Semana Santa andaluza

Estoy pasando la Semana Santa en un pueblo andaluz y por la mañana me despiertan los tambores, son los chicos de un pueblo que ensayan con entusiasmo su contribución a las procesiones. La mañana es fría y llueve, una lluvia que cae como jarro de agua fría sobre los corazones de los cofrades, que miran al cielo con temor ¿Podrán sacar los pasos a la calle? Han estado todo el año preparando el manto de la Virgen, restaurando lo dañado el año anterior, arreglando las flores y las velas, determinando el turno de los costaleros, cosiendo túnicas y capirotes… ¿Habrá sido en vano, tanto trabajo? A pesar de los negros presagios del hombre del tiempo, no se tomará la decisión final hasta que llegue la hora.

Año tras año, me impresiona la fe de este pueblo, una fe distinta y para muchos incomprensible, pero que conecta a sus fieles con Dios. Sin discusión, la primacía de la devoción se la lleva la Dolorosa, una imagen de mujer joven y bella, que sigue el paso de su hijo crucificado, sin que las imágenes respeten la diferencia de años, entre ambos. El único dolor que se ve en la cara de la madre, es un brillante bajo los ojos, que hace las veces de lágrima. Y sin embargo, a pesar de los anacronismos, el espectáculo es bellísimo e invita a levantar los ojos al cielo.

Es una fe que tiene mucho de sincretismo y a la hora de la ortodoxia, muchos interrogantes (no sé los motivos por los que los cancerberos del buen pensar teológico no han levantado sus excomuniones ¿sería inútil?) pero acerca a Dios a los hombres. Estos días estaba leyendo las conclusiones de un encuentro en Brasil de teólogos del Tercer Mundo, que reflexionaban sobre las condiciones del catolicismo en sus países. Hablaban de la pérdida de fuerza de las religiones (salvo la musulmana y los pentecostales) pero del fortalecimiento de una espiritualidad, que muestra que cada ser humano se busca sus caminos.

En la semana santa andaluza, el sacerdote es todo el pueblo, el templo de la espiritualidad andaluza son las calles de sus pueblos, el incienso lo ofrece el olor a azahar que se desprende de los naranjos, las vestimentas sagradas son los capirotes y mantillas que acompañan a las imágenes, las fugas de Bach se esconden tras los tambores procesionales… y el pueblo vibra, sobre todo con su Virgen, la más guapa de toda la comarca. Dios, sentado en las nubes que amenazan de negro, la tarde – noche, sonríe y bendice esa fe sincera, sin teologías profundas, que le alaba en rostro femenino.
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