Heredia, Costa Rica, Centro de Investigación CEDI: "De qué Dios hablamos"

Ando estos días con un seminario sobre “qué Dios”. En los pueblos de América Latina es aún pujante la religiosidad con buena dosis de barroquismo en que llegó aquí la fe cristiana traída fundamentalmente desde España. Y viendo esta religiosidad en contraste con la emancipación y abandono de lo religioso que hoy marcan el proceso de la sociedad española, se llega fácilmente a la conclusión de que la cuestión primera hoy no es si existe Dios o no. Más bien lo decisivo es qué queremos decir cuando decimos “Dios”. Una palabra tan plurivalente a que ha servido incluso para justificar violencias y crímenes intolerables.

Los cristianos creemos que, si bien a Dios nadie le ha visto, la conducta histórica de Jesucristo es referencia para discernir el rostro humano de Dios. Eso es en teoría. Sin embargo, ya en la práctica, frecuentemente somos capaces de confesar la divinidad de Jesucristo, proyectando las imágenes de Dios fabricadas por nosotros y en consecuencia falsas porque son obra de nuestras manos. ¿Qué tiene que ver, por ejemplo, la imagen de un dios justiciero implacable que infunde terror y miedo con el Padre misericordioso que se ha revelado con rostro humano en el evangelio de Jesucristo? ¿cómo puede haber miedo ante Alguien que es amor y no sabe más que amar?

En un paradigma o patrón cultural premoderno espontáneamente estructurábamos el universo en tres planos: los cielos en las alturas, el infierno en las profundidades oscuras y en medio la tierra hogar de los seres humanos siempre atemorizados por tener contento a Dios que tiene su trono detrás de las nubes e interviene de cuando en cuando a instancias de nuestras oraciones y movido por nuestros sacrificios. Esa cosmovisión ha sido ya rebasada.

Por otra parte, si aceptamos la encarnación, debemos concluir que Dios no está lejos de nosotros; más íntimo a nosotros mismos, a todo da vida y aliento. Continuamente nos origina, sustenta e impulsa; pero no es un agente de este mundo que arbitrariamente y sólo de cuando en cuando interviene para suplir deficiencias o como tapagujeros en nuestros vacíos.

Ante la creciente irreligiosidad bien perceptible ya en 1964, el concilio Vaticano II lanzó un sirio interrogante: “ en la génesis del ateísmo no hemos tenido pequeña parte los mismos cristianos que con nuestros defectos en nuestra conducta religiosa, moral y social más que revelar hemos ocultado el genuino rostro de Dios y de la región”.
Volver arriba