Que la Palabra de Dios sea vida y esperanza para todos

En tiempos de la imagen, la palabra no ha perdido su eficacia. Asombra ver como los “cuenteros” reúnen un gran público y sin reglas ni organizaciones complejas, mantienen la atención de la gente. Entre los jóvenes –público que a veces se considera que no se interesa por muchas cosas- se observa este fenómeno. En las plazas de las universidades los cuenteros convocan a los estudiantes y cualquier salón de clase envidiaría el interés y atención que se observa por parte de los jóvenes en esos espacios.
Es que la palabra convoca y atrae. La palabra despierta interés y llega al corazón. La palabra expresa y comunica. La palabra no pierde vigencia. Pero ¿qué pasa tantas veces con la Palabra de Dios proclamada por lo menos cada domingo en nuestras iglesias? ¿Por qué luego no se recuerda fácilmente y por qué no alimenta el corazón de los oyentes? Estas preguntas no dejan de reconocer que esa Palabra muchas veces sí congrega, sí llena el corazón, sí despierta interés y, que hoy los estudios en torno a ella se multiplican no sólo a nivel de la especialización bíblica sino en tanta comunidades que la estudian con interés y la comunican eficazmente.
Pero es necesario que la proclamación de la Palabra dominical tenga más vitalidad y fuerza en los que la escuchan. ¿Qué nos ayudaría para que así sea? En esto tiene mucho que ver los que la proclaman y los que la comentan. Los que la proclaman han de saber “leer”, es decir, no sólo juntar letras sino conseguir que el mensaje se exprese, estableciendo sintonía con los que escuchan. Los que la comentan tendrían que hacerlo con “temor y temblor”, es decir, conscientes de que no pueden “ahogarla” con un sinnúmero de comentarios que nada tienen que ver con ella o lo que es peor, que la desvirtúan y le hacen decir todo lo contrario.
La Palabra de Dios es vida y novedad. Es alegría y fortaleza para el ser humano. Es apertura de caminos y esperanza sin límites. Es el amor de Dios que sale a nuestro encuentro para dar “gratuitamente” la vida, sin poner condiciones para ello. Así lo expresa el profeta Isaías:
“A ver ustedes que andan con sed, ¡vengan a tomar agua! No importa que estén sin plata, vengan no más. No importa que estén sin plata, vengan no más. Pidan trigo para el consumo y también vino y leche sin pagar. ¿Para qué van a gastar su dinero en lo que no es pan y su salario en cosas que no alimentan? Si ustedes hacen caso, comerán cosas ricas y su paladar se deleitará con comidas exquisitas. Atiéndanme y acérquense a mí, escúchenme y su alma vivirá” (55, 1-3).
Lamentablemente, a veces convertimos la Palabra de Dios en un mensaje de castigo y rendición de cuentas. Pareciera que todo pasaje está ahí para revelar la maldad de nuestro corazón. Y que el mensaje que nos deja es que no cumplimos, no vivimos, no hacemos, en otras palabras, que somos tan pecadores que no tenemos salvación. No quiere decir que el encuentro con el Señor no nos revele todo lo que nos falta para crecer en el amor. Pero eso es una consecuencia, no es el punto de partida. Y cuando escuchamos la Palabra tiene que producirse en nosotros la alegría de la “Buena Noticia” que se nos revela y a esa luz movernos a un cambio. Pero no al contrario. Ojala que recobremos esa “Buena Noticia” que el Señor nos comunica en su Palabra y sepamos ofrecerla de igual manera a todos nuestros contemporáneos.
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