F. Ebner: Honradez ante la vida (Julio Puente)

El pasado 15, publicó RD una extensa y razonada presentación del J, Puente sobre su libro F. Ebner, un paso adelante). Pero se trata de personaje (F. Ebner) y de un autor (J. Puente) de tal envergadura que bien merece otra entrada en RD

Un persona,
Ferdinand Ebner
,cuya vida y obra se puede resumir de esa manera: Honradez ante la vida. Ante la vida como es, con su complejidad, con su gozo y su dolor, con su exigencia de justicia, por encima de todos los principio, de todas las iglesias, de todas la teorías.

Un autor,
Julio Puente López (nacido en un pueblo de Burgos,1943), especialista en literatura comparada y teología moral,
que había escrito ya un libro clásico (Ferdinand Ebner. Testigo de la luz y profeta, Madrid 2008), y que ahora vuelve con profundidad sobre el tema.

Julio es, además, un inmenso conocedor del pensamiento del siglo XX, y así pedí su ayuda generosa para varias entradas de mi Diccionario de Pensadores Cristianos (VD, Estella 2010), en especial para la de F. Ebner, que presentaré al final de este largo trabajo sobre la "honradez ante la vida".



Julio ha sido profesor de moral en una centro superior de estudios teológicos, y de lengua y literatura inglesa en varios IES. Pocos autores conozco que interpreten con su honestidad la marcha de la sociedad y de la iglesia en este comienzo del siglo XX.

Su enseñanza de moral y de lengua y literatura le han permitido entender y revivir no sólo la dinámica de la sociedad hispana, sino también de la alemana, francesa a iglesia, que conoce de primera mano. Es un europeo integral, hombre de gran sensibilidad, de amor honesto a la vida, es decir, a sí mismo y a los otros.

El libro de Puente trata de F. Ebner, pero no de Ebner por aislado, como fenómeno cultural y religiosos de principios del siglo XX, sino de su problemática de fondo en últimos cien años de la cultura europea y mundial. En un primer momento, este libro quería titularse Un paso adelante. De Ebner a Alepo, en los cien años que van de la primera Guerra (Batalla de Verdun, 1917) a la batalla y masacre de Alepo, en estos tres últimos años (en especial el 2017).



Gracias, Julio, por tu aportación, en estas vísperas de la Navidad. Tú nos ayuda a entender con F. Ebner el mundo en que nació Jesús,Hijo de Dios. Tú nos ayudas sobre todo a plantear el tema de la honestidad no sólo en la vida en general, sino en la iglesia.

No podemos ser "honrados con Dios" (honest to God) si es que no somos "honrados con la vida" (honest to life) en un plano personal y social, como nos dices de un modo magistral, en la línea de F. Ebner. Honradez significa aceptar la vida en su riqueza, sin pre-conceptos ni pre-dogmas, sin más principio que el de vivir intensamente en gesto de libertad y solidaridad

(Van algunas fotos de la vida, tierra y familia de Ebner,con la del nuevo libro de J.Puente. Gracias por ellas, Julio. No he podido introducir todas las que me has mandado, pero pienso que podrán ayudarnos a situar tu preciosa aportación).

Punto de partida

Fondo teórico. A J. Puente le ha interesado el pensamiento y vida de F. Ebner, de quien ha escrito con gran precisión un par de extensos libros académicos, mostrando su importancia como pensador cristiano (filósofo, analista cultural…), en los últimos cien años. La lectura de Ebner, con el conocimiento de su vida, nos capacita para situarnos mejor ante una sociedad y una iglesia que sigue anclada en los mismos temas, dificultades y complejos de hace un siglo, una sociedad y una iglesia que corre el riesgo de destruirse a sí misma, a no que quiera trazar un nuevo rumbo en línea de humanidad y reconciliación.

Aportación. Con Ebner en el fondo de la trama, Julio Puente nos enseña a mirar con ojos sorprendidos el camino y tarea de la iglesia, con inmenso amor y sensibilidad, hasta con ternura. Quien lea el libro verá que interesa la comunicación personal en libertad, la comunión de corazón y vida, en línea afectiva de encuentro personal, de reconocimiento del deseo, desde la perspectiva de las diversas orientaciones sexuales, siempre en respeto hacia la vida, en cuidado de los pobres, en reconocimiento personal.

Así lo mostraré en esta postal, que tiene dos partes. (a) La primera es una presentación de la figura y pensamiento de Ebner “a lo largo de cien años”, desde la perspectiva actual de la sociedad. (b) La segunda recoge la semblanza que J. Puente escribió para mi Diccionario de Pensadores Cristianos.Esta postal tiene, por tanto, dos finalidades.

(1) La de conocer mejor los retos del mundo en que vivimos, con la ayuda de F. Ebner, interpretado por J. Puente,desde una iglesia abierta a la nueva cultura mundial y en fidelidad al evangelio.

(2) La de conocer a F. Ebner, de la mano de J. Puente, retomando aquí la entrada que que él escribió para el Diccionario de Pensadores Cristianos.


(1) CIEN AÑOS CON F. EBNER, DE LA MANO DE JULIO PUENTE.

(Retomando los temas fundamentales de la introducción de J. Puente, Un paso adelante. Cien años con Ebner. Cristianismo, cultura y deseo, ACCI, Madrid 2017, págs. 19-36
este libro, pág 19-34)

La razón de este libro. Qué nos queda después de cien años


¿Por qué miramos de nuevo el panorama cultural europeo de hace cien años? Porque volver la vista a la crítica cultural y religiosa de Ebner en unmomento en el que se habla de la decadencia de la civilización occidental nos va a permitir no solo precisar mejor la aturaleza, el alcance y la validez de esa crítica en aquellos años, sino también examinar la autenticidad de los valores de nuestra cultura preguntándonos si no seguimos como en los años de la primera guerra mundial ignorando la respuesta a la problematicidad de nuestra existencia humana.

Nos preguntamos por tanto también por la validez de su crítica en nuestros días. ¿Qué vigencia tiene cien años después esa crítica cultural de Ebner? ¿Qué podemos aprovechar de su pensamiento para afrontar los retos del presente?

¿Cómo sobreviven la cultura y la civilización occidentales después de Verdun hasta llegar a la destrucción de Homs y de Alepo, hasta las guerras de Siria y de Afganistán, entre otras, en nuestros días? ¿Ha habido lugar para la poesía y el arte en medio de las tragedias humanas vividas a lo largo de estos años?

Grandes preguntas

¿Es compatible la fe cristiana con el tráfico de armas y el horror de la guerra? ¿Es compatible con la idolatría del dinero? ¿En qué sentido puede Ebner servirnos hoy de referente en el momento de analizar la autenticidad de los valores culturales y religiosos de nuestra época?

¿Realmente dan las iglesias testimonio del mensaje cristiano?
¿Somos en Occidente cristianos de verdad si apartamos nuestros ojos de la pobreza y del sufrimiento de los otros? ¿Qué sentido damos a nuestra vida?

¿Por qué se habla de crisis de nuestros valores y de decadencia? ¿Por qué sigue el negativismo sexual dominando la doctrina sexual de muchas confesiones religiosas? ¿Por qué muchos confunden en nuestra cultura el deseo, la afectividad y la sexualidad con el sometimiento del otro y el consumismo obsesivo del sexo?

Karl Marx tuvo los suficientes pensamientos sensatos como para que sus propuestas sigan retomándose una y otra vez como solución a los conflictos humanos. Pero su antropología no se ajusta con precisión a la naturaleza humana y sus ideas han estado históricamente en el origen de grandes catástrofes que se hace indispensable no volver a repetir.

Con razón escribió Hans Jonas que “es absolutamente necesario liberar del señuelo de la utopía la exigencia de la justicia, del bien y de la razón”. Esa exigencia ha de ser cumplida, pero sin pagar ningún precio desmedido como pretenden los
regímenes totalitarios “dispuestos a sacrificar los vivos en aras del porvenir. La amenaza del terrorismo yihadista que sacude los cimientos de Europa en el s. XXI, y que golpea, sin embargo, principalmente a poblaciones musulmanas de Oriente, nos obliga
también a preguntarnos cómo debemos enfrentarnos a ella. La solución a este problema no está solamente en los servicios de inteligencia y en los de las fuerzas de seguridad del Estado, que son esenciales.

Está también en el mundo de las ideas, de las doctrinas y de las convicciones. Está en la política, en la promoción en las sociedades musulmanas de la democracia, del pensamiento crítico y de la libertad de expresión. También en lograr para todos una vida con sentido en el justo reparto de los bienes de este mundo.

La religión, una excusa. El tema de la afectividad y (homo-)sexualidad

Y nos preguntamos cómo ha sido posible que una religión haya servido de excusa para tamaña sinrazón y locura. La verdad es que siempre fue así. Los gobiernos autoritarios y tiránicos de los países musulmanes y sus líderes religiosos propagan una interpretación integrista del Islam para impedir la apertura democrática y mantenerse en el poder.

Recordemos que incluso hoy a los obispos católicos de nuestras democracias occidentales les cuesta renunciar a sus privilegios y aceptar la laicidad. Y no podemos olvidar
lógicamente aquellos momentos históricos en los que también el cristianismo escribió páginas de inhumanidad y fanatismo. Hoy mismo en Occidente muchos pueblos de fuertes mayorías cristianas aceptan medidas políticas y económicas de sus gobiernos, incluidas las ventas de armas de dudoso destino, que no siempre tienen en cuenta evitar a toda costa los

Al mismo tiempo, como una cuestión central de nuestro trabajo, también nos planteamos si en nuestros días no seguimos manteniendo los cristianos posturas que no han ayudado a testimoniar un mensaje que, en teoría, es de paz y de acogida para todos los hombres en su rica diversidad. Los hombres no nos relacionamos bien porque tenemos una concepción equivocada de la afectividad y de la sexualidad que explica muchos de nuestros miedos,
recelos, odios y fracasos en nuestras relaciones con los demás y que genera insatisfacción y también violencia.

La mujer sigue sin ser considerada una persona en pie de igualdad de derechos con el varón. En más de 70 países la homosexualidad sigue estando criminalizada. En algunos las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo se castigan con la pena de muerte.

El papa Francisco ha acertado al mirar de frente a una situación que lleva ya demasiado tiempo creando malestar y sufrimiento. “Si una persona es homosexual y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?” Así se expresó el papa en el vuelo de regreso de Brasil en 1913. Si hubiera mala voluntad podría ser objeto de juicio, pero no por ser homosexual.

Y en ese mismo año, en un reportaje para la revista de los jesuitas La Civiltà Cattolica, dijo: “Me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: “Dime, cuando Dios mira a una persona homosexual ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?” Hay que tener siempre en cuenta a la persona.


¿Qué doctrina y cultura cristiana es esta que discrimina en razón de su condición sexual y de vivir de acuerdo con ella a millones de seres humanos?
A muchos cristianos nos resulta inimaginable que la Iglesia católica pueda seguir durante mucho más tiempo manteniendo una postura rígida en estos temas. Esta postura choca frontalmente con las conclusiones más relevantes de las ciencias antropológicas y la experiencia a lo largo de los siglos de millones de personas que han buscado con honestidad dar un sentido a sus vidas

El papa acierta al hablar de la “persona homosexual”, incluyendo así tanto a hombres como a mujeres con esta condición. Cuando en este trabajo hablemos de los homosexuales nos referimos también siempre a ambos sexos, trascendente a sus vidas desde la condición sexual que les es propia y que les corresponde asumir.

También el homosexual sabe, y si no lo sabe es bueno decírselo, que ser hombre implica, como decía Viktor Frankl, “dirigirse hacia algo o alguien distinto de uno mismo, bien sea realizar un valor, alcanzar un sentido o encontrar a otro ser humano. Cuanto más se olvida uno de sí mismo – al entregarse a una causa o a una persona amada – más humano se vuelve y más perfecciona sus capacidades”.

El problema no es el placer homo- o heterosexual, sino el sentido de la vida

El homosexual ha comprendido también, y si no es así debemos ayudarle a comprenderlo,
como enseña Frankl, que la preocupación fundamental no es gozar del placer, o evitar el dolor, sino “buscarle un sentido a la vida”. Todos queremos tener una buena vida. “Lo que quiero es darme la buena vida”, decía el muchacho a su padre en “Ética para Amador” de Fernando Savater.

Pero es difícil disfrutar de una buena vida sin ver en ella un sentido. Y como la buena vida humana se hace teniendo relaciones con los otros seres humanos el sentido de nuestra vida tendrá algo que ver con nuestra relación con ellos. Savater decía también, con razón, que “nada es malo sólo por el hecho de que te dé gusto hacerlo”.


El placer, también el placer sexual, tiene un lugar importante en nuestra vida. Eso sí, siempre que mantengamos nosotros el control y que no sean los
placeres los que nos controlen. Habrá que estar atento a las consecuencias que tenga lo que hacemos para los demás y para nuestro propio proyecto de vida. Es lo que se llama ser responsables.

La vida nos interroga, nos tiene reservada una misión, y hay que llevarla a cabo desde la responsabilidad personal, y necesariamente también desde la condición y la circunstancia personal y particular en la que cada uno se encuentra. Aquellos homosexuales cuya vida gira en torno a la búsqueda obsesiva de relaciones sexuales se equivocan si creen que eso les va a dar la felicidad o va a dar un sentido a su vida, porque lo que anhelamos sobre todo es compañía y afecto. Pero se equivocan de la misma forma que los

heterosexuales cuando se comportan de la misma manera. No es cuestión de falta de ética, o de pecado en el contexto de la fe cristiana, sino de elecciones no siempre acertadas en situaciones existenciales difíciles, de falta muchas veces de conocimiento de lo que es la condición humana y el verdadero sentido de la vida. Y nadie puede negar que hay también encuentros fugaces felices que dejan un grato recuerdo y relaciones imperfectas que nos ayudan a seguir caminando y madurando como seres humanos.

Uso y abuso del sexo. Uso y abuso de la religión

El sexo bien entendido es un don de Dios si sabemos integrarlo en una relación justa con nuestros prójimos y en un proyecto de vida que nos haga crecer como personas. La Iglesia debería bendecir todo tipo de amor humano que se dé en un contexto social justo y responsable. El abuso sexual, en cambio, no es nunca una relación justa. Es siempre una agresión, una injusticia y por eso es además un delito y nunca está éticamente
justificado.


Las lecturas literalistas de los textos y libros básicos de las grandes eligiones monoteístas no han ayudado a una visión razonable de la fe religiosa, compatible con la laicidad, la democracia y la visión científica del mundo. Esa lectura formaba parte también de una comprensión del cristianismo en la que la Iglesia como
institución jerárquica y piramidal era una piedra fundamental en el edificio de la Cristiandad. “Santo es el Señor Dios de los ejércitos”, decimos todavía. Con ese lenguaje se hace “dificilísimo entender lo más elemental de la fe” (González Faus).

Interesaba conservar un ámbito de influencia y poder sin poner en cuestión otras visiones religiosas que, aún más que la nuestra, estaban en conflicto con los logros de la Ilustración y con las doctrinas de los derechos humanos que, por otra parte, tanto deben al cristianismo. Aunque la revelación de Dios llega a todos y todos habrán colaborado en el descubrimiento y formulación de los mismos. ¿Era evangélico
calcularlo todo en función de logros temporales, en función de la influencia, del poder
y de la propia supervivencia?

¿No era ya hora de poner orden en las finanzas de la Iglesia y en los contradictorios estilos de vida de algunos miembros de la curia del Vaticano? La capa magna de los cardenales debe pasar de modo definitivo a un museo. Es probable que más tarde se ponga en cuestión el mismo Cardenalato y que se vea la necesidad de redefinir y simplificar todos los ministerios de la Iglesia.

Un escritor alemán, Richard D. Precht, duda, con razón, de que la tarea de la Iglesia sea mantenerse en una buena posición económica. Es la tentación del poder y del dinero. “Quien todo lo calcula según costes y beneficios materiales destruye lo que por buenos motivos nos resulta sagrado y valioso”.

Es posible también, como afirma el pensador Byung-Chul Han, que el neoliberalismo lleve consigo la desaparición del eros que es substituido por el obsesivo consumismo del porno, en un mundo donde se insiste en el yo y donde el otro ya no es importante. Pero no es manteniendo una visión negativa del sexo como las confesiones religiosas van a ayudar a que el hombre encuentre un sentido a su vida más allá de doctrinas sectarias y fanáticas y de pérdidas de libertades esenciales para el hombre y para la mujer, también en el campo de la sexualidad, como vemos en el Islam y en otras religiones. No es desde la abstinencia y la vida célibe como se combate la desaparición del eros humanizado o los excesos sexuales y machistas de los yihadistas y otros fundamentalismos religiosos. Tampoco se acierta bendiciendo únicamente la sexualidad que va unida a la procreación
condenando el resto de sus manifestaciones.

Un cambio de dirección. No es sólo cuestión de lenguaje, sino de doctrina

Eso nos lleva a un callejón sin salida. Es hora de cambiar de dirección, de desandar caminos, como ese concepto biológico de naturaleza, para dar un paso adelante. Es hora de que las Iglesias cristianas abandonen supuestos equivocados y ofrezcan una visión positiva y equilibrada de la sexualidad atendiendo a las ciencias antropológicas y liberando las mentes de los creyentes de sentimientos de culpa y de vergüenza. Lo mismo deberían hacer otras religiones como la musulmana.

Una forma de prevenir la radicalización de los jóvenes sería enseñar en nuestras escuelas una historia de las religiones mostrando un “Islam tolerante y “europeo”, para que los niños no tengan que aprenderlo de imanes que vienen de sociedades muy diferentes”, como ha señalado Ana Soage, analista especializada en el Islam, a raíz del atentado de Barcelona.

La psicóloga Laura Rojas-Marcos habla de las religiones que “relacionan algunos de sus valores y conductas sexuales con sentimientos de culpa, vergüenza y repugnancia. Es decir, en algunos casos el sexo es percibido como una conducta indecente y obscena, por lo que se condena abiertamente siempre que no esté vinculado a motivo reproductivos”11. También en este tema nuestro lenguaje eclesiástico es, como decía el jesuita egipcio H. Boulard, anacrónico, repetitivo, totalmente inadaptado a nuestra época.

Por desgracia, como intentaremos hacer ver en este ensayo, no es sólo una cuestión de lenguaje. También se hace necesario revisar y desarrollar la doctrina. Nos interesa entonces analizar los valores espirituales de nuestro tiempo en sus manifestaciones culturales y en el mundo del deseo. Nos preguntaremos si esta cultura occidental que algunos dicen en decadencia, que tiene en el cristianismo desde hace siglos una de sus fuentes de inspiración y uno de los horizontes de sentido para la persona y para la
colectividad, puede con legitimidad llamarse “cristiana” porque crea humanidad, porque tiene valor espiritual y se guía por la luz del mensaje de Jesús.

Contra la homofobia cultural

Nos preguntaremos en qué medida influye en la doctrina católica la “homofobia cultural” y en qué medida la vigente doctrina sexual de la Iglesia contribuye al afianzamiento de esa homofobia, o mejor, “homotransfobia” ambiental, usando un término propuesto por el periodista Álex Grijelmo.
¿No está entonces la Iglesia promoviendo “productos” que no son verdadera cultura y, lo que es peor, que son contrarios al mensaje de amor del cristianismo?


Porque no son solo doctrinas que pueden fortalecer la “cultura” de la homofobia y del odio al diferente. Son también ambigüedades en los temas políticos y económicos de ciertos grupos cristianos y en el respeto a la pluralidad y la laicidad del Estado. ¿Qué hacen esos grupos cristianos repartiéndose influencias en bancos y universidades?

¿Qué necesidad hay de agruparse en torno a carismas especiales, más allá de la común adhesión al mensaje cristiano, para dedicarse a la bolsa, a enseñar ciencias mpresariales o dirección de empresas? ¿Qué cultura cristiana es la que promueven? ¿Y
cómo apostamos en la sociedad por la dignidad de la persona y los derechos humanos, en concreto el derecho a la libertad de expresión, si censuramos o prohibimos la publicación de libros a nuestros teólogos? Algunos han tenido que esperar a que llegara el papa Francisco para poder librarse de miedos y sanciones. Lo ha dicho con toda claridad el teólogo jesuita Víctor Codina: “…son sueños, ideas que hasta ahora, habiendo estado estrechamente ligado al mundo académico, no me atrevía a pronunciar por miedo a la censura…”

Un anti-ejemplo (en torno a la Virgen del Rocío)

La Iglesia está compuesta de hombres y los hombres somos imperfectos. No acertamos a dar culto a Dios en espíritu y en verdad. Podríamos poner mil ejemplos. Limitándonos aquí en esta introducción a un ejemplo concreto más, a modo de ilustración, nos preguntamos si es defendible desde el punto de vista del mensaje cristiano lo que año tras año ocurre en la romería del Rocío.

Esos forcejeos, empujones y golpes, ese maltrato de los niños que deben tocar aunque sea con peligro de su integridad física el manto de la imagen de la Virgen
, gestos todos tan cercanos a la superstición y al paganismo, no parecen compatibles con la fe cristiana. Ni siquiera son compatibles con una verdadera cultura que promueva los valores humanos.


Este ejemplo nos sirve para ilustrar la necesidad de una crítica a nuestras formas de vivir el mensaje cristiano, aunque no dudamos de la buena intención de los fieles que gustan de estas tradiciones. La asistencia masiva a romerías o conciertos de música son también indicios de un desasosiego de nuestro yo en soledad y de una búsqueda fuera de nosotros de una respuesta a los interrogantes de la existencia.

Igualmente veremos si la sociedad civil y la comunidad cristiana que se enfrentan a las amenazas de la guerra, a la violencia yihadista y a los retos de los flujos migratorios han captado bien el núcleo del mensaje evangélico que el evangelio de Mateo explicaba en la parábola del Juicio Final (Mt 25, 31-46) y si la comunidad cristiana ve en la cuestión social, en el compromiso socio-político del cristiano, en el cuidado y la atención de nuestros prójimos la verdadera esencia del mensaje cristiano, el verdadero culto a Dios que “quiere misericordia y no sacrificios” (Mt 9, 13). Juntamente con la insistencia en la revisión de la doctrina sexual de la Iglesia esta enseñanza de la parábola de Mateo 25, 31-46 será también una reflexión central en nuestro trabajo.

Habrá que dar aquí también una paso adelante desde la fuente, desde el Evangelio y su mensaje de salvación y del reino de Dios, para abandonar una religión con excesos ritualistas y doctrinarios y abrazar una fe del culto a Dios en el servicio a los necesitados y en el compromiso sociopolítico por un mundo más fraterno. ¿No van en cierto modo en esa dirección muchas de las inquietudes de las nuevas generaciones en estos últimos años? Lo antiguo no les vale. Buscan un hombre nuevo, una sociedad distinta, un modo diferente de gestionar los asuntos públicos.


Todo ello lo haremos prestando de nuevo atención a aquellas intuiciones de Ferdinand Ebner que nos hablaron del deseo, del arte y de la cultura, del cristianismo y de la guerra europea, de la cultura como anhelo de la verdadera vida y como “sueño” con las verdaderas realidades. Ebner afirmó la cultura y el arte en contacto con la vida auténtica, cuando expresan y transmiten humanidad y están llenos de sentido.

“El verdadero arte –escribió en sus Aforismos 1931- habla no solo a los ojos sino también al corazón”.

Recientemente algún autor, como explicaremos más adelante, ha propuesto al hablar de la crítica cultural de Ebner el concepto de“comunicación” para aplicarlo a las manifestaciones culturales auténticas. Ebner habría utilizado con menos frecuencia en sus últimos escritos el término “sueño” para referirse a la cultura.

Aclarar esto fue lo que en un principio me impulsó a escribir este ensayo que luego fue acogiendo otras preocupaciones y reflexiones no menos importantes y, de algún modo, relacionadas con el tema de lo que entendemos por verdadera cultura y por verdadera fe religiosa. Lo haré sin dividir el trabajo en capítulos que sean compartimentos estancos, sino en una reflexión a modo de espiral cada vez con círculos más amplios que no se independizan del punto de partida.

Una copa para la Virgen, un problema social grave

Siempre me ha llamado la atención nuestra forma de vivir la fe cristiana, una mezcla de folklore religioso y de costumbres sociales heredadas. A veces son nimios detalles los que nos llaman la atención. ¿Por qué ofrecen los deportistas las copas que ganan en sus campeonatos a la Virgen, a la Patrona de su pueblo o ciudad? ¿Es algo esencial también en el catolicismo de otros países de Europa? ¿Es la nuestra una religión distinta? A veces uno se fija en situaciones sociales graves.

¿Por qué olvidamos con tanta facilidad el núcleo del mensaje cristiano de justicia social y de atención a nuestros prójimos que nos habla de respetar su vida y sus bienes, los mandamientos que nos dicen “no matarás”, “no robarás”, pero nunca nos olvidamos de omprar el vestido para la primera comunión de la niña, de asistir a las fiestas de la Virgen del pueblo, de las romerías y de las procesiones? Incluso personas que creemos
ilustradas asumen con una actitud de acrítica pasividad la trivialización y el deterioro de lo religioso, su degradante chamanismo milagrero, como si fuera el lógico, inevitable y hasta razonable desarrollo del mensaje evangélico y su única evolución posible.

Nos planeamos estos interrogantes en un mundo desgarrado por la guerra de Siria y otros conflictos bélicos y por el problema de la emigración en una sociedad con raíces culturales también cristianas. Habrá que hablar, pues, de la relaciones de la cultura con el cristianismo.

No todos los teólogos se sienten igualmente libres para expresarse sin temor alguno. No se puede pedir a todo profesor de religión o de teología que arriesgue su puesto de trabajo al decir con sinceridad lo que piensa en conciencia. Es mérito de ellos atreverse a disentir a veces, a pesar de las dificultades que puedan encontrar, aunque, por fortuna, parece que el papa Francisco está marcando un rumbo distinto. Uno se sentía también animado a hacer un esfuerzo por decir alguna palabra que pudiera todavía ser de
utilidad.

Un problema teológico y cultura, con el Papa Ratzinger

Se trata de contribuir a encontrar la verdad en un diálogo pluridisciplinar, con voces de diferentes ambientes, también las del laicado y atentos a las inquietudes del hombre de hoy. Como ha dicho Walter Kasper, “la teología tan solo es posible en el seno de la abierta corriente de los tiempos”. Reflexionamos en un momento histórico concreto y desde “un compromiso orientado a la praxis”.

Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI al ser elegido papa, había afirmado en sus relatos biográficos que Ebner había influido en su camino espiritual. Intenté hace unos años hacer ver en qué parte de la obra de Ebner podía haberse inspirado el entonces joven teólogo Ratzinger. En la orientación de la Iglesia de los dos papas anteriores se percibían disonancias y diferencias respecto a la crítica religiosa de Ebner, fuertes contrastes con su postura en los temas del cristianismo y de la Iglesia. Había que ver hasta dónde había llegado el influjo de su antropología dialógica o personalista en la
explicación de los grandes temas éticos y de teología fundamental, como era el tema de la revelación.

Estaba convencido también de que esa antropología que hablaba de la relación esencial del yo al tú, podía ayudarnos a comprender mejor el tema de la sexualidad humana, yendo más allá de las concretas posiciones de Ebner sobre el particular. En concreto en el tema de la homosexualidad no podíamos quedarnos en Freud o Adler como hizo Ebner, y como sigue hoy haciendo, en cierto modo, la Iglesia católica en su doctrina oficial, sino avanzar atendiendo a lo que nos dicen las ciencias antropológicas, que son
las competentes en los temas de la sexualidad humana.

Por eso en este ensayo se hablará al tocar este asunto de un punto muerto o callejón sin salida que dura ya cien años y de la necesidad de dar un paso adelante. Ciertamente con una diferencia: Ebner creyó que la homosexualidad era un tema psíquico fundamentalmente y no tanto ético, respecto a lo que sería la naturaleza humana y un desorden ético cuando se vive sexualmente según esa condición. La falta de realización de un modelo afectivo y sexual basado en lo biológico, que se supone prescriptivo y normativo, implicaría, según la doctrina de la Iglesia, un desorden en el campo ético.

Intentaré mostrar en ese libro…

Intentaré mostrar dónde está, en mi opinión, la insuficiencia de esa doctrina y la necesidad de abandonar esa forma de argumentar que no se desprende necesariamente del dato revelado. De la misma manera que algunos niegan el cambio climático otros niegan la visión científica de la sexualidad y ya sabemos el gran daño que causa el pensamiento anticientífico. El insistir de modo reiterado en este punto a lo largo del ensayo es algo que hago con intención, cuidado y dedicación. Se trata de la vida de millones de personas
en el mundo y la Iglesia se juega aquí su credibilidad y el seguir en contacto con la realidad.

En cuanto a la crítica cultural de Ebner se hacía necesario precisar algunas opiniones que siguen siendo objeto de debate. Si analizamos sus últimos escritos con detención veremos que la idea de que la vida espiritual de gran parte de la humanidad es un mero “soñar” con el espíritu al margen de una verdadera relación con las auténticas realidades espirituales, en sucedáneos culturales faltos muchas veces de humanidad y de apertura a la trascendencia, idea esencial en su crítica cultural, no es nunca abandonada por el pensador austriaco.

Es más, siempre había reconocido un impulso espiritual en toda genuina expresión ltural, pero no por eso dejaba de ser visto por él como una búsqueda, un anhelo, un “sueño”, sin ser todavía la plena realización de la vida espiritual. Ese sesgo de
esimismo cultural, es verdad, queda atenuado al final de su vida. Su pensamiento se hace menosrígido y abstracto al encontrar personas de carne y hueso que encarnaban los
valores de la auténtica cultura humana y no los del insolidario mercado cultural de aquella sociedad que fue escenario de la primera guerra

Relectura de Ebner

Esta relectura de Ebner nos dirá de nuevo que es necesario volver a la fuente, al Evangelio y escuchar la llamada a la conversión, a un cambio de mentes y de corazones si queremos hacer frente en el mundo occidental a los retos de hoy y a los que asoman por el horizonte. Y a la luz de sus reflexiones podremos concluir que también hoy, cien años después de que escribiera su obra más emblemática, sus “Fragmentos”, es posible la poesía, es posible anhelar un mundo mejor, creer en las promesas cristianas, también en Alepo y junto a los pueblos masacrados, entre las ruinas, como una plegaria y como
un canto al hermano, un canto de esperanza, con la mano tendida para levantar los hogares y curar las heridas.

Estos son los temas que se abordan en el presente ensayo. Se analizan distintos aspectos de la crítica ebneriana a la vez que se estudia a partir de sus premisas la situación de la Iglesia y de la sociedad de nuestros días, llegando a las conclusiones que parecen imponerse y hacerse necesarias desde la perspectiva de su mirada crítica.

No todos estarán de acuerdo con las opiniones que defiende este ensayo. Pero también estoy convencido de que es bueno que haya un debate, un diálogo en la búsqueda común de la verdad que nos ayude a ser fieles al mensaje cristiano. Sólo en el diálogo desde distintas sensibilidades y experiencias, proponiendo con responsabilidad y sinceridad nuestros puntos de vista puede quedar garantizado el ambiente necesario a toda reflexión
honesta: un ambiente de un mínimo rigor intelectual, de comunión y convivencia fraterna, en el respeto y en la justicia para cada persona, sin detrimento de la caridad cristiana que debe preservarse siempre dentro y fuera de la Iglesia.

Con ese propósito y desde esa sensibilidad eclesial he intentado escribir este trabajo. Intentaré seguir los consejos de Pablo (Romanos 12-13) mostrando “un celo sin negligencia”, pero “estimando en más a los otros”, “sin tener con nadie otra deuda que la de la caridad”.

Julio Puente López
EBNER, FERDINAND (1882-1931).
(Diccionario de Pensadores Cristianos, Verbo Divino, Estella 201, 268-272
)


Pensador católico austriaco. Nació en Wiener Neustadt, cerca de Viena, y fue maestro de escuela. A pesar de no formar parte de los grandes círculos universitarios y de su débil salud, se interesó por todos los aspectos de la cultura de la sociedad en crisis que le tocó vivir, la Europa de principios del s. XX, llegando a dominar como autodidacta amplios campos del saber tanto clásico como moderno, desde la filosofía a la literatura, desde la psicología a las bellas artes.

Es junto con Martin Buber, Franz Rosenzweig y G. Marcel, uno de los exponentes más significativos del llamado “personalismo” o filosofía del diálogo. El paso del tiempo ha permitido tener la suficiente perspectiva para apreciar la enorme aportación que este grupo de pensadores realizó a la filosofía y al pensamiento religioso y teológico de nuestro tiempo. Pusieron los cimientos para iniciar un nuevo modo de pensar desde su afirmación del yo del hombre como esencialmente orientado al otro, al tú, y desde la afirmación, por tanto, de la razón humana como lenguaje, como razón dialogante.

F. Ebner murió de tuberculosis a los 49 años de edad, en 1931, atendido por su esposa Maria Mizera y por sus amigos, en su casa de Gablitz. En el cementerio de este hermoso pueblo cercano a Viena puede leerse en la lápida vertical de su tumba una expresión que lo define como “der Bedenker des Wortes”, “el pensador de la palabra”.

1. La palabra como dimensión constitutiva del ser humano.

Ebner afirma con Max Scheler que el hombre habla porque tiene la palabra. Y ésta, dice Ebner, es el vehículo de la relación entre el yo y el tú. La palabra entendida como lenguaje ilumina así el ser constitutivamente relacional de la persona humana. Es una afirmación importante para la antropología filosófica y para la antropología teológica, pues Ebner afirma con Hamann el origen divino del lenguaje. “La palabra viene de Dios”. Ebner afirma el origen trascendente de la palabra a la vez que reconoce en Cristo, en una opción de fe, la Palabra reveladora del Padre, el hacerse hombre de Dios, que es el Tú último de nuestro yo. El Prólogo del evangelio de Juan ilumina su doctrina de la palabra. Dado que su fe cristiana es siempre una fe atormentada, en camino y en búsqueda, y crítica respecto a los aspectos institucionales concretos de la Iglesia, su reflexión no ha dejado de interesar tanto a los representantes de un pensamiento abierto al misterio como a los creyentes que tratan de renovar el lenguaje teológico y de transmitir y testimoniar en la Iglesia con fidelidad el mensaje evangélico.

A pesar de su fuerte crítica a la Iglesia de su tiempo, como podemos ver en sus artículos en la revista Der Brenner, y siendo considerado por algunos de sus contemporáneos como “ateo” y “anticlerical”, Ebner era un hombre de Evangelio y de sincera fe cristiana que no dudó en llamar en su lecho de muerte, dando así testimonio de la dimensión comunitaria de su fe, al nuevo párroco de Gablitz, H. Hofstätter, que, contrariamente a otros párrocos que le precedieron, era un hombre dialogante, abierto, con el que Ebner había simpatizado desde el primer momento.

2. Ideas fundamentales.

El pensamiento básico de Ebner, que él expone en el prólogo de La palabra y las realidades espirituales (Innsbruck 1921), puede resumirse así: «Si la existencia humana tiene un significado espiritual más allá de las condiciones perecederas de este mundo, si hay algo espiritual en la persona humana, entonces esta realidad espiritual está esencialmente determinada por el hecho de estar orientada de un modo radical, fundamental a algo espiritual fuera de ella misma en virtud de lo cual y en lo cual existe. La expresión objetiva de esa realidad es el hecho de que el ser humano hable, la palabra. En la actualidad de su ser pronunciada, en la situación que la palabra hablada crea, se da la relación de lo espiritual en nosotros con lo espiritual fuera de nosotros, la relación del yo y del tú» (cf. Schriften, I, 80-81).

A partir de aquí va desarrollando Ebner, aunque de una forma fragmentaria, su antropología, el pensamiento que algunos han llamado dialógico, como Bernhard Casper Das Dialogische Denken - Franz Rosenzweig, Ferdinand Ebner und Martin Buber (Manchen 2002) y Bernhard Langemeyer, Der dialogische Personalismus in der evangelischen und katholischen Theologie (Paderborn 1963) o personalista, como A.K. Wucherer-Huldenfeld, Personales Sein und Wort. Einführung in den Grundgedanken Ferdinand Ebners (Wien 1985 ).

A Ebner se le puede incluir en la corriente que también se ha denominado como filosofía del encuentro, como han puesto de relieve Josef Böckenhoff, Die Begegnungs-philosophie (München 1970) y A. López-Quintás, El poder del diálogo y del encuentro, A. López Quintás (Madrid 1997). En esa línea se sitúan también las reflexiones sobre la alteridad (el otro) (cf. P. Laín Entralgo Teoría y realidad del otro y E. Lévinas, en obras como Le Temps et l’Autre, Totalité et Infini, Autrement qu’être etc).

Ebner inicia un nuevo método o modo de pensar, ya que al afirmar la relación esencial de las personas entre sí, serán la palabra y el amor, o sea, la aceptación y la afirmación del otro, las claves para penetrar en el secreto de la vida personal y del mundo habitado por el hombre. La palabra precede al pensamiento, pues son los otros los que despiertan mi conciencia. Y puesto que la palabra es de origen divino tener la palabra es tener, de alguna manera, religión. La razón humana es antes que nada “oído espiritual”.

Es a través de la palabra que le interpela como el hombre adquiere conciencia de sí mismo, del otro, y del totalmente Otro, de Dios, aunque esto no pueda demostrarse científicamente. En este pensamiento profundamente religioso la búsqueda de la verdad se realiza en el encuentro interpersonal, en el que ha de procurarse pronunciar la palabra justa que es la que crea verdadera comunidad. Una reflexión fundamental en una sociedad plural y para el diálogo entre las religiones.

El pensamiento desde la soledad del yo, en el que reina la idea, pero no la realidad de la vida espiritual, que no puede ser más que un “sueño del espíritu” y “un soñar con el espíritu” (Traum vom Geist) aunque genere grandes manifestaciones y productos culturales, se hace aquí diálogo y praxis en la apertura al tú humano y al Tú divino. Se establecen así complejos y solidarios vínculos sociales en los que nos realizamos como personas.

Es entonces cuando la creación humana cultural y artística adquiere también todo su sentido, porque la ponemos al servicio de la persona, de un mundo humanizado, de las realidades espirituales, que somos nosotros los hombres, más allá de toda estética y de toda ética, en la dimensión religiosa que de modo implícito o explícito, dice Ebner, ejemplificamos en el mensaje y en la persona de Cristo, en el que Dios se hace presente y se identifica con los más pequeños (Mt 25, 40): “cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (cf. I, 268; II, 197).

3. El entorno. Una época de crisis.

El ambiente histórico y social en el que nacen estas ideas es el que ya ha asimilado las ideas de Kierkegaard, de Marx, de Nietzsche y de Freud. Ebner hará su crítica cultural señalando la insuficiencia de esas propuestas para la solución del problema de la existencia humana. Recibirá impulsos de todos ellos y elogiará singularmente la obra de S. Kierkegaard “La enfermedad mortal” (1849). Señaló igualmente la insuficiencia del pensamiento idealista para explicar nuestra necesidad de vida espiritual y se opuso al antifeminismo y al antisemitismo de la obra del joven pensador Otto Weininger “Sexo y carácter” (1903).

La guerra europea le muestra a Ebner con toda claridad los límites del hombre y de su confianza ciega en la ciencia, los límites del cientificismo diríamos hoy. Su yo afirma con humildad su relación esencial al Tú. Ebner es el pensador del anhelo (Sehnsucht) y de la búsqueda de un Tú benévolo, de una palabra que libere a nuestro yo de su soledad existencial (Ich-einsamkeit).

Por eso se le ha descrito como pensador existencial (Th. Steinbüchel, Der Umbruch des Denkens,), el pensador de la palabra (Anita Bertoldi, Il pensatore della parola,), se ha hablado de su nostalgia o anhelo de la palabra (Silvano Zucal, Ferdinand Ebner, La “nostalgia” della parola,). Alguno se ha referido a él usando los términos de testigo de la luz y profeta (J. Puente López), aludiendo también a descripciones que Ebner hace de sí mismo.

Todos estos apelativos hacen referencia a la circunstancia personal de nuestro autor, tan decisiva para explicar su obra. Si la guerra y el derrumbamiento de la cultura europea que ello significó (de sus ruinas y escombros nos habló Ebner y luego lo hará W. Benjamín con gran fuerza literaria) fueron importantes en la génesis de su pensamiento no lo fue menos la falta de horizontes, la soledad existencial y el sufrimiento físico y psíquico que le acompañaron.

Ebner encontró en el mensaje de Cristo, en su evangelio y en la opción de fe, en su apertura al tú humano inseparable del Tú divino, la respuesta al problema de la existencia. La superación de la soledad existencial de su yo, en la apertura al tú y a un mundo con el que finalmente se encuentra reconciliado y que ya puede aceptar en toda su complejidad estética y cultural a pesar de sus contradicciones, se aprecia en su última obra “Aphorismen 1931” (cf. I, 909-1015).

4. Un cristianismo con rostro humano.

El influjo de Ebner en el pensamiento del siglo XX, especialmente en la reflexión ética y teológica, ha sido grande. Ha sido “el secreto inspirador filosófico de la teología moderna”, en palabras de J. Moltmann en el prólogo de la obra por él editada “Los orígenes de la teología dialéctica”. De D. Bonhöffer a Th. Steinbüchel y B. Häring, de E. Brunner y F. Gogarten a R. Guardini, K. Rahner y J. Moltmann, la huella de Ebner puede rastrearse en numerosas obras y autores.

El mismo Martin Buber tuvo oportunidad de leer el libro de Ebner “La palabra y las realidades espirituales”, que apareció en 1921, antes de dar al público su librito “Yo y tú” en 1923. Antes de que el papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II dieran importancia a la categoría de “los signos de los tiempos” Ebner habló en su obra repetidamente de la necesidad de escuchar esa indicación de Mt 16, 3 y de Lc 12, 56-57. Nos invita a poner en práctica lo que la Iglesia no había permitido nunca a los creyentes: “juzgar por nosotros mismos lo que es justo” (cf. I, 563). Se reivindica así la madurez del laicado cristiano, el papel de la razón humana dialogante capaz de escuchar la voz de Dios y de discernir los signos de los tiempos.

Con un lenguaje distinto lo que aquí se está proponiendo es la hermenéutica frente a los fundamentalismos. Ebner se constituye en defensor de una fe razonable, del papel central de la conciencia personal en la decisión de la fe, en el seno de un cristianismo ciertamente comunitario, atento a la palabra que custodia y celebra toda la comunidad cristiana, pero un cristianismo con rostro humano, de servicio (Mc 10, 41-45), no autoritario y dogmático.

En la Iglesia nadie debe atar nuestras conciencias (cf. I, 562) ni convertir el cristianismo en teología y dogma por más inevitable que esto parezca, sino que debemos esforzarnos en reunir a todos los hombres en un mismo espíritu de caridad, de amor a Dios y al prójimo, ayudándonos mutuamente a practicar el perdón y la misericordia (cf. Lc 10, 25-37) en la realización del reino de Dios anunciado por Cristo.

También se adelantó Ebner al Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et Spes, 22: “Cristo…manifiesta plenamente el hombre al propio hombre”) al recordarnos que “Cristo es el que nos hace saber lo que es el hombre” (I, 529), de la misma manera que en él también se nos ha revelado Dios (cf. I, 530). Recogiendo las enseñanzas bíblicas Ebner nos hizo ver que son las categorías dialógicas y personalistas las que mejor nos ayudan a describir las realidades de nuestra fe como encuentro personal con Cristo y de la revelación como diálogo de Dios con el hombre. Nos lo recordó el joven teólogo J. Ratzinger en su comentario a los textos conciliares.

El hombre, nos dice también Ebner inspirándose en los apóstoles Pablo y Santiago, es “oyente de la palabra” y “agente o cumplidor de la palabra”, y K. Rahner nos lo recordará en su conocida obra “Hörer des Wortes” (Oyente de la palabra). J. B. Metz, discípulo de K. Rahner, coincidirá con Ebner al poner de relieve el grito de desamparo de Cristo en la cruz y su importancia para la memoria del sufrimiento de las víctimas inocentes (memoria passionis), con las que se identifica el crucificado en el instante en que vemos de forma absoluta la “encarnación de Dios”, el “hacerse hombre de Dios” (cf. I, 391).


Ebner habla del “otro que sufre” (der leidende Andere) y de la cercanía física, por así decir, de Dios en él, haciendo de Mt 25, 31-46 y de Mt 5 lugares privilegiados de su comprensión del mensaje cristiano. No era la salvación del alma el centro de la Buena Nueva de Cristo, sino el anuncio del reino de Dios, “que viene sin dejarse sentir” (Lc 17, 20), lejos de alardes fastuosos, multitudinarios y de poder social, y al que pertenecen sobre todo los pobres y los excluidos (cf. I, 515).

Estos impulsos los desarrollará luego la llamada teología de la opción por los pobres y la teología de la liberación, pues Ebner levantó su voz contra los que querían enriquecerse a costa de los trabajadores y de los oprimidos. “Más claramente que nunca –decía- tenemos que reconocer que el hombre no puede servir al mismo tiempo a Dios y al dinero” (I, 503).

5. La necesaria renovación.

Los estudiosos de Ebner podrán un día profundizar en los aspectos críticos y proféticos de la obra de Ebner. Anheló una reforma de las estructuras de la Iglesia y de los modos de actuar de sus miembros en la sociedad civil. Conocía bien los intereses temporales y los aspectos negativos del poder religioso y de muchas de sus doctrinas. “El hombre europeo y los católicos – escribió- no pueden evitar un conflicto religioso con la Iglesia” (I, 525). “Por mucho que ella en su núcleo cristiano sea la que custodia y guarda la Palabra, la envoltura de ese núcleo se nos muestra siempre de nuevo como una negación del cristianismo” (I, 523). Eran años preconciliares. El Concilio Vaticano II estudiaría posteriormente algunas de estas críticas.

Ebner abogó por una sociedad donde el sentimiento de humanidad fuera lo prioritario, donde los derechos humanos (Menschenrechte, I, 1003) fueran respetados. Consecuentemente, por ejemplo, se mostró a favor de emancipación de la mujer. Fue también partidario de una separación entre la Iglesia y el Estado, sin que este pretendiera tener una iglesia estatal ni aquella un estado confesional. La sociedad debe ser laica a la vez que respetuosa con todo tipo de creencias religiosas que reconozcan esos derechos humanos y esa laicidad.

Según Ebner nada hay más nefasto para la causa del evangelio que la mezcla de las causas religiosas y políticas, cuando la Iglesia se empeña en que el Estado apoye con sus leyes su visión del mundo, o cuando el Estado quiere dirigir las conciencias de los ciudadanos y recortar sus libertades y derechos fundamentales. No entendía el culto al líder político o religioso ni la adoración de ningún “nosotros”, sea éste una iglesia, un partido o una nación. Defendió la fe razonable, el ejercicio del sentido común y de la razón abierta a la trascendencia y combatió el fanatismo religioso, el dogmatismo y el sectarismo.

La visión que tenía Ebner de la persona humana y de la sociedad habría servido para liberar al mundo de la locura del nacionalsocialismo. Pero la sociedad de su tiempo prefirió ignorar las “realidades espirituales” (que son las personas que pertenecen a este mundo físico aunque “eleven su mirada al cielo”) y seguir “soñando con el espíritu”, persiguiendo sueños de poder y de intereses nacionales egoístas.

La segunda guerra mundial, que Ebner como otros vio acercarse, se produjo mientras se relegaba al olvido una palabra que había resonado dos mil años antes y de la que Ebner inútilmente se había hecho eco. Una vez más los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, una luz que Ebner se atrevió a señalar. Porque después de todo, el “revolucionario” pensamiento de su obra, “el más revolucionario que jamás pueda pensar la humanidad” no era un pensamiento suyo. Ni siquiera en su origen era un pensamiento, “sino una vida – la Vida” (I, 721-722).

Bibliografía


El texto anterior está tomado, de un modo especial, de Julio Puente López, Ferdinand Ebner. Testigo de la luz y profeta (Madrid 22008), con quien he tenido el honor de precisar este tema y mi visión de conjunto de Ebner. Las obras de F. Ebner han sido publicadas en Schriften I-III, ed. F. Seyr (München 1963-1965); a esos tres volúmenes se refieren las citas de Ebner del texto. Cf. también Mühlauer Tagebuch (Wien 2001); Tagebuch 1916. Fragment aus dem Jahre 1916 (Wien 2007). Obra traducida al español: La palabra y las realidades espirituales, Fragmentos pneumatológicos, (traducción de José Mª Garrido, Madrid 1995). (En Schriften I, 75-342). Ver más información en http://www.ebner-gesellschaft.org/ueber-ebner/

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