El encuentro entre dos sedientos

Jesús y la mujer samaritana (Jn 4, 5-40). Jesús cansado del camino, se sienta al borde del pozo de Jacob. Una mujer samaritana acude al pozo en busca de agua.

Jesús dice a la mujer: “Dame de beber”. La mujer dice a Jesús: “Dame de esta agua para que nunca más tenga sed, ni tenga que venir al pozo a buscar agua”.

Es posible que Jesús tuviera sed física dado el calor y la hora del día; pero estaba mucho más sediento de la salvación de aquella mujer que había tenido cinco maridos y que con el hombre que vivía no era su marido. La mujer tiene sed del agua que brota del pozo y que diariamente la obliga a acudir al pozo. A raíz de estos dos deseos se desarrolla una conversación que va mucho más allá de la sed natural.

La mujer descubre en Jesús un hombre poco común, distinto de los que ella ha tratado, ¿un profeta? Jesús sabe que la mujer no está satisfecha con la convivencia de tantos hombres. No han llenado su sed de un auténtico amor. “Si conocieras el don de Dios y quien te pide de beber, tú le pedirías que te diera de esta agua”.

El agua que salta hasta la vida eterna. Ahí se encierra el secreto del verdadero amor.

Jesús vio a una mujer de vida descarriada. Las palabras del Maestro hicieron ver en aquel hombre más que un profeta y de ahí viene el cambio total de la mujer, que de pecadora se convierte en anunciadora de la Buena Nueva: “Venid a ver el hombre que me ha dicho todo lo que he hecho, ¿no será el Mesías?
¡Qué riqueza de Evangelio!Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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