Dar... Perder la vida…

Perder la vida…
Perder la vida…

Perder la vida a veces habla de renuncia, de pensar en el otro, de buscar la felicidad, pero no una felicidad cualquiera, sino la que hace que seamos más personas, más nosotros, la que hace que la vida tenga sentido real, la que hace que nos preocupemos de corazón por el otro.

Es verdad que, como todo en la vida, perder por perder… no tiene sentido, y las cosas se han de hacer por algo concreto, con una meta que dé luz y reflexión a lo que se hace. Desde el mundo cristiano, cuando se habla de perder la vida a la vez se está hablando de ganarla. Parece una paradoja, pero es una realidad muy viva. Jesús pierde la vida, pero la pierde para darla y para dar más vida.

También una madre desde que nace su hijo no deja de “perder la vida” por aquel al que ama, es capaz de dar su vida para que la felicidad de su hijo sea completa. Sufre y acompaña y aunque físicamente la vida permanezca… se puede perder de muchas maneras.

Como decía antes, en el mundo cristiano, la cruz no es símbolo, únicamente, de sufrimiento, sino que es el dolor que conlleva el seguimiento de esta cruz. No se trata de exaltar el dolor, sino de marcar un camino claro que nos lleva, en muchas ocasiones, por el dolor.

Perder la vida a veces habla de renuncia, de pensar en el otro, de buscar la felicidad, pero no una felicidad cualquiera, sino la que hace que seamos más personas, más nosotros, la que hace que la vida tenga sentido real, la que hace que nos preocupemos de corazón por el otro. Esa es la felicidad que ofrece Dios. No nos conformemos con la exterioridad que sólo trae risas, pero no llena la vida. Perder la vida… trae vida, y la trae porque nos hace ser más completos el hecho de darnos al otro. Aunque creamos que es antagónico, la cruz es la participación en la cruz de Cristo y es la dadora de vida.

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