Exilios

Este mundo es un exilio, pero el nacimiento nos encarna en un tiempo y espacio (en mi caso Aragón). El nacimiento nos auxilia a ubicarnos humanamente en el exilio mundano. La madre y el padre, la abuela y los hermanos, el tío canonical: y de pronto la orfandad como un autoexilio o vaciado existencial.

Salen en auxilio los parientes y amigos, las amigas de la hermana, los cofrades de estudio y la Iglesia con sus rituales: el Tota Pulcra cantado en la catedral oscense la víspera de la Inmaculada, el oficio de Semana Santa de T.L. Victoria, las clases duras de latín y las blandas de literatura, la filosofía escolástica.

Más tarde adviene el exilio cercano de Comillas en Cantabria, con su humedad casi lasciva, y después el glorioso destierro en Roma, con su liturgia lujuriosa. Finalmente, la apoteosis de la soledad acompañada en Innsbruck y acampada en los Alpes, en medio de la Kultura germana (con K) y los amores contraculturales.

Es la hora de regresar a Cesaraugusta, todavía bajo el tardofranquismo y su ideología arisca y arenosa. La salida airosa a Salamanca, plateresca, pero aún atrancada en un pesado pasado, y definitivamente la conquista del País Vasco materno y de Deusto en Bilbao, entre estertores y gritos en plena transición democrática.

Aquí en Deusto hago un alto “y estoy como dios” (deus-sto): aquí me exilio pero me asilo culturalmente, proyectivamente, creadoramente. El matriarcalismo vasco era una bandera o lábaro para deconstruir el patriarcalismo infelizmente reinante y pasar a un fratriarcado o fratriarcalismo democrático: el cual nunca acababa de llegar por culpa de regresiones y agresiones, mitos y utopías, extremismos de quienes piensan con las extremidades.

Pero al final del ciclo el cordón umbilical vasco se desata y recalo de nuevo en mi país natal, en Zaragoza lozana, a donde vuelvo pilaristamente “en carne mortal”, siquiera algo decadente, auxiliado por los míos, los propios, sin improperios. Pues si critiqué a España fue por honor, ya que siempre canté por lo bajo, melancólico en el exilio, la canción del emigrante traspuesto como estudiante:

Aunque soy un estudiante
jamás en la vida yo podré olvidarte.

Y si critiqué a Aragón fue por amor, así como mi propia autocrítica lo fue por dolor. Ahora vuelvo en mí y a lo mío, me revuelvo a mí mismo y a lo propio, no para apropiármelo sino para donarlo espero que con el donaire con que lo canta la zarzuela:

Los de Aragón
arriba el corazón.

Y, sin embargo, más que un patriota o matriota, me considero un fratriota o confratriota: la fratría o fratria como resolución de la matria y de la patria en fraternidad o hermandad universal: unidiversal. Por eso concelebro la acogida del hermano menor, la fortaleza del hermano mayor y los consejos/consejas de la hermana. En medio quedan los amigos y cofrades, incluida la cofradía del Real Seminario de san Carlos: cabría decir al respecto jocosamente que después de todo he pasado del carlismo vasco al carlismo aragonés...

En todo caso, esta es mi última aventura existencial, y dada mi friolera esencial, quiero realizarla resguardado del cierzo bajo el manto de la Virgen del Pilar. Este será mi asilo y auxilio para mi último exilio mortal, el más luctuoso hasta su trasfiguración alada:

Sub umbra alarum tuarum:
Bajo la sombra de tus alas.

Uno piensa en la inhumación o enterramiento reduplicativo en tierra como una vuelta al seno materno o matricial: pero aquí el peligro está en volver a renacer a este peligroso mundo siquiera como planta o flor efímera. Por eso supongo que una buena cremación sería la solución a mi friolera terrestre y la disolución final. O el fuego como amor cuasi divino purificador de lo humano y de lo mundano: trascen
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