Dom 24.9.17. Del salario justo a la superación del sistema salarial

La parábola de este domingo, propia de Mateo, nos sitúa ante uno de los temas centrales de la historia, el tema quizá más trascendente y escandalosos (¡novedosos!) de la experiencia cristiana:

El paso de un sistema de retribución salarial, que se formula y establece según ley (¡te pagaré lo que sea justo: to dikaion, Mt 20, 5), según los méritos y aportaciones de cada uno, dentro de un mercado de trabajo, a un modelo de gratuidad y comunicación personal, donde el “amor” (señor de casa) da a los últimos, igual que a los primeros, gratuitamente, porque es bueno (agathos: Mt 20, 15).

En uno y otro caso, lo justo y bueno, igual para todos, es un denario (20, 2.13), lo que necesita cada uno para vivir, él y su familia, con independencia de lo que realice, sea Rey de España, Arzobispo de Toledo, extranjero de Vallecas o parado del Rio Grande de USA.

Evidentemente, este modelo irrita al “personal” más concienciado, que se cree con méritos para recibir mayor salario, porque ha trabajado más horas, porque está más preparado (es ingeniero y no peón de construcción).

Irrita sobre todo en este tiempo en que las diferencias salariales se han disparado casi del uno al mil en ciertos sectores, un modelo donde el ministro gana más que el ordenanza, y el banquero infinitamente más que el guardavías o el parado de la esquina (sin contar las tarjetas negras, ahora se dicen black), los incentivos y lo que cada uno puede apañarse desde el lugar en que se encuentre.

Éste es un pasaje en el que vengo pensando desde toda la vida. Creo que viene de Jesús, sólo él pudo decirlo así, con esa dureza y ternura. Ha sido, sin duda, el centro del mensaje de Jesús, el paso de la ley salarial que distingue a judíos de gentiles, a la experiencia de la fe y gratuidad de su Abba, Padre. Ésta ha sido finalmente la clave del evangelio de Mateo, en su disputa con un tipo de judeo-cristianos que apelaban a su derecho a un salario mayor.


(Así he pensado que el San Mateo de C. Rusconi, de la portada del libro del que tomo estas reflexiones, que está que se sale de su marco, en la Catedral de Roma, está mirando admirado lo que él mismo ha escrito en su evangelio… como queriendo fijar bien el sentido de esta parábola, y quizá marcharse a la calle para explicarla a los romanos).

En esa línea, me ha parecido genial que mi colega, el prof. J. L. Sicre (en Religión Adulta y en RD), haya retomado un viejo y castizo (bíblico) adjetivo (terrateniente cab.) para llamar a ese patrono, que al fin del día paga igual a todos, el denario de la vida.

Ciertamente, es un “cabrón divino” (el tema es de Lev 16) este “amo” que sabe bien que los trabajos han sido distintos en la viña, tanto por el tiempo (uno ha estado allí todo el día, otro sólo media hora), como por la “dignidad” (uno ha sido Director general de las Viñas del Reino, ministro de Vinos y otro un simple “botillero”, encargado de llevar agua fresca a los siguen sudando cepa a cepa)... Éste es el terrateniente divino, que nos ofrece un campo de gratuidad para ser, para amar, para esperar... sabiendo que al fin y en fondo todo es graciaq.

Eso es el amo, alguien que nos quiere hacer pasar del sistema salarial corrupto de este tiempo (con diferencias de uno a mil, al menos) al orden gratuito de la vida humana, donde trabajar es un gozo (cada uno según sus posibilidades) y cobrar una gracia (a cada uno según sus necesidades)… Esto lo han sabido y saben muchas tribus antiguas, más sabias que nuestras megápolis, lo saben millones de familias y grupos religiosos en los que se comparte en amor trabajo y “sueldo…”. Lo han sabido los grandes socialistas utópicos del siglo XIX. Quizá a la doctrina oficial de cierta Iglesia Católica, con ciertos catecismos de méritos, a un tipo de DSI le ha costado saberlo. Pero es el centro del evangelio.

Una parábola molesta y esperanzada

Mt 20 1 El Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que al amanecer (=hora de prima) salió a contratar jornaleros para su viña. 2 Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. 3 Salió otra vez a media mañana (=hora de tercia), vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, 4 y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. 5 Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde (=hora de sexta, hora de nona) e hizo lo mismo. 6 Salió al caer la tarde (=hora undécima) y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? 7 Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña.

8 Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al administrador: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. 9 Vinieron los del atardecer (hora undécima) y recibieron un denario cada uno. 10 Cuando llegaron los primeros pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. 11 Y recibiendo (el denario) se pusieron a protestar contra el amo, diciendo: 12 Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor. 13 Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario?
14 Toma lo tuyo y vete. Yo quiero darle a este último igual que a ti. 15 ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? 16 Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.


((Además de comentarios a Mateo, y en especial al mío del que tomo estas reflexiones, cf. D. Aleixandre, Mujeres de la hora undécima, Sal Terrae, Santander 1991; J. D. Derrett, Workers in the Vineyard: A Parable of Jesus: JJS 25 (1974) 64-91; A. Orbe, Parábolas evangélicas en San Ireneo I, BAC, Madrid 1972, 411-460; G. de Ru, Conception of Reward in the Teaching of Jesus: NT 8 (1966) 202-222; M. Theobald, Die Arbeiter im Weinberg (Mt 20,1- 16), en D. Mieth (ed.), Christliche Sozialethik im Anspruch der Zukunft: SThE 41 (1992) 107-127)).


Esta parábola condena de raíz el sistema salarial establecido (que un tipo de Iglesia ha defendido) por siglos, mandando sin más (¡a menudo!) al infierno a los “malos”, poco trabajadores, y al cielo a los ganan méritos sin más referencia a la gracia), el sistema de sueldo por tiempo y dignidad del trabajo de un tipo de sociedad salarial… pues esta Gran Amo de la Parábola concede por gracia, al final, a cada uno un mismo “denario”, pasando así de un sistema salarial que debería ser “justo” (¡claro!) al gozo gratuito de la colaboración en el trabajo y en la vida.

Estamos tan acostumbrados a leer esta “parábola” que no nos damos cuenta de su pólvora explosiva, y así la espiritualizamos diciendo que ella vale para salarios místicos del alma… Pero no, aquí no se habla de salarios del alma, en el mal sentido de la palabra, sino de jornales o salarios reales por trabajos en la “viña”, bajo el sol duro de un otoño largo. En esta parábola de la viña de Dios entran todos, desde el Rey de España al Papa, desde el primer ministro de Barcelona o Madrid al mozo de caballos y al gitano, al emigrante y al enferma… A todos un mismo “denario”: El sueldo de la vida.

Estamos ante un modelo tribal de trabajos y pagas comunes, ante los programas del socialismo utópico del siglo XIX: Cada uno según sus posibilidades… y a cada uno según sus necesidades propias y de familia (que eso es un denario). Esto se parece al salario social asegurado para cada uno de los hombres y familias, trabaje o no trabaje, el sueldo “de caridad parroquial” de los pobres de Inglaterra, en el siglo XVIII (o la pensión no contributiva de todos los que viven sin trabajar, o sin haber cotizado, como es mi caso). A todos lo mismo, algo así como unos “mil euros al mes”, en España, pues eso sería un ¿qué os parece? (Para un estudio económico del tema recomiendo el libro clave de L. Polanyi, La Gran Transformación, 1944, el texto de economía del siglo XX más importante que conozco).

Este es un tema discutido, como muestran dos titulares de la prensa española de ayer (21.9.217):

̶ El PP se opone a la renta mínima de los sindicatos y pide crear un grupo de trabajo… Esa renta mínima sería el “denario” que el Amo de la parábola ofrece a todos… Ciertamente, el PP de España piensa que un tipo de renta mínima crea “vagos” y que los incentivos salariales salariales (quizá con tarjetas negras) son importantes para que la gente trabaje…

̶ La Comisión de la Cortes de España ha aprobado un aumento salarial sustantivo para los “cortesanos” (diputados, senadores…) por el duro trabajo que realizan… Evidentemente, los aumentos salariales de ejecutivos de la Banca suben por encima de los cielos, en esta viña financiera que se está inventando a sí misma.

Aquí empieza el escándalo del “terrateniente cab.”, que decía J. L. Sicre… que es amigo de la humanidad, un padre bueno, que pide a todos que trabajen según sus posibilidades y que al fin les ofrece el salario que responda a sus necesidades, un mismo denario a cada uno (es decir, el pan “nuestro” de cada día, lo que necesita cada uno en su familia para comer y dormir y gozar de lo gratuito…).

¿No estará loco este Amo de la viña, según la parábola?

La parábola plantea no sólo un tema de trabajo, sino una experiencia y tarea de gratuidad, desde la perspectiva de los últimos (los pobres y gentiles…) a quienes el “dueño de la casa” gratifica igual que a los primeros (que han trabajado intensamente). Según eso, la parábola propone un mismo salario de gracia para todos, no un “sueldo de ley” por lo trabajado, sino ofrecimiento gratuito de vida, en gesto de igualdad y fraternidad, algo que puede ser escandalosa para algunos, pero lleno de esperanza para otros y en el fondo para todos.

Pero ¿no estará loco este Amo? ¿O no estaremos locos nosotros, los que nos hemos empeñado en promover un sistema salarial de escándalo, que distingue entre países y clases sociales, entre grupos y grupos, con diferencia “normales” de uno a mil? . Ciertamente, la parábola es ingenua, como son ingenuas las cosas y palabras profundas. Pero vengamos ya a los temas más concretos:

La parábola empieza hablando de unos trabajadores en paro a quienes el dueño de casa (oikodespotes, que es en el fondo Dios, que es la vida, ha contratado como trabajadores en su viña (un tema clave que volverá en Mt 21,33-41), para terminar poniendo de relieve la protesta de aquellos que piensan que el dueño ha sido injusto, pues ha pagado a los últimos igual que a los primeros. En esa línea, el texto habla de cinco grupos de contratados: al amanecer, a la hora tercia, sexta, nona, y finalmente a la caída de la tarde.

Pues bien, al final de la parábola, solo parecen importar dos grupos: Los que han comenzado a trabajar desde el amanecer (hora de prima), que pueden ser judíos observantes…, y los que han sido llamados al final de la tarde (=hora undécima, a eso de las nueve), cuando sólo quedaban breves momentos de faena.

Aquí empieza el escándalo:

En contra de las normas laborales (y de lo que parece prometer al principio el Amo: Os daré lo justo….), todos reciben al fin el mismo jornal: Un denario; no importa lo que hayan trabajado, sino lo que necesitan para vivir: ¡un denario, lo justo vivir una familia, día a día, según el Padrenuestro (¡danos hoy nuestro pan cotidiano…), un sueldo social asegurado, tanto para “Messi” futbolista como para el recogepelotas de barrio de Rosario por donde andaba yo hace un mes). Lógicamente, al ver que los últimos cobraban igual que ellos, los primeros protestan, pues, conforme a las normas laborales, deberían haber recibido un jornal más grande.

En un nivel parabólico, los de primera hora parecen ser judíos, que han estado trabajando en la viña desde muy antiguo, y que tienen envidia (se sienten injustamente tratados) porque el dueño de casa les paga igual que a los que sólo han trabajado una hora (el jornal de un día, un denario). Éstos son los jefes de empresa, los gobernadores de bancos centrales, los ministros de Su Majestad.

Cerramos los ojos y decimos que no puede ser… Pero pensemos mejor: ¡No sólo puede sino que debe ser! Parece vergüenza que un tipo de iglesia no se haya dado cuenta de que el modelo salarial por clases y convenios, con el robo legalizado de los que están más allá del “catálogo” de salarios (jefes y jefecillos de cualquier escalón), es algo que va en contra de la dignidad humana. Pues la dignidad y gratuidad consiste en dos cosas:

̶ que cada uno aporte lo que pueda y sepa, por gozo de aportar, por estímulo de ser y de vivir en comunión con los demás;
̶ que cada uno reciba según sus necesidades (un denario), para gozo propio y de su familia, en una viña que da para todos.

El salario es más que salario

Pero esta parábola nos lleva más allá del plano salarial (de la sal que se daba a los soldados para condimentar la carne o sopa de su rancho…), haciéndonos ver que todo lo que viene de Dios (=de la vida)es un regalo, un don gratuito, de manera que el trabajo de los hombres y mujeres al servicio de la casa, en la familia y campo, ha de hacerse gratuitamente (conforme al pasaje anterior de Mt 19, 29-30).

El evangelio de Mateo empieza asumiendo el sistema salarial, pero a fin superarlo, en una línea que había destacado poderosamente Pablo, cuando interpretaba la experiencia mesiánica como puro don de Dios. El salario pertenece a un plano de ley que distingue a fuertes de débiles, un modelo de competencia y lucha donde al más fuerte consigue más trozo de pastel que el pobre.

Pero hay un universal de vida más allá del sistema del salario… Un universo de gratuidad, según el cual cada uno trabajo por expresar sus dones, por compartir con los demás su habilidad, por el gozo de vivir y compartir… No se trabaja por salario, sino por gracia, como la madre hace por el hijo, como el amigo por el amigo. Al superar ese trabajo por salario… se supera igualmente la diferencia de salario según trabajos, pues a cada uno se le ofrece lo necesario para su familia, un denario.

Ciertamente, se dirá que un “denario” de judío no es igual que un denario de musulmán, un denario de banquero o ministro no es lo mismo que un denario de limpiabotas de la calle del río… Y se dirá que un trabajo serio no es igual que pequeño ratito de faena de holgazán… Ciertamente, y aquí empieza la educación de la parábola: Educación para que cada uno aporte lo que sabe y puede… educación para que cada uno goce con su denario.
Diferencia de salario, igualdad de humano. Más allá del sistema salarial

‒ Los últimos son los primeros (Mt 20, 16). En un sentido nadie tiene ventaja sobre nadie. Pero en otro sentido Mateo ha destacado la importancia de los niños y pequeños (Mt 18, 1-14; 19, 13-14) y de aquellos que lo dejan y dan todo a los pobres. En esa línea se dice que los últimos (los que no se reservan nada) serán los primeros, sentencia con la que empezaba también esta parábola (19, 30), que es una crítica contra los que presumen de mérito ante Dios.

‒ Esta parábola va en contra de una iglesia establecida (de tipo quizá judeo-cristiano), que se opone a que las nuevas iglesias (de paganos o judeo-cristianos con paganos) tengan sus mismos derechos y su misma libertad mesiánica, como si siglos de buen judaísmo no les hubieran dado ninguna ventaja. En contra de eso, el Jesús de Mateo, que ha defendido la autoridad de los niños y pequeños, defiende aquí el derecho y rectitud cristiana de los “trabajadores de la última hora”, que serían, en general, los pagano-cristianos.

((Algunas aplicaciones

̶ Leída desde la actualidad, esta parábola puede entenderse como crítica contra creyentes o comunidades que se piensan superiores, con más méritos que otros.

̶ Ella eleva también su crítica contra una Iglesia que parece haberse convertido en una sociedad muy jerarquizada, con trabajos y méritos particulares, conforme a una cuidadosísima meritocracia, que puede llamarse cristiana, pero que va en contra del ABC de Jesús de Nazaret.

̶ Esta parábola va en contra de un sistema salarial del mundo capitalista que divide y oprime a los hombres… porque son los hombres para los salarios (para el capital) y no los salarios para los hombres, pues al fin y al cabo lo que importa son los hombres.

̶ Ciertamente, la aplicación social y económica del tema no es fácil, no sólo por la complejidad del sistema económica, sino porque un sistema de “igualdad salarial” para todos puede fundar un mundo de vagos, como sabía ya Polanyi… Pero el tema está ahí, como un inmenso reto…

̶ Esta parábola es ante todo una llamada a la Iglesia, que en este campo (incluida la DSI) parece haberse olvidado de Jesús y su evangelio y ha trazado unos sistemas de “buena justicia”, pero sólo de justicia salarial, sin atreverse a trazar un camino que va más allá del sistema salarial... una iglesia que ha creado un genial y sofisticado (pero poco cristiano) sistema de castas y trabajos eclesiales, con méritos, ascensos y remuneraciones especiales (incluso con canonizaciones exprés a sus funcionarios).

̶ Esta parábola es una llamada a la transformación de toda la teología (o al menos de casi toda…) que no se ha enterado de cambio radical del Dios de Jesús, que pasa de lo que es justo (principio de la parábola) al “yo soy bueno” del final, un Dios bueno, que supera el nivel de los méritos y trabajas, de las pagas y las remuneraciones extra a la pura gratuidad, empezando por los últimos

Una reflexión final.


El mercado salarial (en línea de talión) mide la recompensa por las horas y calidad del trabajo realizado (según quién y dónde lo realice). En contra de eso, esta parábola supone que salario es gracia, un denario, esto es, aquello que cada uno puede recibir, en línea de gratuidad. De esa manera se supera la distinción por origen y por “calidad” de unos y otros (judíos y gentiles; de primera y última hora, blancos y negros, nacionales y extranjeros).

Eso significa que la división laboral (la diversidad de los trabajos) no es para ganar menos o más, sino para que cada uno exprese y realice lo que sabe y lo que puede, al servicio de los demás, de forma que todos reciban lo mismo, un “denario”, que es, como vengo diciendo, el equivalente al pan nuestro de cada día (cf. Padrenuestro: Mt 6, 11). Los trabajadores de la primera hora han calculado el jornal en términos de salario de mercado; pero, con gran escándalo, el amo paga a todos el mismo jornal: un denario.

El denario, que ha empezado siendo un dinero material, viene a convertirse en signo de gratuidad. Es una expresión de don de Dios su gracia soberana, en clave de salvación. Hemos pasado del nivel de la obras de la ley al de la gracia (por utilizar una terminología paulina). Más allá de los cálculos y pagas, Jesús ha revelado el más hondo principio de la gracia que iguala en amor (en promesa de salvación) a todos los humanos.

Ese salario no es igual para cada uno, en un sentido material, sino que responde a la necesidad y capacidad de acogida de cada uno. Según eso, no debe trabajarse para ganar más, sino para expresar el don de Dios y compartirlo, sabiendo al fin que cada uno ha de recibir lo que necesita. De esa manera, este pasaje eleva una crítica frontal contra un sistema salarial de tipo capitalista, que se mide por el mercado del capital y no por el valor de cada uno
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