Vida... Manos que no dais, ¿qué esperáis?

Manos que no dais, ¿qué esperáis?
Manos que no dais, ¿qué esperáis?

¿Qué espero para dar esa palabra, ese consuelo o esa sonrisa que quizás aliviará el cansancio o el sufrimiento del otro?

"Manos que no dais, ¿qué esperáis?". Acabo de leer esta expresión en una entrevista en La Vanguardia y me ha parecido muy densa y resumen de una imagen del mundo.

Todo cuanto significa el gesto de dar y recibir no se improvisa, sino que se amasa con paciencia a lo largo de toda la vida, se vive con altibajos, pero siempre regresa el deseo de ayudar a los demás, de dar, de ofrecer aquello que los demás pueden esperar. ¿Qué espero para dar esa palabra, ese consuelo o esa sonrisa que quizás aliviará el cansancio o el sufrimiento del otro?

Y me pregunto: ¿es que espero recibir algo o considero que ya tengo cuánto necesito?

Enseñamos a los niños a compartir con los amigos las cosas más menudas u otras que les parecen importantes o vitales, luego deseamos enseñarles a compartir con los lejanos, o con los que “no son amigos”, para que, mañana recordando imágenes de la infancia, vayan creciendo como personas de bien.

Compartir no es sólo dar, ofrecer, entregar, es también recibir, agradecer, valorar al otro. Compartir es también ser capaz de reconocer todo el bien que recibo y expresarlo, demostrarlo, y dar gracias.

Aquel que va por el mundo, por la vida, con las manos cerradas, ni da, ni recibe... centrado en él mismo y en su muy importante mundo. Los demás quizás incluso pueden molestarle, entorpecer su caminar. No le interesa nada más que su mundo nunca suficientemente amplio, nunca adecuadamente gestionado, nunca verdadero generador de vida y felicidad.

Y ahí viene el significado profundo de la afirmación de origen: "Manos que no dais, ¿qué esperáis?" ¿Qué puede en verdad esperar quien no es capaz de dar, quien no sabe o no quiere ver al otro en su debilidad, en su pobreza, puede alargar las manos para recibir algo?

Aquel que sabe reconocer cuanto tiene, los dones que el Señor le ha dado, será también capaz de abrir sus manos para compartir aquello que posee aun sin pertenecerle.

¿Manos que no dais, qué esperáis para dar? ¿Manos que no dais, esperáis recibir algo? Mantengamos las manos abiertas para dar cuanto podamos y para recibir cuanto nos llegue como regalo, como don de Dios.

Volver arriba