19. 11. 17. Día de la pobreza: El mayor problema de la iglesia

Ciertamente, en sentido profundo,los pobres no son problema, sino bienaventuranza de Dios y reto de amor para los hombres (al menos para los creyentes). Con unas palabras como estas terminaba el Papa Francisco el mensaje del día mundial de los pobres (cf. /documents/papa-francesco_20170613_messaggio-i-giornatamondiale-poveri-2017.html). Así decía, entre otras cosas:

- Los pobres en sí no son el problema... Ellos son más bien los bienaventurados de Dios, de quienes debemos aprender y a quienes debemos acompañar vivir la esencia del Evangelio.

-- El problema como tal es que haya mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses; el problema es la lógica perversa del poder y el dinero

-- El problema es la falta de compromiso y de fraternidad al servicio de la comunión entre todos los hombres, en especial con los pobres.




Quiero recoger y concluir en ese contexto, en el día de los pobres, las dos"postales" anteriores que he dedicado al tema: a) La Postal sobre Unamuno, que llamaba bienaventurados a los emigrantes de la España injusta y falsamente rica del año 1913 b) La postal de los talentos... (Mt 14, 13-24): Que nos invita a poner lo que somos y tenemos (economía y vida) al servicio de la buena "producción" y la justicia para bien de los pobre.

Recojo así el tema de los pobres como don y presencia de Dios y como exigencia de evangelio... en una iglesia abierta al mensaje de Jesús, porque no son los pobres para la Iglesia, sino la Iglesia para los pobres , no son pobres para la jerarquía y para las vocaciones, sino la jerarquía y las vocaciones para los pobres...

EL MAYOR PROBLEMA DE LA IGLESIA ES LA POBREZA, NO LA FALTA DE VOCACIONES

Ayer hablé con el Decano de Teología de la UP de Salamanca... y me decía que en toda la facultad sólo había entrado como de "rebote" y por despiste un único estudiante de Teología (un mercedario con quien hablé hace tres días, ninguno había venido de los 9 seminarios que envían sus seminarista a Salamanca, ninguno de las órdenes y congregaciones religiosas...).

Ciertamente, es un problema, pero saqué la conclusión de que el problema no es la falta de vocaciones par un tipo de ministerio, sino el hambre en el mundo, la pobreza... Eso es lo que le interesó a Jesús... y sólo a partir de eso (de bienaventurados los pobres) se puede iniciar una tarea de evangelio. El problema de la Iglesia de Jesús no es que no haya seminaristas o ministros de un tipo... sino que haya hambre en el mundo. Desde ese fondo, para el día de los pobres... quiero ofrecer unas reflexiones siguiendo el evangelio de Mateo, del que hemos venido tratando a lo largo de este año litúrgico que culmina.

LA POBREZA Y LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL EVANGELIO DE MATEO

Los tres pilares: Justicia, misericordia y fidelidad (Mt 23, 23).


En contra de un tipo de judaísmo, que, a su juicio, sigue insistiendo en aspectos más externos de la ley nacional, retomando la inspiración de Ex 34, este Jesús de Mateo ha centrado la religión en la justicia de Dios (krisis), que se revela en forma de misericordia (eleos) y fidelidad (pistis) a la alianza. ¡Ay de vosotros… que pagáis el diezmo de la menta, el eneldo y el comino, y descuidáis los aspectos de más peso de la Ley: juicio, misericordia y fidelidad! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! (Mt 23, 23-24). Jesús evoca así la dinámica de cierto judaísmo o judeo-cristianismo, que puede convertirse en religión de un diezmo tacaño y cuidadoso, de pequeñas plantas digestivas, como si debiéramos pagar a Dios algo medido con minuciosidad perturbadora. Pues bien, él añade que, siendo tan escrupulosos en el diezmo, ellos pueden descuidar los temas de más peso (barytera) de la Ley:

‒ Juicio (krisis). Tanto como justicia (=dikaiosyne), krisis significa juicio, en el sentido bíblico de mishpat, hacer justicia y ayudar a los necesitados, para lograr así un orden básico de igualdad (de salvación) entre los hombres. Todo el proyecto mesiánico de Jesús se ha dirigido a lograr ese juicio de Dios (cf. Mt 12, 18-20 y 25, 31-46).

‒ Misericordia (hesed, eleos). En ese contexto, en la línea de Ex 34, 6-7, el juicio de Dios se expresa en forma misericordia, que los hombres reciben de Dios y practican (ofrecen a los otros). Dios no juzga para vengarse de los hombres, ni para imponerles su poder, sino para expresar y realizar en ellos su misericordia, como han de saber y hacer los seguidores de Jesús.

‒ Fidelidad (‘emet, pistis). Según Ex 34, 6, Dios es rahum y hannun (entrañable y gratificante), siendo rico en misericordia y verdad (hesed y ‘emuna, misericordia et veritas). Esta fe o fidelidad que vincula al hombre con Dios tiende a decirse en griego bíblico pistis más que aletheia o veritas, aunque ambos términos tienen un fondo semejante, de modo que la pistis/fidelidad de Mt 23, 23 se identifica con la fe de Pablo, que no es una virtud entre otras, sino el centro y garantía del despliegue misericordioso de Dios.

Estos tres elementos más profundos o importantes de la Ley reinterpretan la justicia en línea de misericordia y fidelidad, y traducen la misericordia/fidelidad en línea de justicia. Ellos definen la tarea de Jesús, el profeta y portador de una misericordia arriesgada, que le ha costado la vida. A Jesús no le han matado simplemente los “injustos” (los impíos), sino los justos según la ley del templo y del imperio. Le han matado precisamente cumpliendo la “ley”, es decir, la justicia que ellos representan, porque le juzgan peligroso, como ha descubierto san Pablo, y como pone de relieve el gran pasaje de las llamadas “obras de misericordia” (de justicia superior), que estudiaremos con detalle (Mt 25, 31-46)

El juicio de la pobreza (Mt 25, 31-46)

Es un texto paradójico en el que Jesús identifica la verdadera justicia con la misericordia. La justicia no consiste pues en dar a cada uno lo que es suyo, sino en ayudar a los necesitados, conforme a la palabra clave que Jesús dirá a los “justos”

Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. 35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero y me acogisteis; 36 estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí (Mt 25, 34-36)

Éste pasaje no contiene nada exclusivamente judío ni cristiano, de manera puede aplicarse y se aplica por igual a todos pueblos. Éste es un pasaje de justicia, pero tiene un fondo religioso, pues supone y afirma que el Dios del juicio se identifica con las mismas necesidades humanas (o, mejor dicho, con los necesitados). Desde ese fondo han de entenderse la necesidades de los hombres, que el texto sitúa, de forma esquemática, en tres niveles: material (hambre y sed), social (exilio y desnudez), radical (enfermedad y cárcel). Esas necesidades expresan y condensan son males más corrientes de los hombre y mujeres, bien conocidos en la historia de los pueblos.

El texto no discute la causa radical de esos males, aunque sabe que están vinculados con la injusticia humana (unos hombres no ayuda a los otros)… y sabe también que en ellos se expresa de un modo misterioso el mismo ser divino. El texto no discute sobre el origen de esos males, sino que supone su existencia y busca una forma de solucionarlos, no en clave de imposición legal, sino de llamada a la conversión (transformación) humana, en una línea gratuidad, desde la experiencia del Dios que se hace presente en las necesidades de los hombres, y les pide que sean solidarios unos con los otros, en perspectiva de juicio final.

Los seis dolores mesiánicos del texto, que el Hijo del Hombre ha compartido (hambre-sed, exilio-desnudez, enfermedad-cárcel), se identifican con los sufrimientos reales de miles y millones de personas, y en ellos se contiene de algún modo el sufrimiento del conjunto de la humanidad. La tradición cristiana posterior, al menos desde la Edad Media, les ha llamado “obras de misericordia”, añadiendo una obra más, para completar el número siete (enterrar a los muertos) y creando así una terminología específica, que ha definido la conciencia posterior de la Iglesia. Pero, en sí mismas, esas seis son “obras de justicia” y han de tomarse como principio de inspiración y modelo de toda acción humana

-- Son obras de obras de justicia, como dice expresamente el texto, pues aquellos que las cumplen se llaman justos: “Entonces responderán los justos” (dikaioi, 25, 37). Por eso, en sentido estricto, las obras de Mt 25, 31-46 no son de “misericordia” separada, esto es, no tratan de algo que puede o no hacerse (de algo que queda a discreción de los hombres), sino expresión de la justicia de Dios, que se expresa en la vida de los hombres. Eso significa que esos dolores no remediados provienen de la injusticia de los hombres, de manera que el sufrimiento de los encarcelados, en el que culminan los seis males de la humanidad, puede y debe entenderse como signo de máxima injusticia.

‒ Son obras de servicio, es decir, de diakonía, como dice expresamente la pregunta de los “condenados”: ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento… y no te servimos” (kai ou diêkonêsamen soi?; 25, 44). No se trata pues de unas obras de tipo más o menos discrecional, sino de servicio interhumano, en el sentido radical de la palabra. Aquí se expresa la gran revelación de este pasaje: El hombre está hecho para “servir a Dios”, sirviendo a los necesitados. Este descubrimiento de la solidaridad universal y del servicio concreto a los demás, como expresión y presencia de Dios (plenitud del hombre) constituye el mensaje central del evangelio.

‒ Son obras de comunión humana, que se realiza a través de una salida (ir donde los necesitados: los enfermos y los encarcelados) y de acogida (de recibir, synagogein, a los extranjeros…). En este contexto evoca la palabra clave de la tradición judeo-cristiana de su tiempo, que es la de recibir y crear espacios de diálogo y convivencia, tal como se realizan especialmente a través de las “sinagogas” (pero no de unas pequeñas sinagogas judías, sino de la gran sinagoga de la humanidad, donde caben todos, empezando por los más pequeños). No se trata, pues, de ayudar simplemente desde fuera (como podría suceder en el caso de dar de comer y de beber), sino de acoger en el propio grupo, formando así comunión humana, un espacio de diálogo integral, superando las divisiones que se van estableciendo entre unos grupos y otros.

‒ Son finalmente obras de episcopado, en el sentido también radical de la palabra. Como estamos viendo, en un sentido receptivo, los representantes del sentido más profundo de la humanidad de Dios son los que sufren, los necesitados (de los hambrientos-sedientos a los enfermos-encarcelados). Pues bien, en sentido activo, los representantes del Dios salvador son los que hacen justicia, sirviendo a los otros y acogiéndoles. No se trata, pues, de dejar que las cosas sean, de dejar que el mundo siga siendo como era, sino de transformarlo desde la misericordia.

En ese contexto ha proclamado Jesús la palabra central del “episcopado”, es decir, del cuidado por los demás, tanto en referencia a los enfermos (me cuidasteis: 25, 35), como en referencia a los enfermos y encarcelados (25, 43), utilizando en ambos casos el verbo episkeptomai (tener cuidado de, ayudar), del que viene el sustantivo episcopos, obispo, que es una especie de “superintendente”, encargado del servicio mutuo en la comunidad. La iglesia posterior reservará el nombre y función de episcopos, obispo, a unos ministros especiales de la comunidad, que están al servicio de ella, en una línea que terminará siendo básicamente ritual y sagrada. Pero en este pasaje todos los seguidores de Jesús están llamados a ser obispos.

Misericordia creadora, una tabla creadora de justicia

La trama del sufrimiento humano pide una respuesta que ha de darse en la historia, pero que la desborda, pues se expresa y ratifica en la culminación del tiempo (con la venida o manifestación del Hijo del Hombre). En ese contexto presenta y condensa este pasaje los seis sufrimientos básicos de la historia humana, que han de resolverse de aquí, pero con un sentido y validez eterna (de salvación o destrucción de la humanidad).

‒ Éste pasaje ofrece, quizá, la primera tabla social (universal) de los derechos humanos, la más concreta e importante de todas. Éstos no son los derechos de una nación, de un Estado social, de una Iglesia… sino los derechos de todos y cada uno de los hombres y mujeres, empezando por los pobres. En sentido estricto, se trata de los derechos de los pobres, no en sentido general, como en la Revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad), sino en sentido concreto de presencia, ayuda y asistencia. Éstos son los derechos que todos los hombres y mujeres tienen a ser atendidos.

‒ Esos derechos marcan y definen el carácter divino de la vida humana, pues son los del mismo Dios, que se ha encarnado en Cristo, no sólo de un modo individual (en Jesús, un hombre concreto), sino en sentido universal: en todos los hombres, y de un modo especial, en cada uno de los pobres en concreto, que son “hermanos” de Jesús, presencia de Dios. Esta encarnación de Dios (de Cristo) en los pobres-necesitados marca identidad suprema de la vida humana, como vida de Dios. ‒ Esos derechos suscitan unos deberes correspondientes, que se fundan en la gracia y compromiso básico de reconocer, acoger y ayudar al mismo Dios que está presente en los necesitados.

En esa línea, el deber fundamental no es el de honrar a los poderosos, sino el de atender, acoger y cuidar a los necesitados. Esos sufrimientos (con el deber que suscitan de ayudar a los necesitados) eran en tiempo de Jesús y siguen siendo en nuestro tiempo (2017) los sufrimientos y dolores normales de la gente, en un contexto y circunstancia de pobreza. Significativamente entre los que sufren esos males el texto no presenta de una manera expresa a los esclavos, ancianos o moribundos, ni a los huérfanos o viudas, ni a los marginados sexuales ni a los impuros religiosos, los publicanos o prostitutas…, sino que se limita a evocar seis tipos de hombres o mujeres sometidos a necesidades generales de tipo universal, que son como un compendio de todas las necesidades y opresiones de los hombres .

‒ Estas seis necesidades no son en principio de tipo religioso ni de estructura eclesial (el problema de fondo no es la falta de evangelización estricta, de buena religión o sacramentos…), sino de tipo humano, en el sentido básico del término. La iglesia cristiana, comprometida a cumplir estas “obras”, según el evangelio, ha de ponerse ante todo al servicio de la humanidad necesitada, por encima de un pueblo concreto (Israel, Antiguo Testamento), no para negarlo, sino para universalizar su aportación, o por encima de la misma iglesia, como institución creyente, tampoco aquí para negarla, sino para indicar mejor el sentido universal de su experiencia de Dios y su tarea de servicio humano.

‒ Son obras abiertas a todos los pueblos, es decir, a todas las unidades sociales, entendidas en forma cultural o social, cada uno con su propia identidad, conforme a una visión común del Antiguo Testamento, que divide a los hombres y mujeres en pueblos (no en imperios, estados o clases sociales), para vincularlos después desde las necesidades de cada uno de los hombres. Significativamente, este pasaje deja a un lado las grandes unidades políticas (imperios, estados, reino…) que, a su entender son secundarias, para situarnos ante los pueblos, entendidos como unidades culturales y sociales de convivencia. Pero después tampoco los pueblos como tales importan, pues en contra de las grandes diatribas de los mensajes proféticos contra los estados-pueblos (cf. Ez 25-32), aquí esos estados-pueblos desaparecen inmediatamente, de manera que ante el juez final quedan sólo hombres concretos, de cualquier pueblo o nación. Esas necesidades son las que vinculan a todos los pueblos y las que suscitan una serie de “obras”.

‒ Estas obras no son todas las que deben realizarse, sino un compendio de ellas, como una indicación, un ejemplo y resumen de todas las posibles. No han de verse, por tanto, de un modo excluyente, sino inclusivo, pues en ellas se condensan todas las que pueden y deben realizarse a favor de los necesitados, hombres y mujeres sin distinción (¡aquí no hay nada exclusivo de hombres, nada de mujeres, todo se dirige a los seres humanos, incluidos varones y mujeres, grandes y niños, en la línea de Gal 3, 28).

- Éstas son, finalmente, unas obras in crescendo, es decir, estructuradas de un modo creciente, entre el hambre y el encarcelamiento. Es muy importante poner de relieve el orden progresivo, como si formaran una “cadena”, es decir, un proceso o progreso que va desde el hambre a la cárcel, que aparece como culminación de todos los males de la historia humana. Resulta fundamental tener en cuenta este ordenamiento, pues nos permite descubrir que la cárcel no nace de sí mismo, sino que, según Mt 25, 31-45, es la consecuencia y culminación de un tipo de males que empiezan con el hambre.

Estas seis obras son de tipo humano integral, aunque después la Iglesia ha tendido a llamarles obras corporales, añadiendo una séptima (que sería enterrar a los muertos) y poniendo a su lado unas siete obras también importantes, que serían “espirituales” (enseñar a quien no sabe, dar buen consejo a quien lo necesita, corregir al que yerra…). Pues bien, conforme al esquema de Jesús, cuidadosamente estructurado por Mt 26, todas las obras de misericordia se condensan en estas seis, que son espirituales y corporales, que son cristianas siendo universales, que empiezan por el hambre y culminan en la cárcel, como seguiré indicando.

Por eso, según Mt 25, 31-46, no se puede visitar (liberar) a los encarcelados de verdad si es que no se empieza desde el principio, es decir, dando de comer a los hambrientos, para ir pasando desde ahí a todas las restantes (dar de beber, acoger a los exilados, vestir a los desnudos…). En ese sentido el “apostolado carcelario” (es decir, el envío de los cristianos a las cárceles del mundo) ha de entenderse como culmen y compendio de un testimonio completo de vida mesiánica, es decir, de compromiso al servicio de los necesitados.

No hay justicia si…

Como he dicho en la introducción, misericordia y justicia se distinguen, y es bueno que lo hagan, pero ambas se fecundan y penetran, enriqueciéndose. La misericordia no puede olvidar la justicia, y la justicia ha de fundarse en la misericordia, dejándose enriquecer por ella, porque en el momento en que no lo haga corre el riesgo de volverse injusta. En esa línea sentido debemos añadir que, partiendo del influjo cristiano y de la racionalidad ilustrada, la justicia tiende a ser actualmente más honda, exigente y universal que en otro tiempo.

En su forma actual, los estados de occidente dicen ser “estados de derecho”, que cumplen la justicia. Pero, conforme a la experiencia más honda de la Biblia, podemos afirmar que ellos son en general injustos, porque ponen su economía, educación y bienestar al servicio de algunos, no de todos. Ciertamente, las obras de Mt 25, 31-46 no puede imponerse como ley, por justicia, pero ellas están en el fondo de la conciencia jurídica de occidente, de manera que quien no las cumple no puede llamarse sin más justo, en un plano personal y social. Esas obras marcan el sentido de la justicia, tal como ha sido formulada por la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) y las revoluciones sociales posteriores, como indica la Declaración de los Derechos Humanos (derecho a la educación, al alimento, a la casa, al trabajo y la asistencia sanitaria etc.) de manera que podría decirse:

‒ No hay justicia si los hambrientos no comen… El derecho del hambriento a la comida es anterior a todas las leyes concretas y a todas las normas de justicia estatal o social, como reconocen la misma declaración de los derechos humanos. Esto era algo inconcebible dentro de una justicia entendida en clave en clave grecolatina. En esa línea, hay que afirmar que un Estado que no se comprometa a alimentar a todos los hambrientos no es justo no es justo, aunque diga ser un Estado legal. El problema de fondo es saber si hoy (año 2017) existe un Estado Legal, en ese sentido, capaz de garantizar la comida a todos los hambrientos, o si el poder real está en manos de un orden económico que no tiene en cuenta a los hambrientos, en contra del principio de la justicia misericordiosa de Mt 25, 31-46.

‒ No hay justicia si los sedientos no beben… Un Estado que (teniendo medios) no garantiza el agua a todos no es un Estado de derecho, sino una asociación política, al servicio del aprovechamiento social de algunos. Pero también aquí el problema está en saber si el Estado (todos los estados) tienen medios para garantizar el agua para todos los necesitados, o si el Estado ha hecho dejación de autoridad, pues el tema real del agua, como el de la comida, no depende ya de un estado concreto, sino de la economía mundial. Sea como fuere, allí donde una serie de hombres y mujeres no tienen acceso al agua no puede hablarse de justicia real sobre el conjunto de la tierra.

‒ No hay justicia si no se acoge y defiende a los extranjeros. Las formas concretas de hacerlo pueden variar, pero si una determinada formación política no acoge y protege a los extranjeros deja de ser Estado de Derecho, para convertirse, a lo más, a un grupo de justicia particular. Conforme a Mt 25, 31-46, el que dice “tuve hambre…, fui extranjero” no es el miembro concreto de un Estado, sino un hombre o mujer sin más, por encima de los estados concretos. En esa línea, conforme a Mt 25, 31-46 una justicia estatal que no reconoce el derecho de los extranjeros ni les ofrece unos espacios de acogida no es justo, de manera que los individuos concretos (los grupos humanos) pueden elevarse en contra de ese Estado, pues los derechos y deberes de cada persona están por encima del mismo Estado.

‒ No hay justicia si no se garantiza vestido (dignidad) a todos los hombres. Las formas de hacerlo serán también distintas, en cada circunstancia, pero la dignidad (vestido, educación) de los desnudos o desprotegidos ha de ser principio, fuente de inspiración, de toda justicia, de manera que está por encima de las leyes particulares de un Estado o del mismo orden económico mundial. En ese sentido, las obras de misericordia/justicia que se deben a cada ser humano en cuanto necesitado tienen prioridad sobre todas las leyes particulares de la economía mundo o de los estados. En esa línea podemos afirmar que no existe Estado de derecho (es decir, un Estado justo) si no se compromete a cumplir esos principio (ofrecer alimento, acogida, dignidad, servicio sanitario y espacio de reeducación) a los necesitados (hambrientos, extranjeros, enfermos, encarcelados). El Estado ha de estar al servicio de eta justicia superior, y no a la inversa.

‒ No hay justicia si no se visita-cuida a los enfermos. Si el Estado, que asume la autoridad legal sobre un territorio y/o grupo de personas no toma como prioridad el cuidado de los enfermos deja de ser Estado de Derecho y se convierte en una institución para el servicio particular de algunos privilegiados o del sistema económico. Ciertamente, no todos los estados del mundo reconocen este principio “supra-legal”, de manera que algunos (como USA) tienden a dejar el servicio sanitario en manos del dinero de los particulares (condenando a los pobres a la enfermedad y a la muerte). Pero ese principio ha sido fijado de una vez y para siempre en Mt 25, 31-46, como fuente y base de toda ley particular, de manera que allí donde no se cumple los hombres corren el riesgo de destruirse a sí mismo.

‒ No hay justicia si no se visita, cuida y ayuda (re-educa) a los encarcelados. Frente a la ley del talión o la venganza que sigue imperando en muchos lugares, un Estado que no ponga de relieve la exigencia de visitar (de acompañar, cuidar…) los encarcelados, en línea de acogida y ayuda, no es Estado de derecho, termina siendo injusto. En esa línea, unas acciones y gestos que antes se concebían como gestos de misericordia se conciben hoy como obras de justicia, como había presentido Mt 25, 31-46 al llamarlas obras de justicia. Según eso, unos gestos que en otro tiempo aparecían como “religiosos” han venido a convertirse en expresiones de justicia racional, dentro de un Estado concebido como defensor de los derechos de todos los ciudadanos.

Empezar de nuevo, una mística de la misericordia

No se puede repetir la historia, pero, de alguna forma, debemos aprender partiendo del principio, y en nuestro caso desde Mt 25, 31-46. Parece que ahora, siglo XXI, la Iglesia está llamada a ser, en formas nuevas, lo que quiso ser y fue de alguna forma entonces. Pues bien, ese tema y exigencia, nos sitúa ante el camino de un conocimiento nuevo, abierto por un lado a la acción (al compromiso concreto) y por otro a la mística, en el sentido radical de la palabra. Éste ha de ser un conocimiento nuevo, de interpretación activa de la realidad, ante una mística más alta, ante una educación para el discernimiento y el amor.

En la actualidad, gran parte del conocimiento se organiza en forma de ciencia para la guerra, es decir, para la destrucción, con armas cada vez más mortales. Más aún, una buena parte del conocimiento social está dirigido hacia la justificación de la injusticia del orden dominante, de manera que así se mantiene el hambre de unos, la opresión de otros, con la cárcel de los supuestos delincuentes. Pues bien, en contra de eso, el profetas Isaías había prometido (Is, 2, 2-4) que “los hombres no se adiestrarían ya más para la guerra”, es decir, para la lucha de unos otros, sino sólo para la paz.

Nos hallamos pues ante la exigencia de cambiar un tipo de conocimiento que puede destruirnos (en línea de pura justicia), para hacer posible un conocimiento más alto de misericordia, en la línea de Ex 34 y del evangelio de Jesús. Somos la primera generación de hombres y mujeres que saben y tienen un poder de destrucción total de la vida en el mundo, no sólo a través de una guerra atómica, sino también por la contaminación de las fuentes de la vida y la perversión de relaciones sociales; somos la primera generación que puede y debe tomar absolutamente en serio la amenaza de Mt 25,31-46: Si no aprendemos a dar de comer y compartir, a acoger y visitar, a cuidar y animar…, corremos el riesgo de caer en la destrucción que propone simbólicamente nuestro pasaje: ¡apartaos de mí al fuego eterno! Por eso es necesario aprender a interpretar la realidad:

‒ Aprender a descubrir los mecanismos que llevan a la ruina del mundo y de la vida humana, y no dejarnos engañar por ellos. No podemos limitarnos a conocer las cosas “de oídas”, ni por dictado de otros (según su conveniencia, al servicio del sistema económico-social), sino que debemos conocerlas por contacto real con los problemas, es decir, con las personas en un mundo que se ha vuelto muy complejo, problemático, arriesgado. En esa línea, podemos recordar que todo el Antiguo Testamento es una especie de aprendizaje social, desde la perspectiva de Israel.

‒ Sólo podemos aprender de verdad comprometiéndonos al servicio de los expulsados del orden social, desde los hambrientos hasta los encarcelados, sabiendo que la justicia bíblica se expresa dando de comer a los hambrientos, ofreciendo casa a los extranjeros, liberando a los encarcelados. No se trata de mantener una forma de justicia parcial al servicio del poder establecido, sino de comprometerse a favor de la acción liberadora de Dios, al servicio de la “justicia” (es decir, de la liberación) de todos, y en especial de los más débiles. Se trata, pues, de enseñar a pensar en libertad, al servicio de la vida concreta, es decir, de los oprimidos y expulsados sociales, poniendo de relieve lo que está en el fondo del camino que lleva del hambre a la cárcel.


Éste es un conocimiento doble, que ha de verse desde la perspectiva del Dios de Jesús y desde el espacio social concreto en que vivimos:

‒ Éste es un conocimiento de Dios, es decir, de tipo “místico”, que no proviene de eso que Mt 16, 17 ha definido como enseñanza de la carne y de la sangre (es decir, de los intereses egoístas de la vida), sino del Padre Dios. Es el descubrimiento de Dios como Poder Supremo, pero no como poder-sobre los demás (en línea de potestad), sino como Poder-en-y-para los pequeños y excluidos (en línea de potencia). Éste es el descubrimiento del Dios que dice Soy-el-que-Soy (ex 3, 14), pero no por encima de los demás (en sí mismo), justificando lo que existe, sino como Aquel que impulsa la vida de los hombres (de su pueblo) desde dentro, sufriendo con los que sufren, iniciando en y desde ellos un camino de transformación humana. Este conocimiento implica una mística social, que no sea de evasión, sino compromiso humano con todo lo que existe (y en especial con los hombres amenazados).

‒ Pero éste es, al mismo, tiempo un conocimiento social muy concreto, que descubre la potencia de la vida que se esconde y actúa en los rechazados y expulsados de la vida concreta. No es un conocimiento puramente moral (en la línea de una justicia dualista, que divide a los hombres en buenos y malos), sino un conocimiento mesiánico, hecho de esperanza y creatividad, en la línea del compromiso activo a favor de (y en unión con) los pobres, extranjeros, enfermos, encarcelados (en la línea de Mt 25, 31-46). No se trata, por tanto, de conocer sólo por pura experiencia interna (aislándose de los demás), sino de conocer por contacto directo con los demás, y por compromiso a favor de los otros. Se trata, pues, de un conocer haciendo, en la línea de Jesús que va conociendo a medida que se compromete a favor de los enfermos y expulsados de su pueblo, para abrir con ellos un camino de reino.

En esa línea, más que un conocimiento cerrado en sí, los cristianos comprometidos en el seguimiento de Jesús han de ofrecer a (y compartir con) los demás unos medios y caminos para que puedan sentir, pensar y actuar con los últimos del mundo, desde la experiencia del Dios encarnado en los pobres, del Dios que es el más grande haciéndose y siendo el más pobre y pequeño, desde el abismo de una humanidad que corre el riesgo de destruirse a sí misma. Ésta es la mística que se expresa, por ejemplo, en el testimonio estremecedor y luminoso de una mujer judía, gran amiga de Jesús, lectora apasionada del Evangelio de Mateo, desde la cárcel fatídica de un campo de concentración nazi, donde fue asesinada.

Me refiero a E. Hillesum (1914-1943), que sentía el dolor de Dios condenado a muerte en los millones de asesinados, y decía: Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: Que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos (cf. Una vida compartida, Anthropos, Barcelona 2007, 142). E. Hillesum, judía enamorada del Dios de Jesús, descubre desde el centro de una de las mayores cárceles y cruces del siglo XX (el exterminio judío) la vocación cristiana de la misericordia entendida como solidaridad, en nombre de Dios (con el mismo Dios de Jesús que sufre y muere en el campo de concentración). De esa forma quiere acompañar a los demás “encarcelados”, ayudando al mismo Dios, que ha penetrado en la entraña del dolor del mundo, compartiendo así la cruz de los hombres, en Jesús y con Jesús.

Así descubrió E. Hillesun la misericordia de Dios desde el centro de la cárcel (no limitándose a visitar a los encarcelados, sino sufriendo y muriendo por ellos), haciéndose misericordia con y como el mismo Jesús cristiano, en quien quería creer. De esa forma experimentó en su vida la gracia y responsabilidad de la encarnación de Dios en Cristo, la redención, la vida, que ella misma debía “regalar” a Dios, proclamando e iniciando su Reino, como hizo Jesús.

Nos cuesta comprender esa señal suprema de mística “encarnada” en sentido radical, es decir, “encarcelada”, como le había costado a San Pablo, el primero de los místicos de la misericordia cristiana (es decir, de los que descubren en su vida al Dios encarcelado y condenado). Quizá sólo una mujer, como E. Hillesum, pudo penetrar en ese misterio del amor encarcelado (crucificado) de Dios, que ha de expresarse y expandirse en forma de justicia, para que nadie más muera como en Auschwitz, para que no sigan muriendo de hambre y desnudez los nuevos pobres, exilados y encarcelados del mundo.

Nota
La versión anterior de esta postal había salido "mal" (sin separaciones),por tema de la máquina vieja. La he copiado de nuevo... con los comentarios de Fernando etc. Pido perdón (con la máquina) a los lectores que hayan intentado leer la versión anterior... seguida (como los MS antiguos que algunos hemos tenido que leer en los códices bíblicos):

Comentario por fernando [Visitante]

Aparte Xabier de que la página se lee mal, quisiera solamente reflejar una duda, a vuela pluma del aserto que defiendes. No veo que exista entre la falta de compromiso y la crisis de vocaciones una relación directa. Y ya que mencionas a Mt, parecería existir una cierta relación entre el ruego de envío de "operarios" (ergátai), siendo la mies mucha, la predicación del Reino, la cura de las enfermedades y dolencias (9,35ss.), y la potestad (exousían), misión e instrucciones dadas a los apóstoles (10,1-42). Sin embargo, cierto es que la existencia de operarios no necesariamente hace que el mundo sea más comprometido, sean por consagración o no -como de hecho demuestra la historia-, de igual modo, que un mundo mejor y más comprometido tampoco requiere de esa "mística de la misericordia" que aduces, que a fin de cuentas es un programa religioso. Son cosas diferentes, pues nadie ha demostrado que a mayor fe (con más operarios y potestades) mayor justicia, y viceversa.


Comentario por Fernando [Visitante]

Simplemente, y termino: un programa religioso, vocacionado desde un compromiso compartido junto a Dios, según escribes, no hace que este mundo sea mejor. Sólo lo hace más creyente, no más sano. La crisis vocacional no ha surgido porque el mundo sea mejor o peor que antes; ni mucho menos porque la presencia de "operarios" al servicio del evangelio sean o no más santos, porque esto no puede medirse de modo alguno. Tampoco ha surgido porque exista mayor o menor demanda de justicia y que ésta pueda ser llevada al margen de cualquier opción confesional, como podría ser antes.

Ha surgido la crisis vocacional porque, con independencia de que este mundo sea más justo o no, esas vocaciones no son ya necesarias. No existe una demanda general de presencia religiosa ni de "mistica" de compromisos. Sólo, y a secas, de compromiso sea o no al margen de Dios. Que la iglesia sea más pobre, nada hace pensar que tuviera más vocaciones, pues pobres y fe son cosas distintas.


Comentario por eduar [Visitante]
V Premio Internacional de Microrrelatos

“La Palabra como puente entre religiones y culturas”
escribe un microrelato de como máximo 100 palabras sobre este tema
Si alguno de vosotr@s ganáis espero que os acordéis de la ONG Manos Que Dan. El mayor premio es de 20.000 dólares . Tenéis tiempo hasta el 22 de Noviembre a las 23:59 horas
La web permite escribir en español, inglés, hebreo y árabe.

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