Ante el riesgo de destrucción de la Iglesia Montano, Mani, Mahoma. Tres riesgos de destrucción de la Iglesia

Un tema actual, próxima discusión en Madrid

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El tema del "riesgo de destrucción de la Iglesia",  del que tratare en Madrid el próximo domingo (imagen 1), no es algo nuevo,  sino que responde a la misma dinámica del proyecto cristiano, y así lo indican, de formas convergentes tres personajes y movimientos que vengo estudiando con cierto rigor, y que hoy presento de un modo unitario en esta "postal".

Esos tres  personajes  (y movimientos) están vinculados a un tipo de experiencia distinta del "espíritu", es decir, del despliegue humano, y trazan un tipo de superación o muerte de la Iglesia actual, situándonos así ante una perspectiva que no es anti-cristiana, sino post-cristiana. En esa línea, el cristianismo de la "Gran Iglesia" habría tenido su valor, pero debería ser superado.

Son (han sido) movimientos del pasado, pero los tres perduran e influyen (de un modo directo o indirecto) en la actualidad,  y son muchos los que piensan en su línea que la Iglesia cristiana actual debe ser superada (desaparecer, morir, par que surja algo mejor) una nueva humanidad. 

1. Montano, Espíritu apocalíptico. El riesgo de las "sectas" pentecostales puras.  Tomo la palabra "secta" en sentido neutro, no valorativo: puede venir de "sectare" (cortar) o de sequi (seguir). Forman parte de una "secta" los que se "separan" de un grupo más amplio, siguiendo un camino propio, que tiende a cerrarse en sí mismo. En esa línea se pueden llamar  "sectas"  ciertos grupos pentecostales, apocalípticos,  como el de Montano. Actualmente, la Gran Iglesia puede  perderse (diluirse, secarse), convertida en grupúsculos de tipo apocalíptico,  político y/o económico de iniciados que pretenden tener el monopolio de la salvación.  

2. Mani y los maniqueos entendieron el cristianismo como un movimiento religioso dualista, contrario a la encarnación total de Dios en Cristo. En su línea  se sitúan aquellos que buscan una iglesia de los puros,  identificando el Espíritu de Dios (es decir, la vida superior) con un tipo de  superación de la materia, en línea de interioridad.  Eso es lo que quiso Mani:  "Dejar" el mundo, abandonar la historia, buscando así (dentro de uno mismo) la superación del mal. En esa línea no se puede hablar según eso de Iglesia para Todos, sino sólo de pequeñas iglesias o comunidades  de puros, como siguen queriendo los maniqueos de todos los tiempos. En esa línea, lo mejor que le puede pasar a esta gran iglesia (católica, universal) es que desaparezca, para re-interpretar y recrear el camino de Jesús según Mani.

3. Mahoma, una "iglesia" social, como "umma" que impone un tipo de "saria" o ley de "sumisión divina" universal. Ciertamente, la visión de la "umma" o  comunidad musulmana de los "sometidos a Dios", conforme a la "vía/libro" de Mahoma tiene otros matices. Pero hay un Islam consecuente que supone (afirma) que la Iglesia cristiana ha cumplido ya su función y que debe disolverse, pues ha llegado ya el tiempo la extensión (¿imposición?)  universal del Islam, es decir, de los sometidos a Dios según el Corán. La destrucción de esta "iglesia cristiana" sería pues una buena noticia para el triunfo del Islam universa.

Hay otras formas de entender el fin de la Iglesia Cristiana como seguiré mostrando en nuevas postales, pero estas tres son muy significativas, como indicaré en lo que sigue (con temas tomas en parte de mi Diccionario de los pensadores cristianos y de Las tres religiones).

  1. MONTANO.   POST-IGLESIAS CARISMÁTICAS (Y APOCALÍPTICAS)

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El cristianismo es un carisma en acción, pero su impulso pareció apagarse con el desarrollo institucional, codificado por una jerarquía bien instituida. Por eso es lógico que algunos entusiastas quisieran volver a la experiencia directa del Espíritu. Entre ellos, en torno al 155-160 d. C., surgió en Frigia (actual Asia Menor) Montano, a quien muchos tomaron como encarnación o presencia personal del Paráclito que Cristo había prometido (Jn 14-16). Tras él (o con él) elevaron una pretensión semejante algunas profetisas (Priscila y Masimila), ampliando el movimiento hasta Roma y África, donde lo acogió Tertuliano. Ni Montano ni sus sucesores eran herejes en sentido dogmático: No quisieron inventar doctrinas, ni destruir lo anterior, sino ser testigos proféticos de una experiencia de Dios que la Iglesia, jerarquizada como grupo honorable, parecía perder. Así elevaron una protesta carismática y apocalíptica, como adelantados de la Venida escatológica (fin de los tiempos) que ellos anticipaban con su rigorismo ascético (rechazo del mundo y sus placeres: riqueza, sexo), su entrega personal (disposición al martirio) y su espera emocionada de Jesús[1]: 

  1. Eran conservadores y renovadores. No pretendían crear otra iglesia, ajustada al pensamiento político-social del entorno, sino, al contrario, seguir a los profetas ambulantes más antiguos de Jesús, cuya memoria conservan los Sinópticos y la Didajé, actualizando la experiencia de ruptura social y esperanza del Apocalipsis. Eso mismo les hacía renovadores, pues afirmaban que llegaba la revelación final del tiempo, descubriéndose inmersos en la lucha entre el Espíritu de Cristo y el Perverso, de manera que ellos mismos aparecían como encarnación del Paráclito.
  2. Eran carismáticos. Mantienen la experiencia de Pablo (cf. 1 Cor 12-14) y de la iglesia de Jerusalén (cf. Hech 1-3), con el estilo de vida de las comunidades antiguas (que puede remontarse al mismo Jesús) y elevan su protesta contra una iglesia que tiende a introducir (apagar) el evangelio en cauces de orden establecido. En ese sentido, les podemos llamar pentecostales: Acentúan la ruptura, la inspiración profética, el don de lenguas; conocen a Dios por experiencia, cultivan una teodicea de entusiasmo.
  3. Se sentían vinculados a la promesa del Paráclito (Jn 14-16). El autor de Jn y los miembros de su Comunidad habrían sentido desconfianza ante estos nuevos profetas, pues ellos (los de Jn), estaban más cerca de una interioridad gnóstica, en búsqueda interior de la verdad, y afirmaban, además, que el Paráclito venía guiando a su grupo desde el principio. Pero los nuevos carismáticos montanistas se creyeron autorizados para interpretar los textos de Jn como profecía dirigida a ellos, sintiéndose portadores del Espíritu, presencia del Paráclito en el mundo.
  4. Defendían una teodicea del fin de los tiempos. Podemos llamarles milenaristas (= quiliastas), pero más que el reino de Mil Años de los mártires (en la línea Ap 20, 1-6) parece que esperan el nuevo cielo y la nueva tierra de la Jerusalén gloriosa (cf. Ap 21-22). Están convencidos de que llega el fin (al que aludían 1 Tes, 1 Cor y 2 Tes) y en esa línea interpretan las promesas de los evangelios: «No pasará esta generación sin que se cumplan todas estas cosas» (Mc 13, 30 par; cf. Mc 9, 1 par). Es más, ellos conocen el lugar donde vendrá Jesús y se elevará la Nueva Jerusalén: Pepuza, en la región de Frigia. El Dios de Jesús se le mostrará de un modo directo; por eso elaboran una teodicea apocalíptica.

 Montano y sus seguidores (entre ellos Tertuliano) interpretan el evangelio a la luz de la crisis final ya comenzada. Así forman una comunidad escatológica, dirigida por carismáticos o profetas, y expanden desde Frigia una reforma que vincula entusiasmo espiritual y rigorismo ético. No quieren una iglesia nueva y duradera (no hay tiempo para ello), pero se rebelan y chocan con el orden instituido de la Gran Iglesia que, en ese momento, está consolidando su estructura, en formas de tradición organizada y equilibrio o conformismo social. Así quieren mantener elestado naciente, la emoción primera, desde una perspectiva que podría llamarse irracional (cf. Tertuliano: credoquia absurdum, porque es absurdo). Rechazan las razones sabias del entorno helenista y de aquellos que tienden a sacralizar el orden. Es normal que la jerarquía condene el movimiento:

 «Montano, dando entrada en sí mismo al Enemigo, con la pretensión desmedida de su alma ambiciosa de preeminencia, quedó a merced del Espíritu y de repente entró en arrebato convulsivo como poseso y en falso éxtasis, y comenzó a hablar y proferir palabras extrañas, profetizando desde aquel momento, en contra de la costumbre recibida por la tradición y por sucesión dentro de la iglesia. De los que en aquella ocasión escucharon estas bastardas expresiones... algunos, como excitados por el Espíritu Santo y por un carisma profético, y no menos hinchados de orgullo y olvidadizos de la explicación del Señor, fascinados y extraviados por el Espíritu insano, seductor y descarriado del pueblo, lo provocaban (a Montano), para que no permaneciese ya más en silencio»[2].

 Los montanistas fueron rechazados porque rechazaban la estructura oficial de la iglesia y aceptaban el ministerio de mujeres que se sentían (decían) poseídas por el Espíritu, igual que los varones. Ciertamente, muchos cristianos admiraron su fidelidad, su rigorismo ético, su protesta contra el sistema y su visión de un Dios que no sacraliza el orden establecido, pero en conjunto condenaron este movimiento, cuyos valores y riesgos evocamos, en línea de teodicea.

  1. El montanismo es proto-cristiano, pues recoge elementos tradicionales: Libertad interior, experiencia carismática y rigor ético... Por otra parte, la encarnación del Paráclito en Montano o en algunos de sus seguidores puede interpretarse como signo de una presencia del Espíritu en la vida de los creyentes y ofrece un correctivo carismático a los riesgos de sacralización de la estructura. Ciertamente, en contra de Montano, podemos afirmar que Jesús quedó atrás, que la experiencia pascual había sido ya codificada, que el estado naciente del principio no puede repetirse... Pero añadimos a su favor que la iglesia no es oficina de recuerdos sacrales, administrada por clérigos o sabios que gobiernan sobre el resto de los fieles, sino que ha de ser comunidad de carismáticos, portadores del Espíritu, teodicea viviente.
  2. El montanismo puede volverse post-cristiano, si postula una revelación nueva del Espíritu (encarnado en Montano o en otros), y si los elegidos se separan de la historia concreta (carnal) del movimiento de Jesús y de las estructuras sociales de la comunidad, con el riesgo de ser traídos y llevados por revelaciones arbitrarias. Lo propio del Paráclito de Jn 14-16 era recordar la obra y persona de Jesús, centro y cumbre de toda revelación; además, la presencia del Espíritu cristiano se encuentra vinculada a la vida de los fieles en el mundo, de manera que la Iglesia es una teodicea social en la historia (no fuera de ella). En contra de eso, los montanistas tienden a pasar por alto las mediaciones sociales del cristianismo y así corren el riesgo de identificar a Dios con la inspiración de cada momento.
  3. El montanismo influye en algunos cristianos pentecostales de la actualidad, que quieren mantener y cultivar la inmediatez del Espíritu, como encuentro con Dios. Ciertamente, ellos valoran la historia de Jesús, pero se creen inmediatamente abiertos a Dios por el Espíritu, cultivando un carisma que sólo tiene sentido (y sólo puede mantenerse) si el tiempo se acelera y llega, está llegando físicamente, el fin de todo lo que existe. De esa forma, ellos subordinan el Cristo del pasado al del futuro y devalúan el presente, de manera que la misma iglesia puede acabar diluyéndose en la inspiración de cada momento. Lógicamente tienden a rechazar las mediaciones ministeriales y sociales, históricas y doctrinales del evangelio, suponiéndose contemporáneos a Pentecostés. Eso les concede gran pureza. Pero les aleja de la historia real y de los conflictos de la vida social, es decir, del evangelio encarnado en los hombres.

 Posiblemente, la iglesia actual necesita una cura montanista: Los cristianos deben sentirse vinculados al Espíritu del Cristo, renaciendo de su fuerza, anticipando su venida. Pero, en otro sentido, al insistir en el aspecto carismático, los montanistas corren el riesgo de olvidar la identidad evangélica de Jesús (su apertura a los pobres, su oferta de perdón, su realismo social) y la presencia de Dios en la historia.

Jesús fue sin duda un carismático, pero no un rigorista sexual, ni un asceta alejado del mundo. Condenó a los poderosos de su tiempo, pero no rechazó los gozos del mundo, ni la alegría de la vida. Espe­raba el Reino, pero no lo separó de las tareas del presente, entendido como presencia amorosa de Dios, sobre el juicio y violencia del sistema. El Dios de Jesús era ante todo el Poder de creación, Principio y portador de una palabra que se encarna en la historia de los hombres, a los que resucita.

Por eso, creen en Dios no es salir del mundo y separarse, sino aceptar el mundo con sus contradicciones, descubriendo allí la gracia de la creación. Los cristianos no pueden formar desde Dios una comunidad de separados, limpios, carismáticos, esperando que llegue el fin del mundo, sino todo lo contrario: han de encarnarse con Jesús, ofreciendo las señales de su amor entre los pobres y expulsados del sistema. El Dios de Jesús es perdón de los pecadores y vida para los enfermos, es comunión que se ofrece a los que no tienen familia o comunión. Montano y los suyos (como otros modernos) corren el riesgo de olvidar este centro de la teodicea cristiana[3].

 2.  MANI Y MANIQUEISMO. POST-IGLESIA DUALISTA E INTIMISTA

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Montano había sido apocalíptico y su Dios era más propio de un grupo de elegidos (como el de algunos carismáticos judíos) que el Dios de los cojos-mancos-ciegos a quienes se dirige el evangelio. Mani, en cambio,rechazaba el Antiguo Testamento, por demasiado vinculado a la materia, para buscar un Dios gnóstico de interioridad, más allá de este mundo. Era persa, hijo de un cristiano bautista (interesado en purificaciones), y vivió a mediados de III d. C., fundando una iglesia mundial, con elementos cristianos, budistas y zoroastristas. Entendió la religión en clave intimista, uniendo el cristianismo con la lucha escatológica de Zoroastro y la superación del deseo del budismo, destacando de esa forma el drama (caída y ascenso) del espíritu divino. Hacia el 240 d. C., se sintió inspirado y pensó que Dios le había convertido en el Paráclito de Jn 14-16:

 – «El Dios supremo, Rey del Paraíso de las luces, dijo a Mani: Es el momento de que te manifiestes públicamente y proclames muy alto tu doctrina.– La versión del Kephalaion copto dice: El Espíritu santo, el Paráclito prometido por Jesús, reveló al niño (=Mani) la Verdad total, el Pasado, el Presente y el Porvenir»[4].

 Habitado así por el Espíritu, Mani se sintió Revelador final, último de los enviados de Dios, mensajero de la gnosis, portador de la Verdad completa, manifestación corporal del Paráclito anunciado por Jesús en Juan. De esa forma se insertó en una línea de reveladores (Adán, Set, Henoc, Noé, Sem, Abraham, Jesús), estructurados por una tradición gnóstica (judeocristiana), introduciendo en ella algunos personajes nuevos (Buda o Zoroastro). A su juicio, la historia es reiteración: Los enviados de Dios han repetido un único misterio, pero no lo han hecho de un modo perfecto; por eso, sus religiones sólo fueron valiosas por un tiempo y deben superarse. El último profeta fue Jesús, que anunció su venida final, pues Mani no se tomó ya como profeta, sino como Paráclito de Dios, presencia del Espíritu Santo[5].

  1. Mani no es encarnación de Dios. Estrictamente hablando, no existe encarnación, pues conforme al dualismo gnóstico lo divino es incapaz de expresarse en un cuerpo de carne (hecho de materia, apariencia). El Dios de Jn 4, 24 era Espíritu, pero no como opuesto a una materia, sino a los cultos particulares de Garicín o Jerusalén. El de Mani es puro Espíritu, de forma que en su mensaje no puede haber encarnación (en contra de Jn 1, 14), sino superación de la carne, des-materialización religiosa.
  2. Mani tampoco es plenitud de la historia, pues la historia no tiene plenitud. La biografía humana (generación y nacimiento, crecimiento y comunicación personal) no es signo de Dios, sino sólo un proceso de caída (las partículas divinas son esclavizadas por la materia), de manera que para salvarse las almas deben retornar al pléroma divino. No existen personas valiosas en sí, ni comunidad positiva de hermanos o miembros de un grupo religioso, sino Espíritu divino, que ha quedado caído (cautivo) en la materia y debe salir de ella, retornando a su origen supra-material.
  3. Mani actuó como Apóstol de Dios, afirmando que el mismo Jesús había anunciado y preparado su venida. Era ciudadano persa y pensó que su tierra era centro del mundo, entre oriente (India, China) y occidente (cristianismo, helenismo). Por eso quiso unir las religiones de un extremo y otro: la divinidad le había llamado para liberar de la materia a los humanos y conducirlos a la libertad sobre la historia. No se limitó a recibir una revelación interior y a cultivarla en un pequeño grupo de iniciados, como hicieron otros, sino que vinculó su experiencia gnóstica (cercana a la budista) con un tipo de estructura y proselitismo cercano al de los cristianos, organizando un movimiento universal de salvación:

 «Los que tienen su iglesia en occidente (cristianos) no han alcanzado el oriente; los que han elegido su iglesia el oriente (budistas) no han llegado hasta occidente... En cambio, mi esperanza irá hacia occidente, e irá también hacia oriente. Y se oirá la voz de mi mensaje en todas las lenguas, y se anunciará en todas las ciudades. Mi iglesia es superior en este punto a las iglesias anteriores, porque ellas fueron elegidas en países determinados y en ciudades determinas; la mía, en cambio, se difundirá por todas las ciudades y mi evangelio llegará a todos los países»[6].

 Quiso que su religión fuera cumplimiento de las anteriores. Tuvo la certeza de que la historia ha de acabar y sólo queda tiempo para que los hombres se conviertan y liberen de este mundo material, retornando a lo divino. Con ese finorganizó un movimiento consistente, con una Escritura sagrada, que se extendió por más de diez siglos, desde China hasta el extremo occidental de Europa, expresándose en grupos como los cátaros y albigenses. Quiso vincular las religiones, pero no fue hombre de diálogo, sino de silencio y mística negativa. Su religión no ha pervivido, pero algunos elementos de ella retornan con regularidad, presentando a Dios como lo opuesto a la materia con una teodicea de juicio y separación (rechazo del mundo, espiritualismo puro)[7].

A pesar de llamarle Paráclito de Cristo, sus seguidores no divinizaron a Mani, pues no se presentaba como portador personal de salvación, sino como mensajero de la negación del mundo. Además, él había anunciado el fin de la individualidad egoísta y la superación del tiempo de maldad y ruina de la historia, a fin de que las almas volvieran a su origen divino, superando la situación actual de caída.

El mundo no es creación de Dios, sino efecto de un pecado, realidad perversa. Por eso, el verdadero Dios (espíritu, no mundo) se distingue del «dios de la materia» (que es el mal, deseo pervertido). Siendo portador de una revelación supra-mundana, Mani no quiso salvar la historia, sino librarnos de ella, elaborando una teodiceadualista, no en línea apocalíptica, como Montano, sino gnóstica (rechazando materia y carne, deseo y vida, en aras de la interioridad sagrada). Su Dios es espíritu puro. Su teodicea es anti-material y anti-histórica:

  1. Anti-material. Mani y sus discípulos (iluminados, pneumáticos) se sienten caídos en un mundo de perversión, enfrentamiento y muerte, pero descubren en sí mismos un germen de divinidad, que les permite superar este mundo de materia y mal deseo. Cada uno ha de salvarse a solas, cultivando su interior divino, sin mediaciones ajenas (de Cristos). De esa forma, los iluminados liberan su chispa de divinidad, que estaba caída y perdida, superando la materia y retornando a su verdad en el Espíritu.
  2. Anti-histórica. La historia no es revelación de Dios, ni producto de una acción positiva de los hombres, sino olvido y exilio. El alma es parcela divina, caída del alto, que sufre en el mundo y desea liberarse de su encierro histórico, donde la dominan dos grandes deseos perversos: placer sexual y violencia asesina. La religión no quiere transformar la historia, de manera que los hombres puedan descubrir su vida en ella, sino ayudarles a dejarla: El verdadero Dios no enseña a vivir y crear, sino a morir y des-vivirnos.

  Sexo y violencia (placer y muerte) son los dioses falsos de la historia pervertida, dos caras de un mismo sistema de opresión donde los hombres se atraen y rechazan, procrean y matan por pecado. Origen y contienda (sexo y batalla) definen y destruyen la historia. De manera consecuente, Mani condenó la violencia del sexo (y el mismo sexo), como deseo pervertido y creatividad de muerte. También condenó otras formas de violencia social (caza de animales, guerra entre naciones). El rey de Persia se sintió acusado y respondió encerrándole en la cárcel donde murió (hacia el 276 d. C.). Jesús fue condenado por transformar la historia, Mani por negarla; lógicamente, sus discípulos pudieron presentarle como testigo y mártir del Espíritu.

En ese fondo se sitúa su visión de Dios y el Diablo. El verdadero Dios habita más allá de los deseos y contiendas de la historia: No podemos descubrirle en el Antiguo Testamento, religión de violencia, sino en la ascesis consecuente, renunciando a los deseos materiales (procrear, poseer, luchar).El Dios de este mundo es el Diablo, vinculado al deseo sexual, que puede concretarse en el mito de la Mujer perversa (que cautiva y encierra al alma en la materia) y en el deseo de violencia interhumana (guerra). Por eso, el hombre religioso no debe transformar y salvar este mundo sino terminarlo[8]. En esa línea, la teodicea maniquea parece más cercana a Zoroastro y Buda que a Jesús: El Dios-Espíritu se opone al Dios-Materia o Diablo; la salvación consiste en superar el deseo y violencia del Dios de este mundo, negando una forma de historia que se identifica en el fondo con la muerte[9]. Mala es la procreación (por su placer perverso) y toda forma de creatividad mundana (que nos sigue vinculando a la materia). No hay libertad, ni gratuidad, ni comunión positiva en esta tierra de materia antidivina a la que hemos caído por pecado y de la que debemos liberarnos[10].

Entendido así, el maniqueísmo (como los sistemas gnósticos radicales) es contrario al cristianismo. A pesar de ello, ha influido y sigue influyendo en muchos cristianos, que identifican a Dios con los valores espirituales y olvidan el dolor de los excluidos del sistema: Muchos acentúan la bondad de Dios, pero la identifican con su propia interioridad y en función de ella, rechazan o juzgan a quienes no forman parte de su grupo o no piensan como ellos. Esa teodicea o defensa de Dios se opone en el fondo al Dios de Jesús y al mismo ser humano[11].

3  MAHOMA, EL ISLAM. POST-IGLESIA DE LOS SOMETIDOS A DIOS   

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Había nacido en La Meca (hacia el 570 d. C.), en la ruta comercial del Yemen a Siria, y conocía las religiones del entorno: judía, cristiana y quizá zoroastrista. Hacia al 610 sintió la llamada de Dios para anunciar el juicio a su ciudad, cuyas autoridades le amenazaron. Tras unos años de exilio (Hégira: 622 d. C.), volvió como vencedor (630), creando entre las tribus árabes la Umma o nación de elegidos. Se sintió profeta (nabi) y enviado (rasul) de Dios para su ciudad (purificó su Cubo o Kaaba) y las tierras del entorno.

Predicó el monoteísmo (sólo hay un Dios universal, Allah), ratificando la tradición religiosa de los monoteístas locales (hanifs) y de los judíos y cristianos. A su muerte (632) el Islam comenzaba a extenderse más allá de Arabia. No fue un dualista, pero introdujo una fuerte oposición entre Dios y la humanidad que debe obedecerle. Quiso ser profeta de todos los sometidos o musulmanes, empezando por los árabes, que seguían manteniendo un paganismo semejante al del entorno cananeo de Israel, mientras bizantinos y persas luchaban en oriente (entre el siglo V-VII d. C.).

No quiso fundar una nueva religión, sino descubrir y propagar la religión eterna, que Dios había revelado siempre a sus profetas. «Decid: Creemos en Dios y en lo que nos ha revelado, en lo que se reveló a Abraham, Ismael, Isaac, Jacob y las tribus, en aquello que Moisés, Jesús y los profetas recibieron de su Señor. No hacemos distinción entre ninguno de ellos y nos sometemos a Él» (Corán 2, 136; cf. 3, 84: 6, 84-86; 19, 41-63). Quiso ratificar, como Mani, el mensaje de los enviados anteriores, para completarlo, poniendo un sello a la revelación de Dios, como profeta escatológico (Dt 18, 15-19) y Paráclito (Jn 14-16), revelador final de Dios: 

  1. Profeta escatológico. «Jesús, Hijo de María, dijo: Hijos de Israel, yo soy el que Dios os ha enviado para confirmar la Torá anterior a mí y para anunciar la venida de un Mensajero que vendrá después de mí, llamado Ahmad» (Corán 61, 6). Esta Ahmad, Alabado, es el mismo Mu-hamad, Mahoma.
  2. Paráclito. «(Los musulmanes) siguen al Mensajero, al Profeta de los gentiles [de los iletrados, que no tenían Escritura], a quien ven mencionado en la Torá (Ley judía) y en el Evangelio. Ese profeta les ordena lo que está bien y les prohíbe lo que está mal, les declara lícitas las cosas buenas e ilícitas las impuras, y les libera de las cargas y cadenas que sobre ellos pesaban» (Corán 7, 157)[12].

             Mahoma se presenta así como el Paráclito anunciado por Jesús, pero su mensaje es distinto al de Montano (no es un apocalíptico) y al de Mani (no es un gnóstico), y se centra en la existencia de un solo Dios, que ha creado los cielos y la tierra y que define con su ley y voluntad la vida de los hombres. Dios no entra en la historia, sino que la dirige desde su trascendencia, de manera que los hombres han de acatar su mandato.

Estos son los rasgos de su sahada o confesión creyente: (1) No hay más Dios que Allah, que ha revelado lo mismo desde siempre. (2) Mahoma es profeta de Dios.

Hubo muchos profetas anteriores, pero sólo Mahoma ha recogido y culminado su mensaje en el Corán, siendo cumplimiento de la profecía, el último de los mensajeros divinos (cf. Corán 33, 40). Así queda fijada la verdad, única y para siempre. Los musulmanes (= sometidos) deben aceptar al pie de la letra la religión de Mahoma, pues no habrá revelaciones nuevas. La historia ha terminado, empieza con la Umma o comunidad musulmana la plenitud, ratificada por el juicio de Dios.

Jesús había ofrecido un mensaje de futuro, un camino de expansión mesiánica, que Juan 14-16 simbolizaba en el Espíritu Santo. Mahoma, en cambio, cierra el futuro, de manera que tras él no habrá ya historia de salvación: Todo está dicho y los creyentes no tienen más remedio que someterse y cumplir lo revelado. Las disensiones entre cristianos (y judíos) eran señal de error. Por eso elevó Mahoma frente a ellos la comunidad unificadora, donde se asumían los valores de Abraham (amigo de Dios, purificador de la Caaba), Moisés (liberador de los judíos) y Jesús (autor del evangelio).

El mensaje y acción de Mahoma puede compararse en especial al de Jesús, a quien él venera como hijo de María, nuevo Adán, nacido de manera virginal (Corán 3, 33-37. 42-48; 19, 16-26), profeta del Evangelio de Dios para Israel y realizador de milagros. Ciertamente, Jesús fue Abd, siervo (5, 72; 19, 30) y Rasûl, enviado, de Allâh (cf. 4, 171; 19, 30), hombre privilegiado[13], pero no era Dios, sino un musulmán, sometido a Dios[14]. A pesar de ello, no logró culminar su tarea. Subió a Jerusalén, pero no pudo triunfar, siendo condenado a muerte. Mahoma, en cambio, ha triunfado: Ha reunido a sus creyentes, ha superado la estructura social anterior, saliendo de la Meca (Hégira), y ha vuelto victorioso para conquistarla, estableciendo la comunidad final de los sometidos[15].         

Esto significa que Dios no logró manifestarse del todo por Jesús, ni por los profetas anteriores (mensajeros del monoteísmo y del juicio divino), pues fueron imperfectos o fracasados: judíos y cristianos vivían divididos, no podían someterse a Dios del todo, ni cumplir sus mandamientos, ni formar un pueblo. Pero ahora, por Mahoma, Dios ha revelado su Corán completo, revelando toda su voluntad y ofreciendo una teodicea plena, que se centra en el Libro (Corán que Mahoma ha proclamado) y se expresa en la vida y victoria de la comunidad de sometidos (musulmanes). Esta es la prueba de Dios, revelada desde arriba, una vez y para siempre, por Mahoma. Es una prueba supra-racional (Dios lo ha querido), pero no anti-racional: El Corán y la existencia de la Umma o comunidad de musulmanes expresan la verdad definitiva. Allí donde los hombres acogen la palabra de Dios y se someten a su voluntad cesa el tiempo imperfecto, acaban las divisiones, se establece la Ley inmutable, absoluta, la sumisión pacificadora. Estos son sus elementos fundamentales: 

  1. Exclusividad: «No hay más dios que Allah». Una tradición judía muy extendida, de origen cabalístico, supone que Dios se encogió para que surgiera el mundo. El cristianismo afirma que Dios se abrió o expandió en la encarnación de Jesús. El Islam, en cambio, no puede hablar de encogimiento ni apertura, pues Dios lo llena Todo, como Realidad Única, Ser de todo lo que existe. Por eso, al decir que «no hay más dios que Allah» se dice en el fondo que Allah es la única realidad. Para el Islam, el problema no es la existencia de Dios (evidente, en un plano de razón), sino la posible existencia de hombres libres a su lado. Por eso, estrictamente hablando, el hombre no dialoga, sino que se somete a Dios.
  2. Revelación: «Y Mahoma es profeta de Allah». Estrictamente hablando, no se necesitarían profetas, pues Dios lo llena todo con su presencia. Pero los hombres tienden a olvidarlo y cerrarse en sí mismos, engañándose en sus propias ilusiones, que se expresan como ídolos o dioses falsos, de diverso tipo. Por eso ha sido necesaria la venida de una serie de profetas, que repiten siempre el mismo mensaje: Que Dios es Dios y que nosotros debemos someternos a su poderío. No tiene sentido hablar de una encarnación de Dios en el hombre Jesús, pues todo lo que existe es de algún modo presencia de un Dios que se eleva siempre sobre toda carne (sobre toda realidad). La revelación o presencia suprema de Dios es su Palabra, escuchada por Mahoma y escrita en el Corán.
  3. Umma o comunidad de sometidos (= musulmanes). No debería haber un pueblo especial, pues todos son de Dios; ni una religión particular, pues el Islam es la religión sin más. Pero de hecho, paradójicamente, ha surgido en el mundo, por Mahoma, una comunidad de sometidos (=pacificados), que quieren ser centro y testimonio de salvación.Ese testimonio se expresa en ellos porque cumplen la palabra del Corán (y la Sharía), donde se revela la Verdad de Dios. La palabra del Corán ofrece la paz de Dios y vincula a todos los humanos, que deben someterse a ella, de manera que en la Sumisión (=Islam) se cumple y, de algún modo, se supera la historia, pues todo está ya dicho, ella no puede avanzar más[16].
  4. ¿Violencia de Dios? Ya que la verdad está definida de antemano y la historia fijada en su final, los musulmanes puedenapelar a un tipo de violencia de Dios, como expresión de su señorío. Sin duda, deben distinguirse dos fases en la vida y mensaje de Mahoma. La primera, centrada en La Meca (612-622), fue básicamente pacífica: quiso convertir a los mecanos con su anuncio. La segunda, tras la Hégira o ruptura y la emigración a Medina (622), estuvo definida por la guerra, que culminó en la toma de La Meca (630). Los musulmanes actuales pueden apelar a la primera fase, recreando un Islam sin Yihad o guerra santa. Pero incluso en ella parece latir una experiencia de imposición de Dios que puede conducir no sólo a la mística más honda de inmersión en lo divino, sino también a diversas formas de intimación religiosa (incluso militar) sobre el mundo.

  Jesús pensó que Dios era poder de gracia y libertad, que se anuncia y ofrece en amor gratuito; y por eso no conquistó Jerusalén, ni fundar un estado político de fieles sometidos, sino que murió por fidelidad a Dios, sin apelar a la guerra. Mahoma, en cambio, creyó que Dios le impulsaba a conquistar La Meca, en gesto político audaz que expresa de forma esencial los dos rasgos de su teodicea:

(1) Dios no puede permitir que su Profeta muera o fracase, pues ello implicaría que es incapaz de revelarse de manera victoriosa.

(2) Dios es poder absoluto y cumple de un modo triunfal su palabra[17]. Eso significa que no existe proceso o avance religioso, pues las obras de los hombres resultan secundarias. Mahoma ha presentado a Dios como Poder absoluto ante quien todos deben someterse, de manera mística (como hacen sufíes) o social (como hacen la mayoría).

Creer significa obedecer y someterse a lo mandado, cumpliendo de manera estricta la ley. No hay encarnación real, ni historia humana: Dios no camina con los hombres y mujeres (como fuente de libertad y misterio de gracia), haciendo que ellos sean creadores, sino que permanece separado, arriba, después que ha revelado por Mahoma su palabra eterna (el Corán).

Los hombres no tienen más opción que someterse y escuchar (obedecer). Esto les conviene, esto les salva: Es bueno que se dejen dirigir por un Dios que es Gran Señor y todo lo ordena con su poder inmutable.

Dios es todo, sin estar sometido a nada, sin asumir como Jesús el dolor de los hombres. Por eso, estos se encuentran sometidos, sin capacidad de escoger y realizar en libertad su vida, sin posible ilustración (como la europea del XVIII-XX d. C.). Dios se ha revelado una vez, para siempre y para todos, de tal forma que los hombres deben someterse, sin discutir, sin interpretar de un modo científico o histórico, pues la Palabra de Dios sobrepasa el nivel de las investigaciones de la historia y de la ciencia de los hombres.

Desde una perspectiva cristiana, el Dios de Mahoma parece regresivo ante el de Cristo, igual que los paráclitos citados. Pero Mahoma no vuelve al profetismo carismático (Montano), ni al dualismo gnóstico (Mani), sino que impone desde Dios una ley socio-sacral, fija por siempre, desde arriba (como un Antiguo Testamento sin Evangelio cristiano, ni Misná judía).

El Dios cristiano se encarna, ofreciendo a los hombres libertad, para que ellos mismos puedan trazar su camino, de manera que razón e historia humana pueden participar en el estudio la revelación (como indicará el próximo capítulo).

El Dios de Mahoma no tiene historia, ni deja que los humanos sean creadores, ni les permite examinar críticamente el Corán, según métodos de ciencia. La confesión pascual, dirigida a la parusía de Jesús, abría para los cristianos un tiempo del Paráclito: tiempo de experiencia personal y libertad comunitaria, en diálogo con la razón. Por el contrario, Mahoma tiende a cerrar el tiempo del Paráclito, presentando su Corán como única verdad del Dios que ha dicho su Palabra y no permite que pueda razonarse, dialogarse o adaptarse a las nuevas realidades de la historia. Parece que el Islam lo tiene todo claro, bien fijado, como un libro abierto; los fieles saben lo que hace falta saber, sólo les queda cumplirlo, ser musulmanes. Por el contrario, Jesús dejó un libro a un lado y buscó la respuesta de Dios en la misma vida de los hombres (Jn 8, 1-7)[18].

NOTAS

[1]Textos: P. de Labriolle, Les sources de l'histoire du montanisme: Textes grecs, latins, syriaques, Leroux, Paris 1913; R. E. Heine, The Montanist Oracles and Testimonia, Mercer, Macon GA 1989. Cf. W. Scheperlern, Der Montanismus und die phrygische Kulte: Eine religionsgeschichtliche Untersuchung, Mohr Tübingen, 1929; A. Strobel, Das heilige Land der Montanisten: Eine religions-geographische Untersuchung, Walter de Gruyter, Berlin 1980; Ch. Trevett, Montanism: Gender, Authority and the New Prophecy, Cambridge UP, 1986.

[2] Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, V, 7-8.

[3] En este contexto se entiende el riesgo de los montanistas y de aquellos movimientos modernos que rechazan el valor de la razón, los valores de la historia y la encarnación de Dios. Creer en Dios significa para ellos separarse: dejar el trabajo de la tierra, esperar la llegada inmediata del Cristo Redentor. Piensan que Dios no enriquece este mundo, sino que lo niega. Tienden a ignorar la gratuidad y la exigencia de la comunión fraterna. Por eso han sido rigoristas: Han condenado el aspecto social y gozoso de la fe, la presencia mundana de Dios. Lógicamente, han tendido a crear movimientos aislados: Se separan de los otros (importan ellos, elegidos) y cultivan­ la experiencia del Espíritu como poder que les desliga de un mundo en el fondo condenado. De esa forma, su visión de Dios puede volverse principio de arbitrariedad: Corren el riesgo de aislarse, dejando de ser fermento de Dios al servicio de la humanidad. Jesús protestó sin duda contra una ley interpretada en sentido sacral, al servicio de los buenos (que le mataron) y Pablo destacó la libertad del Espíritu frente a toda ley del mundo, pero no fue extático puro, ni fundó su movimiento a partir de ciertas voces que escuchaba, ni cultivó la presencia de Dios en trance, ni quiso crear grupos al servicio de ellos mismos, sino un movimiento de transformación fundado en el Dios de la gracia, desde los más pobres. Pablo tampoco fundó iglesias de carismáticos rigoristas, sino comunidades de creyentes, abiertas a pecadores y pobres. Por eso, la teodicea montanista nos parece insuficiente, contraria a los valores de creación, encarnación y comunión entre los hombres

[4] Cf. H. Ch. Puech, El maniqueísmo, IEP, Madrid 1957, pp. 31-32. Mani elaboró una teodicea dualista, de tipo gnóstico, concibiendo al Espíritu como interioridad espiritual, en oposición a la materia. A su juicio, Dios se manifiesta allí donde los hombres se elevan sobre el mundo material (propio del Diablo) para alcanzar su verdad interna.

[5] Este esquema de la sucesión de profetas, que van diciendo una misma verdad, siempre parcial, hasta la culminación, aparece en las Pseudo-clementinas. Cf. O. Cullmann, Le Problème littéraire et historique du Roman Pseudoclémentin, Alcan, Paris 1930; Id., Cristología del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1998, pp. 65-104 ; L. Cerfaux, Le Vrai Prophète des Clémentines: RSR 18 (1928) pp. 143-163. Un esquema semejante ha sido aceptado por Mahoma y otros grupos de inspiración gnóstico-monoteísta, como lo Bahais.

[6] Cf. Kephalaion CLIV, en Puech, op. cit. 46.

[7] Babilonia (centro por entonces del imperio persa) era una encrucijada de movimientos sacrales e iglesias, donde junto a Zoroastro influían esquemas religiosos orientales (hinduismo, budismo), judíos y cristianos, en línea ortodoxa o heterodoxa. En ese contexto, Mani, hombre de gran cultura religiosa, se sintió inspirado por Dios para unificar las religiones. Cf. Ch. Puech, El maniqueísmo, en Historia de las religiones 8, Siglo XXI, Madrid 1978; G. Widengren, Mani und der Manichaeism, London 1965; J. A. Asmussen,«Maniqueísmo», en Bleeker/Widengren, Historia Religionum I, Cristiandad, Madrid 1973, pp. 561-590; A. Böhlig (ed.), Die Gnosis III. Der Manichäismus, Artemis, Zürich 1980; J. Ries, «La gnosis de Mani: lo sagrado, el hombre y la sociedad. Ruptura religiosa y proyecto de religión universal», en Id. (ed.), Tratado de antropología de lo sagrado IV, Trotta, Madrid 2001, pp. 171-196.

[8] El matrimonio no es signo de Dios y tampoco lo es el nacimiento pues introduce a los hombres en el proceso de la vida material en sus reencarnaciones. Todo lo que encadena la luz de Dios (alma divina) en la materia es malo. Por eso, la sexualidad procreadora es perversa: Es la manera que Satán ha escogido para engañar a los humanos.

[9] «El pecado capital es la fornicación, que es en sí abyección, bestialidad, inconsciencia; y, por consiguiente, la procreación de hijos nos hace cómplices e instrumentos del plan forjado por el Mal, llevándonos a prolongar en el cuerpo de nuestros descendientes la cautividad de una parte de la Luz que estaba en nosotros»: H. Ch. Puech, El maniqueísmo, IEP, Madrid 1957, p. 65. Nuestra forma de vida actual carece de valor. Nuestro proyecto o camino en la historia es ilusión. Por eso, debemos des-hacernos, superando el deseo de la vida (sexo, fuerza agresiva). No deberíamos haber nacido, pues el nacimiento, que nos escinde de Dios y nos hace individuos en el mundo, proviene del deseo malo. El buen vivir es aprender a morir, para que volvamos al Dios supramundano. Casi todos los hombres son imperfectos y débiles, siguen vinculados a los deseos de la tierra; por eso no pueden ser más que oyentes o principiantes de la iglesia maniquea. Sólo son maniqueos de verdad los perfectos: Aquellos que han vencido, de manera programada, los deseos de poder-placer, conforme a la doctrina de las tres interdicciones: De la carne y bebida fermentada (sello de la boca), de la violencia contra la vida (sello de la mano) y de la acción sexual (sello del vientre).

[10] Los maniqueos ofrecen una experiencia extrema de extrañamiento y negación de Dios en la historia: Ellos deben separarse de todo lo que pueda vincularles con la tierra, por sexo o violencia. No existe sexo bueno (no hay deseo positivo, ni generación creadora). Por eso, su teodicea exige rechazar al Dios del mundo, con los deseos y poderes malos de la historia. Muchos cristianos, influidos por un tipo de maniqueísmo, tienden a entender el mundo como cautiverio, les cuesta interpretar la religión y vida como gracia. Pero debemos añadir que la condena del mundo y la renuncia a la solidaridad carnal no son gestos cristianos. Tampoco es cristiano un elitismo, que divide a los hombres en perfectos (que han superado el deseo de la vida) e imperfectos (que siguen vinculados a ella).

[11]En este sentido se entiende el carácter peyorativo del término: Suele llamarse maniqueo a quien juzga a los demás, separando con precisión el bien y el mal, como lo blanco de lo negro, imponiendo su opinión sobre personas y cosas. Maniqueo es alguien que se piensa justo (iluminado) y condena a los otros, rechazando los valores de este mundo. Al Dios maniqueo le falta gratuidad y libertad, amor mutuo y fe en la historia. Un Dios así ha dañado al cristianismo.

[12] Estos pasajes suponen que Ley y Evangelio habían anunciado a un Profeta Ahmad, Alabado, título incluido en Mu-hamad (=Mahoma), que sería el Paráclito de Juan. La tradición musulmana supone que Mahoma ha cumplido las promesas de Dt 18 y Jn 14-16. Cf. M. Muhamad Ali, El Sagrado Corán, Ahmadiyyah, Lahore 1986, pp. 1181-1182.Cf. J. Cortés, El Corán, Herder, Barcelona 1995, pp. 644-645.

[13] Aceptando elementos de tradición cristiana, Mahoma ha presentado a Jesús como una Palabra y Espíritu (Kalima y Rûh) que viene de Dios (cf. 3, 45; 5, 171). Esos términos, relacionados con la concepción virginal (del Espíritu-Gabriel por María: cf. 2, 87.252; 5, 110; 16, 2.102 etc), destacan la importancia sobrenatural que Mahoma ha dado a Jesús s quien, sin embargo ve como un simple ser humano (no es Hijo de Dios).

[14] Mahoma critica la inmersión de Jesús como Dios dentro de una Trinidad que constaría de Padre Dios, Madre María e Hijo Jesucristo (cf. Corán 4, 171-172; 5, 72-75.116-117; 19, 88-94; 112).

[15] Mahoma supone que los discípulos de Jesús disputaron sobre su Evangelio y se dividieron, sin haber convertido a los judíos (Corán 2, 113; 5, 18), mostrando así la imperfección de su mensaje. A pesar de ello, Mahoma dirá que los judíos no pudieron matar de verdad a Jesús en la Cruz, pues Dios no abandona a sus enviados (Corán 4, 157).

[16] Dios ha hablado, los humanos callan. Estrictamente hablando, no hay novedad, ni avance, ni proceso tras Mahoma, pues lo que ha darse está dado, lo que Dios ha declarado permanece por siempre. En contra de eso, los cristianos creen que la revelación de Dios en Cristo se abre en la historia, como proceso de gratuidad y donación de vida.

[17] La tradición musulmana considera la muerte de Jesús (si es que murió de verdad) como fracaso (no pudo culminar su obra profética). A su juicio, los cristianos han recaído en un tipo de idolatría: Han divinizado a Jesús y han abandonado la sumisión a Dios y el cumplimiento de su ley, al menos en occidente. Mahoma, en cambio, realizó la obra de Dios, instaurando su ley sobre el mundo. Eso significa que pueden suceder algunos acontecimientos que parezcan importantes, pero en realidad, con la revelación del Corán, el establecimiento de la Umma y la promulgación de la Sharía (ley coránica sagrada), Dios se ha expresado ya del todo. Jesús fue un perdedor: no extendió su mensaje, se dejó matar y sus discípulos dijeron que había resucitado. Mahoma, un vencedor: triunfó en su ciudad e inició un camino de cambio mundial. Cf. L. Gardet, L'Islam e i cristiani, Citta' Nuova, Roma 1988; G. Rizzardi, Il problema della Cristologia Coranica, I. Propaganda, Milano 1982.

[18] La fe musulmana deja poco espacio para la gracia y creación del hombre, pues Dios lo hace todo: Los creyentes sólo pueden someterse. Por el contrario, los cristianos creen que Dios no obliga a los hombres a vivir de una manera determinada, no les impone una ley acabada que deben cumplir, sino que les abre un camino de fe en gratuidad, para que libremente busquen y pacten, en comunión creadora, siendo ellos mismos aquello que más les conviene. Un Dios que dijera a los hombres lo que han de hacer no sería cristiano. Un Dios que les sometiera no sería divino. Ciertamente, se ha dado (y se da) entre cristianos una fuerte contaminación musulmana: Muchos conciben a Dios como alguien que dice por fuera lo que deben hacer, sobre todo allí donde una jerarquía asume el control y pretende guiar, en nombre de Cristo, a otros fieles. Pero el verdadero Dios cristiano no impone una ley, sino que penetra en la historia, asumiendo el camino de la humanidad, desde los perdedores (en Jesús), para potenciar su libertad. El Espíritu de Cristo habla a través de la búsqueda comunitaria: «Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros» (Hech 15, 28).

[1] El Espíritu es un elemento distintivo del principio de la iglesia. Los tres paráclitos expresan alguno de sus rasgos, pero los llevan a un extremo que acaba siendo heterodoxo, pues rompe la experiencia básica del Cristo. Con ellos, salimos fuera del círculo oficial de la Gran Iglesia de Oriente (Bizancio, Ortodoxia) y Occidente (Roma, Católicos) y buscamos tradiciones que han sido desplazadas, pero que contienen elementos valiosos de teodicea cristiana.

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