Una tabla de pobrezas. Nueve tipos principales.

La pobreza no es un condición o motivo puramente corporal (hambre, carencia de dinero, opresión...), sino que tiene múltiples matices que deben precisarse con cuidado, como he venido haciendo, a partir de la Biblia y de las circunstancias actuales.

En esa línea, con motivo del día de los pobres, he venido evocando diversos tipos y rasgos de la pobreza, entre los que podrían contarse los siguientes:

-- Pobreza biológica y sanitaria,
-- corporal y espiritual;
-- personal y social,
-- educativa y cultural;
-- de hambre-sed y de justicia,
-- de raza, género y condición sexual;
-- de familia y dignidad personal,
-- de edad y enfermedad "física",
-- de extranjería y encarcelamiento,
-- de lugar en el que se vive (centro, periferia, barrios insalubles...),
-- de soledad y enfermedad mental,
-- de opresión social, de violación sexual;
-- de condición personal, de (falta de) familia...
-- etc. etc



Dando un paso más, se pueden distinguir dos tipos de pobreza:

-- Hay pobrezas que podrían ser resueltas, con cierta facilidad, si los hombres quisieran,
así, por ejemplo, el hambre, si los hombres y mujeres quisieran, si el sistema económico cambiara; también podrían curarse ciertas enfermedades infecciones, con una medicina preventiva generalizada, y un tipo de opresión política... si todos los hombres pactaran, y cambiara el sistema.

-- Pero hay otras "pobrezas" que son más difíciles de resolver, pues son de alguna forma connaturales a la vida humana, así por ejemplo cierto tipo de soledad (que puede ser buena... o mala), y un tipo de enfermedades mentales, el miedo, con el miedo, la falta de amor, con la libertad radica (y al fin con la muerte). Todo eso está vinculado a la injusticia de fondo de la sociedad, pero es difícilmente soluble en plano social-técnico, como puso de relieve el budismo, al insistir en el "mal" del deseo vinculado a la enfermedad, la vejez y la muerte.

Teniendo ese presente, he querido poder de relieve nueve elementos y/o tipos de pobreza, desde la perspectiva de la Biblia (y en especial del mensaje de Jesús), tipos que podrían (deberían) ser más concretamente estudiados y aplicados, desde una perspectiva social, económica y política de la actualidad.

Jesús, un punto de partida

Jesús centró su mensaje en la llegada del Reino de Dios, de un Reino que es buena nueva para los pobres y expulsados del sistema social y sanitario, religioso y político de su tiempo. De una forma lógica, sus discípulos, sobre todo los de tendencia helenista, interpretaron su vida y mensaje como evangelio, tal como indican, de un modo especial, Pablo (cf. Gal 1, 6-11; Rom 1, 15-17) y Marcos (cf. Mc 1, 14-15; 13, 10; 14, 9).

Jesús no teorizó sobre el sentido del Reino, sino que hizo algo mucho más importante: asumió y actualizó con su vida y con sus obras la promesa de evangelio, que se expresaba, sobre todo, en el libro de Isaías, ofreciendo a los pobres de su entorno la buena noticia práctica de la llegada de Dios, es decir, de la curación y plenitud de los más pobres.

(1) Los pobres, contenido del evangelio

Esta certeza de que el tiempo se ha cumplido y de que irrumpe el reino de Dios como victoria de la vida y de la gracia de Dios sobre la muerte llena toda la historia de Jesús y funda¬menta, de manera radical, sus gestos y palabras. Esta certeza es la razón de su mensaje, su ipsissima vox, el signo básico de su vida. A partir de aquí han de interpretarse sus restantes palabras de promesa y esperanza: el perdón, las curaciones y, sobre todo, el anuncio de la bienaventuranza para los pobres, que ahora destacamos «Felices vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios. Felices vosotros, los que ahora tenéis hambre, porque os saciareis. Felices los que ahora lloráis, porque reiréis» (Lc 6, 20-21).

Como enviado escatológico de Dios, al final del curso de los tiempos, Jesús proclama el Reino de Dios y lo presenta como buena noticia para los pobres (del pueblo y raza que fueren) y no como triunfo político, social o religioso del propio pueblo. Ese evangelio de los pobres no habla de aquello que siempre existía sobre el mundo; no es una enseñanza misteriosa o esotérica que sirve para desvelar los valores ocultos o profundos de las cosas (de la vida, de Dios o de los hombres)¬, sino la voz definitiva de Dios que, irrumpe sobre el mundo y crea lo que dice, ofreciendo bienaventuranza a los más pobres En este contexto se sitúa la escena en la que Jesús responde a los mensajeros de Juan Bautista. Parece una escena creada para mostrar las semejanzas y las diferencias entre los dos mensajeros de Dios: Juan, profeta del juicio; Jesús, evangelizador de los pobres.

Los discípulos del Bautista le preguntan: «¿Eres tú el que ha de venir?». Jesús responde: «Anunciad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; os muertos resucitan y los pobres son evangelizados ¡Y feliz aquel que no se escandalice de mí!» (Mt 11, 4-6; Lc 7, 22-23).

(2) Los pobres del evangelio.

Las palabras del texto anterior, formuladas probablemente por la iglesia, definen el sentido y tarea del evangelio de Jesús, tal como lo han vivido y expandido las comunidades más antiguas, presentando a los enfermos, pobres y a los muertos como destinatarios de las → «obras de Mesías».

(a) Curar a los enfermos (cf. Is 35, 5-6; 41, 7). Ellos son, sin duda, los primeros pobres. Es indudable que Jesús ha curado a cojos y ciegos, ¬sordos y leprosos; pues bien, esa curación aparece aquí enmarcada en un contexto de evangelio, es decir, de buena noticia salvadora.

(b) Evangelizar a los pobres (cf. Is 61, 1). Esta palabra asume el mensaje de la palabra anterior (curar al los enfermos) y la amplía, pues el concepto de pobre asume y amplía el signo anterior de los enfermos: pobres son todos los que sufren por diversas carencias materiales y sociales, como los hambrientos y llorosos de Lc 6, 20-21.

(c) Resurrección de los muertos. Los muertos son los pobres de los pobres, aquellos que no tiene ni salud, ni medios económicos ni vida; son los derrotados por la dura condición humana que destruye a todos los vivientes. Pues bien, el evangelio de Jesús que se inicia como curación de los enfermos y bienaventuranza de los desposeídos culmina en la esperanza de resurrección de los muertos. Al anunciar la resurrección de los muertos, la iglesia ha vinculado el evangelio de los pobres con la esperanza pascual de Jesús, que se expresa como triunfo de la vida sobre la muerte. De esa manea, la resurre¬cción final, que será luego el centro del mensaje de la iglesia, sólo puede entenderse y procla¬marse allí donde se asume el camino de Jesús, con su evangelio o buena noticia para los enfermos y los pobres.

Así lo ha interpr¬etado Lc 4, 18 ss, cuando presenta la misión de Jesús en Nazaret, su pueblo. Entra en la sinagoga, toma el rollo de Isaías y proclama: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos, para dar la vista a los ciegos, para liberar a los contribulados, para anunciar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19).

La buena noticia para los pobres se vincula aquí con la curación de los enfermos, la liberación de los cautivos y el anuncio del año de gracia, es decir, el perdón universal de Dios, abierto a todos, sin venganza contra los enemigos de Israel, como suponía el texto base de Is 61, 2. Eso significa que los pobres no se identifican con los israelitas, sino con todos los necesitados del mundo, superando las fronteras entre Israel y las naciones. El evangelio no ratifica la distinción entre judíos y gentiles, sino que se abre, desde los pobres, a todos los hombres y mujeres. Por eso suscita escándalo, de forma que los nazarenos quieren matar a Jesús, pues rechazan su forma de anunciar la salvación a los pobres (cf. Lc 4, 22-30). Los nazarenos de todos los tiempos han querido silenciar el evangelio; pero el mensaje y camino de Jesús ha seguido resonando en el mundo.

(3) Profundización. Una primera terminología de la pobreza.

Según la Biblia, hay una riqueza que es don de Dios, muy positiva, tal como suponen Gen 1 y Gen 2-3, cuando afirman que Dios ha concedido a los hombres todos los bienes de la tierra. Pero la riqueza puede convertirse en contraria a Dios, haciéndose principio de → idolatría (mamona), allí donde domina al hombre, dirigiendo y definiendo su existencia individual y social. En ese sentido, la salvación de Dios se expresa y realiza a través de una pobreza que se entiende no como negación ascética de bienes, sino como gratuidad, es decir, como experiencia de vida compartida.

De manera consecuente, la pobreza evangélica forma parte de una experiencia de amos y sólo tiene sentido allí donde se vincula con un gesto de servicio a los demás, a favor de la vida. Bíblicamente, los pobres tienen un sentido y una esperanza porque Dios se pone al servicio de ellos, iniciando un camino de liberación, que se expresa a través de la iglesia. Desde aquí podemos empezar evocando algunos términos más significativos para hablar de la pobreza en el Nuevo Testamento y especialmente en Mateo,

(a) Penes, es el pobre en sentido básicamente material, como hombre necesitado, pero puede vivir sin mendigar, es decir, con un trabajo duro.

(b) Ptojôs es aquel que carece de todo, de manera que sólo puede vivir como pordiosero. Esa palabra puede recibir, además, un sentido espiritual, de manera que puede hablarse de los pobres de espíritu, es decir, por opción propias (cf. Mt 5, 3; 11, 5; 19, 21; 26, 9.11; cf. viuda pobre de Mc 12, 42).

(c) Paidion es el niño en sentido físico y social; aparece en sentido básico como ser necesitado que ha de hallarse en el centro del cuidado de la iglesia (cf. Mt 18, 2-4; 19, 13-14).

(d) Mikros es el pequeño, en un sentido más social; significadamente el evangelio ha vinculado a los niños con los pequeños, es decir, con los poco importantes, dentro de la comunidad; ellos han de ser objeto especial del cuidado de la iglesia.


(e) Nepios es también el pequeño, pero en sentido más social y espiritual. Junto a estos tipos de pobreza, el evangelio ha presentado otras muchas, vinculadas a la impureza y al pecado, a la exclusión social y a la enfermedad.

Pues bien, todas las pobrezas de la humanidad aparecen condensadas de manera clásica en Mt 25, 31-46 (hambre-sed, exilio-desnudez, enfermedad-cárcel). Ellas son las que definen al hombre como ser necesitado. Ellas deciden el sentido del juicio final, donde se descubrirá que el mismo juez divino se ha identificado con ellos, es decir, con los elakhistoi, los más pequeños Desde ese fondo, partiendo de Mt 25, 31-46 (→ juicio 2), queremos identificar la pobreza con la pequeñez, ampliando y precisando el vocabulario anterior de la pobreza-pequeñez, especialmente en el evangelio de Mateo. De un modo especial, queremos destacar el hecho de los pobres mesiánico de Cristo son valiosos en cuanto pobres, no en cuento cristianos.

(4) El pobre como el más pequeño (elakhistos).

Ese término se empleaba originalmente como superlativo de mikros (pequeño), ha pasado a tener fuerza elativa y significa lo más pequeño, lo insignificante y sin importancia. Mt ha conservado este sentido, convirtiéndolo en punto de partida de un proceso de profundización paradójica.

(a) La pequeñez de Belén (Mt 2, 6; elakhistê) aparece como lugar de surgimiento mesiánico.
(b) Los mandamientos más pequeños de la ley (Mt 5, 19: elakhistôn) son campo donde se juega y define la grandeza del hombre.
(c) Algo semejante sucede en Mt 25, 40.45: los elalkhistoi, pequeños, forman el espacio de presencia del gran juez, son mediadores de reino o de condena. Mt 5, 19 llama grande a quien observa los mandatos más pequeños de la ley, que se pudie¬ran entender en un contexto legalista, en fondo fariseo. Pues bien, en contra de eso, Mt 20, 25s y 23, 9s, quiebra el modelo legalista y supone que grande es el que sirve a los demás y ayuda a los que están necesitados.

En esta segunda perspectiva se sitúa Mt 25, 31-46: la grandeza o salvación del hombre está relacionada con las obras de asistencia que se hacen a los más pequeños; por eso, la pequeñez como lugar de referencia salvadora no se relaciona con el cumplimiento de los mandatos de la ley (Mt 5, 19) ni con la grandeza de las ciudades de Israel (Mt 2, 6), sino con el comportamiento humano: la pequeñez salvadora es propia del hambriento y el sediento, del necesitado. En el principio no están los hombres que se hacen pequeños, sino los que son pequeños-pequeños, a quienes los otros han de ayudar, haciéndose pequeños con ellos.

(5) El pobre como carente económico (ptokhos).

A la luz de la gran proclamación mesiánica de Lc 4, 18, ptokhoi, pobres, son originalmente los necesitados: su pertenen¬cia eclesial o condición creyente es secundaria; lo que importa y lo que tiene sentido de trasformación evangélica es paradójicamente, su miseria. Mateo asume esa certeza cuando afirma que los ptokhoi son evangelizados (Mt 11, 5): sobre el mundo de ceguera, impotencia, enfermedad y muerte humana emerge la gracia del evangelio como poder universal de acogimiento y salvación (cf. Lc 7, 22). Antes de toda referencia eclesial, la po¬breza por sí misma es fundamento de salvación, ámbito del reino.

Esto es lo que Mt 25, 31-46 asume cuando afirma en solemne revela¬ción escatológica que los necesitados (los seis tipos de pobres: hambrientos, sedientos, desnudos…) son lugar de reino, hermanos del juez resucitado. Esta referencia al valor pre-eclesial, o mejor supra-eclesial de la pobreza aparece de manera clara en Mt 19, 21: «Si quieres ser perfecto vete, vende lo que tienes, dáselo a los pobres... y luego sígueme» (cf. Mc 10, 21; Lc 18, 22). Los ptokhoi o pobres a los que se alude aquí no son miembros de la comunidad, cristianos o judíos. Son sencillamente los necesi¬tados, sea cual fuere su actitud social o religiosa.

Frente a los iniciados de Qumrán, que interpretan el valor de pobreza de manera básicamente comunitaria (cada uno tiene que dar sus bienes al grupo), Jesús abre una exigencia universal: los bienes han de ser para los pobres, sin exclusivismos ni limitaciones. Situado en esta perspectiva, Mt 25, 31-46 habla muy claro: el encuentro mesiánico del hombre con Jesús se realiza en el servicio universal de ayuda a los necesitados, dentro o fuera de la iglesia. Lo que importa es el hombre en cuanto necesitado, no en cuanto cristiano o miembro de la iglesia. Sólo desde aquí, en un segundo momento, se entiende aquello que podría llamarse la ecle¬sialización mateana de la pobreza, tanto en perspectiva de opción personal como en línea de apertura comunitaria.

Por lo que respecta a la opción personal por la pobreza el tema es claro: frente al macarismo abierto de Le 6, 20 (bienaventurados los pobres), Mt 5, 3 ha concretado la palabra y dice «pobres en espíritu» (ptokhoi tó pneúmati); de esa forma alude a los que asumen personalmente la pobreza como ámbito de salva¬ción, esto es, la eligen, aceptan o cultivan como signo y expresión de gracia (de un modo especial en un contexto de iglesia). El mismo proceso de eclesialización semántica ha sufrido el término de niño (Paidion) en Mt 18, 2-3.

En un primer momento, el texto hable de un niño-niño (cristiano o no cristiano), como símbolo y lugar de reino (Mt 18, 2); pero, en un segundo momento, el texto habla de aquellos que se hacen como niños en plano de elección y compromiso volun¬tarios (Mt 18, 3), lo cual nos sitúa en ámbito de iglesia (Mt 18, 4s), de tal forma que podemos suponer que los cristianos e hacen niños en la iglesia en la medida en que sirven a los niños, pertenezcan o no a la iglesia.

(a) Hay un punto de partida universal: fundado en el mensaje de Jesús, Mateo sabe, igual que Lucas, que los pobres deben entenderse en sentido universal (cf. Mt 11, 5; 19, 21); lo que en ellos cuenta no es la fe, ni la apertura eclesial sino la misma condición de desamparo.

(b) En un segundo momento, Mt eclesializa el tema: la iglesia asume el valor de la pobreza y la exigencia de la ayuda mutua entre los hombres; ella es precisamente aquel lugar donde los hombres pueden cultivar, en vocación personal y apertura comunitaria, el sentido radical de la pobreza y pequeñez humana.

(c) Mt 25, 31-46, asumiendo como evidente la condensación eclesial, vuelve a proyectar el tema en campo universal: sobre la pobreza del mundo, como lugar de manifestación del reino, emerge la exigencia de una ayuda interhumana abierta; aquello que la iglesia ha buscado en su experiencia se vendrá a mostrar al fin como principio y base de lo humano.



(6) El pobre como niño. Paidíon.

Cercanos a los pobres (ptokhoí) están los paidia, niños, tanto por su impotencia como por su valor en ámbito de reino. De ellos habla un pasaje clave de la tradición sinóptica (Mc 10, 13-16 y Le 18, 15-17) que Mt reproduce en parte en 19, 13-15 y que explicita en 18, 1-6. Si unimos ambos textos obtenemos una visión de conjunto que consta de tres momentos.

(a) En el punto de partida es el valor del niño como niño, antes de toda pertenencia eclesial, antes de esfuerzo propio o toda fe objetivada en forma confesional. Lo que cuenta es la impotencia, es la necesidad de un niño cualquiera que se acerca a Jesús y recibe su bendición, porque «de éstos es el reino de los cielos» (Mt 19, 14-15).

Por eso, cuando en ám¬bito eclesial preguntan «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?» Jesús quiebra con fuerza el círculo cerrado de la iglesia, esto es, de sus discípulos: toma un niño cualquiera y lo pone en el centro (Mt 18, 1; cf. Mc 9, 36; Lc 9, 47). Ese gesto vale más que todas las sentencias: importa el niño, esto es, el hombre como necesitado, pe¬queño e impotente. Frente a las palabras de autojustificación del legalismo judío o cristiano, frente al orgullo fariseo del que mide al hombre por sus obras, Jesús asume al niño como ámbito de reino, como signo de pre¬sencia trascendente. Sólo a partir de aquí se entiende lo que sigue, se comprende el gesto de 25, 31-46, cuando interpreta.

(b) El niño como signo de evangelio. Rompiendo el deseo de justificación por las obras, el evangelio invierte el sentido de la acción: frente al hombre que se quiere hacer mayor, Jesús sitúa la exigencia de vol¬verse como niños. Sólo así puede acogerse el reino en gesto de aper¬tura y gracia (cf. Mc 10. 15: Lc 18, 17): «En verdad os digo, si no cambiáis v os volvéis como niños no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 3). Lo mismo que se hablaba antes de «pobres en espíritu» ha de hablarse ahora de «niños en espíritu»: son los hombres que, vi¬viendo en este mundo y superando todo gesto de conquista imposi¬tiva, saben recibir en gratuidad el don del reino. Hay una especie de niñez espiritual que es propia del discípulo de Cristo y se precisa en actitud de aceptación y cultivo de la gracia.

(c) Acoger al niño. Esa infancia de espíritu ha de abrirse a la exi¬gencia de «ayudar al niño» (Mt 18, 5; cf. Mc 9, 37; Lc 9, 48). No basta con hacerse como niño, hay que acoger al niño porque es signo y expresión del Cristo. En un primer momento se corría el riesgo de entender al niño como expresión sentimental de plenitud; el segui¬miento de Jesús podría acabar tomándose como puro infantilismo. Pues bien, con esta nueva perspectiva cambia el orden del conjunto: sólo ha descubierto el valor del niño –y del necesitado– aquel que lo acoge como signo de Jesús, realizando en su favor un gesto de familia, de ayuda, de servicio. Del valor básico del niño derivan dos grandes consecuencias: una personal: exigencia de acoger al niño, en gratuidad, en apertura, en esperanza no impositiva; otra social: urgencia de ayudar gratuita¬mente a los necesitados, esto es, a los pequeños-niños. Nos hallamos todavía en un nivel que podemos llamar supraeclesial: antes de crear su propia comunidad,

Jesús ofrece un campo de evangelio y reino a todos los hombres marginados, pequeños, incapaces de vivir por sí mismos. Ellos son el gran destinatario del amor de Dios, lugar de su actuación privilegiada sobre el mundo. Esto significa que la urgencia de volverse como niños y acogerles (ayudarles; Mt 18, 3-5) se encuentra antes del mismo surgimiento de la iglesia, es una especie de cimiento de evangelio en el que debe sustentarse la existencia de todos los creyentes. Dicho de otra forma: no son los niños para la iglesia sino la iglesia para extender el evangelio de los niños (cristianos o no) que Jesús ha pregonado.

Sólo en un segundo momento puede y debe aplicarse el tema en la iglesia, entendida como espacio donde, partiendo del mensaje y presencia de Jesús, se vive en toda intensidad la gracia de la propia pequeñez como lugar de Dios y la exigencia de ayudar a los pequeños del entorno. Este es el rema que subyace en el cuerpo del discurso de Mt 18, precisado a través de la conversión del paidion (niño en general) en mikros (pe-queño; cf. Mt 18, 5-6). En ese fondo avanza Mt 25, 31-46: los seis tipos de pobres (en los que incluyen evidentemente los niños) no valen por ser cristianos, sino por ser necesitados, viniendo a presentarse de esa forma como signo del Dios de Jesús.

(7) El pobre como sencillo, pequeño (nepioi).

Jesús entra en el templo y expulsa a los mercaderes, enfrentándose con los sacerdotes y escribas, que responden como si fueran dueños de lugar, hombres importantes. Pues bien, Jesús les responde diciendo que la alabanza de Dios brota de los nepioi, de los sencillos, de los niños de pecho (cf. Mt 21, 16, con cita de Sal 8, 3 LXX.). Para Jesús, la casa de Dios no es lugar de sabios y grandes, sino de cojos, mancos, ciegos, de niños y sencillos. Ellos son los verdaderos señores y beneficiados de la santidad de Dios, el nuevo templo de Jesús, su iglesia (Mt 21, 14-16). En este contexto se sitúan los pequeños y los niños?

En un primer momento se les llama paidas (21, 15): son los de pequeña edad, aquellos que no tienen edad para conocer la ley, ni para cumplirla. Pues bien, estos ignorantes descubren con júbilo mesiánico el misterio de Jesús y le aclaman diciendo «hosanna al hijo de David». En este contexto, los mismos niños que antes aparecían como necesitados viene a presentarse como los verdaderos creyentes: son aquellos que están libres de prejuicios y así pueden abrirse a la gracia de Jesús y confiar en él; estos son los verdaderos nepioi, son pequeños y sencillos. En ese contexto recibe su sentido la palabra clave de Mt 11, 25 (cf. Lc 10, 21): «

gracias te doy, Padre... porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los sencillos o pequeños (nepioi)».

Precisamente aquellos que son como niños (paidia) aparecen aquí como nepioi, sencillos-pequeños; son aquellos que pueden aclamar a Jesús en su templo (cf. Mt 21, 15), porque han recibido un conocimiento más alto del don de la vida. Frente al sabio Israel, representado en las ciudades Cafarnaúm, Corozaím y Betsaida, que en su afán de elevarse hasta el cielo, negando a Jesús, se pierden a sí mismas (cf. Mt 11, 23) frente a la seguridad y prudencia de aquellos que buscan su propia justificación, se elevan ahora los pequeños, los pobres verdaderos, los que nada tienen.

Estos son los kopiôntes (fatigados) y pephortisménoi (cargados). No son niños en la edad; pero lo siguen siendo en apertura y confianza ante el misterio. Jesús mismo, como praus y tapeinos (manso y humilde), es uno de ellos: forma parte del grupo de los que no quieren destacar, sobresalir vio¬lentamente. Por eso, su comunidad no está formada por sabios y en¬tendidos, como pasa en Qumrán, sino por aquellos que son por necesidad pequeños (niños, necesitados) y por aquellos que saben hacerse pequeños en actitud de acogimiento, esto es, los praeis y por los nepioi (cf. Mt 5, 5; 11, 25.29).

Desde este fondo se entiende los elakhistoi, los más pobres y pequeños de Mt 25, 40.45: ellos son ante todo los necesitados, esto es, los hambrientos y sedientos, y, a su lado, con ellos, los sencillos (nepioi), es decir, aquellos que no se dan importancia a sí mismos y acogen en amos a los otros, a los necesitados. Sólo porque el reino (Jesús) está presente en los pequeños (ham¬brientos, sedientos, exiliados...) tiene sentido la actitud de peque¬ñez acogedora, agradecida, de los nepioi, es decir, de aquellos que viven en sencillez y acogen a los pobres.

(8) Los pobres como menores (mikroi).

Las observaciones anteriores se explicitan y culminan en la palabra mikrós-mikroi (pequeño, pequeños), que expresa y concretiza el sentido de de los niños (paidia) y de los pobres dentro de la iglesia (cf. Mt 18, 6.10.14). Este es el signo de los seguidores de Jesús frente, su nota distintiva frente a Juan Bautista (Mt 11, 11), su auténtica grandeza (Mt 10, 42).

En un sentido, los mikroi son pequeños sin más, de manera que no se pueden identificar con los discípulos de Jesús (lo mismo que pasa en Mt 25, 40.45 con los elekhistoi). Pero, en otro sentido, la forma de ser del mikros o pequeño define a los creyentes en la iglesia. Desde ese fondo se entiende el pasaje ya citado de Mt 11, 11 (cf. Lc 7, 28). originario del Q, donde se muestra que la superioridad de los cristianos frente a Juan Bautista no se funda en algún tipo de méritos o acciones más excelsas, sino en su misma pequeñez de discípulos mesiánicos del Cristo que ha querido asumir la condición de siervo y pequeño sobre el mundo.

Por eso, mikroteros (el más pequeño en el reino) es aquel que está más necesitado e indefenso: precisamente allí donde, en ámbito de reino, falta la grandeza personal y el valor conquistado por uno mismo, allí donde el hombre se limita a vivir del don de Jesucristo emerge la auténtica grandeza. De esa forma, el más pequeño viene a presentarse como el más grande, como sabe el texto programático de Mt 18, 6-14. Jesús ha comenzado hablando de los niños (paidía: cf. Mt 18, 2.5). Pero muy pronto pasa de los niños en general a los pequeños dentro de la iglesia (cf. Mt 18, 6) y así lo supone todo lo que sigue (cf. 18, 10.14).

Estos pequeños no son un tipo de discípulos especiales, con méritos propios, sino aquellos que por una razón especial se encuentran en condiciones de inferio-ridad frente al resto de los creyentes: son mikroi, los simples, los que carecen de firmeza y vagan en las mismas fronteras de la iglesia, opri¬midos por la tentación, el desaliento o el deseo de encontrar otros caminos en la vida. Pues bien, el evangelio, dirigiéndose a los grandes, los seguros, «bien fundados en la fe», les recuerda la exigen¬cia de no escandalizar ni despreciar a los otros, más pequeños, pues Dios mismo cuida de ellos. En esta misma línea se sitúan las palabras fundamentales de Mt 10, 42, donde se habla de los misioneros-apóstoles y niños en la iglesia Ciertamente, representan a Jesús sus enviados-apóstoles (cf. Mt 10, 40), es decir, los profetas y justos, aquellos que realizan una tarea misionera al servicio del evangelio (cf. Mt 10, 41).

Pero, dicho eso, Mateo ha juzgado absolutamente necesario introducir un correctivo, pues no quiere dar la impresión de que el valor y la importancia de la iglesia depende de sus grandes personajes. Por eso añade: «Y el que diere de beber un vaso de agua fría a uno de estos pequeños (mikrôn), en razón de que es dis¬cípulo, en verdad os digo que recibirá su recompensa» (Mt 10, 42). Estos pequeños o mikroi de la iglesia no son los creyentes sin más, ni mucho menos aquellos que destacan dentro de ella (profetas-justos), sino la parte despreciada de la iglesia, aquellos que parece que no aportan nada y sólo tienen nombre de discípulos. Pues bien, en contra de los que piensan que son algo porque pueden o realizan algo mayor que los otros, el Jesús de Mateo responde que los más grandes en la iglesia son los más pequeños, en línea de riqueza de material o de sabiduría. La iglesia viene a presentarse así como hogar para pobres y excluidos, para menores y sencillos.

(9) La iglesia lugar de pobres.

La iglesia de Jesús no puede postular una verdad exclusivista, no se puede arrogar ninguna especie de ventaja o primacía que la venga a convertir en un objeto de servicio para el resto de los hombres, sino que asume y cumple, de manera condensada, una verdad que le desborda, el don y la exigencia del Mesías de los pobres. Desde este fondo pueden ponerse de relieve tres rasgos.

(a) Fundamen¬tación mesiánica. Lo que Jesús dice de los pobres vale para todos los necesitados, sean o no cristianos y así lo pone de relieve Mt 25, 31-46 donde los pobres-pobres, por hecho de serlo (por ser hambrientos, sedientos, exilados, enfermos o encarcelados) son presencia mesiánica de Dios sobre la tierra.

(b) Experiencia eclesial. La iglesia no tiene ventajas sobre los pobres, ni sobre los restantes hombres y mujeres, sino el hecho de que ella sabe que el Mesías de Dios son los pobres. (c) Acción misionera Desde el momento en que ella sabe que el Mesías se identifica con los pobres, la iglesia puede y debe comportarse de manera correspondiente. Los cristianos saben que Jesús está en los más necesitados (cf. Mt 18, 6.10.14; 10, 42); por eso, ellos deben presentar y desplegar la iglesia como hogar donde los pobres son evangelizados, es decir, donde ellos viven la buena nueva del reino (cf. Mt 11, 5).

Desde aquí debe entenderse el mensaje de Mt 25, 31-46. En un primer momento, los cristianos no tienen ninguna ventaja respecto a los restantes hombres y mujeres de la tierra, pues a todos se les dice y se les pide lo mismo: se les dice que Dios está en los pobres y se les pide que les ayuden. Pero en un segundo momento ellos tienen una ventaja, que se puede convertir en desventaja, si es que no actúan en consecuencia: los cristianos saben lo que otros quizá no saben: ellos saben que todos los hombres y mujeres de la tierra se vinculan y pueden encontrarse a partir de los pobres. En este contexto ha dicho Mt 25, 31-46, su palabra: pánta ta ethnê, es decir, todos los pueblos, por encimas de razas y credos religiosos, iniciando así el único verdadero ecumenismo humano: todos los hombres y mujeres de la tierra pueden encontrarse y se encuentran en el servicio a los pobres.

Ciertamente, el evangelio de Mateo sabe que es preciso abrir el discipulado y ofrece la iglesia a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 29, 18), para que todos puedan vivir el evangelio. Pero esa apertura del evangelio a todos los pueblos sólo es posible allí donde los pobres aparecen como privilegiados (cf. Mt 10, 42; 18, 6.10.14) y como destinatarios del evangelio, que es buena nueva de salvación y plenitud para ellos (cf. Mt 11, 5). Desde ese fondo, la humanidad se divide en dos grupos que son: por un lado los pobres (hambrientos, sedientos) y por otro lado aquellos que sirven a los pobres, conforme a la palabra clave de Mt 25, 44: «¿Cuando te vimos hambrientos, sediento, desnudo, extranjero, enfermo o encarcelado y no te servimos (kai uo diêkonêsamen soi)?». Servir al Mesías de Dios en los pobres: esa es la verdad del evangelio, esta es la verdad de toda la Biblia.


(Texto tomado de Pikaza, Gran diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2015. cf. I. ELLACURÍA y J. SOBRINO, Mysterium liberationis. Conceptos fundamentales de la teología de la liberación, Trotta, Madrid 1990; X. PIKAZA, Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños. Mt 25, 31-45, Sígueme, Salamanca 1984).

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