La rebeldía personal (y Vivencias y convivencias 56)

Cabe imaginar el cosmos como una gran rebelión (el “big bang”) frente a la nada, lo vegetal como resultado de una rebeldía ante lo mineral, lo animal como rebeldía ante lo vegetal y lo humano como rebeldía generalizada, o en proceso de generalización, pues cada individuo humano es un rebelde en potencia, un ser capaz de rebelarse contra todo, incluso de ser un “rebelde sin causa”. Pues la rebeldía, como casi todo en esta vida, tiene un carácter ambiguo, ambivalente (como cohabitado por un duende extraño). Suele ser positiva y negativa al mismo tiempo; benéfica y creadora de sentido a la vez que crítica y disolutora. La rebeldía es un decir no a algo dado, pero en nombre de un sí a algo anhelado; rechaza lo presente, pero espera algo ausente.

El ser humano, ese ser que crece entre la naturaleza y la cultura, es rebelde por naturaleza: se rebela ante la naturaleza para crear cultura y se rebela contra la cultura que ha creado al echar de menos su naturaleza perdida. Esa doble rebeldía es la que ha constituido al ser humano como humano o, al menos, como un ser en proceso de humanización y, por tanto, como un ser siempre en peligro de deshumanización. La historia transcurre por el borde de ese peligro. Ese peligro nos constituye, paradójicamente, como humanos. La rebeldía comporta, pues, una amenaza y una promesa. Uno suele rebelarse de joven contra el dios o los dioses vigentes, contra el orden establecido en su familia, en la sociedad, en su época histórica, en su mundo, pretendiendo, de un modo más o menos consciente, mantenerse fiel a sí mismo. Así le ocurrió, pero a lo largo de toda su vida, a Sócrates, que finalmente fue condenado por no creer en los dioses oficiales de la ciudad, y sí hacer caso, por el contrario, a su propio duende o daimon personal.

Los mayores solían decirnos, cuando éramos jóvenes, que hasta los treinta años se vive de ilusiones y después se necesitan realidades. Lo que no nos decían es que cuando ya somos mayores descubrimos que también las presuntas realidades son ilusiones que se acaban diluyendo. El ser humano se rebela contra algo que se le presenta y que vivencia como absurdo e inhumano, como algo que le impide ser propiamente humano, que le hace esclavo, que le aliena o separa de sí mismo y de los otros. Los espartanos se rebelaron contra el imperio persa en las Termópilas, derrotándolos junto a los demás griegos en Salamina. La rebeldía impulsó a los hebreos a salir de Egipto y adentrarse en el desierto en busca de una tierra prometida. La rebeldía colectiva reúne a los rebeldes, a los que se les presenta como la negación de lo que les niega.

Al negar al que le niega el rebelde adquiere una identidad propia, se identifica con una causa, se integra en un grupo o en un movimiento. Rechaza una situación que vive como un sinsentido, como algo absurdo, y espera poder cambiarla, convertirla en algo con sentido. Se trata, pues de una búsqueda colectiva de sentido que suele consolidarse en un canon o institución que vela por el mantenimiento de lo alcanzado en esa búsqueda y que lo hace permanecer. Lo que así permanece ofrece al que lo acepta una cierta seguridad y una sensación de equilibrio, pero al permanecer suele perder el dinamismo, volverse rígido, quedar atrapado en la rutina y en la formalidad. Pero la capacidad y la necesidad de rebeldía del ser humano no se agota en esa rebeldía colectiva que instaura un mundo. Cada persona ejerce la rebeldía (o no lo hace) a su propio modo.

Cada cual tiene su propio modo de rebelarse, con independencia de que pueda ejercerla o se atreva a hacerlo. Al igual que la colectiva, también la rebeldía personal puede ser creadora o destructiva, puede abrir horizontes o limitarlos. Lo que la diferencia es que no suele consolidarse en una identidad bien determinada, canónica, ni aspira a ella. Por el contrario, la rebeldía personal suele promover una no identificación o una identidad diferida, borrosa, una cierta in-adaptación o desajuste con respecto a los modelos, roles y modas imperantes. La persona rebelde lo es por fidelidad a sí misma, a su vocación humana singular e intransferible, a su duende interior, como decía Sócrates. Esa vocación le invita a no dejarse reducir a la condición de cosa, de objeto o de sustancia, a no deshumanizarse ni deshumanizar al otro, a respetarse y respetar al otro. Le invita a ser humano, a seguir ese proceso inacabable en el que consiste el ir siendo humano, cada cual a su manera.

Como dice Luis Garagalza, la rebeldía interior viene a ser auto-rebeldía, reacción a la propia realidad o circunstancia resquebrajada. La rebelión es política, la revuelta es social, la revolución es total y la rebeldía personal. La rebeldía de Job es contra su destino infausto, la rebeldía del Eclesiastés contra el mundo, y la rebeldía final de Jesús es frente al aparente abandono de Dios en su cruz. El propio Sócrates se cabrea con la autoridad demagógica, mientras que en nuestro tiempo Camus se rebela frente al absurdo, aunque curiosamente lo acaba aceptando en su Sísifo como inevitable. Sin embargo, yo diría que no se trata de aceptar el absurdo, sino de asumirlo críticamente.

La auténtica rebeldía no es meramente política o social, sino radical, por cuanto se subleva ante la hechura desgarrada del universo, la malhechura del mundo y de la vida, la hechura mortal del hombre y su existencia. La auto-rebeldía se subleva no contra una constitución, sino contra su propia constitución, a modo de insurrección desde la crítica a un diseño ecológico y humano agujereado por el sinsentido, y no solo por culpa del hombre. La cuestión es más honda, más profunda, ya que tiene que ver con la constitución de lo real y su evolución problemática, y no meramente por culpa del hombre.

VIVENCIAS Y CONVIVENCIAS 56 

---En su lucha nocturna con el ángel, Jacob sufre una herida o luxación en su muslo, descoyuntado por la superior fuerza de aquel: pero sigue luchando con él hasta arrancarle su bendición.

---La herida de Jacob por el ángel es un desgarrón de la eternidad en el tiempo: y una señal de la trascendencia en la inmanencia.

---La herida de Jacob es física o real: su sutura simbólica es la bendición del ángel.

---La enfermedad como herida de la finitud: que se abre al infinito a modo de apertura trascendental.

---Toda herida es vaginal o femenina, antiviril: abrimiento del ente encerrado al horizonte del ser.

---José María Pemán escribió sobre la herida luminosa de san Francisco Javier: pero era una herida numinosa, a la vez oscura (por el dolor) y luminosa (por la apertura).

---En la enfermedad se siente más el sentido esencial: que es el sentido existencial.

---El Schritt zurück del enfermo o paso atrás: desvío o desvarío del tiempo y curvatura o concavidad del espacio.

---Estoy aprendiendo la lengua apocada del enfermo: es una lengua sincopada (apocopada).

---En mi reclusión porto un gorro de Jerusalén, pero no se trata de política terrestre sino celeste: pues se refiere a la Jerusalén celestial.

---El mundo de la residencia de ancianos como (el) otro mundo: implícito y elíptico, escueto y silente, introvertido o revertido (un modo de recular para saltar al vacío).

---La ralentización de la vida enferma y su parón vital: columbario simbólico de cuerpos pesados y almas flotantes.

---Me colocan el reservorio o catéter: ya soy un toro con las banderillas.

---Mi fama de majura en la residencia de ancianos debe ser por majareta.

---Mi vida de enfermo me comunica con la ambivalencia numinosa de la existencia sin especiales rituales: excepto la comunión eucarística.

---Hay días que me visita gente: y otros que me visito yo (por ejemplo hoy).

---El ordenador como la ventana virtual a la trascendencia inmanente o inmanencia trascendente.

---El enfermo gallego que empalma unos temas con sus opuestos: corrosivamente.

---La bella anciana que llora solitaria en silencio: la acaricio.

---La enfermedad te trocea distinguiendo órganos o partes buenas y malas.

---Por fin encuentro en la residencia mi rincón favorito para pasear meditando el paso del tiempo: rítmicamente.

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