Revitalizar la iglesia doméstica

Mucho se habla de la urgencia de revitalizar la iglesia doméstica, es decir, la familia, para despertar la vivencia de fe de los niños y niñas que constituyen el futuro de la Iglesia. Pero este trabajo no se puede hacer ajeno a la imagen de iglesia que de hecho vivimos y buscamos construir. Así se lo preguntaba una joven teóloga que terminando su doctorado en teología y acabando de tener una hija, sentía la responsabilidad de pensar por qué bautizar a su hija, por qué introducirla en esta familia de fe. La pregunta podría resultar simple y sin problemas para aquellas personas que viven una fe tradicional que se conforma con repetir los sacramentos que se han realizado toda la vida. Pero no para una persona que no sólo busca vivir su fe sino que se pregunta por ella en su tarea teológica y que entiende la profundidad de la piedad popular pero también las dificultades que viven las personas con formación crítica a la hora de confrontar su fe con algunas incoherencias, incomprensiones e intolerancias de algunos sectores eclesiales.

Después de un largo proceso de discernimiento y con el compromiso de seguir trabajando por una vivencia eclesial más parecida a la iglesia que Jesús quería, la respuesta que esta teóloga se dio a sí misma, fue positiva. Ella desea que su hija pueda vivir la experiencia eclesial no como un lugar de culto y ritualismo sino como una comunidad de acogida, celebración y comunión de vida. Y que el culto sea expresión de la vida y comprometa con ella. Además ella desea que su hija aprenda en la iglesia el amor a los más pobres, su servicio total y desinteresado hacia todos ellos. En otras palabras, quiere que pueda encontrarse con Dios pero no sólo en la oración sino en el compromiso con las necesidades de cada tiempo presente.

Desea que su hija conozca a un Dios Padre-Madre que le haga mirar a todos con respeto, con igual valoración, sin ningún tipo de discriminación, ni exclusión. Espera también que su hija no sienta ningún tipo de discriminación por ser mujer. Y este aspecto aún le parece difícil porque aunque existe una nueva conciencia sobre la mujer en la sociedad y en la iglesia, tantos siglos de subordinación y exclusión no se superan rápidamente. No basta con cambiar algunas actitudes. Se exige un trabajo constante y decidido por transformar la mentalidad machista que nos ha formado. También quiere que en la iglesia no se busque el poder sino que se distinga por el servicio a todos y sin condiciones ya que espera que su hija encuentre en la comunidad cristiana una formación que contrarreste la competencia y el lucro que modela la sociedad actual, donde triunfan los más fuertes y poderosos. En otras palabras, que en la Iglesia sea el Espíritu el que la guíe y la dirija. Finalmente quiere que su hija pueda conocer a Jesús en la comunidad eclesial y el encuentro con él sea el que le comunique vida a la doctrina y sentido a las exigencias de la vida cristiana.

Esta teóloga espera mucho de la vida eclesial que quiere ofrecer a su hija y sabe que será muy difícil hacerlo realidad en algunos ambientes eclesiales. Pero ella confía en que el Espíritu abra caminos de renovación en nuestra iglesia. Pero lo que en realidad más desea es que muchas mamás y papás hoy también se pregunten si vale la pena comunicar a sus hijos e hijas, la fe que viven y que esa pregunta los confronte con su propia experiencia eclesial.

La iglesia doméstica no se vive por el mero hecho de invocar la urgencia de revitalizarla. Surge de la toma de conciencia del papel que juega en la vida de la familia y en lo que se transmite a los hijos. Nadie da lo que no posee. Nadie comunica lo que no vive. Por eso esta pregunta puede llevar a que unos decidan no bautizar a sus hijos. Pero puede hacer que otros revitalicen su propia fe y constituyan verdaderas iglesia domésticas. Y la renovación de nuestra comunidad cristiana vendrá de la autenticidad personal y de la profundidad con que respondamos por las razones de nuestra fe.

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