Extenuado y agradecido

Confio
El autor del salmo 69 es un hombre perseguido, cansado de sufrir, clama al Señor para que lo socorra en su aflicción:“Dios mío dígnate librarme. Señor, date prisa en socorrerme” (v 2).

Como los salmos son expresiones, oraciones, súplicas, de la época antes de Jesús en los que imperaba la ley del talión, “ojo por ojo”, el Señor Jesús vino a declarar que el primer mandamiento es amar a Dios y al prójimo sin que se pueda separar un mandamiento del otro. El salmista hijo de su tiempo desea para sus perseguidores toda clase de males: “Sufran una derrota ignominiosa los que me persiguen a muerte; vuelvan la espalda afrentados los que traman mi daño; que se retiren avergonzados los que se ríen de mí” (v 3-4).

Con todo este “pobre desgraciado” (v 6), reconoce que el Señor es Dios soberano y le pide: “Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; y digan siempre: Dios es grande los que desean tu salvación” (v 5).

Termina esta súplica con una petición: “Dios mío, socórreme, que tú eres mí auxilio y mi liberación: ¡Señor no tardes!” “La prisa y urgencia del salmista es un dato normal de su oración: perseguido, pide a Dios la salvación cuanto antes” (Luís Alonso Schökel).

No olvidemos lo que dice el Libro de los Proverbios: “Quien cierra los oídos al clamor del necesitado, no será escuchado cuando grite” (21, 13).Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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