¿Qué vamos a hacer si todo está tan mal?

¿Voy a dejar de votar porque hay políticos corruptos? ¿Voy a abandonar la Iglesia porque de pronto aparecen historias que avergüenzan e indignan a todos?

¿Qué harías si te dijeran que mañana se acaba el mundo? Algo así le preguntó a San Luís Gonzaga un compañero, mientras estaban jugando. El santo respondió: seguiría jugando. Ante el inminente peligro de que todo desaparezca, San Luís Gonzaga pensaba que lo mejor era continuar con lo que estaba haciendo.

Cambio de pregunta, para quedarme con la misma respuesta: ¿qué voy a hacer a la vista de tanta corrupción social y tanto pecado eclesial? ¿A quién voy a votar si en todos los partidos hay políticos que se aprovechan del cargo, mienten descaradamente, hacen de la política su negocio privado, sin interesarse por el bien de los ciudadanos? ¿Voy a dejar la Iglesia porque de pronto aparecen historias que avergüenzan e indignan a todos, sea cuál sea el interés que hay detrás de la propagación de tales historias? En línea con la respuesta de San Luís Gonzaga, yo voy a seguir haciendo lo mismo, voy a votar al partido que me parezca menos malo (porque bueno del todo no hay ninguno, y dejar de votar aún es peor que votar al menos malo), voy a continuar celebrando la eucaristía con la mayor dignidad posible, a seguir preparado mis homilías, conferencias y clases con todo interés.

¿Estoy diciendo que el mal no tiene importancia? Estoy diciendo que el mal no va a condicionar mi trabajo, ni mis esfuerzos por hacer el bien, ni mi necesidad de rezar (aunque sea una pobre oración), ni la normalidad de mis relaciones, ni mi libertad a la hora de expresarme. Cuando me parezca conveniente diré una palabra crítica ante los males sociales y eclesiales. Y cuando lo crea oportuno diré una palabra laudatoria sobre tantos bienes, que pasan desapercibidos y que, precisamente por eso, no llaman la atención. Algo así decía Jesús: que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha; o, cuando des limosna, no vayas pregonándolo a bombo y platillo. Y, sin embargo, son precisamente las buenas personas, los muchos funcionarios honrados, los muchos políticos decentes, los muchos clérigos entregados y limpios, los que mantienen en pie las instituciones.

El mal, tan antiguo como la historia, no es algo abstracto, se encarna en personas y realidades. La diferencia entre el pasado y el presente no es la existencia del mal; la diferencia está en que hoy tenemos una cantidad de información como nunca ha habido. ¿Hay hoy más gente mala, más políticos aprovechados o más clérigos indecentes que en tiempos pasados? Es dudoso. Precisamente porque hay más información, la gente va con más cuidado. El miedo guarda la viña. El miedo a que lo sepan hace que me contenga. Hoy y siempre el trigo y la cizaña han crecido juntos. Arrancar la cizaña es deseable. Lo peligroso es arrancar el trigo creyendo arrancar cizaña. Lo peligroso es no valorar el bien, no darse cuenta del bien que hay en medio de tanto mal. A pesar de la gran cantidad de información que tenemos sobre el mal, el bien supera con creces al mal.

Volver arriba