Audaz relectura del cristianismo (72) Importa todo lo humano

Encarnación

Pueblo de Dios

Son muchos los que, en nuestro tiempo, pretenden enclaustrar lo religioso en monasterios y templos como asunto privado de quienes se empeñan en cimentar sus vidas sobre mitos y fábulas. ¡Craso error! Por razones unas veces psicológicas y otras, pragmáticas, los seres humanos se han relacionado con supuestas entidades de orden superior desde sus primeros balbuceos racionales.

La conciencia de las propias limitaciones ha llevado a los seres humanos a buscar seguridades para dar consistencia a su vida y a plantearse incluso preguntas a las que jamás podrán responder. Lo han hecho así los hombres más primitivos y lo siguen haciendo los más ilustrados de nuestro tiempo y es previsible que también lo hagan los hombres del futuro, cualquiera que sea su alcance cognitivo.

Dioses-mesoamericanos

La religión tiene su propio ámbito

La religión es claramente una dimensión de la vida humana. Así lo ha dejado muy bien estructurado mi sabio maestro Chávarri al hablar de, por lo menos, ocho dimensiones vitales, que recuerdo para el lector recién llegado: biosíquica, económica, epistémica, ética, estética, lúdica, social política y religiosa.

Durante siglos, la religiosa fagocitó de tal manera las demás dimensiones que se constituyó en rectora absoluta de la conducta, dando lugar a abusos y crueldades que todavía perduran. Los dogmas y preceptos morales llegaron a definir con precisión milimétrica lo que había que pensar, lo que se podía escribir y predicar, las leyes que se podían proclamar y hasta los comportamientos en los recintos más íntimos.

La religión es una droga buena

Obviamente, no me refiero solo a los tiempos de la Inquisición cuando se fijaba a beneficio de inventario quién era hereje o bruja y se lo condenaba a la hoguera. Todavía hoy, algunos, añorando aquella plenipotencia, se erigen en representantes de un Dios omnipotente y caprichoso para imponer arbitrarias pesadas cargas a los demás. Sin embargo, la mayoría de edad, tan arduamente conquistada por la sociedad, nos ayuda a cimentar y fortalecer la autonomía de cada dimensión, incluso la religiosa por muy denostada que esté en nuestro tiempo.

Pero, si le denegamos a lo religioso su perdida fuerza de aglutinante de todo el acontecer humano, ¿qué puede esperarse de nuestra arraigada relación con lo puramente nouménico, lo que está más hondo o más allá y que es, supuestamente, la razón última de la vida humana? Si en Dios tiene consistencia toda realidad y en él se desenvuelve toda vida, ¿qué papel debe jugar la religión, por ejemplo, en la política, en las finanzas o en el juego?

El Apaktone en las Selvas Amazónicas

Encarnación en valores

Aunque lo político, lo económico y lo lúdico, al igual que las demás dimensiones de la vida humana, se desarrollen en campos autónomos, nada de lo humano es ajeno a la religión. El cristianismo es esencialmente “encarnación”. Ahora bien, cada ámbito de la vida humana tiene su carne, es decir, sus valores específicos. La mejora de la vida, esa meta que persigue tanto nuestro instinto de supervivencia como nuestra proyección moral, dependerá no solo de que los valores se impongan a los respectivos contravalores de cada ámbito, sino también de que aquellos crezcan y mejoren cada vez más en detrimento de estos. En definitiva, se trata de encauzar la vida por sendas de virtud y gracia.

La religión, a la que nada de lo humano le es ajeno, se filtra en los demás ámbitos, pero solo como fomento de sus valores y baluarte frente a sus contravalores. El cristianismo, por ejemplo, que es una forma de vida basada en la comunión, rebasa la intimidad de cada cual. Los místicos han hablado de grados en su escala de unión con Dios, pero saben que sería pura ilusión construir una escala ascendente si no se asentase sobre el amor a sus semejantes. El Dios de los cristianos es un Dios “encarnado”. De ahí que solo un farsante pueda hablar del amor Dios prescindiendo del camino del hombre. El perdón precede a toda ofrenda digna.

Qué es la religión

El cristianismo es una forma de vida

El cristianismo, pues, tiene mucho que ver con nuestra vida física y síquica, con la economía, con el conocimiento, con la belleza, con nuestra vida moral, con nuestros juegos y con nuestra vida social y política. La salud física y mental, la economía y el dinero, los conocimientos, los juegos y entretenimientos, los comportamientos, la armonía y la estética, las relaciones sociales y la política son todos ellos ámbitos de encarnación. No se trata de restaurar el “ordeno y mando” antiguo de una religión invasora y tiránica de lo humano, sino solo de iluminar el camino de los hombres y de ayudarles a recorrerlo cultivando los valores de todas y cada una de sus vertientes vitales.

Harán mal el predicador y el evangelizador que fomenten únicamente relaciones directas con Dios y exijan a sus seguidores que entren en sus iglesias para postrarse y rezar. Acertarán, en cambio, quienes, tras pertrecharlos bien de espiritualidad, los animen a lograr que los hambrientos coman, que los desnudos se vistan, que los ignorantes se instruyan, que los enfermos reciban las atenciones sanitarias pertinentes, que los tristes rían, que la soledad consubstancial no resulte corrosiva y que los oprimidos alcancen la libertad necesaria para vivir humanamente.

Mundo a redimir

Al creer en un Dios humanizado, el cristianismo debe enarbolar la bandera de la “humanización”. El mundo en que vivimos está tan convulso y confuso que hoy es preciso discernir con esmero y tesón cuál es en realidad la política acertada, la economía procedente, el reparto adecuado de cuanto la naturaleza nos regala o nosotros mismos producimos y, en suma, la manera de conservar el magma de vida que es el medio ambiente.

La Encarnación, esa inconcebible solidaridad divina con el hombre, nos impone criterios de comportamientos solidarios y nos hace comunidad. A estas alturas de la historia de la Iglesia, quienes la dirigen deberían tener muy claro que el papel del cristianismo se juega en el campo de la encarnación: el mensaje evangélico debe hacerse carne y sangre del devenir humano, lejos de cualquier cerrazón mental y del afán desmedido por mantener tradiciones obsoletas o míticas.

Niños rebuscando en basureros

La religión debe limpiar nuestros basureros y transformar químicamente nuestros pozos negros.

Hay gran diferencia entre pensar que el Cristo de nuestra fe es camino del hombre a Dios, perspectiva tan sostenida incluso en nuestro tiempo, y verlo como el hombre en quien Dios, con su impresionante bagaje de bondad y perdón, nos sale al encuentro. No se trata de ir a Dios por Jesús sino de facilitar que, por él, Dios venga a nosotros. Tengo la convicción de que el Jesús de los Evangelios insistió mucho en esa perspectiva al identificarse con cada ser humano necesitado y asumir en su carne cada situación necesitada de redención.

Correo electrónico. ramonhernandezmartin@gmail.com

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