La pobreza en el mundo (1.9.19)

““Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos”

            Iglesia debe renovarse continuamente leyendo los signos del tiempo para discernir en ellos la llamada del Espíritu. Y es evidente que un signo de nuestro tiempo es la pobreza escandalosa en un mundo de recursos suficientes para todos. En esta situación otra vez recuerda su novedad el Evangelio: opta por introducir en la mesa común a los excluido, “lisiados, cojos y ciegos” que nunca son invitados por nadie pues su sola presencia está mal vista.

            Poco antes de convocar el concilio, Juan XXIII manifestó su intención: “la Iglesia es la Iglesia de todos pero hoy más que nunca es la Iglesia de los pobres”. El concilio no insistió suficientemente sobre la opción por los pobres y las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano no encontraron la debida recepción en la Iglesia del postconcilio; las altas instancias del Vaticano mantuvieron una actitud de desconfianza respecto la teología de la liberación y a las comunidades cristinas de base cuya inspiración incluía la compasión eficaz por los pobres. En un tercer periodo postconciliar el papa Francisco recuerda que sin esta opción no hay fe o experiencia cristiana :”Cuando uno lee el Evangelio se encuentra con una orientación contundente; no tanto a los amigos y vecinos ricos, sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, aquellos que no tiene con qué recompensarte…; hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres; nunca los dejemos solos”.

            Es encomiable la beneficencia que llevan a cabo parroquias y otras instituciones de la Iglesia; el voluntariado en esas y en otras instituciones responde a la presencia del Espíritu. Pero la opción cristiana por los pobres, víctimas de la injusticia, no se reduce a la beneficencia. Tiene un calado más profunda. Hay pobreza escandalosa porque pocos acaparan mucho haciendo injusta la distribución de la riqueza. Esta fiebre posesiva inspira una ideología y unos valores que determinan el funcionamiento del sistema económico vigente hoy en el mundo. Su ideología o interés no es salvaguardar la dignidad de la persona humana y satisfacer sus necesidades, sino lograr el máximo beneficio utilizando irreverentemente a las persona; el valor es acaparar individualistamente; así la economía degenera en crematística.

            Sin negar la necesidad de beneficencia, es necesario combatir y desmontar esa ideología y ese valor del sistema que funciona en la justicia, ahonda la desigualdad y deja como fruto amargo la escandalosa pobreza. Y la forma eficaz de combatirlo es ofrecer otro estilo de vida que tenga por inspiración el profundo estupor ante la dignidad de la persona humana y como valor compartir cuanto se es y cuanto se tiene ¿No quiere decir esto la primera bienaventuranza, “dichos los que se disponen a vivir con espíritu de pobres? Se comprende que la opción evangélica por los pobres implica vivir la pobreza como espiritualidad cristiana: liberación de sí mismo ante los ídolos del tener y del poder como forma colaborar a la liberación de todos. Los pobres “te pagarán en la resurrección de los justos” evoca el criterio final de juicio: “tuve hambre y me diste de comer”. En los pobres hay una Presencia de amor que está diciendo no a su injusta exclusión.

            Es sintomático y lamentable que la opción por los pobres va cayendo en desuso e incluso en descrédito entre los mismos cristianos. No es infrecuente mirarla con indiferencia y hasta con cierto desdén como una ilusoria utopía de mentes calenturientas. Tal vez sea porque una conversión al Evangelio que solo puede brotar de una experiencia mística . Sin embargo solo esa conversión puede combatir de verdad el funcionamiento de un sistema comercialista, que no deja espacio a la gratuidad ni a la compasión; que siembra muerte y a todos nos deshumaniza.

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