A qué Dios sigues y anuncias?

Damos por supuesto que seguimos al Dios de Jesús. Pero no siempre es así. A veces lo que hacemos es acomodar las ideas preconcebidas que tenemos sobre Dios, al Dios revelado por Jesús. Entre las ideas preconcebidas que podemos tener sobre Dios es que lo identificamos con el todopoderoso (que todo lo puede), omnisciente (que todo lo sabe), impasible (que no se afecta por nada), por señalar algunos atributos. Estas características corresponden a los postulados humanos que hacemos sobre lo que “debería ser” Dios para que se diferencie de nosotros. Si las creaturas somos limitadas y no podemos, ni sabemos tantas cosas, Dios debe ser todo lo contrario.
Pero cuando uno va a los evangelios y se pregunta qué nos dicen sobre Dios, queda totalmente sorprendido de que allí no se dice nada de esos atributos. Por el contrario, Jesús nos habla del Dios que siente –característica que lo hace realmente humano, por el misterio de la encarnación-; del Dios que se inclina por el más débil y necesitado –en otras palabras un Dios que no es neutral-; el Dios que se enfrenta a la historia humana y no sabe a ciencia cierta su destino –por eso la cruz y la muerte de Jesús no son una comedia sino una realidad humana que Él tuvo que asumir y vivir en la fe-; un Dios que ama esta historia y por eso lo podemos identificar con los rasgos humanos que podemos entender –un Dios Padre y Madre, un Dios hermano/a y amigo/a, un Dios compañero/a y confidente.
Eso trae consecuencias concretas para nuestro obrar cristiano. Si el Dios de Jesús es un Dios que “siente” no caben las posturas tantas veces invocadas para la “perfección” en la vida cristiana de permanecer inmutables ante la realidad, desapegados de todo, sin tomar partido por nada, sin poder expresar los sentimientos. Por el contrario, ese Dios que siente nos invita a “apasionarnos” por las cosas que realizamos para vivirlas a fondo y totalmente comprometidos, para poderlas defender y llevar adelante por la fuerza del amor con que se viven.
En la misma línea, si el Dios de Jesús se inclina por los más débiles, no cabe esa supuesta “imparcialidad” que ahoga el grito profético contra toda injusticia y atropello contra los más débiles, suponiendo que la “perfección” en la vida cristiana es mantener el orden establecido, es no criticar ninguna estructura establecida, es no quejarse ante nada para mantener una “supuesta” paz. El Dios que nos reveló Jesús –que ya estaba presente en el Antiguo Testamento- es el Dios que se inclina decididamente por los últimos. No es que no ame a todos por igual pero a la hora de defender, de privilegiar y de considerar a los destinatarios primeros del reino, no duda en ponerse del lado de los más pobres y defenderlos frente a todos los demás.
Además, el Dios revelado por Jesús es el que no puede impedir que el seguimiento este marcado por la cruz. Quien es impasible o imparcial no se gana problemas. Pero el que se atreve a defender y lo hace “con pasión”, el que se arriesga a denunciar, el que no se contenta con que las cosas sean como están porque su Dios le invita a buscar la vida para todos y todas, no tiene más remedio que meterse en problemas y asumir el conflicto. Y esa situación de cruz sólo puede asumirla desde la fe, con la confianza en que Dios tiene la última palabra, al igual que lo vivió Jesús en su historia humana.
No basta creer en Dios. Conviene preguntarnos en cuál Dios. Y para responder es necesario volver a las fuentes –a los evangelios- y pedir la gracia del Espíritu, para encontrarnos con el Dios de Jesús, el único al que vale la pena amar, seguir y anunciar.
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