¿Dónde vivís? Casa junto al río, faena en el lago.

Con la liturgia del pasado domingo (14.1.18) he comentado la “llamada interior” de Samuel, que escucha una Voz que abre su vida a la presencia y tarea de Dios.

Al lado de esa voz interior he querido exponer el camino de dos (o cuatro) discípulos de Juan Bautista, que preguntan a Jesús “donde vives”, porque quieren compartir con él su casa y su misión de Reino.

Quiero hoy retomar ese doble motivo, comparando ese segundo relato, propio del evangelio de Juan con el de Mc 1, 16-20 donde es Jesús mismo el que llama a cuatro pescadores del lago (¡a los mismos que estaban con Juan Bautista en el río), para que sean con él pescadores de hombres.



Éstos dos motivo nos lleva al centro del evangelio, al mismo corazón de la vida humana (cristiana), entendida como vocación-tare: Una voz que nos llega y despierta por dentro (como al joven Samuel),una voz que al mismo tiempo nos llega desde otros, como la de Jesús cando llama a lo pescadores del lago, para ofrecerles el don y tarea del Reino.

Se trata de volver a la raíz del cristianismo, a veces muy desfigurado, para retomar de esa manera el camino y tarea de Jesús, conforme a estos dos evangelios que son muy significativos: el de la llamada de Jesús en Mc 1 y el de la pregunta y búsqueda de los discípulos en Jn 1.

En el centro de la llamada y tarea cristiana está la voz de aquellos que preguntan: ¿dónde vivís, cómo lo hacéis...? y está la respuesta que sigue diciendo: Venid y vez cómo vivimos. Si ese testimonio y apertura de vida (hospitalidad, puertas abiertas...) no existe evangelio, en un mundo que tiende a cerrarse en sus muros de auto-suficiencia egoísta.


1. Jesús, un hombre que quiso compartir con otros su destino

Históricamente, Jesús ha querido empezar su movimiento desde los pobres y campesinos de Galilea, con la ayuda de unos discípulos/compañeros, que fueran con él y como él trabajadores del Reino.

Él y sus primeros convocados fueron itinerantes de campo, en Galilea y se movieron cerca de dos capitales de cierta importancia (Séforis y Tiberíades), y no muy lejos de grandes ciudades helenistas, con muchos judíos (Cesárea Marítima, Damasco, Tiro, Hippos, Gadara)… Sin embargo, no parece que él entrara, ni anunciara su mensaje en ellas, posiblemente porque a su juicio el Reino de Dios no podía instaurarse desde las ciudades poderosas, que eran centros de un poder que oprime a los pobres.

Él pensaba que la trasformación mesiánica ha de empezar por campos y aldeas, entre los rechazados de la vida, y de esa manera caminó con los suyos, retomando las tradiciones agrícolas de los primeros hebreos, que buscaban una tierra compartida, sin imposiciones ni guerras de conquista.

En esa línea quiso que algunos de sus seguidores dejaran casa y campo, pequeña familia y posesiones, para caminar con él y convocar a los hombres y mujeres de los campos de la vida, para crear con ellos una familia más amplia, en la que todos pudiera compartir el ciento por unos en casa y campo, familia y posesiones (cf. Mc 10, 29-30 par).

Así podemos llamarle profeta campesino. No quiso preparar la llegada del Reino tomando el poder y riqueza religiosa de las clases superiores; no fue profeta regio al servicio de Herodes Antipas; ni profeta sacral, en simbiosis con los sacerdotes de Jerusalén, sino que extendió su mensaje desde los enfermos y marginados, recogiendo y desarrollando unas tradiciones antiguas de campesinas y profetas de Galilea.

De esa forma quiso reunir, desde los campos y aldeas, junto al lago de Genesaret, en el entorno de Cafarnaúm (donde se trasladó desde Nazaret por razones que no conocemos, quizá por rechazo de sus familiares: cf. Mc 1, 21; 6, 1-5), para llamar a los herederos del antiguo Israel, para iniciar con ellos (desde los marginados, enfermos y expulsados, con mujeres y niños, y con todos los que quieran), un movimiento integrador, de Reino.

Ciertamente, su mensaje contaba con un centro y meta bien marcada (la llegada del Reino de Dios). Pero él no tenía un proyecto cerrado, un único modelo de seguimiento, sino que le escucharon y en parte de aceptaron personas de diverso tipo, unos itinerantes como él, al servicio de la predicación del mensaje; otros sedentarios, dispuestos a iniciar en las aldeas y pueblos un tipo de vida distinto, al servicio del Reino.

2. Primeros seguidores. Versión de Marcos.

Jesús llamó en especial a un grupo de seguidores, como había hecho Elías, llamando a Eliseo (1 Rey 19, 19-21), de un modo fuerte, imponiéndole su manto, para que así le siguiera (que compartiera su tarea). Jesús llamó de un modo semejante a otros hombres y mujeres, encargándoles más en concreto su tarea de reino, como dice simbólicamente el evangelio de Marcos:

Y pasando a la vera del Mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que estaban echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores hombre. E inmediatamente, dejando las redes, le siguieron. Un poco más adelante vio a Jacob, el de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca reparando las redes. E inmediatamente les llamó; y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, fueron tras él (Mc 1, 16-20).


Marcos comienza sin preparación, sin decirnos quiénes eran estos pescadores que, de ahora en adelante, serán un elemento integral del evangelio. Sólo dice que Jesús les llamó a la orilla del Mar de Galilea, famoso por su pesca, y que ellos, dejándolo todo, le siguieron. Eran cuatro varones, pero conforme a la versión del mismo Mc 15 (en el relato de la muerte de Jesús) sabemos que eran hombre, pues había en su grupo muchas mujeres que le habían escuchado y seguido por todos los caminos de su iniciativa de reino.

En ese sentido, este relato de los cuatro varones (cuatro es la totalidad de las mujeres y varones que han seguido a Jesús), tiene un fundo histórico.
Es histórico el hecho de que él les atrajo y les llamó con autoridad. No fueron ellos los que toman la iniciativa, sino que fue él quien les llama, con autoridad, sin preparación aparente, para hacerles pescadores de hombres.

Este apelativo (pescadores de hombre) parece original (propio de Jesús, en Galilea), pues no parece haberse utilizarse tras la pascua, y además no se ha cumplido todavía lo que evoca: No ha llegado aún la gran pesca final que Jesús les encomendó precisamente porque eran pescadores y porque la imagen de la gran “recogida” de peces le parecía adecuada y urgente, una parábola del Reino. Jesús quiso llamar a unos pescadores para que compartieran con él su tarea profética.

Esta llamada marca el comienzo de un tiempo de aprendizaje mutuo, pues Jesús compartió su tarea con los cuatro pescadores, con los doce “enviados israelitas” y con muchas más mujeres y hombres, con quienes quiso recorrer su camino de Reino. Tanto Simón como su hermano Andrés, lo mismo que Santiago y Juan (hijos de Zebedeo) son personajes históricos, vinculados al Mar de Galilea, que así aparece como lugar y signo de la gran “redada” escatológica.

Andrés tiene un nombre griego, y Simón (en vez de Simeón) un nombre helenizado, lo que parece indicar que viven (por su pesca) en un entorno donde resulta normal el contacto con gentiles. Por el contrario, los hijos de Zebedeo, dueño de barca y patrón de jornaleros, dentro de una sociedad jerarquizada, llevan nombres “hebreos” (Juan y Jacob/Santiago), por lo que parece que pueden estar más vinculados a la tradición israelita.

Esta llamada supone que Jesús no necesita (no convoca) profesionales de la religión (sacerdotes), ni escribas, sino trabajadores normales, pescadores, que le acompañen y ayuden para el reino, mujeres y hombres marcados por el impulso y deseo de Dios (de la fraternidad de Reino) que Jesús encontró y animó (despertó) en el fondo de sus vida, aprendiendo con ellos el camino.

Ciertamente, en un plano, la tradición del evangelio indicará que Jesús se ocupa en especial de los enfermos y marginados (posesos, leprosos, etc.), a quienes considera primeros para el Reino. Pero, en otro aspecto, para acompañarle en la tarea del Reino, la tradición añade que él ha llamado a cuatro pescadores (a muchos hombres y mujeres) capaces de ayudarle.

3. Una versión más realista, el Cuarto Evangelio.

En el fondo del relato anterior (de Mc 1, 16-20) debe haber un recuerdo histórico: Dos parejas de hermanos escucharon un día la llamada de Jesús y le siguieron, poniéndose al servicio de la gran pesca del Reino. Pero es muy posible que esa llamada no se produjera junto al lago de Galilea, sino en la ribera del Jordán, como sabe el Cuarto Evangelio (al menos para Andrés y Simón Pedro, con otros dos), al decir que ellos habían sido discípulos de Bautista:

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: "Éste es el Cordero de Dios." Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: "¿Qué buscáis?" Ellos le contestaron: "Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?" Él les dijo: "Venid y lo veréis." Entonces fueron, y vivieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: "Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)." Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Petros) (Jn 1, 35-42)


Históricamente resulta más verosímil esta visión del Cuarto Evangelio, cuando supone que Simón y Andrés (con Felipe y Natanael, y probablemente con los zebedeos) eran hombres comprometidos ya en la transformación de Israel, con otros publicanos y prostitutas (es decir, hombres y mujeres concretos empeñados en la tarea dura de la vida) que habían acudido donde Juan Bautista y siguieron a Jesús.

Ciertamente, estos podían haber sido pescadores del mar de Galilea, pero tenían ya una historia personal de aprendizaje profético, lo mismo que Jesús, quien (según el Cuarto Evangelio) les conoció y les separó (les llamó) para su obra, en el entorno del Bautista. Había entre ellos hombres y mujeres concretos de diverso tipo, unos más purificados por dentro, otro más “atrapados” por las duras tareas de la vida.

Eso supondría que tanto Jesús como ellos (mujeres y varones) estaban ya implicados en la transformación penitencial y la esperanza mesiánica (lo mismo que Jesús).Tanto el evangelio de Marcos como el de Juan pueden tener “parte” de verdad, pero la cuentan de formas distintas.

-- Marcos supone que Jesús llamó a sus primeros discípulos de un modo directo, junto al lago de Genesaret, como si no les hubiera conocido previamente, para ofrecerles una tarea completamente nueva, al servicio de la “pesca final”, es decir, del Reino de Dios. Él actúa así como Elías con Eliseo, ofreciendo a sus discípulos una tarea profética al servicio del Reino. Es improbable que las cosas hayan sucedido históricamente de esa forma; pero en el fondo del relato hay una gran verdad: Jesús ha llamado a sus discípulos para encargarles una misión tarea que es nueva, vinculada a la pesca escatológica (y resulta muy probable que les pusiera el nombre de pescadores de hombres).

-- El evangelio de Juan supone, por el contrario, que Jesús “encontró” a sus discípulos (al menos en parte) en un momento previo, junto al Jordán, donde tanto él (Jesús) como ellos (sus discípulos) fueron por un tiempo discípulos del Bautista
. Eso significa que tenían ya un aprendizaje, formando parte de eso que pudiéramos llamar la “élite profética” (escatológica) de Israel. En esa línea podemos afirmar que el movimiento de Jesús empezó siendo una variante del de Juan Bautista. Sin duda, el impulsor del movimiento fue, con su experiencia nueva, iniciando la tarea del Reino, de tal forma que el despliegue posterior de su mensaje (vinculado después a su muerte y a la “pascua”) resulta inseparable de su persona. Pero en la raíz de ese movimiento hay también otras personas, en especial sus discípulos, con quienes él compartió su tarea de Reino.

−El Cuarto Evangelio presenta la escena de la llamada y seguimiento de los discípulos/amigos de Jesús de un modo históricamente más plausible, situándoles en contexto de la vida y esperanza de Juan Bautista. En ese sentido, el Cuarto Evangelio es más realista y reconoce el carácter “histórico” de la vocación de los primeros discípulos, desde la perspectiva de Juan Bautista.

− Marcos es más simbólico y su relato se encuentra más idealizado. Probablemente, Marcos conoce también la tradición que está al fondo del relato del Cuarto Evangelio, y sabe que estos pescadores habían sido discípulos de Juan, pero eso no le importa, pues, a su juicio, como hemos destacado ya, en Jesús empieza algo totalmente nuevo.

− El Jesús de Marcos no pregunta a las dos parejas de hermanos de dónde vienen, sino que les llama y ellos responden: eso es todo. Jesús les mira, viendo lo que hacen (echan las redes en el mar) y les interrumpe, pues quiere convertirles en pescadores “de otra pesca”.

− Según Jn 1, 44, Simón y Andrés provienen de Betsaida, que es probablemente la Betsaida Julias, ciudad más helenizada, al otro lado del alto Jordán, antes de entrar en el lago, en la tetrarquía de Felipe (en la Gaulanitide y no en la Galilea estrictamente dicha).

4. Vocación, compartir la “casa” de Jesús

En este contexto, retomando los motivos que puse de relieve el otro día, quiero recordar algunos rasgos de la “vocación” o llamada cristiana, partiendo de ese relato del evangelio de Juan.

1. Dos versiones.
Conforme a la visión más “oficial” de la Iglesia, el relato normativo de la vocación de los discípulos de Jesús (mujeres y varones) es el Mc 1, 16-20 par., con la llamada de los cuatro “pescadores” del lago (dos parejas de hermanos: Andés y Simón, Juan y Santiago). De forma poderosa les llama Jesús, mientras están pescando o arreglando redes junto al lago, para hacerles “pescadores de hombres”. Ellos dejan su antigua pesca y le siguen. Es evidente que se trata de un texto “ejemplar” muy teologizado.

2. Según la visión de Jn 1, Jesús no va a buscar a sus cuatro “colaboradores” en plena faena de pesca junto al lago, para iniciarles en algo totalmente nuevo (para lo que no estaban preparados), sino que va y les encuentra “junto al río de Juan Bautista”, de quien son discípulos. Ellos, los tres o cuatro de esta escena, que son Andres y Simón (y quizá los zebedeos) son ya profesionales de la búsqueda religiosa de Israel, pues lo han dejado todo para seguir a Juan Bautista. Ciertamente, no son “pecadores” en el sentido moralista del término, pero quieren superar el pecado de mundo y por eso buscan a Jesús, a quien Juan Bautista ha llamado “cordero de Dios” que quita el pecado del mundo.

3. También Jesús es discípulo de Juan Bautista, de manera que le podemos presentar como “colega” de Andrés y Simón, y de los otros… (conforme a las escenas que seguirán en el evangelio de Juan…). Eso significa que antes que discípulos de Jesús, ellos son “colegas suyos”, buscadores de un mismo perdón de Dios, de una misma esperanza y tarea de Reino (de reconciliación final y de perdón). Partiendo de Juan Bautista, que es el Maestro de todos, estos hombres y mujeres de Jesús quieren compartir con él un camino de vida distinto, al servicio del perdón y de la reconciliación.

4. El que marca el inicio y la línea de ese nuevo camino es Juan Bautista, quien instituye/define a Jesús como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús asume esa tarea que le marca Juan Bautista, para ser el “Cordero de Dios” en persona… No es cordero sacrificial del templo, ni cordero de la pascua litúrgica judía… Es Cordero de Dios (es perdón de Dios) con su misma vida, con su conocimiento profundo de Dios, con su entrega a los demás y su enseñanza. Éste es quizá el rasgo más significativo del evangelio: Jesús no está obsesionado por el pecado, sino por la gracia de Dios, por la salud, por el amor, por la fraternidad entre los hombres y mujeres.

5. ¿Dónde vives? Estos nuevos seguidores o discípulos no le preguntan a Jesús qué enseña, ni qué haces, sino dónde vives (ou meneis…), para estar de esa manera con él, para compartir su casa, siendo sus amigos. El verdadero discipulado es “estar con”, morar juntos… Esta es la tarea clave de Jesús y de su Iglesia (de su nueva comunidad): Abrir la casa, no ocultar nada, ofrecer con transparencia su vida y camino a los otros (es decir, a todos). La iglesia posterior ha enseñado a veces desde arriba, ha tenido secretos, ha desarrollado un gran poder… Jesús en cambio sólo dice a los que vienen: ¡Venid y veréis! Les ofrece su casa, con todo lo que hay en ella, para que aprendan viviendo con él, sin ocultar nada, en comunión de amor y vida.

6. Estos discípulos van con Jesús, ven y comparten su vida (su forma de ser…) y quedan transformados, por la vida de Jesús, más que por lo que dice. No tienen necesidad de más sermones, de palabras grandes: Ven cómo vive Jesús, viven con él y descubren que él es el Mesías de Israel, todos ellos, mujeres y varones, creando de esa forma casa. Esta ha sido y sigue siendo la misión de Jesús y de sus seguidores: ¡Crear espacios de vida mesiánica, liberada del pecado, que es la lucha mutua, la angustia por la supervivencia, el ritual infinito de los sacrificios. Vivir como Jesús (con Jesús), eso es descubrirle como cordero de Dios, superando de esa forma el pecado del mundo. Ellos, los discípulos que “habitan con Jesús” (que crean casa con Jesús) son el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

5. Una tarea actual, la casa de Jesús

La iglesia posterior ha creado una gran casa al servicio de los hombres… Pero ha terminado siendo una casa de “poder”, en la que unos enseñan y otros aprenden, unos organizan y otros se dejan organizar. Ha llegado el momento de volver a la “casa compartida”, creando “iglesias” que son casas donde discípulos y amigos de Jesús, mujeres y hombres, aprenden conviviendo a convivir, esto es, a superar el pecado.

Sólo de esa forma, siendo amigos de Jesús, viviendo en su casa (formando casa con él), en la línea del evangelio de Juan podremos ser pescadores y pescadoras de hombres, en el sentido de Mc 1, 16-20
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