No habría votado dependencia ni independencia, sino humanidad...

Jesús no habría votado dependencia, como dicen algunos, pero tampoco independencia como responden otros, sino algo distinto, en un plano más alto, de humanidad y "reino" como seguirá viendo quien lea.

Muchos subieron en aquel tiempo a Jerusalén, buscando su independencia (pero no en burro y desarmados como Jesús,imagen), pero murieron (fueron asesinados), pues los policías romanos no andaban con bromas.

Otros optaron por la dependencia de Roma, pues les parecía más conforme con sus intereses sociales y económicos, y así pactaron con el poder central

Pero Jesús no buscó la dependencia ni la independencia, sino algo más profundo en línea de gratuidad humana y de comunicación generosa. A pesar de ello los poderes establecidos pensaron que su actitud pacífica (la única entre todas) era peligrosa, pues preferían la guerra o la represión, ya que les resultaba rentable para su propaganda, y así le condenaron a muerte (imperiales y nativos).

No estoy hablando de la situación de Barcelona tras el 1.10, sino de Jerusalén, en torno al año 30 d.C. (cuarenta años antes de la Gran Guerra), aunque un amigo me ha dicho que no hay remedio, pues muchos de Madrid parecen fascistas y otros de Barcelona parecen haber perdido el seny

Me dirán algunos que las situaciones no son comparables, ni en Madrid ni en Barcelona, ni en Jerusalén ni en Cataluña. Ya lo sé. Pero, a pesar de ello, pueden hacerse muchas comparaciones, como seguirá viendo quien lea.

Trato pues de la "votación" (más bien "entrada" provocadora) de Jesús en Jerusalén, siguiendo algunas páginas de un libro que escribí hace algunos años sobre la historia de Jesús. Ni dependencia ni independencia política, en un plano de mercado y cálculo político/militar, como él dijo con enorme clarividencia en Lc 14,31 (texto que comentaré otro día...)...

Jesús buscó y propuso otra cosa mucho más arraigada y exigente, en línea de superación de este tipo de poder económico-militar, pues quien quiera ser mi discípulo debe renunciar a todos sus "bienes" (en gratuidad generosa, buscando los bienes de los otros, de los más pobres).

Buen lunes a todos, buena semana. Queda un tiempo largo de negociaciones y verdades, tiempo que es deseo bueno a todos


VOTACIÓN DE JESÚS, ENTRADA EN JERUSALÉN


1. Subió como aspirante mesiánico,


no para morir como víctima en el altar de la justicia de Dios, sino para anunciar e iniciar la llegada de su Reino, en la Ciudad Sagrada, partiendo de los pobres (hambrientos, impuros, expulsados del sistema israelita y romano), a quienes había ofrecido su mensaje en Galilea. Como buen judío, subió para la fiesta de Pascua, con un grupo de galileos, para anunciar y preparar el Reino, buscando la manifestación de Dios, a pesar del riesgo que implicaba su gesto.

Vino de un modo público, como pionero y representante de aquellos que esperaban el Reino y así entró abiertamente, por el Monte de los Olivos (cf. Mc 11, 1 ss), lugar por donde se decía que el mismo Dios debía llegar al fin de los tiempos. De esa forma, su venida, en tiempo de Pascua, no fue un gesto privado, sino la expresión oficial de sus pretensiones mesiánicas, en Jerusalén, capital y principio de su Reino. Ciertamente, conocía los enfrentamientos de los sacerdotes oficiales con otros grupos (como los esenios de Qumrán) y era consciente de los problemas que su gesto podía plantear al procurador romano (Poncio Pilato), que también había venido a la ciudad con un contingente de soldados, para mantener el orden en los días de la fiesta. A pesar de (o precisamente por) ello subió a Jerusalén en Pascua, porque era momento propicio (la hora), para anunciar un Reino.

— 2. No vino a pactar un reparto de poder con los sacerdotes,

colaborando así con ellos, pues eso hubiera implicado asumir la validez de la economía del templo. Los sacerdotes habían pactado con Roma, en un plano económico y sacral, en un contexto de equilibrio de poder, compartido por unos y por otros. Pues bien, Jesús no pudo ni quiso compartir un pacto como ese, sino que proclamó ante todos el Reino de Dios, como alianza universal, desde los pobres, un pacto de presencia de Dios, en la vida compartida de los hombres.

Tampoco vino a negociar con Roma. Desde una perspectiva eclesiástica moderna, él podría, y quizá debería, haberlo hecho, enviando delegados a Pilato, para decirle que llegaba desarmado, y no quería (ni podía) tomar la ciudad, ni provocar desórdenes externos: que sólo intentaba cambiar la identidad y misión del judaísmo, de manera que no combaría contra los intereses de Roma. Pero él no pudo iniciar una negociación de ese tipo, pues ello hubiera implicado un “reparto” de poderes económico/sacrales, y en contra de eso él quería un Reino universal de Dios, sin poder de imposición ni economía separada de la vida. Por otra parte, un gobernador romano sólo pacta con sacerdotes o jerarcas importantes en línea de poder, no con hombres que rechazan el poder, como este profeta nazareno.

— 3. Roma no podía aceptar a un rey como Jesús,

un hombre que ponía en riesgo la visión sagrada del Imperio. Imaginemos que él hubiera logrado mantener su pretensión en Jerusalén, rodeado por un grupo de discípulos y amigos. Eso hubiera significado que, en algún sentido, los mismos sacerdotes deberían haberle aceptado, cambiando su visión particular (sacral) del templo para reconocerle como “rey simbólico” (no político, en sentido imperial). Jesús habría sido un rey no-militar de los judíos, presidiendo una especie de ONG mesiánica, sin peligro para el imperio militar de Roma, que seguiría imponiendo su dictado externo sobre el mundo conocido.

Podrían haber existido así dos “reinos”: uno para las cosas de Dios, propias de Jesús; y otro para las cosas del César, propias de Roma (cf. Mc 12, 17), como han querido los cristianos defensores de la teoría de las “dos espadas” (una del Papa y otra del Emperador). Pero estas son sólo imaginaciones retóricas, pues dentro del organigrama político del imperio sólo se podía hablar de un «Rey de los Judíos» en clave de pacto político, de sumisión imperial y colaboración militar, en la línea de Herodes el Grande (37-4 a.C.) o como su nieto Agripa (39-44 d.C.). Por otra parte, el Reino de Jesús no era de tipo militar (ni se fundaba en bienes económicos), pero implicaba una transformación económico/militar que Roma no podía haber aceptado.

— 4. Jesús subió anunciando y esperando (preparando) la llegada del Reino de Dios

a pesar de que, humanamente hablando, parecía imposible que viniera de esa forma. Subió precisamente porque se lo pedía el Dios de los profetas, confiándole la tarea de instaurar con su palabra y con su vida el Reino universal de los pobres, que él había proclamado en Galilea y que debía extenderse, desde Jerusalén a todo el mundo. No podía apelar a la violencia, pues el Reino de Dios no se impone con armas ni dinero, sino gratuitamente, transformando a las personas, que son el verdadero capital de Dios.

Por eso vino, desarmado, y escenificó (preparó) con su venida la llegada del Reino de Dios, realizando un signo de política social, como pretendiente mesiánico, en la línea de David. Muchos se habían preguntado si él era Rey, y Pedro lo había declarado abiertamente, llamándole Cristo (Mc 8, 29); pero Jesús había respondido pidiéndole silencio; pues bien, ahora él se presenta en Jerusalén de manera abierta (cf. Mc 11, 1-10).

Tras subir a la ciudad como rey, entró en el templo, para declarar, con un gesto nítido y preciso, que la función económica y religiosa de ese templo había terminado, de manera que empezaba una experiencia nueva, pues los hombres y mujeres podían relacionarse directamente con Dios y perdonarse unos a otros, a partir de los más pobres, sin necesidad de un templo como el de los sacerdotes (cf. Mc 11, 11-30). Provocadoramente vino sobre un asno prestado, sin más capital que su vida y la confianza de sus seguidores. Rompió además las “amarras” del poder económico al anunciar el fin del sistema económico-sacral del templo. Su gesto fue una apuesta radical al servicio de la nueva humanidad[2].

-- 5. Jesús no habría actuado como rey político o militar, en el sentido usual del término.

No habría tomado el poder, ni se habría convertido en emperador o regente político. Ciertamente, él se presentaba (y se habría presentado más abiertamente) como “virrey”, delegado y representante de un Dios-Rey, pero no en forma impositiva, sino como madre-hermano-hermana de los hombres, es decir, como amigo (cf. Mc 3, 31-35), actuando quizá como signo y representante del Hijo del Hombre, de una humanidad reconciliada y fraterna. Nos faltan modelos para imaginar este reinado de Jesús, pues nuestras categorías mentales y sociales se encuentran marcadas por dinámicas de poder militar, político o sagrado.


-- 6. No habría necesitado instituciones militares de dominio externo, ni estructuras económicas de poder.


En un primer momento, Roma podría haber seguido funcionando con sus medios militares y administrativos, en un nivel externo, de manera que los seguidores y amigos del “Reino mesiánico” de Jesús podrían haberse establecido y extendido a través de una red de conexiones personales de tipo no-gubernamental, no-militar (sin poder económico). En esa línea, Jesús no habría promovido un levantamiento armado, ni habría destruido con violencia las redes de dominio económico de Roma, sino que se habría situado en un nivel más alto, creando unas formas de convivencia y colaboración inmediata entre las personas, de manera que, poco a poco (o por una mutación rápida), el orden político romano se habría vuelto innecesario, una realidad que se va vaciando desde dentro y que pierde su utilidad.

-- 7. Jesús no habría destruido de un modo violento el orden económico del Imperio (Roma),

ni habría rechazado por la fuerza los impuestos del César (como supone Mc 12, 17), pues su propio proyecto debería cumplirse de un modo gratuito, por donación personal y comunión, no a través de unos mecanismos impositivos de dinero, en la línea de Mammón (Mt 6, 14). En sentido estricto, Jesús se ocuparía de aquello que el orden romano deja normalmente a un lado, es decir, de las personas que suelen quedar fuera del campo del interés político (enfermos, mendigos…). El orden económico mundial (o imperial) había conducido a una situación de desgarro y carencia en la que sufrían y morían los campesinos-artesanos de Galilea. En contra de eso, los itinerantes del Reino crearían de un modo gratuito unas redes económicas de comunicación y solidaridad, abierta a los pobres, ocupándose así de “las cosas de Dios”, pero sin destruir violentamente el orden de las cosas del Cesar.

-- 8. Una mutación de fondo.

Lo que Jesús proponía no es una sencilla adaptación, en el interior del sistema que había venido operando hasta el momento, sino una mutación (cambio de nivel) dentro de aquello que pudiéramos llamar las “estructuras habituales de la vida humana”, que se habían estabilizado antes en clave de poder económico y político. En contra de esas estructuras de poder, Jesús y sus amigos vendrían a establecer las bases de un “grupo de amistad universal”, que se abriría desde Galilea, pasando por Jerusalén, al mundo entero.
Una mutación como esa se hallaba preparada de algún modo en diferentes culturas, pero, desde nuestra perspectiva cristiana, ella se ha realizado plenamente en el mensaje y la vida de Jesús, no en forma de oposición a otros intentos semejantes, sino en línea de apertura y colaboración.

Otros proyectos económicos, sociales y políticos de su entorno habían desembocado en un “callejón sin salida” porque habían pactado con un tipo de poder particular. Pues bien, en contra de eso, Jesús no ha querido estructurar su movimiento en línea de poder, sino de amor compartido; no ha luchado contra el César, sino que se ha situado básicamente fuera de las cosas del César. Por eso decimos que no ha buscado una nueva forma de adaptación en el interior de lo que ya existía, sino una nueva creación, en gratuidad (Gen 1).

-- 9. Jesús no apela a sacrificios de tipo religioso antiguo, ni a la defensa armada, sino que se sitúa en un nivel distinto de humanidad. No ha buscado la venganza, ni ha querido conseguir ninguna cosa con violencia, pues sabía que la violencia y la venganza dejan al hombre en manos de la muerte. Por eso, no ha luchado externamente contra el templo, pero estaba convencido de que el templo actual se encuentra en manos de poderes de violencia, de manera que terminará destruyéndose a sí mismo (anunciando su ruina: cf. Mc 13, 2; 14, 58; 15, 29 par). Tampoco ha luchado contra Roma, pues no ha querido situarse en el plano de violencia en que se mueve Roma.

-- Por eso, en un primer momento, el triunfo de Jesús no supondría sin más una independencia política de Israel o de su movimiento mesiánico, pues dependencia o independencia pertenecen al orden “violento” de economía y política, vinculada a guerras y pactos en línea de poder, como dos variantes de una misma violencia de base que Jesús ha venido a superar, con los imperios bestiales de Dan 7: babilonios, persas, macedonios, sirios…. Lo que debe llegar es algo distinto, no un reino nuevo, pero en la línea de los anteriores, sino la superación de todos los reinos “bestiales”, con el surgimiento de reino que sea presencia gratuita de Dios (cf. Dan 7, 13).

Jesús subió para esperar la respuesta de Dios, pero fue ajusticiado. Subió en nombre de Dios y culminó la tarea mesiánica, en obediencia creyente, esperando la intervención de Dios, que podía defenderle de una forma histórica o más escatológica.... Quedaba abierta la intervención escatológica de Dios, y con esa esperanza murió Jesús, poniéndose en sus manos, pues de lo contrario sus discípulos no habrían podido creer en él tras su muerte. Así acabó su historia mundana. Todo parecía terminado, pero todo estaba abierto, pues Dios no avalaba a los jueces y/o asesinos, sino al crucificado (y a los crucificados con él). No era Dios quien le mataba, pues Dios no es muerte ni mata, sino que es Vida y da vida a los hombres que mueren, y en especial a Jesús, muerto por él, como enviado suyo, por defender su causa, la causa de los pobres.
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