Sorpresivas declaraciones de monseñor Monteiro

Muy conocido en España por su paso por la nunciatura, Monteiro de Barros ha sido recientemente nombrado cardenal por Benedicto XVI. Por lo visto, según un artículo de Ana Vicente publicado en Portugal, el día antes de formar parte del colegio cardenalicio, Monteiro hizo unas declaraciones a dos periódicos portugueses, Ao Correio da Manha y al Jornal de Notícias, en las que hablaba sobre su manera de ver a las mujeres y a la familia.

Cree monseñor que los estados deben dar más apoyo a las familias para “que las mujeres se puedan quedar en casa, o si trabajaran fuera, lo hicieran en horario reducido, de forma que se puedan aplicar a su función esencial, que es el cuidado de los hijos. Un país depende mucho de las madres pues quienes forman bien a los hijos son las madres, no hay mejor educadora que una madre”. Más adelante de su intervención afirmó que si la mujer “tiene que trabajar por la mañana o por la noche cuando su marido llega a casa, y quiere hablar con ella, no tiene con quién hablar.”.

Puedo estar de acuerdo con el cardenal en que una madre en casa es algo muy bueno para los hijos y… para el marido, pero me parece que la realidad social va por otros caminos, que no se pueden ignorar y a los que hay que ofrecer soluciones. Me recuerdan sus declaraciones lo que afirmaba la encíclica Casti Connubi que publicó Pío IX en 1930, y cuyo número 27 (todo este número visto con los ojos del siglo XXI, no tiene pérdida) cuando habla de la emancipación de la mujer, decía lo siguiente:”es la corrupción del carácter propio de la mujer y de su dignidad de madre; es trastorno de toda la sociedad familiar, con lo cual al marido se le priva de la esposa, a los hijos de la madre y a todo el hogar doméstico del custodio que lo vigila siempre. Más todavía: tal libertad falsa e igualdad antinatural con el marido, tórnase en daño de la mujer misma, pues si ésta desciende de la sede verdaderamente regia a que el Evangelio la ha levantado dentro de los muros del hogar, muy pronto caerá —si no en la apariencia, sí en la realidad—en la antigua esclavitud”.

Hay mujeres que han escogido quedarse en casa con plena libertad pues es su opción, pero otras, se han ido por distinto camino. Muchas de las que se adentraron en la vida pública descubrieron dos cosas muy importantes: la libertad que da un sueldo (aunque sea para alimentar a unos hijos cuyo padre ha abandonado) y el prestigio de un trabajo remunerado, “hoy vales lo que ganas” y las mujeres quieren ser valoradas en el mundo en el que viven. ¿No tienen derecho a unas migajas de autoestima, que tan importantes son para el fortalecimiento de la personalidad? Eso es lo que la doctrina social de la Iglesia dice sobre el trabajo, que dignifica y gratifica.

Lo malo es que éstas se sienten culpables y cogidas entre dos fuegos por los consejos de algunos prelados. Por un lado, el modelo de familia ideal para la Iglesia es la numerosa, que es la que sale en todas las fotos de las concentraciones católicas ¿por qué se presume que los esposos no han llevado a cabo controles de natalidad? ¿Por qué son las que suministran vocaciones al sacerdocio? Ignoro la razón de fondo, pero una familia con muchos miembros no es fácil de sostener, especialmente en un país civilizado y exige el sueldo de los dos esposos para poder afrontar los gastos.

No quiero comentar la frase sobre que el marido que quiere hablar con su mujer y no puede hacerlo porque no la encuentra en casa. Me parece impotable y me hubiera gustado que hiciera mención de todo lo que puede hacer un padre en casa mientras su esposa trabaja, para que ella no tenga que dedicar excesivas horas adicionales al llegar a su hogar. También podría haber hablado de las diferencias de sueldos por trabajos semejantes, de la violencia doméstica, de la ausencia de las mujeres en las tomas de decisión de las administraciones (incluida la Iglesia), de las esclavas sexuales… O monseñor Monteiro vive en otro mundo o los periódicos en los que publicó la entrevista se han comido alguna de sus palabras. También puede ser que los periodistas llevaran el ascua a su sardina, porque eran varones interesados en que las mujeres no salgan de sus cascarones y no les interesaban detemrniadas preguntas.
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