Esa religiosidad popular

Durante el mes de agosto he tenido la satisfacción de prestar mi servicio como presbítero en una parroquia de Galicia y celebrar la fe cristiana con esa gente sencilla y arraigada en una larga tradición cultural donde se vive con intensidad el misterio de la muerte. No descarto que haya mucho cumplimiento social y cierta rutina en los innumerables aniversarios de difuntos. Pero al ver los templos llenos de personas que se concentran, escuchan en silencio la Palabra de Dios, y mutuamente se consuelan, me pregunto si esa religiosidad se reduce sin más a “una proyección fantástica”.

Dos convicciones recomiendan cordura en el juicio sobre esta religiosidad. Primera, que todos andamos de camino respecto a Dios, que no está lejos de quienes le buscan en sombras e imágenes, pues a todos da vida y aliento. Segunda, que la teología es una reflexión sobre la experiencia fe y sus distintos lenguajes; y la religiosidad popular, concretamente la del pueblo gallego tiene sus propias manifestaciones que merecen respeto y atención.

Estamos viendo en nuestra sociedad española un espectacular avance de la indiferencia religiosa; pero la religión sigue presente y dando sentido a muchos ante la muda y sorda realidad de la muerte; no se puede concluir sin más que estamos saliendo de la religión. Sin embargo también es evidente que muchas formas de religión y devoción que tenemos responden a paradigmas o patrones que la cosmovisión y sensibilidad modernas dejan fuera de juego. Es necesaria una nueva versión de la única fe cristiana en la nueva situación cultural.

Consciente de que nos encontramos en este profundo y complejo cambio, he presidido y he participado en funerales con esta gente buena del querido pueblo gallego. Eso sí, teniendo una preocupación prioritaria de que los fieles asistentes descubran y celebren la novedad sobre Dios revelada en la conducta histórica de Jesucristo. Alguien que siempre nos ama y nunca nos condena; nos ha puesto en manos de nuestra propia decisión, y de nosotros depende un posible fracaso que Dios, padre y madre, lamentará. Alguien que no está sólo y alejado detrás de las nubes controlando nuestros pasos para darnos al final nuestro merecido, sino que está más íntimo a nosotros mismos, originándonos e impulsándonos continuamente; siempre a nuestro lado y a favor nuestro; lo decisivo es oír, escuchar su voz y ponernos de su parte. Creo que por ahí debe discurrir, sin pausa pero sin prisa, no atropellando sino acompañando, el proceso de cambio, la evangelización de la religiosidad que persiste aún en nuestros pueblos.

25 de agosto, 2010
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