David, pecador

David
David, el héroe de grandes hazañas de Israel, es también el gran pecador. Se enamoró de una mujer bellísima, Betsabé, que estaba casada con un excelente soldado de los ejércitos reales y sucumbió a la tentación de llevársela al palacio (Crf 2 Sa 11, 2 ss).

La esposa de Uríaas le hizo saber que había quedado en cinta. David busca por todos los medios encubrir su adulterio hasta llegar a hacer matar el marido de esta pobre mujer. No hay nada peor que estar cegado por la pasión. El propio Urías lleva la carta que David ha escrito para entregársela al general de los ejércitos en la cual David pedía a éste de poner al desgraciado soldado en el lugar más peligroso de la batalla y dejarlo solo para que sucumbiera en manos del enemigo. Y así fue. El rey buscaba por todos los medios encubrir su falta.

El Señor mandó al profeta Natán para recriminar su grave pecado. No sólo de adulterio sino que para encubrir su grave falta hace que maten a Urías. El profeta le expone una parábola con la cual David ve una gran injusticia y ahí el profeta le dice que él es el autor de la gran injusticia que hizo, no sólo con el adulterio cometido sino con el crimen de hacer matar al marido de la mujer. En aquel momento el rey reconoce su error y se humilla ante Dios. David no es ni mucho menos un santo, como otros antepasados de Jesús también tiene en su haber faltas y con todo son de la ascendencia del Hijo de Dios. Hasta en este aspecto Jesús se rebajó.

Pero este rey del Antiguo Testamento es humilde y esto le salva. Dios como el padre del joven que se marcha de su casa a un país lejano a malbaratar la herencia paterna cuando regresa harapiento y habiendo gastado la fortuna del padre, lo recibe con amor. No podemos jamás desconfiar de la misericordia de Dios.
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