Fermina López: “los indígenas me evangelizaron, me hicieron entender el valor de las personas”

Este 5 de agosto la misionera salesiana Fermina López cumple cincuenta años de vida religiosa. A lo largo de este tiempo si hay un elemento que ha marcado su vida es la misión, pues no en vano llegó a la Amazonia brasileña en octubre de 1969, donde a lo largo de este tiempo se ha convertido en una referencia en la vida de la diócesis de São Gabriel da Cachoeira, lugar en que ha pasado la mayoría de estos años.

Actualmente lleva a cabo su labor misionera en la parroquia de Taracuá, una pequeña comunidad indígena a la orilla del Río Uaupés. Se trata de un lugar con una belleza singular, pero al mismo tiempo de difícil acceso por las grandes distancias y con pocas comodidades desde los padrones occidentales, energía eléctrica durante pocas horas por día, falta de internet, teléfonos que funcionan un día sí y muchos no...

La religiosa leonesa nos cuenta en esta entrevista lo que la llevó a ser misionera y cómo ha ido cultivando su vocación a partir del contacto con los pueblos indígenas, de los que confiesa haber aprendido muchas cosas.

¿Qué es lo que le llevó a ser misionera?

Desde niña es algo que aprendí en el grupo misionero de la parroquia, qué era la misión, el Reino, trabajar por los pobres y por los niños. Era del grupo misionero y después en el aspirantado y en el noviciado también. Y ahí se fue alimentando cada vez más ese deseo…Ya en el primer año de profesión hice la petición y me mandaron para América, que es lo que quería.

Siempre trabajó aquí en Brasil y siempre en la Amazonia.

Siempre en la Amazonia desde el 12 octubre de 1969, fiesta de Nuestra Señora Aparecida, hasta hoy.

¿Qué es lo que alimenta ese deseo de continuar en la misión?

La fuerza de la propia vocación, la pasión por el Reino, el amor a los pobres, el deseo de ser fiel a la consagración hasta el fin.

De esos casi 47 años en la Amazonia, la mayoría del tiempo estuvo en el Río Negro, en la diócesis de São Gabriel da Cachoeira, con los pueblos indígenas. ¿Qué es lo que destacaría de su relación con los pueblos indígenas, que es lo que aprendió con ellos?

Lo aprendí todo, ellos me evangelizaron, ellos me hicieron entender el valor de las personas, dejar de lado todos los prejuicios que traía, todo el etnocentrismo propio de otra época. Ellos me enseñaron a leer la Biblia en la clave de los pobres, del Reino, a compartir. Fui aprendiendo con ellos, desde São Gabriel hasta Yauareté, en Taracuá, Barcelos, Santa Isabel… En todos los lugares, fueron muchas las enseñanzas que pude adquirir de su testimonio, de su vida real, más importante que en los libros.

En su trabajo misionero, evangelizador, ¿se arrepiente de alguna cosa que hizo a lo largo de estos años?

No haber aprendido las lenguas indígenas. El mayor arrepentimiento y la mayor vergüenza es esa, tuve oportunidades, tengo los cuadernos, grabaciones, cantos, pero no domino la lengua.

¿Cuáles son las consecuencias de esa falta de aprendizaje de la lengua?

Están siendo muchas. Se pierden muchas cosas en los cursos por no entender las palabras claves. Entiendo lo más general, por donde va la conversación. Pero es un perjuicio muy grande para comunicarse con la gente, con los jóvenes. No consigues entender lo que ellos piensan, pues ellos no se abren para hablar las cosas importantes si no es en su lengua materna.

Últimamente en la diócesis de São Gabriel da Cachoeira, siendo usted una de las coordinadoras de esa labor, se está trabajando la catequesis inculturada. ¿Qué es lo que supone para los pueblos indígenas ese trabajo?

La primera asamblea en la que comenzamos a preocuparnos con la inculturación fue en la década del ochenta. Veinte años después comenzó a concretizarse esa teoría, ese sueño, ese deseo de inculturación. Eso va a traer un bien tan grande para ellos sentirse valorados, respetados, para acabar con la mancha histórica de que los misioneros acabaron con las culturas indígenas.

Ahora es otra época, otras personas, otro contexto. Está dándose mucho valor a las lenguas indígenas, a las costumbres, a la mitología, a todo lo que es su vida. La riqueza de vida que ellos tienen y que no manifestaban, pero que ahora están manifestando. Es una gran ventaja, un beneficio enorme, que va a acabar con la timidez, con el miedo, con todo lo que ellos sufrían por causa de nosotros los misioneros, la Iglesia, con tanta norma, tanta ley.

Todo eso se está diluyendo y ellos están siendo más valorados, pues se sienten más dueños de su cultura, de su tierra, de su historia, de las pastorales, de la animación… Ellos ahora están en todo y nosotros en los bastidores, o deberíamos estar.

La llegada del Papa Francisco, un Papa latinoamericano, ¿en qué medida ha ayudado en el trabajo pastoral con los indígenas?

Ayuda porque todo lo que él dice es leído y después es aprovechado para hablar para los otros y meditarlo. Por otro lado, nosotros los misioneros de la frontera estamos haciendo todo lo que él dice, más bien ya lo hacíamos. Está siendo motivo de gran alegría lo que él dice sobre la naturaleza, sobre la Tierra, sobre los pobres… Nosotros estamos haciendo opción por los excluidos. Eso es lo que nosotros queríamos, pues lo estamos viviendo y lo vamos a continuar viviendo.

Todo eso está siendo repasado para los pueblos indígenas a partir de la opción que hicimos, como congregación y también personalmente, aceptando venir para este lugar donde no se tiene nada, o se tiene todo, pues tenemos a Jesús, a los jóvenes.

¿Es difícil vivir en un lugar donde no se tienen cosas que mucha gente considera indispensables, con energía eléctrica en algunos momentos a lo largo del día…?

Para mí no está siendo difícil. Ya sabía que era así, pues estoy aquí por segunda vez. La primera vez era con velas, con pilas, con candelabros, ahora es mejor pues tenemos placas solares y baterías, lo que permite tener televisión en algunos momentos. Ha sido un momento para dar un descanso a un mundo con tanto e-mail, tantas cosas, teniendo tiempo para airear la cabeza.

En un lugar así, ¿se descubre más fácil la presencia de Dios?

Es mucho más perceptible, visible la presencia de Dios, de una forma continua. Nada puede perturbar la unión con Dios, ni el trabajo, ni el calor, ni las personas. Todo es más tranquilo. Dios está entre nosotros, va delante, a nuestro lado, nos acompaña a cada momento, nos da salud, ánimo, disposición. Él es el único que puede hacer eso. Él es nuestra única recompensa en un ambiente sin nadie para poder conversar con mayor profundidad.

Usted salió de España hace casi cincuenta años, en una realidad social totalmente diferente. ¿Cuándo hoy va a España, qué es lo piensa de la realidad española, de la Iglesia española, de la familia? ¿España hoy es una realidad extraña?

España es algo que ya fue donado y no me pertenece más. Se lo entregué a Dios. Mi mundo, mi vida ahora es aquí. Todo eso fue una oferta que no se puede retomar de vuelta.

¿No siente nostalgia?

Sí. Muchas ganas de ver a mis sobrinos, a mi hermana, mi cuñado, mis tías, mis amigas. Pero no siento falta. Cuando yo voy allá pienso que todo es muy bonito, con conversaciones agradables, las músicas, las comidas deliciosas… Pero es algo que ya pasó, que ya fue entregado a Dios y que no vale la pena mirar para atrás, pues Él es mi recompensa y quien completa mi vida. La nostalgia es grande, pero es ofrecida a Dios cada día.

Siento muy próximos a mis padres ya fallecidos, a la familia, a mis compañeras de congregación de España. Todos ellos están conmigo aquí.

Alguna cosa más para añadir.

Simplemente besos y abrazos para todos, especialmente para los equipos misioneros de León, a los que conocí y donde pude dar mi colaboración en el tiempo que estuve cuidando de mi padre, en el que frecuentaba y participaba con ellos.
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