Ante el Diluvio que viene. Una historia bíblica (Gen 6-8)

La Biblia ha situado al comienzo de la historia una intensa narración donde asegura que el pecado de los hombres suscita un “diluvio” que pone en riesgo la armonía buena de la tierra, indicando así que la vida de plantas y animales, la misma atmósfera y clima depende en parte de la acción humana.

Ciertamente, no todo deriva de los hombres, ni lo más importante. Desde que el mundo es mundo han existido grandes cambios, duras catástrofes, volcanes, huracanes, épocas glaciares, momentos de avance del desierto etc., todo ello acompañado por una larga lucha entre especies animales. En esa línea, vientos y temblores que rondan en torno al Golfo de México, de donde vengo, no dependen totalmente del hombre.

Pero la Biblia sabe desde Gen 6-8 que la humanidad influye poderosamente en el despliegue de la vida de la tierra, de forma que la mala acción del hombres puede provocar diluvios y cambios de clima y polución de agua y otros males que hoy (2018) sabemos mejor.

Desde ese fondo quiero comentar el relato del Diluvio de Gen 6-8, poniendo como primera imagen la D. A. Siqueiros,El diluvio fascista, 1936, Sala Siqueiros, México, que he vuelto a poner al final de este trabajo, en tamaño más extenso.

Siqueiros (1896-1974) supo antes que muchos políticos la dirección de aquel diluvio fascista, con la cruz gamada en el remolino de las aguas, y una misérrima tabla de mala salvación para unos cuantos "malditos" de la vida.

En el título he citado también un Diluvio Capitalista que puede resultar incluso peor que el fascista, pues un tipo de anti-cultura dominadora (del puro capital, del dominio pleno sobre el mundo) puede destruir toda la vida del planeta, como sigue diciendo Francisco. Siqueiros no vivió para pintar este nuevo "mural" de la destrucción del mundo, y así lo he dejado sin imagen, pues sobran por doquier las imágenes del tema, con tonos apocalípticos.

Pero a modo de contrapunto he querido colocar un icono del Arca de Noé tras el diluvio, como esperanza de salvación tras la batalla de la gran inundación en que estamos ya entrando, a no ser que cambiemos de rumbo en esta gran "derrota" de la vida.



Desde ese fondo doble fondo (Siqueiros, Icono de Arca de Noé) he comentado ese relato de la Biblia, uno de los signos y/o textos más inquietantes de la historia humana. Nadie ha sabido narrar el riesgo de una vida de gran Pecado y Desmesura como el autor de la Biblia. No se trata de un desliz moralista, más o menos superficial, sino del estallido de la gran violencia del hombre que, en línea de dominación y deseo de poderlo todo, puede destruirse a sí mismo.

Siga leyendo quien quiera volver a la Biblia... Al final del relato le espera otra vez el cuadro de Siqueiros. buen día a todos.

Gen 6-7. Destruir la tierra: el riesgo del diluvio

Pasamos por alto Gen 5, con una lista de patriarcas primigenios, para ocuparnos del riesgo de la destrucción humana (diluvio), y de la necesidad de crear una cultura vida, pues el tipo de economía y relación social que estamos desarrollando puede conducirnos a un nuevo “diluvio”, como ha destacado el Papa Francisco (Laudato si, 2015). Quizá no exista en la Biblia (ni en la humanidad) un símbolo que exprese mejor la situación de amenaza en que actualmente vivimos:

En aquel tiempo, cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, les nacieron hijas; y los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran bellas y tomaron de entre todas las mujeres que desearon... En aquellos días había gigantes en la tierra, y aun después, cuando se unieron los hijos de Dios con las hijas de los hombres y les nacieron hijos. Ellos eran los héroes que desde la antigüedad fueron hombres de renombre. Yahvé vio que la maldad del hombre era mucha en la tierra, y que toda tendencia de los pensamientos de su corazón se dirigía siempre hacia el mal. Entonces Yahvé se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. Y dijo Yahvé: «Arrasaré de la faz de la tierra los seres que he creado, desde el hombre hasta el ganado, los reptiles y las aves del cielo; porque lamento haberlos hecho» (Gen 6, 1-7) .

Este pasaje desarrolla el tema de la perversión universal, que se extiende sobre el mundo, por la injusticia humana (violación de mujeres, saqueo de los bienes de la tierra: cf. 1 Henoc 8, 1), poniendo en riesgo la misma vida de la humanidad. El texto supone que en el fondo todos éramos (y somos) cainitas, hijos de Dios pervertidos por un pecado que empieza siendo violación sexual (de hijos de Dios o ángeles con mujeres) y se vuelve violencia militar (nacen los gigantes/guerreros), para culminar como quiebra que se impone por doquier, un tipo de potente des¬mesura (hamas: crimen o muerte, Gen 6, 13), que desemboca en el diluvio, la destrucción de la vida humana en el planeta.

1. Según Gen 6, el diluvio estalla por pecado de los hombres, no por violencia incontrolada de Dios o por invasión de ángeles perversos (como supone de 1 Henoc). El pecado de Adán-Eva y Caín-Lamek ha crecido de tal forma que amenaza la vida del planeta, de manera que los hombres caen en manos de su propio talión an¬tropológico (y cósmico), cumpliéndose aquello que Dios había anunciado en Gen 2, 17: «El día en que comas del árbol... ciertamente morirás».

‒ La raíz del pecado-diluvio es un tipo de ruptura sexual, que se convierte violación o posesión del hombre sobre el hombre. Los «hijos de Dios» miran a las hijas de los hombres y quieren poseerlas, como dinero que ellos pueden emplear a su servicio, y así «toman» de entre ellas las que quieren, como posesión particular, sin limitar su poder y su apetito. La vida de los hombres (y en especial de las mujeres) que era signo de Dios se ha vuelto objeto de deseo para los más fuertes, como un “capital” que ellos pueden amontonar. En este contexto habla la Biblia de un des-astre, como si la misma estructura del cielo astral se hubiera dislocado por las aguas del diluvio.

‒ El resultado es la violencia militar. De la violación de las mujeres, que no son ya portadoras (receptoras y dadoras) de amor, sino víctimas de un deseo de posesión (dinero discutido entre varones), nacieron y nacen los guerreros, a quienes el texto llama gigantes (nephilim), profesionales de la muerte. El Génesis no habla de ángeles perversos, como 1 Henoc, sino de unos hombres violentos, que vinculan el pecado sexual con el social, poniendo así en riesgo la vida del mundo. No es un pecado de «seres humanos» en general, sino de varones violadores y guerreros, de forma que ellos, y los gigantes nacidos de su violencia (violación de mujeres) se vuelven portadores de muerte, representantes de un tipo de economía militar asesina.

De esa forma se ha quebrado el orden afectivo y social de la familia, con la perversión de varones y mujeres, a causa de los ángeles caídos, y se ha pervertido el orden de la humanidad con la lucha de todos contra todos, de manea que opresión toma dimensiones cósmicas y planetarias, pues intervinieron en ella no sólo hombres y ángeles/demonios, sino los mismos arkhontes o espíritus de los siete grandes astros que definen (y debían defender) el orden de los cielos. De esa forma, en un contexto mítico, el texto supone que la estabilidad y vida de la tierra depende de hecho de la acción (y perversión) de los hombres.

Ciertamente, el hombre bíblico no sabía establecer como actualmente una conexión lógica (científica) entre acción humana y muerte del planeta, pero conocía su existencia y de esa forma la expresaba de una forma que sigue siendo insuperable. El hombre bíblico sabía que el pecado (la perversión social) lleva a la muerte, y así lo mostró describiendo el diluvio universal:

Al convertirse en objeto de deseo y posesión, la misma tierra se inunda de agua mala y se destruye. Ciertamente, esa perversión podría haberse presentado también como un incendio provocado por estallido o caída de los astros (en la línea de lo que hoy llamaríamos calentamiento global), pero el texto ha insistido más bien en un diluvio, interpretado como destrucción ecológica, que viene de un tipo de un pecado muy intenso. Dios había dado a los hombres la tierra, para que la hicieran habitable. Pero ellos, inyectando en ella su violencia, han destruido su equilibrio, como indica el signo del diluvio .

2. Relato bíblico. Principios (Gen 6-8).

Para expresar la inundación de violencia que se expande sobre el mundo, amenazando destruirlo todo, el mismo texto bíblico abandona en parte su lenguaje de parábola sencilla de tipo antropológico y se atreve a utilizar un estilo más cercano al mito, diciendo así lo humanamente indecible, a fin de trazar la misericordia de Dios, el nuevo nacimiento de los hombres. Por eso ha destacado el pecado de unos hijos de Dios, que en el mito original eran espíritus celestes, violadores de mujeres, que corrompen la tierra con su dominio destructor, que pasa del plano familiar (violación sexual) al social (guerra de todos) al cósmico (polución de la tierra).

La acción positiva de Dios que envía su diluvio para aniquilar a los vivientes aparece así como efecto del gran pecado humano.

(a) En perspectiva antropológica, ella depende del pecado de los hombres, que lleva conduce a la muerte (3, 17: “si coméis del fruto malo moriréis”).

(b) En perspectiva teológica, se muestra como castigo de Dios. Esos dos planos se implican, cada uno es verdadero en un nivel, pues lo que en un sentido es destrucción humana puede presentarse en otro (desde una perspectiva teísta) como abandono y/o castigo de Dios. Entendido así, el diluvio no es un acto positivo de Dios, sino expresión de su misma gracia, pues él ha querido respetar nuestra libertad y dejarnos en manos de nuestra misma muerte (cf. Gen 1, 6-10).

‒ Diluvio, destrucción humana. En una línea, todo sucede como si Dios no hiciera nada, de tal forma que la misma acción perversa de los hombres se propaga como peste y aniquila todo, en inundación de pura violencia, conforme a un claro talión intramundano: el hombre destruye la naturaleza, la naturaleza enloquecida mata al hombre. De manera lógica, allí donde se pervierte, el hombre pone en riesgo la misma vida del mundo, en una línea que desemboca en el Mammón de Mt 6, 24 .

‒ Comienzo de salvación. Lo natural hubiera sido el caos permanente, el retorno de los hombres a la muerte del principio. Pues bien, en ese contexto, la novedad está en que Dios haya tenido compasión de Noe (que eso significa el nombre), enseñándole a construir un arca (tebah) o casa flotante donde los hombres y animales puedan superar la destrucción, haciendo así la travesía del diluvio. Los hombres que han tenido bajo su cuidado a los animales tienen ahora que salvarles en el arca, que aparece así como un paradigma ecológico, de solidaridad y salvación universal Una humanidad que sólo quisiera salvarse a sí misma se destruiría .

El mundo se encuentra actualmente amenazado por obra de un tipo capitalismo dominador y egoísta que utiliza todo y que puede destruirlo todo, de manera que desde ese fondo podemos entender mejor este relato de la Biblia. Hoy sabemos que la energía y vida del mundo no es infinita, que son limitados los recursos de la tierra y que, manipulando o pervirtiendo de un modo egoísta los elementos del mundo (calentamiento global, polución del agua), nos destruimos a nosotros mismos y viceversa. Eso significa que podemos perecer con nuestra perversión, arruinando así nuestra morada, la casa en que habitamos, pues nosotros mismos somos culpables del diluvio que puede estallar muy pronto.

Este pecado no es sólo una actitud interior sino un hecho social (expresado en la violencia que lleva al asesinato) y un riesgo cósmico que nace de una economía al servicio de la opresión social y de la degradación del mundo. En aquel primer diluvio simbólico, Noé y sus parientes pudieron construir un arca, como un barco de refugio, para superar la crisis. Siguiendo en esa línea deberíamos construir hoy un arca universal, para todos los vivientes, a través de un cambio económico y cultural. O salvamos el mundo entero o nos acabaremos destruyendo a nosotros mismos .

El texto supone que podríamos (deberíamos) haber convertido nuestra casa en bendición. Pero, en contra de eso, el gran deseo de posesión sexual y económica (un tipo de capitalismo consecuente), puede llevarnos a un enfrentamiento mutuo y a un dominio dictatorial de la tierra, que termina en la contaminación/destrucción de la misma vida y en la aniquilación de la humanidad completa. Es como si convirtiéramos nuestros ángeles (símbolo de protección y cuidado) en demonios, de los que proceden unos “seres enormes” (gigantes), hijos de un cruce entre hombres y “satanes”, híbridos deformes, ansiosos de violencia que destruyen y consumen los bienes del mundo:

«Agotaban todo el producto de la tierra, comían a los hombres», igual que a los restantes animales, y bebían su sangre (1 Hen 7, 3-6).

El relato de fondo de Gen 6-7 interpreta el diluvio como consecuencia de un deseo perverso de tener (comer) y de poder (dominar) todo, en una línea que hoy podemos entender mejor, desde un capitalismo y un proceso técnico/industrial que puede destruirlo todo, como seguiremos viendo .

b. Pero Noé halló gracia… Sacrificio, un tema económico (Gen 6,8-9, 29)

Pero el centro del relato no es el pecado de los gigantes perversos que devoran la comida de los hombres, sino la gracia de Dios y el perdón que se expresa a través de Noe, cuyo mismo nombre evoca popularmente gracia o misericordia. «Entonces Yahvé se arrepintió de haber creado al hombre... Pero Noe (Noah) halló gracia (hen) ante el Señor» (Gen 6, 8) . La Biblia no se ocupa del diluvio como acontecimiento de la naturaleza (tema bien conocido en el entorno), sino del pecado de los hombres (que conduce a la destrucción de la tierra) y, sobre todo, de la revelación más alta de la misericordia de Dios, que se eleva sobre la destrucción humana, abriendo así un nuevo camino de salvación. En esa línea ha puesto de relieve el riesgo de la humanidad que ha corrido (y corre) el riesgo de destruirse por violencia sexual (violación), militar (guerra) y económica, mostrando por encima de eso la misericordia superior de Dios, que encuentra un camino de salvación para los hombres.

Conforme a una lógica de talión (retribución estricta), deberíamos haber terminado, anegados por la fuerte violencia de un diluvio que nos retorna al caos, destruyendo todo lo que existe (cf. Sal 29; Gen 1,1; Is 51). Pero Dios perdonó a Noé, comenzando con él una nueva historia de vida, de manera que somos supervivientes de una gran catástrofe, de manera que seguimos existiendo por misericordia de Dios, a pesar de nuestra violencia. De esa forma hemos superado (debemos superar) el diluvio, saliendo del arca, donde Noé y su familia se habían refugiado. A partir de aquí sigue el texto:

Entonces dijo Dios a Noé: Sal del arca con tus hijos, tu mujer y tus nueras; todos los seres vivientes que estaban contigo… Salió pues Noé y construyó un altar para Dios…; tomó animales y aves de toda especie pura y los ofreció en holocausto sobre el altar… Y Dios olió el aroma que aplaca y se dijo: No volveré a maldecir la tierra a causa del hombre… Mientras dure la tierra no han de faltar siembra y cosecha, frío y calor, verano e invierno, día y noche.
Y Dios bendijo a Noé y a sus hijos diciéndoles: Creced, multiplicaos y llenad la tierra... Todo lo que vive y se mueve os servirá de alimento, os lo entrego lo mismo que los vegetales. Pero no comáis carne con sangre, que es su vida... Pediré cuentas de vuestra sangre… y al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano. Si uno derrama la sangre de un hombre, otro hombre derramará la suya, porque Dios hizo al hombre a su imagen. Vosotros creced y multiplicaos, moveos por la tierra y dominadla… y yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañan: aves, ganado y fieras… Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida. Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo como señal de mi pacto con la tierra... (cf. Gen 8, 15‒9, 13)


Éste pasaje define nuestra vida en el mundo. No trata de aquello que debería existir en un orden ideal, sino de aquello que existe de hecho, en una tierra liberada del diluvio, donde el hombre debe vivir con gran cuidado, no sea que irrumpa, ya sin remedio, la hora de la muerte. En el principio se decía que Dios había hecho todas las cosas «buenas», como iba repitiendo Gen 1, hasta afirmar que el hombre era «muy bueno» (Gen 1, 31).

Pues bien, tras el diluvio se dice que el hombre tiene un corazón pervertido, desde su juventud (Gen 8, 21), de manera que el mismo Dios ha de guiarle para que limite la violencia, de manera que no sobrevenga una nueva destrucción de la tierra, que sería ya definitiva. Ésta es la tarea que Dios va marcando el camino de la Biblia, hasta el día de hoy, en un tiempo en el que corremos el riesgo de aniquilar la vida, como ha puesto de relieve el Papa Francisco (Laudato si, 2015), destacando algunos rasgos que parecen recogidos del edicto de Jerusalén (Hch 15) .

1. Limitación de la violencia. A los liberados del primer diluvio, les pidió Dios "que no comieran sangre" (Gen 9, 4), es decir, que no vivieran de violencia (del deseo de matar a otros vivientes). Ellos, los hombres que han salido del diluvio parecían deseosos de comer sangre, de adueñarse de la vida de los otros animales y vivientes. Este sigue siendo nuestro pecado, y para superarlo la Biblia original quiso hacernos vegetarianos (Gen 1-2). Pero esa opción es ya imposible, de manera que la Biblia real, que empieza tras el diluvio, en Gen 8, no ha podido prohibir la comida de carne (cerrando de raíz nuestra violencia), pero exige que superemos la agresividad de fondo, "no comiendo/bebiendo sangre" .

2. Protección de la vida humana (Gen 9,5). La nueva ley permite matar animales, con tal de respetar (no comer) su sangre (no querer hacernos dueños de su vida). Pues bien, esa misma ley que permite matar animales, con cierta mesura, prohíbe categóricamente matar hombres, "porque Dios les hizo a su imagen” (tselem: 1,26-27). El hombre es representante (presencia) de Dios, el capital supremo. Por eso, él ha puesto en torno suyo una muralla que impide matarle, añadiendo: "A quien derrame la sangre de un hombre (varón o mujer) otro derramará la suya" (Gen 9, 6a).

3. En este contexto se justifican (legalizan) los sacrificios, con muerte de animales, como ofrendas de vida elevadas a Dios. El tema aparecía ya, sin preparación alguna, en el relato de Caín y Abel, donde se decía que a Dios le agradó el sacrificio de Abel (con grasa de animales quemados en su honor). Pues bien, este nuevo relato de Noé, tras el estallido de violencia del diluvio, parece ratificar el valor del sacrificio de animales que agradan/aplacan a Dios (Gen 8, 15-22).

Entendidos de esa forma, los animales sacrificados constituyen el primer capital del hombre, como un don suyo ante Dios, que los acepta con satisfacción (como aroma que aplaca: Gen 8, 21). (a) el Dios postdiluviano asume el sacrificio de Noé, en la línea de Abel. De esta forma, la misma religión nos sitúa ante el poder de la violencia, vinculada a Dios, a quien han de ofrecerse sacrificios animales, que pueden comerse, pero sin su sangre.

Ellos constituyen la riqueza de los hombres, pero también su límite: Se deben sacrificar animales, no se pueden matar hombres. Antes, al principio de la creación (Gen 1-2), toda vida animal era sagrada, no podía ser sacrificada. Tras la violencia del diluvio, Dios permite que los hombres maten y coman animales sacrificados, pero sabiendo que ese mismo gesto tiene un límite: No se puede beber sangre, no se puede matar hombres!

El Dios de Noé, que ha superado el diluvio, regula la violencia humana a través de sacrificios, entendidos como signos de moderación, pues hay algo que no se puede comprar ni vender, más allá de todo mercado: La sangre de la vida, la vida de los hombres. El único absoluto es Dios y desde Dios la vida universal (la sangre), y la de cada ser humano, a quien no se puede matar.

‒ Dios quiere que los hombres vivan, y como signo de gracia les ofrece el arco iris, comprometiéndose a mantener el ciclo de la vegetación (siembra y cosecha, frío y calor, lluvia y tiempo seco, invierno y verano) y el orden de los astros. Este Dios vive en el límite de la violencia pues “aspira el aroma de la grasa que Noé le ofrece en el altar de los sacrificios”, en gesto que la Biblia interpreta como principio de todos los rituales sagrados (Gen 8, 20-21). Al principio no había sacrificios, pues toda vida era don. Pero después se han hecho necesario, como un don que regula y supera la violencia.

‒ Quizá se puede añadir que el sacrificio calma a Dios (refrena su ira) porque calma a los hombres, pero no a través de una violencia, sino todo lo contrario: por superación de la violencia incontrolada. Esta es la ley básica y en el fondo la única del pacto de Noé, que se concreta en dos gestos: (a) Se pueden matar y comer animales, pero sabiendo ese gesto es peligroso (no se puede beber su sangre). (b) No se pueden matar seres humanos pues "si uno derrama la sangre de un hombre otro derramará la suya", creando una espiral de violencia (Gen 9, 6).

El Dios de Noé sabe que la vida es dura y que los hombres corren el riesgo de matarse, a no ser que se imponga una ley moderadora, fundada en la voluntad de Dios. En esa línea debemos añadir que todo lo que mata a otros hombres es perverso, no sólo la espada, sino el hambre de una economía injusta, como puede deducirse de Gen 2, 17: “No comerás del árbol del bien y del mal”. Éste es el imperativo originario, anterior a los mandamientos del decálogo y a todas las instituciones económicas y sociales, en contra de un tipo de economía neo-capitalista que busca el provecho y despliegue del dinero, a costa de la vida de miles de personas .

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