Audaz relectura del cristianismo (62) Inframundos de terror

Fábrica de infiernos

Como un infierno

En su prolífica imaginación cosmológica, que dividía el espacio en arriba, en medio y debajo, los atrevidos teólogos medievales colocaban en las profundidades de la tierra, lugar sin luz ni esperanza, a cuantos no aprovechaban la redención cruenta de Cristo al dejarse llevar hasta el final de sus días por intereses a flor de piel. Geometría gestada con lógica la de cielo, tierra e infierno como encuadre de lo existente y destino acorde a los méritos y deméritos de cada cual. Curiosa fue la introducción en este escenario de un limbo como tierra de nadie, destino ni fu ni fa, para emplazar en él a quienes, sin deméritos para la condena, no habían tenido la oportunidad de sacudirse de encima el pecado original, y más curiosa aún la de un infierno transitorio, llamado purgatorio, como estancia de cremación de la escoria residual de pecados perdonados.

A la luz de los conocimientos actuales de cosmología, las atrevidas especulaciones de los teólogos medievales nos sirven, cuando menos, como metáfora sobre el destino glorioso de los bienaventurados (cielo), sobre la necesaria ascética cristiana mientras vivimos (tierra) y sobre los crueles castigos que esperan a los obstinados en sus pecados (infierno).

derechos humanos

Imaginación y realidad

Por un lado, aunque la declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU proclame en su artículo primero que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros, la realidad palpable es que tan noble deseo dista mucho de cumplirse setenta años después de su proclamación. También dista mucho de cumplirse el Evangelio cristiano, tan magistralmente condensado en ese artículo al exponer la obligación de comportarse fraternalmente, incluso en los feudos más aguerridamente cristianos y católicos. En el seno de una sociedad imperfecta, la vida no puede ser otra cosa que un proyecto de mejora continua.  

Por otro lado, si bien la imaginación de los teólogos medievales se atrevió a situar el cielo y el infierno en los extremos del mapa cosmológico, lo cierto es que, a despecho de sus elucubraciones, los humanos somos capaces no solo de convertir la tierra en cielo, sino también de fabricar crueles inframundos en los que recluirnos. Sin duda, la vida es muchas veces un cielo, pero alberga también “infiernos reales”, situaciones de sufrimiento indescriptible fácilmente evitables. Hay en nuestras sociedades guetos a los que aherrojamos olímpicamente a quienes nos molestan y pocilgas en las que nos gusta zambullirnos.

explotación infantil

Explotación y pederastia

Uno de los más dolorosos infiernos de factura humana es la explotación económica y placentera de la infancia. Submundo turbio, maloliente y despiadado. Millones de niños explotados hasta la extenuación para arrancarle a sus escasas fuerzas un beneficio venenoso. La explotación infantil se convierte en tragedia dantesca cuando se utilizan sus tiernos cuerpos como manantial de placeres perversos, apetecidos por mentes enfermas. El lector ya ha adivinado que me refiero a la pederastia, sinónimo de vómito. ¡Qué inmenso daño en los momentos más maleables de su desarrollo y a qué asco de vida se condena a las más inocentes criaturas! ¡Qué de traumas para su personalidad naciente! ¡Ponzoñoso estigma perdurable en los cuerpos más hermosos y desvalidos!

prostitución

Prostitución y droga

Tras tan negro nubarrón, como ímpetu de una fuerza maldita que nos ancla al placer inmediato, nos topamos con otro submundo de desprecios e insultos de factura humana: el infierno de la prostitución barriobajera y la drogadicción envilecedora. ¡Cuánto huele a quemado en esas parrillas!  Abrir las propias carnes al placer ajeno para llevar un mendrugo de pan a la boca o atrochar por despeñaderos en busca de briznas de felicidad alucinógena, convierte la alta dignidad humana en basura no reciclable. ¡Felicidad volátil! La prostitución degrada hasta el aire de los prostíbulos y la drogadicción desencadena una guerra nuclear en nuestras neuronas. ¡Danza macabra de sexo y alucinación por un placer momentáneo con regusto de náusea!

emigración

Emigración

Puede que el peor de los submundos que nos hemos creado sea verse arrancado precipitadamente de la placenta en que se crece y forzado a salir del cascarón social protector, para ser trasplantado, cual esqueje seccionado por un vendaval de crueldad humana, en tierra extraña para reiniciar una vida, partiendo de cero, sin más apoyo que las fuerzas de brazos cansados y de anhelos apagados. Mi corta experiencia con emigrantes en los últimos sesenta me llevó a enjuagar muchas lágrimas a fornidos españoles en Francia y en el Reino Unido. Incluso con los papeles en regla, trabajos relativamente aceptables y un proyecto humano por delante que daba sentido a sus sacrificios, hombres robustos diluían en lágrimas sus nostalgias y arrancaban las hojas del calendario como pesadas losas.

Fue muy duro y difícil el trance social de la enorme emigración española a mediados del siglo pasado, pero ni parecido al horror de quienes hoy, huyendo del hambre y de la indignidad, se lanzan a un difícil mar devenido muchas veces tumba. Cierto que las naciones con posibles tienen el derecho de exigir procedimientos reglados, pero las vidas en juego exigen dulcificar ese requisito. Que, tras gastarse sus escasos haberes, muchos se lancen al mar en colchonetas hinchables debería crear en nosotros la conciencia de su drama y provocar la compasión necesaria para aliviar su desesperación. Ningún protocolo debería retrasar la solución apremiante de encontrar un lugar para cobijarse y de conseguir un trabajo para vivir lejos de la miseria y la muerte. En el submundo de la emigración forzosa entran en juego muchas más cosas que el destino inmediato de sus desheredados protagonistas.

en el infierno

“Irás al infierno”

No me cabe la menor duda de que el más devastador de los submundos humanos ha sido el infierno que se nos ha predicado. Millones de seres humanos se han visto forzados a llevar una vida de traumas y privaciones a causa de la tiranía de dirigentes sin conciencia ni compasión. Por mal que se nos dé la vida, afortunadamente hoy sabemos que en el más allá, aunque nos sea totalmente ignoto y con el que nos une solo una “esperanza radical”, no hay cabida para un horroroso infierno de castigos eternos. ¿Cómo es posible que tantos hombres y durante tanto tiempo hayan hecho conceptualmente compatibles a Dios y el infierno? La fe cristiana, que nos salva de nuestras mezquindades y bajezas, no puede ser más que fraternidad universal y esperanza gozosa. Los infiernos que debemos erradicar son todos ellos de factura humana. Jesús de Nazaret se dedicó a esa tarea con tanto ahínco que sacrificó su vida. Su recuerdo y su presencia entre nosotros nos obliga a comportarnos fraternalmente, sobre todo con quienes viven en submundos de despojo y dolor, fabricados por nosotros mismos.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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