Y a imagen de Dios los creó: varón y mujer los creó”

El mes de mayo nos remite a hablar de las madres y, por tanto, a hablar de las mujeres. Claro que a veces, los varones se quejan: ¿y cuándo es el mes de los varones? Y lo mismo dicen el 8 de marzo cuando se conmemora el día de la mujer: ¿y cuando es el día del hombre? Pero atención: es que hablar de la mujer no es gratuito. Supone reconocer la condición de subordinación a la que ellas han estado sometidas durante siglos y los intentos, ya no tan recientes, pero sí tan necesarios, de seguir creando conciencia para cambiar esa situación, trabajando porque los imaginarios y las prácticas reflejen el designio creador de Dios: “Y creo Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Gén 1, 27).
En efecto, este texto del Génesis refleja esa igualdad fundamental entre varón y mujer. Los dos son imagen de Dios. Si pudiéramos decirlo de otra manera: varón y mujer son la imagen de Dios (no uno solo, sino los dos). Pero bien sabemos que este texto no ha sido el más invocado a la hora de hablar de la creación del ser humano por Dios, sino el de Génesis 2, 20-25 en el que se relata que la mujer fue formada de la costilla de Adán. Este último texto ha sido tomado al pie de letra y esto ha contribuido a fomentar la subordinación de la mujer, o su papel secundario, o su ser “complemento” del varón.
Por poner algún ejemplo –de los muchos que se podrían invocar- miremos la letra de una canción que explícitamente retoma este texto: “Azuquita pal Café”. A grandes rasgos la letra dice lo siguiente: “de la costilla de Adán Dios hizo a la mujer y le regaló a los hombres un huesito pa’roer (…) que inspirado el Creador cuando hizo a la mujer (…) y trajo al mundo esa miel, ese debe ser su nombre y le regaló a los hombres azuquita pa´l café”. O sea el varón es el café, lo completo, lo importante, lo reconocido, lo que se ve, y la mujer el complemento: el azúcar para endulzar la vida del varón. Eso dice la canción pero bien conocemos la tradición machista que ha acompañado nuestra sociedad y, sobre todo antes, el deber de la mujer era “estar en casa para cuando el marido llegara, atenderlo y complacerlo, porque él era el protagonista y la mujer la encargada de hacerle la vida mejor”. Hoy en día las cosas van cambiando pero de manera lenta y aún no acertamos en expresar bien esta realidad. Por ejemplo las mujeres dicen: “mi marido me colabora mucho en la casa”. ¿Colabora? Eso no es suficiente. Tendría que ser “los dos se encargan de la casa, porque es de ambos, los dos realizan el trabajo de manera equitativa, porque la vida de familia es tarea y responsabilidad de los dos”.
Pero en fin, pensando en las madres ¿qué imaginarios seguimos teniendo de su realidad personal? ¿ella es el centro de la casa y se celebra su día por su dedicación al hogar y su estar siempre disponible para todos? O ¿se trabaja porque ella pueda realizarse a nivel personal, ser ella misma, antes que ser la madre, esposa, abuela, hija, tía… todos esos roles que de no cumplirlos parece que desdicen de su misión fundamental en la vida? Hay muchos temores frente a una nueva manera de ser mujer. Se teme que la familia se acabe si ella no se dedica las 24 horas del día a sus hijos y esposo. Se cree que desarrollarse en una profesión la descentra de su vocación fundamental a la maternidad. Se le sobrecarga con responsabilidades e imperativos que desde pequeña la cohíben de sentirse protagonista y la hacen situarse “detrás de los grandes hombres”, “al servicio de sus familias”, “en los trabajos y responsabilidades que suponen más cuidado, dedicación y entrega”.
No estamos proponiendo que la mujer pierda lo que culturalmente la ha ayudado a ser más dedicada y generosa con los suyos. Pero sí que junto a eso, sea capaz de valorarse más y vivir no como “complemento” de nadie sino que viva su vocación de imagen de Dios en igualdad con los varones. Volver sobre este tema en el mes de las madres no es un capricho. Es un compromiso de amor con todas las madres para que ese don inestimable de dar la vida se celebre desde una integralidad personal que no admita ningún tipo de discriminación, subordinación o infravaloración por su condición de mujer.
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