1997.

[8] La filiación de Jesús, Hijo Amado de Dios, se expresa en el conjunto de su vida, desde su bautismo, como ha puesto de relieve O. Cullmann, Cristología del NT, Sígueme, Salamanca 1998. Este pasaje ha de entenderse desde la simbología del diluvio y del éxodo, tal como se centra en Jesús. Cf. J. Danièlou, Déluge, Baptême, Jugement, Dieu Vivant 8 (1947) 97-112; Traversée de la Mer Rouge et Baptême aux premiers siècles, RSR 33 (1946) 402-430; R. Lundberg, La typlogie baptismale dans l'ancienne Église, Uppsala 1942. El Espíritu, que Hech 2 presentará como expansión creadora o misionera de la Pascua de Jesús, no está sólo al fin, sino al principio de su vida mesiánica de Jesús.

En ese contexto se puede hablar de una cristología pneumatológica (Spirit Christology), que se funda en la tradición del Antiguo Testamento (partiendo de la acción y presencia de la ruah de Dios en los profetas) y se centra (culmina) en este pasaje del Bautismo de Jesús, que es anticipo del Pentecostés de la Iglesia. Así lo ha puesto de relieve. G. W. H. Lampe, God as Spirit, Bampton Lectures, Oxford 1977; The Holy Spirit and the Person of Christ, en S. W. Sykes (ed.), Christ, Faith and History, Cambridge UP 1972, 111-130. En línea católica, cf. P. Schoonenberg, Un Dios de los hombres, Herder, Barcelona 1972; El Espíritu, la Palabra y el Hijo, Sígueme, Salamanca 1998. Tanto Lampe como Schoonenberg (y otros partidarios de la Spirit Christology) aportan una perspectiva muy valiosa, aunque quizá corren un riesgo de reduccionismo, pues oponen la visión del Logos eterno (personal) y la del Espíritu histórico (impersonal), en vez de entenderlas como aproximaciones simbólicas (y complementarias) de un misterio que nos sigue desbordando.

[9] Conforme a esa visión, Jesús puede presentarse como mediador privilegiado de la acción y presencia del Espíritu de Dios, situándose al lado de otros personajes históricos o simbólicos que han sido también reveladores de Dios (Moisés y Mahoma, Buda y Zoroastro, Krisna y Rama, Lao Tze y Confucio). Pero el evangelio de Mateo insiste también en la singularidad histórica de Jesús de Nazaret, hombre concreto, protagonista del evangelio de Dios. Sólo Jesús aparece y actúa en Mateo como revelador total de Dios, como muestra Mt 28, 16-20.

[10] La novedad del Dios cristiano, que presenta a Jesús como su Hijo, se sitúa en el trasfondo israelita de Moisés, a quien Dios se le muestra como Yahvé en Ex 3, 14. En esa línea, los cristianos pueden asumir, pero han de superar con Mateo, la tipología judía de Moisés, tal como ha sido desarrollada por. M. Buber, Moisés, Lumen, Buenos Aires 1994; A. Chouraqui, Moisés, Herder, Barcelona 1997; A. N­eher, Moisés y la vocación judía, Aguilar, Madrid 1962. Desde una perspectiva cf. W. Eichrodt, Teología del AT I, Cristiandad, Madrid 1975, 163-208. De la conexión y diferencia entre Yahvé y el Padre de Jesús, he tratado en Para vivir el Camino del Padre, EVD, Estella 1998.

[11] H. Mühlen desarrolló estos momentos de la revelación de Dios (Encarnación del Hijo y Efusión/Unción del Espíritu), en Der Heilige Geist al Person,Aschendorff, Münster 1966 y El Espíritu Santo en la Iglesia, Sec. Trinitario, Salamanca 1998 (original 1966). Su teología puede y debe ser continuada, matizando las relaciones entre Trinidad inmanente y económica y precisando su base bíblica.

[12] Cf. H. Hodgson, The Doctrine of the Trinity, Croall Lectures 1942-3, London 1943. He estudiado éste y otros testimonios antiguos en Bibliografía trinitaria del NT I, EstTrin 11 (1977) 131-522.

[13] Este lenguaje de comunión eterna (histórica y definitiva) de Dios Padre y el Hijo, en el Espíritu, está latente en algunos textos básicos de Mateo (1, 23; 3, 16-17; 11, 25-27; 28,19), indicando que aquello que sucede en la historia de Jesús no es algo posterior, que sólo empieza a ser verdad en un momento dado, sino la verdad originaria. El evangelio de Mateo ha querido situar esa historia “divina” de Jesús en la línea de la historia israelita, que culmina en la confesión cristiana, como he puesto de relieve en Dios como Espíritu y Persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989, 437-459.

[14] Cf. D. M. Baillie, Dios estaba en Cristo, Aurora, Buenos Aires 1960 (= God Was in Christ, London 1958); W. J. Hill, The Three-Personed God. The Trinity as a Mystery of Salvation, Cath.Univ. of America, Washington DC 1982.  La relación de Jesús Hijo con el Padre es de tipo biográfico y puede simbolizarse en claves de encuentro personal; la del Padre (y Jesús) con el Espíritu es de tipo misionero, de donación y/o envío, presencia personal y personalizante.

[15] De esa manera, el evangelio (entendido como biografía mesiánica de Jesús) resulta inseparable de la “obra de Dios” que se revela como “Espíritu de Vida”, salvando así (es decir, elevando, transformando) la vida los hombres De un modo consecuente, la cristología pneumatológica resulta inseparable de de la pneumatología cristológica: sólo allí donde Jesús viene a presentarse como aquel que bautiza a los hombres en el Espíritu Santo (en el misterio trinitario, que es la totalidad divina: cf. 3, 11 y 28, 19), puede hablarse de una verdadera teología trinitaria, en sentido cristiano. Cf. Este es el Hombre, Sec. Trinitario, Salamanca 1997, 419-462, y Trinidad, Sígueme, Salamanca 2015.

[16]Esta formulación quiere ser respetuosa con la experiencia bíblica y con las afirmaciones dogmáticas de los concilios (de Nicea a Calcedonia), en la línea J. Moingt, El Hombre que venía de Dios I-II, Desclée de B., Bilbao 1995, refiriéndose de un modo especial a R. Sesboüe (Jesucristo, el único mediador I-II, Sec. Trinitario, Salamanca 1994) y a J. N. Aletti (El arte de contar a Jesucristo. Lectura narrativa del evangelio de Lucas, Sígueme, Salamanca 1992; Jesucristo, unidad del Nuevo Testamento, Sec. Trinitario, Salamanca 1999). Dios no ofrece a los hombres el resultado de un amor externo, sino que ha querido realizarse como amor (encuentro del Padre con el Hijo) dentro de la historia humana. De esa manera, , vinculando su amor eterno con el despliegue de la humanidad, centrada en Cristo, el mismo y único surgimiento intra-divino (inmanente) del Hijo se identifica con el despliegue intrahistórico del Mesías Jesucristo. Eso significa que no puede hablarse de un despliegue inmanente (trinitario) de Dios separado de la historia mesiánica de Jesucristo, pues la inmanencia de Dios (relación del Padre con el Hijo en el Espíritu), siendo en teoría separable de la historia humana (economía salvadora), no existe o se realiza fuera de ella.

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