Una Navidad para romper con la ideología radical capitalista

Hace unos días una persona con buena jubilación y muy metida en una comunidad cristiana, me decía: “el caso es que la crisis económica no me afecta, y eso me preocupa”. Esta forma de hablar despertó en mi memoria una duda que hace más de cincuenta años manifestaba D. Bonöeffer, gran teólogo y mártir en un campo de concentración nazi: si era legítimo que los monjes siguieran tranquilos en sus abadías cantando el gregoriano mientras fuera se masacraba cruelmente a los judíos. En el fondo y mirando los efectos negativos que está dejando la crisis económica en millones de personas, el mismo interrogate debemos hacernos hoy quienes creemos en la dignidad de todo ser humano: ¿cómo me afecta esta crisis? ¿Qué puedo y debo hacer?

En 1991 la encíclica “Centessimus annus” expresaba el temor “a que se difunda una ideología radical capitalista” donde las ganancias y el lucro postergan a las personas valoradas sólo por su rentabilidad económica. Y en la encíclica Juan Pablo II insistía: “el camino de la Iglesia es el hombre”. Lo que aquí directamente está en juego es la vida del ser humano que, según la fe cristiana, es imagen de Dios. Y esta imagen está siendo irreverentemente profanada en tantas mujeres y tanto hambres que no encuentran ni trabajo ni medios de subsistencia, que se ven obligados a la prostitución, que sufren el atropello en sus derechos fundamentales sin poder hacer nada, ni siquiera una huelga eficaz para reclamarlos.

En la entrevista “Luz del Mundo” Benedicto XVI recuerda una verdad central: “el Evangelio se opone a las constelaciones del poder”. Y es indudable que, sin negar la existencia de otros factores, la crisis económica que estamos sufriendo es consecuencia de un poder ejercido individualistamente, no buscando el bien y la vida para todos. Una tentación muy peligrosa también para todos los cristianos, instituciones eclesiales e incluso congregaciones religiosas, que infectadas con la ideología radical de tipo capitalista, nos podemos quedar en lamentos sin que nuestra forma de vivir rompa con esa ideología radical de tipo capitalista. Es aquí donde uno echa de menos la palabra profética y firme de los obispos que no hace muchos años por ejemplo sacaron documentos tan oportunos como “Actitudes cristianas ante la actual situación económica de España”, 1974; o “La Iglesia y los pobres”,1994.

En Navidad celebramos la encarnación de Dios cuya gloria y poder se han manifestado en la misericordia y en la pobreza como expresión del amor. Un buen signo para la Iglesia, encarnación continuada, que se debe oponer "a las constelaciones del poder”, y para cada cristiano. Sólo rompiendo en nuestra forma de vivir con la ideología individualista y su jerarquía de valores que hoy desfiguran a nuestra sociedad, seremos testigos creíbles del Padre que quiere, con nosotros y en nosotros, realizar ya en este mundo la fraternidad sin discriminaciones.
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