Un futuro poco optimista Los seminarios que se acaban

En antiguo Seminario de Derio
En antiguo Seminario de Derio

Los “seminarios mayores” se tornan “pisos” en los que un reducido puñado de aspirantes a curas  conviven, normalmente cercanos a las Universidades Eclesiásticas  en las que cursan los Estudios Superiores  y las Ciencias Sagradas

Mucho antes que el vocablo “seminario” estuviera vocacionado  a la desaparición en la historia de la Iglesia post-tridentina, fue definido  en una de sus acepciones  como “centro de enseñanza  en  el que estudian y se forman  los que  van a ser sacerdotes”, tal y como certeramente después recogiera la RAE.. No obstante, y adelantándose a los tiempos  de vigencia del mismo Vaticano II, con respetuosa y reiterativa insolencia para con las ciencias sagradas, la palabra “seminarista” fue académicamente ubicada  entre las llamadas del “género común”, por lo que lo mismo  es procedente  decir  “el “, que “la” seminarista.  Milagros que hacen  los ilustres y orgánicos académicos  después de hablar, estudiar e historiar  la semántica y, a la vez, la realidad  de la vida…

En vísperas “oficiales” del “Día del seminario”, a celebrar  en las diócesis españolas,  con la cordura, objetividad y ponderación correspondientes, convendría prestarles atención, entre otras,   a estas reflexiones:

La impresión documentada y veraz  está siendo ya la de que los seminarios, diocesanos o no, se acaban. A quienes tal aseveración les parezca  demasiadamente iconoclasta, herética e irrespetuosa,  les sugiero que lean, y relean,  las estadísticas “seminarísticas” –noviciados y casas de formación-, y mediten y comparen  los números y las circunstancias  de los “vocacionados” de ayer y de hoy.

La constatación del hecho de que la edad media  que registra el clero  actual  en España, con el DNI. de cada uno de sus miembros  -sacerdotes, obispos y religiosos-  dedicados al ministerio sagrado  y a la pastoral en pueblos y ciudades, se alientan pocos y raquíticos  optimismos, por mucho que duela reconocerlo  y por espectaculares dosis de esperanzas de cambios a favor  que se patrimonialicen, al dictado  de venerandas tradiciones y  añoranzas pretéritas.

Bien es verdad que, de vez en vez,  y con la mejor e inocente de las intenciones, los organismos diocesanos y los nacionales distribuyan   informaciones  favorables al aumento “espectacular” de vocaciones religiosas… Lo que más se puede asegurar de tales informaciones, es   que estas no son siempre veraces.  Me ahorro citar algunas de ellas, por la sencilla y contundente razón  de que la experiencia vivida por el propio clero y sus “fieles”,  las desmienten automáticamente. El número de parroquias  y el de tantas actividades en las que en otros tiempos, era o se estimaba, insustituible, un  cura, en  la actualidad  se hallan huérfanas  o se suplen, más o menos  extra- oficialmente  por jubilados, monjas, religiosas, laicos o laicas.

"Suplencia pastoral" de mujeres, religiosas y laicos

Buena ocasión esta del “Día del seminario” para profundizar en la idea de que  la condición de “suplencia” pastoral por parte de las mujeres, de religiosas y laicos, tiene que darse ya por finiquitada, con el inexcusable compromiso  de presidir aún la celebración de la Eucaristía  y otras actividades, además de las burocráticas. Lo de “viri probati” –siempre los varones”-, y no “mulieres probatae”, en la misma, o superior, proporción, efectividad y santo evangelio, debió “pasar ya a mejor vida”, como inútil y lamentable “ofensa de género”.

Excelente  e inesquivable oportunidad  también  para tomar conciencia de que no siempre ni mucho menos, los seminarios  -“menores” o “mayores” al uso-  difícilmente fueron “los centros de formación que precisa la Iglesia para la formación integral de sus sacerdotes”.  Los penúltimos “seminarios menores”  son ya otros tantos colegios mixtos, primando todavía en la mayoría de ellos  las razones económicas de la “concertación. Los “seminarios mayores” se tornan “pisos” en los que un reducido puñado de aspirantes a curas  conviven, normalmente cercanos a las Universidades Eclesiásticas  en las que cursan los Estudios Superiores  y las Ciencias Sagradas. En este contexto  hacer coincidir el “Día del seminario” con una colecta especial a favor de las vocaciones sacerdotales,   a muchos no les parece del todo coherente.

No a los privilegios

En el “Día del seminario”, sacerdotes, obispos, laicos y laicas,  pensarán en la necesidad y urgencia  de la reforma que demanda  la Iglesia en orden  a la preparación de quienes  son, o puedan ser,  hoy sus “pastores”.  Además de las disciplinas  sagradas,  escolásticas o no tanto, en las relacionadas con la vivencia y convivencia con los demás –ellos y ellas- es  indispensable doctorarse,  o efectuar toda clase de master. Es  artículo de primera necesidad desterrar y abominar todo carrerismo, en cuyo desarrollo y ejecución,  el episcopado  es, para muchos, “estación de término”. La del sacerdocio ni es, ni jamás podrá ser, una –otra- carrera.

A estas alturas informativas, se dará por supuesto, que los privilegios se exiliarán  inmisericordemente, y que las puertas de la jurisdicción civil y penal estarán mucho más abiertas  que lo estuvieron las de los Tribunales Eclesiásticos, tan poco   “tribunales” y nada –casi nada- “religiosos”, aún para los mismos eclesiásticos, por la abundancia  de abusos  de los que fueron responsables por acción u omisión.

El recuerdo doloroso para los miembros en activo, o en pasivo, con colorines o sin ellos,  de los protagonistas  de noticias tan lamentables  como a las que, aquí y ahora, me estoy  refiriendo, tendrá que ocupar lugares  de penitencia  y reconversión, también en el esquema  del  “Día del Seminario”. Con la más limpia, constructiva, reparadora  y evangélica de las intenciones, me animo a sugerir que, decretadas, o sin decretar, diocesanamente las ventas de los edificios de los seminarios, el dinero obtenido, -y más- se dedique en justicia  a reparar parte de los daños materiales y espirituales, causados por los “abusadores” o “consentidores”, a quienes de por vida seguirán engrosando el listado de  sus propias víctimas, muchas de ellas, “en el nombre de Dios”.     

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