Santa Dulce de los Pobres y el Sínodo para la Amazonía Pedir para quien más necesita, un camino para alcanzar la santidad

Los nuevos santos
Los nuevos santos

La hermana Dulce, una vez fue a pedir a alguien que la escupió en la mano, a lo que respondió diciendo que eso era para ella, extendiendo la otra mano para que le diese algo para los pobres

Francisco ha salido a pedir por y para la Amazonía, para los pueblos que la habitan, especialmente para los pueblos originarios

pidamos que Santa Dulce de los pobres interceda por un Planeta cada día más empobrecido, por una Amazonia que está siendo devastada, por unos pueblos que ven en Dios, en la Iglesia, en el Papa Francisco, un signo de esperanza que les proteja contra tantas amenazas de muerte

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Aquellos que son de Dios siempre piensan en los otros antes que en ellos mismos, es gente que no es autorreferencial, que no se importa con lo que pueda pasar con ellos si consiguen que todos tengan vida y vida en abundancia. Este 13 de octubre, en pleno Sínodo para la Amazonía, ha tenido lugar en el Vaticano la subida a los altares de cinco nuevos santos, Jhon Henry Newman y cuatro mujeres, entre ellas la hermana Dulce, desde hoy Santa Dulce de los Pobres, uno de los iconos de Salvador, una ciudad multirracial, multicultural y pluri religiosa, donde el catolicismo se ha mezclado tradicionalmente con las religiones de matriz africana.

La hermana Dulce fue canonizada por el pueblo bahiano, brasileño, mucho antes que por la Iglesia, el motivo principal es que ella dedicó su vida a aquellos que más la necesitaban. Ella siempre pedía, y siempre lo hacía para sus pobres, a los que cuidaba en sus obras de la periferia de Salvador. Una vez fue a pedir a alguien que la escupió en la mano, a lo que respondió diciendo que eso era para ella, extendiendo la otra mano para que le diese algo para los pobres.

Esa imagen me lleva a relacionarla con este kairós que estamos viviendo, el Sínodo para la Amazonía. El Papa Francisco, en la homilía de la misa de canonización decía que ”la fe requiere un camino, una salida, hace milagros si dejamos nuestras certezas complacientes, si dejamos nuestros puertos tranquilizadores, nuestros nidos confortables”. Eso nos hace sentir la necesidad de ir al encuentro de las necesidades del otro, de no encerrarnos en nuestras comodidades.

El Sínodo para la Amazonía nos lleva a buscar nuevos caminos, lo que supone situarse ante la incerteza del futuro. Si lo hacemos desde la fe, el milagro, la novedad, se hará una realidad plena, un signo de Dios para toda la humanidad. El Sínodo ha supuesto dejar el puerto y adentrarse en un río lleno de peligros, que nos llevan a navegar desde la fe en el Dios que conduce nuestro barco.

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El Papa Francisco está pidiendo por las necesidades, primero de nuestra casa común, de nuestra Madre Tierra, amenazada con empobrecerse cada día más, con ir poco a poco perdiendo su vida, y con ella la de todos los que habitamos el Planeta. Francisco ha salido a pedir por y para la Amazonía, para los pueblos que la habitan, especialmente para los pueblos originarios, a quienes en Puerto Maldonado decía, “probablemente, los pueblos amazónicos originarios nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora”.

Decir esto, pedir que se reconozca y se respeten sus derechos, ha hecho que, como pasó con Santa Dulce de los Pobres, muchos le escupan, le insulten y le acusen de aquello que no es. No podemos olvidar que en sus primeros días de pontificado, dejó claro la Iglesia que le gustaría, “una Iglesia pobre y para los pobres”. Es por eso que él camina al lado de los pequeños, de los descartables, de los que no cuentan para los que mandan, que le respetan y aman, mucho más que quienes de hecho deberían hacerlo, pues en él descubren la presencia del Dios que camina con su pueblo.

Los santos son intercesores ante Dios, a quienes acudimos esperando alcanzar la gracia. En este tiempo de gracia que es el Sínodo para la Amazonía, pidamos que Santa Dulce de los pobres interceda por un Planeta cada día más empobrecido, por una Amazonia que está siendo devastada, por unos pueblos que ven en Dios, en la Iglesia, en el Papa Francisco, un signo de esperanza que les proteja contra tantas amenazas de muerte.

Francisco camina con su pueblo - Foto Guilherme Cavali

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