Iglesia y signos de los tiempos (a propósito del Sínodo de la Familia...)

Para testimoniar un cristianismo que convoque es necesario vivir con coherencia la fe que se profesa. Pero, por otra parte, es también necesario entender bien este presente para responder a sus urgencias y desafíos. El primer aspecto es fundamental: nadie comunica lo que no vive, nadie entusiasma por lo que no está convencido y vive con sentido y plenitud. Pero el segundo aspecto también es muy importante y ya Jesús les reprochaba a sus discípulos por saber descifrar el significado del color del cielo y determinar si va a llover o a hacer buen tiempo, pero no entender bien las “señales de los tiempos” (Mt 16, 1-3). Ese reproche no está ajeno a nuestra realidad porque si miramos la historia de la iglesia, son muchas las veces en las que no se ha sabido llegar a tiempo, en las que no se han apoyado las causas que clamaban al cielo, en las que el profetismo pareció estar ausente de la identidad eclesial.
Por eso no sobra insistir en la necesidad de una verdadera “conversión” al mundo (entendámoslo bien) en el espíritu de la Gaudium et Spes que expresa con claridad la necesidad de estar ahí donde los seres humanos sufren y gozan, donde se angustian y se alegran, donde viven su vida de cada día.
Nada de lo humano puede ser ajeno al discípulo de Cristo porque no hay nada humano que no encuentre eco en el corazón del verdadero seguidor del Señor. Pero a diferencia de lo que dice este texto, a veces se cree que la respuesta a las dificultades para vivir la fe en la situación actual, consiste en alejarse del mundo, en reforzar en “ayuno, penitencia, oración, sacrificio” (todas estas realidades tienen mucho sentido pero en el contexto de comunión con Dios y los hermanos pero no como expresiones de huida del mundo) y, sobre todo, en “demonizar” la realidad secular viéndola como causa de todos los males que vivimos.
Por el contrario, la Gaudium et Spes señala la urgencia de “dar prueba de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana” dialogando acerca de todos los problemas y buscando iluminarlos con la luz del evangelio porque es a toda la persona la que hay que salvar, a toda la sociedad a la que hay que renovar. Y la actitud que se pide tener a la iglesia en este acercamiento al mundo es la de “continuar bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido” (GS 3). Bastan estas líneas para mirar a fondo las actitudes que como iglesia asumimos (no hay que olvidar que todos somos iglesia) frente a todo aquello que no parece ir con lo que tradicionalmente se ha creído y practicado en la vida cristiana. Realmente ¿somos capaces de dialogar? ¿Escuchamos a fondo las razones, problemáticas, circunstancias que otras personas plantean y proponen? ¿Qué está queriendo decir Dios con todas las nuevas realidades que se van imponiendo en la sociedad actual y que tanto nos desconciertan? ¿no habrá en ellas algo de verdad, de razón, de sentido?
Además, algo muy importante, porque es profundamente acorde con el evangelio de Jesús, son las actitudes que la Gaudium et Spes señala a la hora de acercarse al mundo: “salvando, no juzgando, sirviendo, no buscando ser servido”. ¿Qué significa esto en lo concreto de las realidades que vivimos? Con mucha seguridad se nos invita a cultivar las actitudes de benevolencia y comprensión, de apertura y acogida y, especialmente, la de dejar la prepotencia que nos impide ser una iglesia servidora, sin pretensiones de poder, de imposición, de vencer a los demás. Posiblemente de eso nos hablan los signos de los tiempos y será bueno intentar ese camino del dar, sin imponer, del testimoniar sin alardear, de ofrecer la riqueza de la vida cristiana desde el corazón del mundo y no desde fuera de él.
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