Dignidad de todas las personas

¿ Por que los cristianos, en vez de unirnos y colaborar con todos los que piden cambios sociales para lograr mayor justicia, cuando las reivindicaciones vienen de grupos o movimientos que brotan de la sociedad secular sin referencia alguna con la Iglesia, frecuentemente no vemos más que fallos, manipulaciones, y nos quedamos con los brazos cruzados en una crítica negativa?

El Vaticano II afirma: “el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana”. Veinte siglos antes Jesús de Nazaret lo dejó claro con su conducta a favor de los excluidos. Transgrediendo el precepto del descanso sabático, curó a un paralítico y los ortodoxos judíos le condenaban. Jesús reaccionó molesto: “¿pero no vale más un ser humano que una oveja?”. En aquel pueblo judío una oveja era medio de producción tan cotizado, que si caía en un hoyo, aún siendo sábado estaba permitido sacarla. Jesús viene a decir que una persona humana vale más que todos los medios d eproducción. En su primera encíclica Juan Pablo II : “el profundo estupor y respeto ante la dignidad del ser humano se llama evangelio”.

De acuerdo con esta convicción, es normal que condenemos el aborto, una lacra que manifiesta la corrupción de nuestra sociedad y va directamente contra la vida. Todos los seres humanos y con ellos los discípulos de Jesucristo, debemos optar por la vida pidiendo y exigiendo cauces sociales y políticos para cauterizar ese cáncer. Pero ¿no va también contra la dignidad de las personas la situación que sufren miles de parados que no encuentran un trabajo, mujeres y hombres que tienen que agarrarse a lo que sea para sobrevivir; que incluso deben pagar a los periódicos -¡hasta cuando seguirán esas hileras de anuncios! – para ofrecerse como mercancía sexual; inmigrantes explotados y sin apoyo de nadie?. Curiosamente los mismos cristianos que salimos a la calle dando voces contra la ley del aborto -no digo que esté mal-, cuando se trata de reivindicaciones a favor de tantos marginados y excluidos en otros ámbitos de la sociedad, si esas demandas no salen directamente de la Iglesia, siempre ponemos puros y nos cruzamos de brazos so pretexto de que están ideológicamente contaminados. ¡Como si nosotros, creyentes cristianos, fuésemos químicamente puros y no actuáramos también con propios intereses no siempre conformes al evangelio!

¿No confesamos que Jesucristo es Palabra que ilumina a todo ser humano? Seamos consecuentes. Siguiendo la invitación del Concilio, urge que sepamos discernir los justos anhelos y reclamos de nuestro tiempo los signos del Espíritu que renueva la faz de la tierra.

14 de octubre, 2010
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