¡Cómo habéis podido apartaros de mí...!. El infierno, un dolor de Dios

Le llamamos "infierno" (=lo está abajo, lo ínfimo), lo que es contrario a Dios, pero forma parte de su posibilidad, pues no hay gracia sin libertad de "perderse", ni un Dios verdadero que no sufra el dolor de los hombres con quienes está comprometido.

Por eso es importante hablar del infierno, pero en general, muchos cristianos lo han hecho de un modo contrario al evangelio, partiendo de un dios ontológico (que no sufre), de un dios sádico, que se goza en castigar, oponiéndonos de esa manera al evangelio, donde Dios no hace sufrir a los hombres, sino que sufre con ellos (entrando en el infierno de la historia humana) para que los hombres no sufran infierno.

En general, los cristianos hemos entendido y aplicado las palabras de Mt 25, 41: "apartaos de mí al fuego..", que son parábola y no sentencia judicial en sentido inverso al evangelio, y al más hondo "discurso" del Antiguo Testamento (que aparece por ejemplo e Jeremías)... en contra del evangelio de Mateo (y lo hemos hecho porque nos cuesta entender al Dios de Cristo, y porque en general seguimos prefiriendo que él castigue a los hombres (preferimos la ley y no la gracia, un tipo de justicia vindicativa o vengadora y no la misericordia encarnada).


En sentido estricto, dentro del contexto parenético de Mt 25 (y de toda la pasión, centrada en "Dios mío ¿por qué me has abandonado? el sentido estricto de esas palabras es cómo os apartáis de mí, en línea de admiración (¡como puede suceder algo así..!) y de dolor de Dios que ha sufrido y sigue sufriendo allí unos hombres invierten su camino, destruyen a los pobres y corren el riesgo de destruirse a sí mismo para siempre.

Por eso digo que el infierno es el dolor de Dios, el dolor que a Dios le causa el rechazo de los hombres que se matan, que matan unos a los otros y que matan a Jesús. Por eso, el infierno no es el castigo sádico que Dios impone a unos hombres, sino el dolor que él mismo sufre en el camino de dolores de parto de una creación (Rom 2, 22) de una humanidad que se opone a su designio de salvación.


Muy pronto, una parte de la iglesia que no ha querido o podido desarrollar la dinámica de salvación de amor de Dios en Cristo ha interpretado esas palabras (¡apartaos al infierno!) en una linea inversa a su sentido originado, sin entender la parábola, sin comprender su lugar en el evangelio (Mt 25-28). Así lo muestra Dante en su Divina comedia (hecha divina tragedia), así interpreta Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, así lo ha visto una moral más propensa a condenar que ha vivir el evangelio.

En contra de esa visión del Dios castigo está la lectura bíblica de Juan de la Cruz (en la cumbre sólo hay amor)..., con el auténtico Lutero de la gracia triunfadora, con una buena teología del dolor/amor de Dios).

(Así culmina mi lectura del evangelio de Mateo, que aparece en la portada de mi comentario admirándose ante el Dios de Cristo que sufre y ama para "sacar" a los hombres del infierno (como indiqué en la postal de ayer, citando a E. Hillesum).


El Dios de la Biblia, Dios que sufre en el dolor de los hombres

El Dios de la Biblia es Camino de Cielo en el mundo, en la historia, un camino, una puerta que abre a la vida perdurable. Pero ese Dios es libertad de amor, y de la libertad forma parte el riesgo, y el amor sólo existe (en la forma por nosotros conocida, en este mundo) allí donde es posible el odio y la muerte (o la soledad sin ninguna compañía, ni la de Dios).

Todos los relatos de un infierno de condena positiva de Dios (como si Dios mandara a los hombres malos a un fuego de muerte dolorosa) son imágenes que la Biblia ha tomado de su entorno... y se mantienen como tales en un plano precristiano. No hay condena positiva de Dios (pues eso iría en contra de mismo Dios de Cristo).

Todas las imágenes sádicas de un infierno de tortura, con diablos que pinchan y queman o violan... van en contra del Dios de Jesús y son anticristianas, por más que se hayan utilizado en una catequesis y simbología de miedo, que es anticristiana.

Pero, dicho todo eso, debemos añadir que el infierno es "posible" (no digo real), porque Dios siendo Dios (y por serlo) deja al hombre ser hombre, capaz de negarse a si mismo y condenarse como supone y dice Mt 25, 31-46. Ese "apartaos de mí" ha de entenderse, por tanto, como expresión más alta del dolor de Dios, que quiere llama y abrazar a todos los hombres, un Dios que puede ser abandonado.

Fracaso de la historia, un infierno posible, dolor de Dios


La historia no se encuentra dirigida hacia dos metas simétricas: por un lado, cielo; al otro, infierno. Por un lado, gloria; por otro, condena. Sólo hay una meta que es la gloria: el brillo y plenitud de Dios que ama, llenando de su gracia a todos los salvados; el banquete de la mesa y hermandad que nunca acaba, con Dios Padre y con su Hijo Jesucristo; las bodas del cordero de Dios que ama a los hombres como a esposa; la luz plena, el total conocimiento de Dios, la Trinidad como espacio de vida donde todos comparten el encuentro del Padre con el Hijo en el Espíritu.

Por eso queda claro que Dios no ha creado a los hombres para el bien o para el mal, no les prepara al mismo tiempo para el cielo o el infierno. Dios es solamente bueno y ha creado las cosas para el bien. Por eso marca un camino de plenitud y gozo positivo para todos los humanos.

Según eso, el “fuego” del infierno no es de Dios, sino que es contrario a Dios, es la negación de Dios, el posible rechazo humano de su gracia. De un modo consecuente, ese fuego infierno no se puede entender como elemento positivo de la creación, sino todo lo contrario, como producto del fracaso de los hombres que, negándose a la gracia de Dios, se han pervertido (pueden pervertirse); es aquella situación que los hombres mismos van creando (esto es, van des-creando: destruyendo la creación, negándose a sí mismo) allí donde rechazan el misterio de la vida y quieren construir su propia muerte; por eso, más que creación, el infierno es anti-creación, más que obra de Dios es negación de obra divina.

Pero, si Dios es poderoso, ¿cómo puede permitir que exista el infierno? ¿No es capaz de transformar el mal en bien, logrando que los mismos condenados se conviertan así en bienaventurados? Planteado el tema de esa forma, carece de respuesta: no podemos penetrar en el secreto de la creación de Dios. Ciertamente, él puede transformar el mal del mundo en gracia, convertir la muerte en vida, el fuego de la destrucción en fuego creador de amor eterno. Pero Dios es amor libre, y libremente ha dejado a los hombres y mujeres que opten por el bien, que se dejen amar, dejándose así transformar el cielo (permitiendo así que los hombres construyan su infierno).

En esa línea el fracaso de Dios es posible, y ese fracaso se llame infierno. No porque Dios lo haya creado, ni porque él quiere que exista, sino porque él deja en libertad a los hombres, y ellos libremente pueden elegirlo, porque piensan que es buen, que les agrada más que el cielo de Dios, porque en el fondo quieren destruirse a sí mismo por despecho o por protesta en contra de la vida de Dios. El infierno se presenta, según eso, como cara negativa de la gracia, el rechazo de la vida, la negación de Dios.

Si todo diera lo mismo, si todo se encontrara impuesto por la necesidad del cosmos, si solamente hubiera una bondad condescendiente de Dios, no existiría infierno, pero tampoco se podría hablar de cielo, de felicidad acogida y agradecida. Habría limbo de inconsciencia para todos, un limbo que no sería humano ni cristiano. Dios nos ha creado abiertos para el cielo, capaces de escuchar su Palabra y de realizarnos libremente, de manera que seamos aquello que nosotros mismos escogemos desde Cristo. Pues bien, desde el momento en que ese cielo se nos ofrece en libertad, como meta de elección, podemos elegir también aquel infierno que queremos, condenarnos para siempre a soportarlo (es decir, a destruirnos, negado la vida de Dios).

Esta posibilidad del infierno pertenece al misterio de la gracia, es la posibilidad del gran dolor de Dios: Si nos empeñamos, no por Dios, sino en contra de Dios, podemos destruirnos, no sólo en este mundo (destruyendo la vida de la tierra), sino en un sentido más hondo, rechazando el “cielo”, es decir, el don de vida que Dios quiere ofrecernos. He hablado del infierno final de la destrucción como posibilidad y no realidad cumplida: Jesús y la iglesia saben que hay hombres que alcanzan la gloria de Dios con María y los santos; pero ni Jesús ni la iglesia definen que «de hecho» hay condenados.

Por eso decimos que existe el «infierno» como posibilidad de condena, abierta para cada uno de nosotros, en camino de elección libre y responsable. El cielo nos lo ofrece Dios y nosotros lo acogemos por su gracia, pero el infierno lo buscamos y creamos nosotros mismos, en contra de la voluntad de Dios que nos ha dado como salvador a su Hijo Jesucristo.

Por eso, la condena se presenta como infierno, es decir, que está simbólicamente ligada a lo de abajo, a la parte inferior; Dios es la altura de la vida y del amor, pero algunos pueden rechazarlo. La condena es lejanía: Dios nos llama a habitar en su morada (Dios mismo es morada), dentro de su misma vida y gracia; pero algunos pueden rechazar la vida, buscando su morada lejos, en eso que la tradición conoce como tinieblas exteriores. La condena es fuego destructor que mata, es un “dolor” que no se puede comparar con ninguno de los dolores de la historia (ni físicos, ni psicológicos), es el dolor final del “no ser”. Dios, en cambio, es calor bueno, es gozo y es banquete, es el “ser” en sentido intenso, la plenitud de vida que convoca a los hermanos y les hace realizarse para siempre, aunque algunos prefieran consumirse en su fracaso.

Todo el despliegue positivo de la Biblia forma parte del misterio de la gracia de Dios que nos ha dado su vida en Jesucristo Es un misterio en el que sólo podemos adentrarnos en un gesto de gozo y esperanza. Gozo significa acción de gracias: hemos visto ya el amor de Dios y confiamos en la fuerza de su vida y nos ponemos en la gracia de su Vida (=Cielo), sabiendo que su Hijo, muerto por nosotros, quiere darnos la vida para siempre. Pues bien, si queremos conocer lo que es el cielo debemos empezar conociendo a Jesucristo y su mensaje de vida en gratuidad. Sólo así, en gesto de fuerte aceptación del Reino de Dios, sabremos ya que hay cielo y viviremos de algún modo su gozo anticipado. Por eso, no he querido presentar aquí un retablo de bienes celestiales, como si fueran algo que se añade al fin y no el sentido y verdad de todo lo estudiado. Cielo es, en el fondo, el cumplimiento total del evangelio, que se vuelve de esa forma «eterno y perdurable» (cf. ApJn 14, 6).

Del infierno así entendido trata toda la Biblia, pues la Biblia ha señalado ya desde el principio (desde su segunda página, en Gen 2-3), el hecho de que el hombre ha sido creado en libertad para lo bueno (es decir, para la vida) pero puede perderse a sí mismo y destruir su vida. En esa línea he querido recoger, de forma telegráfica, algunos signos o amenazas del infierno, no para plantear nuevos temas, sino para recoger de un modo unitario algunos de los ya tratados.

1. Pecado de Adán-Eva:

El día en que comas del fruto del árbol del conocimiento del bien-mal has de morir (Gen 2, 17). El hombre ha sido creado para la vida, por don de Dios, compartiendo así su amor y su futuro, como imagen suya, en un mundo originalmente bueno. Pero si rechazan el camino del buen conocimiento, que es el camino de Dios y de la vida, los hombres pueden destruirse.

En este contexto emerge la imagen poderosa de la Serpiente o Dragón, que tienta al hombre para la muerte, como un signo del infierno que volverá a mostrarse con toda fuerza en el Apocalipsis (Ap 12 ss). El mismo “pecado” de los hombres viene a presentarse como infierno, principio de la muerte entendida en forma de condena.... Así empieza el dolor de Dios en la Biblia

2. El diluvio (Gen 6-8).

Ha sido siempre el signo privilegiado del infierno, indicando que los hombres pueden destruirse a sí mismo, destruyendo la creación, como he puesto de relieve una y otra vez evocando el riesgo “ecológico” que se ha multiplicado en la actualidad (principios del siglo XXI d.C.). Ciertamente, este signo del “diluvio” tiene un carácter “divino”, y así aparece en la Biblia como castigo de Dios.

Pero en su realidad más honda éste es un signo cósmico y humano: Por nuestra forma de actuar, los hombres podemos convertir este mundo en infierno, destruyéndonos a nosotros mismos. En ese contexto, la Biblia pone de relieve el hecho de que la vida del hombre es providencia de Dios o gracia, que nos mantiene en camino a pesar de los riesgos de perdernos. Frente a los hombres que buscan y quieren su infierno, Dios se sigue mostrando como Dios de Vida, arco iris de esperanza

3. El Becerro de Oro.

Dejo a un lado otros temas importantes de amenazas y castigos de infierno, creado por los hombres, que aparecen a lo largo de la historia bíblica para centrarme en el signo del Becerro de Oro de la tradición del Sinaí, en contra de la verdadera alianza de vida entre Dios y el pueblo elegido y liberado de Egipto (cf. Ex 32-33). En vez de adorar a Dios y seguir sus caminos, los hombres se empeñado en adorar la fuerza de la vida (toro), expresada como riqueza (oro).

La Biblia nos sitúa de esa forma ante un motivo que sólo Jesús ha desarrollado plenamente al identificar ese Dios Falso que es signo de destrucción (infierno) con la Mamona (Mt 6, 24), que es dinero absolutizado, que convierte la vida de los hombres en el mundo en un infierno, camino de muerte. Dios no quiere que los hombres queden en manos del gran becerro, que lleva en sí la condena, Dios sigue abriendo y camino de salvación

4. La apocalíptica, advertencia de posible condena.

Ha sido iniciada a lo largo de la tradición profética, pero sólo ha culminado en los últimos profetas y/o videntes que han desarrollado una visión apocalíptica de la historia, desarrollando en esa línea la teología de la alianza: Dios ha pactado con los hombres ofreciéndoles gratuitamente la vida, pero ellos pueden rechazarle y le han rechazado eligiendo la muerte, como van mostrando de forma escalofriante los testigos de este tipo de “teología del infierno”, desde Ezequiel, pasando por Zacarías hasta Daniel (por lo tratar de los libros apócrifos de la tradición de Henoc).

En este contexto ha evocado y desarrollado la Biblia las más duras imágenes de muerte (de infierno y de diablos/satanes) que ha podido encontrarse en el conjunto de la humanidad. Es como si una obsesión de infierno y muerte dominara totalmente nuestra historia... Pues bien, ese posible infierno de los apocalípticos constituye un signo fuerte del amor de Dios, que sigue ofreciendo salvación, allí donde los hombres parecen deslizarse hacia el infierno de la destrucción

5. El asesinato de Jesús.

En contra de una fuerte tradición de su ambiente, en medio de una gran amenaza de guerra de Israel contra Roma, Jesús ha desarrollado y proclamado una visión del Reino de Dios, que comienza ya en el mundo con el perdón de los pecados, el don de la vida (curación, pan compartido) y el amor que viene de Dios Padre y lo llena todo como esperanza de Reino. Pero los poderes establecidos de Roma y de Jerusalén se han alzado contra Jesús para matarle, como ratificando así los poderes del infierno, y negando toda esperanza de vida sobre el mundo.

Este ha sido el pecado central de la humanidad, la negación más radical del Reino: Dios ha querido ofrecer a los hombres su Reino, pero los hombres han preferido su Infierno, como ha puesto de relieve todo el evangelio de Juan. Pues bien, precisamente allí donde los hombres optan por su infierno, matando a Jesús, Dios sigue abriendo su camino más hondo de salvación, convirtiendo el infierno de la cruz en fuente de resurrección

En esa línea, la tradición cristiana ha podido afirmar con 1 Pedro 3, 17-22 que Jesús “bajó a los infiernos”, porque allí le enviaron los hombres. Pero Dios convirtió ese “descenso” (Credo de los Apóstoles: “Descendió a los infiernos”) en principio de resurrección de vida.

6. Las Bestias y la prostituta del Apocalipsis.

Hay poderosos signos de infierno en la tradición de los sinópticos, lo mismo que en Pablo y en el Evangelio de Juan, pero he querido insistir en el Apocalipsis, deteniéndome en la tríada infernal (satánica) del Dragón (Serpiente del Génesis) que aparece como poder antidivino, revelación del infierno que quiere dominar y destruir la vida de los hombres, con sus dos bestias (una político/militar, otra ideológica) y su prostituta, que es el Dinero/Comercio de muerte.

Parece que el infierno dominará toda la vida de los hombres, para destruirla, pero el poder del Cordero Sacrificado es más fuerte, de manera que por su entrega establece el reino de la Vida. Éste es el signo final del infierno en el mundo, este es el principio de la salvación como seguiré indicando: Como dice Ap 19, 13, la Palabra de Dios, que aparece en forma de Cordero de amor, vence a la muerte y al infierno, con todos sus poderes. Jesús no dice, pues, "apartaos de mi al infierno...", sino: Yo os abro un camino de vida en el mismo infierno.

7. Apartaos de mi... ¡cómo os apartáis de mi! Mt 25, 31-46.

La última palabra de infierno (la más honda) de la Biblia aparece en Mt 25, 31-46, donde Jesús habla del infierno de la tierra que él mismo ha hecho suyo (tuve hambre, tuve sed, fui extranjero, estuve desnudo, estuve enfermo, fui encarcelado…), para así superarlo y transformarlo en principio de vida. El Cristo de Dios ha sufrido con los que sufren, encarnándose en el infierno de la historia, para transformarlo en camino de “reino”, de manea que nos hombres se hagan Reino para otros “y me disteis de comer y de beber, me acogisteis y vestisteis, me visitasteis y servisteis, pues cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis…”.

De esa forma se expresa y se abre en el mundo el camino del Reino, pero también el riesgo del infierno, pues aquellos que no ayudan y acompañan a los otros pueden escuchar la palabra de condena “apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, pues tuve hambre y no me disteis de comer…”. De ese símbolo del fuego trataré después extensamente en la ampliación de este tema, pero el motivo clave del infierno no es el fuego material, sino el hecho de quedar separados del Mesías, de no acoger la vida que Dios les ha ofrecido, en un camino de vida (dar de comer, dar de beber etc.)

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