No batalla sino diálogo

La visita de Benedicto XVI ha sido un acontecimiento mediático y de rico significado eclesial: el obispo de Roma, sucesor de Pedro, ha recibido el carisma de animar y confirmar la fe y la comunión entre todas las iglesias locales.Caben distintas opiniones y hasta críticas razonables pero no podemos quedarnos ahí, olvidando el mensaje de la visita.

Sí, es verdad que hay en estas visitas aspectos y detalles que deben ser revisados y mejorados.Hay también críticas negativas que pueden ser muy oportunas.Pero en ningún caso es justo tergiversar la intención y el contenido del mensaje.

Digo esto porque un Diario nacional de amplia tirada, en su edición 7 de octubre, como letra rande y en portada decía: “El papa ve a España como el campo de batalla entre laicismo y fe”. Quizás el periodista sólo intento trae un titulo llamativo. En todo caso da pie para una reflexión que pude ser saludable. Si no escuché mal, Benedicto XVI dijo: “es necesario que no haya un enfrentamiento sino un encuentro entre fe y laicidad; hay que renovar la fe para responder a esa laicidad”. Su deseo es que la sociedad española dentro del pluralismo camine hacia la unidad; sea un espacio para el diálogo sincero y no un campo de batalla entre quienes pretenden imponer a los demás su religión, y entre los que pretenden eliminar la presencia pública del hecho religioso.

Tanto el ateismo confesional del Estado -eso que se llama laicismo-, como la confesionalidad oficial de una sola religión, niegan un derecho fundamental de los ciudadanos: creer o no creer: practicar una religión, varias o ninguna. Son posiciones fundamentalistas que hacen imposible una sana laicidad.

Por eso se necesita un verdadero diálogo. Que no sólo exige revisión de posiciones laicistas, sino también revisión de posiciones en el ámbito religioso. La invitación de Benedicto XVI a “renovar la fe para que responda a esa laicidad” implica una seria llamada de atención para la comunidad cristiana, incluidas la intervención de la jerarquía eclesiástica y la reflexión teológica. Durante las últimas décadas han sido frecuentes las crispaciones entre políticos y obispos; por ahí no hay futuro sino confusionismo lamentable para todos. Si queremos construir la unidad en pluralismo enriquecedor, el diálogo sincero es el único camino.
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