El periodista Israel González Espinoza sale de Nicaragua rumbo al exilio El duro exilio, con la patria al hombro

"Me he marchado de Nicaragua al exilio, pero me llevo la patria al hombro; para seguir luchando por ella en la trinchera en la que Dios me ponga como misión"

Salí de Managua con muy pocas cosas en la maleta. Básicamente algunas mudadas de ropa y un par de zapatos al uso la semana pasada. Atrás dejaba mi patria, mi familia, la vida que conocía… El régimen nicaragüense me obligaba a exiliarme lejos, en la vieja Europa.

Al temor de “si me dejan salir del país”, se convirtió pronto en la incertidumbre diaria de saber que estoy a miles de kilómetros de casa y renunciando a todo aquello que alguna vez dije, era mi vida, la profesión periodística.

Gracias al periodismo, yo había podido llegar antes a Europa. Lo hacían los despachos periodísticos que escribía desde una Nicaragua cada vez convulsa. Gracias a ello, algunos amigos solidarios se empezaron a interesar cada vez con más intensidad sobre la situación de mi seguridad.

Hubo dos hechos que condicionaron con gravedad mi estancia en Nicaragua. El primero fue la partida inesperada de monseñor Silvio José Báez, considerada por gran parte de la población como un exilio forzado pedido por el régimen de Ortega al Vaticano para poder proseguir con las incipientes (y hasta ahora, ineficaces) negociaciones con la opositora Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD).

Para nadie es un secreto que para un sector de la Iglesia católica nicaragüense, el que está coludido con el poder; el trabajo periodístico que venía realizando cada vez era más incómodo. De formas directas e indirectas siempre exigieron que “me plegara” en obediencia (eufemismo eclesiástico de "guardá silencio").

La partida de monseñor Báez dejó en muchísimos católicos nicaragüenses un sentimiento de “orfandad”. Tras la partida de este obispo, con quién habíamos cultivado una excelente relación a lo largo de varios años; sabíamos que quedábamos desprotegidos para realizar nuestra labor periodística sin alguien que –en caso que nos pasara algo-, alguien alzara su para solidarizarse con nosotros en caso de ver consolidadas las amenazas que recibíamos constantemente en las redes sociales.

La segunda señal de alerta vino tras la primera. Dos semanas después de la partida del obispo Báez, mientras andaba con mi padre y mi hermana, del trayecto del supermercado a nuestra casa de habitación en Managua; a la altura del parque de Los Amigos de Villa Progreso, el vehículo recibió una pedrada que quebró el vidrio delantero en la parte inferior.

Por la trayectoria de la piedra y la velocidad relativamente moderada que llevábamos, dedujimos que la piedra era lanzada para que golpeara el asiento del acompañante del conductor, en el que solía montarme yo cuando acompañaba a mi padre. Esto ya no me gustó, porque si la piedra hubiera logrado su cometido, habría lastimado a mi hermana menor. El régimen orteguista y sus partidarios podrán aducir que fueron “vagos” del parque los que lanzaron la piedra… sin embargo, no iba a esperar a que tocaran a mi familia de una forma más directa, y decidí salir de Nicaragua.

Como le dije a mi familia, antes de partir, no me arrepiento absolutamente de nada. No me arrepiento de haber participado del inicio de las protestas, pancarta en mano, exigiendo cuentas al ineficiente régimen que desgobierna Nicaragua por su inoperancia el incendio de Indio-Maíz. Tampoco me arrepiento de no haber abandonado el periodismo en 2018 –aun cuando me había dicho a mí mismo que me daría un año sabático- para reportar la realidad de Nicaragua desde la arista socio religiosa; como tampoco me arrepiento de haber criticado en su día al sector de la Iglesia nicaragüense que está al lado de poder; ya sea por ansias de poder, favoreces recibidos o por timorato y ambiguo silencio. Más adelante, y parafarseando a Torrente Ballester; esas críticas serán consideradas tímidas y hasta tibias, por la historia.

No me he ido de Nicaragua por cobardía. No se piense que a quiénes nos hemos marchado al exilio obligatorio se nos ha puesto un esparadrapo en la boca. Dónde quiera que vaya, y dónde esté, voy a hablar de la realidad de  nuestro pueblo… un pueblo que fue masacrado por las ansias desmedidas de poder del dictador Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo.

El exilio es duro. Otra cultura, otra cosmovisión, vivir rodeados por desconocidos, saber que mañana puede ser un día en que uno puede recibir un abrazo o un humillante “vete a tu país” y tener que escuchar la voz de los tuyos a miles de kilómetros y hacerte el fuerte para no quebrarte en llanto porque debés ser fuerte por ellos.

Y… pese a todo voy a seguir escribiendo. Es un deber moral para con mi conciencia y con mi patria; hasta que podamos volver a Nicaragua con plena democracia y libertad. Cuando me fui, me llevé mi país, su historia y su lucha conmigo. La tenacidad (terca) de nuestro pueblo en búsqueda de un nuevo horizonte nos inspira desde el exilio, y con cuantos pueda, me comprometo a seguir hablando de la lucha de nuestros nicas contra la dictadura.

Me he marchado de Nicaragua al exilio, pero me llevo la patria al hombro; para seguir luchando por ella en la trinchera en la que Dios me ponga como misión.

¡Viva el pueblo valiente de Nicaragua! ¡Viva la patria!

(*) Israel González Espinoza, periodista exiliado.

Desde algún lugar de Europa, mayo de 2019.

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