La posibilidad de lo imposible. Reflexión sobre el infierno

Conforme a una visión total del evangelio, la historia no se encuentra dirigida hacia dos metas simétricas: por un lado, cielo; al otro, infierno; por un lado, gloria; por otro, la condena, sino que sólo hay una meta que es la gloria:

el brillo y plenitud de Dios que ama, llenando de su gracia a todos los salvados;

el banquete de la mesa y hermandad que nunca acaba, con Dios Padre y con su Hijo Jesucristo;

las bodas del Cordero de Dios que ama a los hombres como a esposa, según ApJn 21-22;

la luz plena, el total conocimiento de Dios, la Trinidad como espacio de vida donde todos comparten el encuentro del Padre con el Hijo en el Espíritu.

Por todo lo ya dicho, queda claro que Dios no ha creado a los hombres para el bien o para el mal, no les prepara al mismo tiempo para el cielo o el infierno. Dios es solamente bueno y ha creado las cosas para el bien. Por eso marca un camino de plenitud y gozo positivo para todos los humanos, de manea que el único camino posible para Dios es el Reino.

Pero el hombre puede hacer posible lo imposible

Según eso, el “fuego” del infierno no es de Dios, sino que es contrario a Dios, es la negación de Dios, el posible rechazo humano de su gracia. De un modo consecuente, ese fuego infierno no se puede entender como elemento positivo de la creación, sino todo lo contrario, como producto del fracaso de los hombres que, negándose a la gracia de Dios, se han pervertido; es aquella situación que los hombres mismos van creando (acaban de crear) allí donde rechazan el misterio de la vida y quieren construir su propia muerte; por eso, más que creación, el infierno es anticreación, más que obra de Dios es negación de la obra divina.

Pero, si Dios es poderoso, ¿cómo puede permitir que exista (que los hombres hagan que exista) el infierno? ¿No es capaz de transformar el mal en bien, logrando que los mismos condenados se conviertan así en bienaventurados?

Planteado el tema de esa forma, carece de respuesta: no podemos penetrar en el secreto de la creación de Dios. Ciertamente, él puede transformar el mal del mundo en gracia, convertir la muerte en vida, el fuego de la destrucción en fuego de amor eterno. Pero Dios es amor libre, y libremente ha dejado a los hombres y mujeres que opten por el bien, que se dejen amar, dejándose así transformar el cielo.

En esa línea el fracaso de Dios es posible, y ese fracaso se llame infierno. No porque Dios lo haya creado, ni porque él quiere que exista, sino porque él deja en libertad a los hombres, y ellos libremente pueden elegirlo, porque piensan que es buen, que les agrada más que el cielo de Dios, porque en el fondo quieren destruirse a sí mismo por despecho o por protesta en contra de la vida de Dios. El infierno se presenta, según eso, como cara negativa de la gracia, el rechazo de la vida, la negación de Dios.

Si todo diera lo mismo, si todo se encontrara impuesto por la necesidad del cosmos, si solamente hubiera una bondad condescendiente de Dios, no existiría infierno, pero tampoco se podría hablar de cielo, de felicidad acogida y agradecida. Habría limbo de inconsciencia para todos, un limbo que no sería humano ni cristiano.

Dios nos ha creado abiertos para el cielo, capaces de escuchar su Palabra y de realizarnos libremente, de manera que seamos aquello que nosotros mismos escogemos desde Cristo. Pues bien, desde el momento en que ese cielo se nos ofrece en libertad, como meta de elección, podemos elegir también aquel infierno que queremos, condenarnos para siempre a soportarlo (es decir, a destruirnos, negado la vida de Dios).


Esta posibilidad del infierno imposible pertenece al misterio de la gracia: Si nos empeñamos, no por Dios, sino en contra de Dios, podemos destruirnos, no sólo en este mundo (destruyendo la vida de la tierra), sino en un sentido más hondo, rechazando el “cielo”, es decir, el don de vida que Dios quiere ofrecernos.

He hablado del infierno final de la destrucción como posibilidad y no realidad cumplida: Jesús y la iglesia saben que hay hombres que alcanzan la gloria de Dios con María y los santos; pero ni Jesús ni la iglesia definen que «de hecho» hay condenados. Existe el «infierno» como posibilidad de condena, abierta para cada uno de nosotros, en camino de elección libre y responsable. El cielo nos lo ofrece Dios y nosotros lo acogemos por su gracia, pero el infierno lo buscamos y creamos nosotros mismos, en contra de la voluntad de Dios que nos ha dado como salvador a su Hijo Jesucristo.

Por eso, la condena se presenta como infierno, es decir, que está simbólicamente ligada a lo de abajo, a la parte inferior; Dios es la altura de la vida y del amor, pero algunos pueden rechazarlo. La condena es lejanía: Dios nos llama a habitar en su morada, dentro de su misma vida y gracia; pero algunos pueden rechazar la vida, buscando su morada lejos, en eso que la tradición conoce como tinieblas exteriores. La condena es fuego destructor que mata y duele; Dios, en cambio, es calor bueno, es gozo y es banquete que convoca a los hermanos y les hace realizarse para siempre, aunque algunos prefieran consumirse en su fracaso.

Todo lo anterior forma parte del misterio de la gracia de Dios que nos ha dado su vida en Jesucristo

Es un misterio en el que sólo podemos adentrarnos en un gesto de gozo y esperanza. Gozo significa acción de gracias: hemos visto ya el amor de Dios y confiamos en la fuerza de su vida y nos ponemos en la gracia de su Vida (=Cielo), sabiendo que su Hijo, muerto por nosotros, quiere darnos la vida para siempre. Pues bien, si queremos queremos conocer lo que es el cielo debemos empezar conociendo a Jesucristo y su mensaje de vida en gratuidad. Sólo así, en gesto de fuerte aceptación del Reino de Dios, sabremos ya que hay cielo y viviremos de algún modo su gozo anticipado. Por eso, no he querido presentar aquí un retablo de bienes celestiales, como si fueran algo que se añade al fin y no el sentido y verdad de todo lo estudiado. Cielo es, en el fondo, el cumplimiento total del evangelio, que se vuelve de esa forma «eterno y perdurable» (cf. ApJn 14, 6).

Del infierno así entendido puede tratar la Biblia ya desde el principio (desde su segunda página, en Gen 2-3), el hecho de que el hombre ha sido creado en libertad para lo bueno (es decir, para la vida) pero puede perderse a sí mismo y destruir su vida. En esa línea he querido recoger, de forma telegráfica, algunos signos o amenazas del infierno, no para plantear nuevos temas, sino para recoger de un modo unitario algunos de los ya tratados.

1. Pecado de Adán-Eva: El día en que comas del fruto del árbol del conocimiento del bien-mal has de morir (Gen 2, 17). El hombre ha sido creado para la vida, por don de Dios, compartiendo así su amor y su futuro, como imagen suya, en un mundo originalmente bueno. Pero si rechazan el camino del buen conocimiento, que es el camino de Dios y de la vida, los hombres pueden destruirse. En este contexto emerge la imagen poderosa de la Serpiente o Dragón, que tienta al hombre para la muerte, como un signo del infierno que volverá a mostrarse con toda fuerza en el Apocalipsis (Ap 12 ss). El mismo “pecado” de los hombres viene a presentarse como infierno, principio de la muerte entendida en forma de condena.

2. El diluvio (Gen 6-8). Ha sido siempre el signo privilegiado del infierno, indicando que los hombres pueden destruirse a sí mismo, destruyendo la creación, como he puesto de relieve una y otra vez evocando el riesgo “ecológico” que se ha multiplicado en la actualidad (principios del siglo XXI d.C.). Ciertamente, este signo del “diluvio” tiene un carácter “divino”, y así aparece en la Biblia como castigo de Dios. Pero en su realidad más honda éste es un signo cósmico y humano: Por nuestra forma de actuar, los hombres podemos convertir este mundo en infierno, destruyéndonos a nosotros mismos. En ese contexto, la Biblia pone de relieve el hecho de que la vida del hombre es providencia de Dios o gracia, que nos mantiene en camino a pesar de los riesgos de perdernos.

3. El Becerro de Oro. Dejo a un lado otros temas importantes de amenazas y castigos de infierno, creado por los hombres, que aparecen a lo largo de la historia bíblica para centrarme en el signo del Becerro de Oro de la tradición del Sinaí, en contra de la verdadera alianza de vida entre Dios y el pueblo elegido y liberado de Egipto (cf. Ex 32-33). En vez de adorar a Dios y seguir sus caminos, los hombres se empeñado en adorar la fuerza de la vida (toro), expresada como riqueza (oro). La Biblia nos sitúa de esa forma ante un motivo que sólo Jesús ha desarrollado plenamente al identificar ese Dios Falso que es signo de destrucción (infierno) con la Mamona (Mt 6, 24), que es dinero absolutizado, que convierte la vida de los hombres en el mundo en un infierno, camino de muerte.

4. La amenaza apocalíptica. Ha sido iniciada a lo largo de la tradición profética, pero sólo ha culminado en los últimos profetas y/o videntes que han desarrollado una visión apocalíptica de la historia, desarrollando en esa línea la teología de la alianza: Dios ha pactado con los hombres ofreciéndoles gratuitamente la vida, pero ellos pueden rechazarle y le han rechazado eligiendo la muerte, como van mostrando de forma escalofriante los testigos de este tipo de “teología del infierno”, desde Ezequiel, pasando por Zacarías hasta Daniel (por lo tratar de los libros apócrifos de la tradición de Henoc). En este contexto ha evocado y desarrollado la Biblia las más duras imágenes de muerte (de infierno y de diablos/satanes) que ha podido encontrarse en el conjunto de la humanidad. Es como si una obsesión de infierno y muerte dominara totalmente nuestra historia.

5. El asesinato de Jesús. En contra de una fuerte tradición de su ambiente, en medio de una gran amenaza de guerra de Israel contra Roma, Jesús ha desarrollado y proclamado una visión del Reino de Dios, que comienza ya en el mundo con el perdón de los pecados, el don de la vida (curación, pan compartido) y el amor que viene de Dios Padre y lo llena todo como esperanza de Reino. Pero los poderes establecidos de Roma y de Jerusalén se han alzado contra Jesús para matarle, como ratificando así los poderes del infierno, y negando toda esperanza de vida sobre el mundo.

Este ha sido el pecado central de la humanidad, la negación más radical del Reino: Dios ha querido ofrecer a los hombres su Reino, pero los hombres han preferido su Infierno, como ha puesto de relieve todo el evangelio de Juan. En esa línea, la tradición cristiana ha podido afirmar con 1 Pedro 3, 17-22 que Jesús “bajó a los infiernos”, porque allí le enviaron los hombres. Pero Dios convirtió ese “descenso” (Credo de los Apóstoles: “Descendió a los infiernos”) en principio de resurrección de vida.

6. Las Bestias y la prostituta del Apocalipsis. Hay poderosos signos de infierno en la tradición de los sinópticos, lo mismo que en Pablo y en el Evangelio de Juan, pero he querido insistir en el Apocalipsis, deteniéndome en la tríada infernal (satánica) del Dragón (Serpiente del Génesis) que aparece como poder antidivino, revelación del infierno que quiere dominar y destruir la vida de los hombres, con sus dos bestias (una político/militar, otra ideológica) y su prostituta, que es el Dinero/Comercio de muerte. Parece que el infierno dominará toda la vida de los hombres, para destruirla, pero el poder del Cordero Sacrificado es más fuerte, de manera que por su entrega establece el reino de la Vida. Éste es el signo final del infierno en el mundo, este es el principio de la salvación como seguiré indicando: Como dice Ap 19, 13, la Palabra de Dios, que aparece en forma de Cordero de amor, vence a la muerte y al infierno, con todos sus poderes.

7. La condena de Mt 25, 31-46. La última palabra de infierno (la más honda) de la Biblia aparece en Mt 25, 31-46, donde Jesús habla del infierno de la tierra que él mismo ha hecho suyo (tuve hambre, tuve sed, fui extranjero, estuve desnudo, estuve enfermo, fui encarcelado…), para así superarlo y transformarlo en principio de vida. El Cristo de Dios ha sufrido con los que sufren, encarnándose en el infierno de la historia, para transformarlo en camino de “reino”, de manea que nos hombres se hagan Reino para otros “y me disteis de comer y de beber, me acogisteis y vestisteis, me visitasteis y servisteis, pues cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis…”.

De esa forma se expresa y se abre en el mundo el camino del Reino, pero también el riesgo del infierno, pues aquellos que no ayudan y acompañan a los otros pueden escuchar la palabra de condena “apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, pues tuve hambre y no me disteis de comer…”. De ese símbolo del fuego trataré después extensamente en la ampliación de este tema, pero el motivo clave del infierno no es el fuego material, sino el hecho de quedar separados del Mesías, de no acoger la vida que Dios les ha ofrecido, en un camino de vida (dar de comer, dar de beber etc.)

((Si alguien quiere seguir tratando del tema puede exponer un día los signos del fuego en la Biblia, pues traté de ellos en mi tesis sobre Mt 25, 31-46)
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