El Papa abre caminos de diálogo con el Islam

El Papa ha viajado a los Emiratos Árabes Unidos como un creyente sediento de paz, como un hermano que busca la paz y quiere promoverla con todas sus fuerzas. Este viaje ha sido ocasión para que el Papa y el gran Imán de Al-Azhar firmaran un documento conjunto sobre la fraternidad humana, base de la paz mundial y de la convivencia común. En efecto, solo desde la conciencia de que somos hermanos podemos vivir juntos y en paz. Los odios, las divisiones, las guerras son una blasfemia contra Dios y una falta de conciencia de fraternidad.


Si las religiones quieren construir la paz nunca pueden ser excluyentes, deben ser incluyentes. Una religión “que excluye” es una falsa religión, un falso modo de unirse con Dios. Como muy bien ha dicho el imán Ahmad Al-Tayyib, el encuentro de la fraternidad es el el objetivo y la tarea de todas las religiones. Entre otras cosas porque “en la vida de Jesús y en el Corán encontramos fuentes sobre la hermandad entre los hombres”.


El discurso del Papa en Abu Dabi será, sin duda, un punto de referencia para la teología del diálogo interreligioso. En alguna ocasión, el arca de Noé ha sido empleada como imagen de una Iglesia en la que fuera de ella no había salvación. El Papa ha cambiado esta imagen, y ha calificado el arca de Noé de “arca de la fraternidad”, en la que todos los humanos necesitamos entrar juntos como miembros una misma familia, fundada en la común paternidad de Dios. Por eso, la pluralidad religiosa tiene un sentido positivo. Debe entenderse como expresión de “la multiplicidad y diferencia que hay entre los hermanos, unidos por el nacimiento y por la misma naturaleza y dignidad”.


A partir de ahí se comprende que el ideal de las religiones “no es la uniformidad forzada ni el sincretismo conciliatorio”, sino el compromiso “con la misma dignidad de todos, en nombre del Misericordioso que nos creó y en cuyo nombre se debe buscar la recomposición de los contrastes y la fraternidad en la diversidad”. De ahí la necesidad de conjugar “la propia identidad” con la “valentía de la alteridad”, que implica conocer y reconocer al otro. Conocerle como distinto, porque así me conozco mejor a mi mismo. Y reconocerle como hermano, empeñándome para que “sus derechos fundamentales sean siempre respetados por todos y en todas partes”.


El diálogo interreligioso supone “desmilitarizar el corazón del hombre”, supone también que “cada uno según su propia tradición, recemos los unos por los otros”, porque somos hermanos. Por la oración nos adherimos a la voluntad de Dios, “quién desea que todos los hombres se reconozcan como hermanos… en la armonía de la diversidad”.

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