El silencio clamoroso y asesino que quiso borrar el recuerdo de la raíz judía A los 75 años de Auschwitz: Dios es Palabra

Campo de concentración de Auschwitz
Campo de concentración de Auschwitz

Siguen siendo hoy muchos los que prefieren borrar la diferencia, negar la Palabra, volver a la imposición, con campos de exterminio de diverso tipo, siempre en la línea de Auschwitz,para negar a los que son diferentes, para que quede sólo el imperio de una igualdad impuesta

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 A los 75 años de la “liberación de Auschwitz” (27.1.1945),
se conmemora hoy el día del recuerdo del Holocausto judío,que se dice mejor shoah, fatalidad, no sacrificio agradable al Dios  del Terror (quemando en su honor víctimas humanas), sino gran silencio clamoroso y asesino, como expresión de una grandísima (y horrible) cultura moderna que quiso borrar el recuerdo de su raíz judía, borrando así la memoria del Dios distinto.

Ciertamente, los judíos no han sido ni son "inocentes" en un sentido superficial. Basta preguntar a los profetas antiguos como Isaías, y a los libros más densos de la Biblia donde se describe la tragedia‒shoah de las víctimas (como el Job), a los discursos de los rabinos y maestros medievales (pasando por Jesús de Nazaret y por Johanan Ben Zakai).

Los judíos forman parte de la densa y compleja historia de violencia de la humanidad, y no son inocentes en una linea moralista externa, pero han sido y siguen siendo “víctimas”, precisamente por su “diferencia”, por poner de relieve la diferencia de Dios (in‒finito), que se expresa en la diferencia humana de ellos mismos, como pueblo distinto entre los pueblos.

Los judíos de la Biblia habían sido distintos, y así siguen siendo distintos los judíos de Auschwitz y los de nuestro tiempo (2020),  víctimas de su propia Palabra de vida,  abierto a todos, pero amenazada dentro de una historia de poder que no quiere palabras reales, ni comunicación verdadera, ni gentes distintas, sino igualarlo todo bajo un horno crematorio de poder o de dinero.

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En ese contexto he dicho y quiero seguir diciendo: Dios es Palabra, viva la palabra, añadiendo de un modo clarísimo, con la voz más alta ¡viva la palabra judía! en el concierto de las palabras humanas, como arco iris del Dios de Noe,tras el diluvio, la primera y más inmensa shoah que recuerda la Biblia (Gen 6-9). El judaísmo es una palabra muy intensa de Dios, y así la queremos recibir los cristianos, recordando que el Dios de Jesús es Palabra crucificada, palabra de un judío abierto a todos los pueblos, y asesinado por aquellos que quiere borrar todas las palabras distintas del Dios de la diferencia amorosa.

Borrar las diferencias,  “destruir las palabras”, matar al Dios que es “Palabra”, es decir, escucha y respuesta, comunicación humana... ése es el tema de mi libro antiguo, que hoy me parece más actual que nunca. En esa línea lo escribí hace 15 años con un título hoy actual:  Dios es Palabra. Lo fue en Jerusalén con Jesús de Nazaret, lo fue y lo sigue siendo con los millones a quienes quisieron silenciar en Auschwitz.

Así quiero recordarlo hoy, día de la shoah, a los 75 años, después de celebrar ayer con el Papa Francisco la Fiesta de la Palabra, poniendo así de relieve que Dios es comunicación entre y para todos, dentro de una iglesia y de una sociedad que tiende a olvidarlo.

Siguen siendo hoy muchos los que prefieren borrar la diferencia, negar la Palabra, volver a la imposición, con campos de exterminio de diverso tipo, siempre en la línea de Auschwitz,para negar a los que son diferentes, para que quede sólo el imperio de una igualdad impuesta, que sería la "nuestra", es decir, la muerta (la muerte al fin de  todos, en la niebla de unos campos de horror que ya casi ni recordamos).

Con esta ocasión quiero presentar una vez más (¡cuando está vendido y descatalogado) mi libro de hace 15, titulado precisamente Dios es Palabra, recogiendo con ligerísimas variantes su prologo (del año 2005), que me sigue pareciendo actual.

Prólogo

La tradición ha presentado a Dios como Palabra que llama y dialoga con los hombres, caminando en ellos y con ellos, en un proceso fascinante y doloroso que llamamos historia. Dios ha despertado a los hombres y mujeres del gran sueño en el que duermen estrellas y animales (cf. Gen 2), para recorrer con ellos una travesía de diálogo bello, arriesgado y creador, un camino de Palabra. En esa línea he procurado verle, trazado una teodicea cristiana, monoteísta y mesiánica, abierta al conjunto de las religiones, conversando con el pensamiento de occidente, en este comienzo del tercer milenio.

Dios aparece así, de alguna forma, como Palabra siempre nueva que besa y despierta a la humanidad durmiente, para que viva y sufra, saliendo después a buscarla por montes y riberas, bosques y espesuras, como han dicho caminantes y poetas, empezando por Juan de la Cruz.

Algunos piensan que hubiera sido preferible dejar la princesa dormida o añaden que esa princesa/humanidad se ha despertado ella misma, convirtiéndose en masa violenta de guerreros, que se matan entre sí, quemando al fin su propio bosque y su poblado… Seríamos guerreros de conquista violenta, no hombres y mujeres de palabra, de manera que al fin el mismo sexo engendrador se ha vuelto imposición de silencio, sin auténtica Palabra, que es amor.

Otros afirman que todo este asunto de Dios ha sido y sigue siendo una ilusión completa y compleja, o comentan que no ha existido en su fondo tema alguno, que no sabemos absolutamente nada de aquello que pudiera haberse llamado Dios, pues no existe Palabra, sino simples palabras de propaganda de mentira.

Pues bien, a diferencia de esos (¡no en contra ellos!), estoy convencido de que el Dios del amor (que puede volverse violencia), es Palabra ofrecida, buscada y compartida. Ciertamente, nosotros podemos convertirle en ilusión o ignorancia), en miedo o violencia, como en Auschwitz.

Así lo dice ya el Evangelio de Juan (1‒9‒14): Está viniendo la Palabra, pero los hombres han querido acallarla, asesinarla, como se hizo en Auschwitz, como seguimos haciendo nosotros de mil formas, en la Iglesia y sociedad actual, que no quiere ser palabra, sino pura y simple (muerta) propaganda de poderes y de engaños.

Hemos querido acallar la palabra, en guerras y campos de exterminio, y hemos creado y seguimos creando instituciones para asesinar a la palabra. Pues bien, a pesar de ello, el Dios Palabra sigue estando en la raíz y en el centro de la historia de la humanidad y así he querido estudiar con cuidado su influjo y presencia en la historia cultural de occidente, partiendo de los antiguos dioses y, especialmente, de la Biblia.

Sin duda, este libro podría haber llamado a Dios de otra manera: Amante o Amor, Pensamiento o Mundo, Libertad o Gracia... Pero he preferido llamarle Palabra, retomando y elaborando  un tema central de la Biblia, cuando dice que Dios habla (cf. Gen 1, 1-2) y es Palabra (cf. Jn 1, 1-2).

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Así he recogido la raíz judío-cristiana de la teodicea, enraizándola también en la historia de la filosofía, que, desde Sócrates y Platón hasta nuestro tiempo, ha tendido a interpretarlo todo en claves de diálogo… pero, al mismo tiempo, por miedo y afán de dominio ha querido matar la palabra, y de esa forma ha matado a los dos grande mensajeros de la Palabra (Sócrates y Platón, en Atenas y en Jerusalén)… y ha seguido matando a los judíos modernos, portadores de la palabra, en los campos de trabajo “y liberación” de Auschwitz.

He dicho campos de liberación, porque unos hombres modernos, los nazis de Alemania y los dominadores actuales del mundo necesitan matar la Palabra. Pues bien, en ese fondo de negación y muerte de la Palabra, he querido escribir un libro de afirmación, para mostrar que la naturaleza y la historia son en el fondo una palabra en la que Dios se dice y nos hace capaces de decirnos, de forma amorosa, amenazada, audaz, gozosa y llena de dolores.

Es más, en esa línea, pienso que Dios ha querido arriesgarse al sembrar su Palabra, al sembrarse a sí mismo, al decir su verdad en nuestra vida, dejando que nosotros le digamos (nos digamos), en una historia que podríamos centrar entre el Cantar de los Cantares (¡todo es amor, amor hecho palabra!) y el Apocalipsis (¡bodas al fin, sobre la muerte, bodas de la Palabra!).

Esta es la trama de la historia que quiero contar en este libro a lo largo de siete capítulos densos, en diálogo intenso con la Biblia y con la historia de occidente, desde nuestra situación de posmodernos ricos, que parecen olvidar a Dios, mientras dejan morir a los pobres de hambre y violencia a su lado[1].

Siendo de libro de tesis o afirmación, éste quiere ser también un libro de texto, un tejido de ideas y razones, pues recoge informaciones básicas sobre la historia de Dios en casi tres mil años de cultura occidental, destacando la herencia judío-cristiana, vinculada al helenismo y al orden romano, y la ilustración occidental, que ha culminado en nuestro sistema económico-administrativo.

Este ha sido un tema de inmensa disputa, que eso significa teodicea: juicio sobre Dios, que es en el fondo una logo‒dicea, una defensa de la Palabra. Muchos han supuesto que ilustración y religión se oponen y se niegan. En contra de eso, pienso que están relacionados y se complementan, aunque, eso sí, con tensiones, que a la postre resultan positivas. Un testimonio de ellas quiere ser este libro, que consta de siete capítulos:

  1. En el principio era Dios. Presenta las categorías básicas de teodicea y las relaciones familiares de Dios (padre, madre, hijo...), en perspectiva más vital, partiendo de la filosofía griega, pero recordando que la biología, el sexo, amor y generación humana es un lenguaje, palabra de Dios en la vida humana.
  2. Yahvé, Dios de Israel. Destaca la experiencia israelita de Dios, como libertad y trascendencia, en línea de comunicación afectiva (amor enamorado), que se abre a los excluidos del sistema; el Dios de Israel ha querido ser palabra que distingue y que da sentido a todo y a todos, empezando por los excluidos de la vida (huérfanos, viudas, extranjeros…)..
  3. Jesús, Palabra de Dios. Su mensaje, vida y pascua ha sido la prueba o signo básico de Dios en occidente, signo y presencia de Dios como Palabra de llamada, de esperanza… Palabra desde los más pobres, Palabra crucificada… pues los portadores del templo y del imperio de su tiempo querían un Dios de imposición política y social, no el Dios‒Palabra. Sólo en este fondo pueden entenderse los momentos siguientes de mi teodicea
  4. Dios, Palabra disputada. Los cristianos pensamos que el Dios‒Palabra ha revelado por Jesús, en el Espíritu Santo; pero una serie de “paráclitos” (Montano, Mani y muchos movimientos de tipo militar) han querido controlar su herencia o la han interpretado en en claves de huida interior, de puro alejamiento místico, de imposición o guerra.
  5. Dios Palabra de razón. La Ilustración (siglos XVIII-XIX), centrada en Kant, ha interpretado a Dios como razón filosófica, social y científica, corriendo el riesgo de negar su identidad infinita de gracia, de decir, de palabra ofrecida, acogida, dialogada, desde los más pobres, en camino de liberación humana
  6. Silencio de Dios. La crisis de la modernidad (siglo XX) encierra al hombre entre un tipo de sistema racional de poder y la soledad más grande de los individuos, de los pobres, que carecen de Palabra. En esa línea, Dios ha tendido a presentarse como no‒palabra de poder, que decide quienes deben y quiénes no deben vivir, como en Auschwitz, como en este mundo manipulado del siglo XXI, donde triunfan las imposiciones, se niegan las palabras. como fuente de gracia que abre un camino de nueva comunicación.
  7. Palabra de hombre, lenguaje de Dios. El libro termina ofreciendo cinco signos o huellas del Dios que han venido apareciendo en todo lo anterior: mundo, libertad, gracia, comunión, historia, siempre desde el fondo del Dios‒Palabra de fondo y presencia, que habla en el camino de amor y de vida, desde los más pobres, a quienes se niega la Palabra.

Estos capítulos han sido compuestos de manera armónica: 1º y 7º se corresponden, como introducción y conclusión; 2º, 3º ofrecen una teodicea bíblica, que culmina en el Dios de Jesucristo; 5º, 6º elaboran una teodicea histórico-filosófica, en diálogo con la Ilustración.  En el centro queda el 4º, que trata de los orígenes y riesgos de la teodicea más antigua de la iglesia. Ellos no quieren demostrar la existencia de Dios, cosa imposible, sino mostrar su sentido, de un modo unitario, desde una perspectiva occidental y cristiana, en diálogo velado con las religiones y filosofías de la actualidad. 

 En el fondo de mi discurso sigue estando la tradición filosófica de Grecia, pero he destacado más la experiencia israelita y bíblica, elaborando así una teodicea cristiana, en este tiempo de cruce entre modernidad y pos-modernidad. Mi libro es religioso, pero no confesional en sentido estricto. Sería hermoso que pudieran servir de orientación para algunos que, dentro o fuera del ámbito cristiano, buscan a Dios como principio de libertad sobre el sistema. 

Es un libro nuevo, elaborado entre el segundo y tercer milenio, en diálogo con los estudiantes universitarios, pero, al mismo tiempo, recoge en forma simplificada y sin excesivos alardes eruditos el legado de varios decenios de estudio, enseñanza y publicaciones sobre el tema. Al final ofrezco una bibliografía básica y al comienzo de cada capítulo recojo algunas obras importantes sobre el tema, sin preocuparme por ser exhaustivo o completo. El lector atento, a quien agradezco de antemano su atención y compañía, sabrá suplir las deficiencias y recrear los temas.

Son tantas las personas que me han acompañado, en conversaciones, clases y amor, mientras pensaba y escribía este libro que he renunciado a citarlas. A todas, muchas gracias y, sobre todo, al Dios de la vida que ha querido despertarme, despertarnos, para compartir con él el gozo y tensión de ser hombres y mujeres en la historia[2].

 (Madrigalejo de Burgos, año 2005)           

DOS NOTAS 

 [1] El tema ha sido evocado por P. Sloterdijk, En el mismo barco,  Siruela, Madrid 1994, p. 21.

[2] Tracé el esquema de este libro hace casi cuarenta años (hacia el 1963, como indico en Las siete palabras de X. Pikaza,  PPC, Madrid 1996), como ejercicio adolescente de reflexión filosófica, entre la escolástica medieval y el existencialismo, de moda por entonces. Fue una aventura ingenua. Tendía a pensar que era cuestión de alternativa: o existe Dios, y entonces concede sentido a todo lo que somos, o no existe, y tenemos que seguir buscando caminos por el universo. Pasado el tiempo, he descubierto que el problema  no es saber si hay Dios o no, sino descubrir con los ojos y las manos de la vida, a solas y con otros, el sentido de la Realidad (que escribo así, con mayúscula). Desde entonces he venido diciendo muchas cosas sobre Dios, publicadas o escondidas en carpetas de clases o congresos. Entre las publicadas, cf. Las dimensiones de Dios, Sígueme, Salamanca 1972; Experiencia religiosa y cristianismo, Sígueme, Salamanca 1981; Dios como Espíritu y persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989; Dios judío, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella  1986; El fenómeno religioso, Trotta, Madrid 1999; El camino del Padre, Verbo Divino, Estella 1999; Sistema, libertad, iglesia. Instituciones del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001; Globalización y monoteísmo. Moisés, Jesús, Mahoma,  Verbo Divino, Estella 2002. Me ha crecido con los años el humor amable y he descubierto, con otros muchos, que las cosas de Dios son inescrutables, de manera que no pueden resolverse por razón, ni por dictado, pero, a pesar de ello, o por lo mismo, me siento más gozoso que al principio de mis reflexiones: nada más bello que seguir pensando sobre Dios. Había preparado una primera redacción de este libro para el curso 1998-1999, en la Universidad Pontificia de Salamanca y la deben conservar algunos estudiantes. Era más escolar y pretencioso Ahora he querido redactarlo con un tono más humilde y coloquial: no quiero demostrar si hay Dios, sino evocarle, evocando a su luz, y desde su oscuridad, alguno de los rasgos principales de la vida humana, en claves de libertad y amor, de comunión e historia..

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