Reflexión... La espiritualidad de la vida consagrada

La espiritualidad de la vida consagrada
La espiritualidad de la vida consagrada

Jesús nos dejó su Espíritu y por tanto toda nuestra vida está estructurada por Él, Cristo la alienta y la sostiene. El crucificado se convierte en nuestra fuente de amor para con nosotros y con los otros.

Hoy partiendo de un trabajo que hice no hace mucho quiero compartiros siete subrayados sobre la espiritualidad de la vida consagrada: 

  1. «La espiritualidad del religioso es teocéntrica: su vida consagrada es donación exclusiva de sí a Dios Padre en el seguimiento de Cristo por gracia del Espíritu Santo».
  2. «En el misterio pascual se cifra todo el misterio de Jesús».
  3. «La vida consagrada nace de la escucha de la Palabra de Dios».
  4. «Lo peculiar del religioso es la práctica de los consejos de castidad, pobreza y obediencia».
  5. «Contemplata aliis tradere».
  6. «Los medios ascéticos son una ayuda poderosa para el camino de santidad».
  7. La vida consagrada «se vuelca en la misión y el servicio».

Paso a considerarlos en conjunto pues uno no se comprende sin el otro. La primera expresión recoge lo esencial, lo que es el centro de nuestra vida consagrada. Un día respondí y de nuevo cada día respondo sí a la llamada de Dios y, emprendo y voy intentando perfeccionar el seguimiento de Jesús. En palabras de mi fundadora, Marie Poussepin, para imitar la vida que Jesús llevó sobre la tierra.

Efectivamente, aún en mi Congregación he visto hermanas que iniciaban sus cartas con una cruz y la expresión «Dios solo» (Dieu seul, pues somos de fundación francesa). Por tanto, nuestra vida es teocéntrica y cristocéntrica por la fuerza del Espíritu Santo, que cada vez toma más protagonismo en mi vida. Creo que estamos en el momento del Espíritu y muchos de los autores que reflexionan sobre la vida consagrada así nos lo plantean.

En la segunda expresión, dilucidamos los caminos que nos retornan a Galilea y esto da una cierta seguridad, sabiendo que, aunque a veces las cosas se complican o las circunstancias nos hacen sufrir, seguimos a un Jesús que nos muestra cómo y dónde esperar en Dios y a Dios. Es saber que podemos volver a empezar acompañados de su Espíritu y siendo valientes para revivir el estilo de Jesús al lado de los más necesitados. Es comprender que el seguimiento sólo se puede hacer desde un verdadero encuentro con Cristo Resucitado.

Es también mantenerse en el sí, pero todavía no. Cristo ya nos ha dado a conocer todo su amor, toda su Palabra y todo su Espíritu, ha comenzado su reinado definitivo, pero aún no ha realizado todo el poder de su resurrección, todavía queda por vencer del todo a la muerte, no hemos conseguido la plenitud y debemos colaborar en su consecución. ¡Hay tantos a nuestro alrededor que sufren de muchas maneras distintas y que necesitan de nuestra escucha y de nuestra palabra!

Jesús nos dejó su Espíritu y por tanto toda nuestra vida está estructurada por Él, Cristo la alienta y la sostiene. El crucificado se convierte en nuestra fuente de amor para con nosotros y con los otros. Debemos ser conscientes del tesoro que se nos ha dado y así nuestra vida es, como expresamos en mi Congregación, cristocéntrica. Somos de Cristo (1 Cor 3, 23). No nos toca otra cosa que darnos desinteresadamente, por amor, entregarnos a los más olvidados. Se nos ha dado un don que nos configura y por la cruz y la resurrección descubrimos cómo debemos ser y actuar. El Espíritu nos ayuda en esta tarea. Hay que entender que ser cristiano es luchar por ser cada vez más humanos, al estilo de Jesús que deseó llevarnos a la verdadera plenitud humana.

Sin perder de vista, tal como recoge la tercera expresión, que sólo con la escucha de la Palabra de Dios podremos alimentarnos y mantenernos en el camino de seguimiento. La participación en los sacramentos y la asiduidad en la oración personal y comunitaria son una columna de nuestra vida.

Diría que situados en la Encarnación de Jesús, este Dios que se abaja y se hace hombre rompiendo la separación entre lo divino y lo humano, lo santo y lo profano, pero concentrando en Él lo humano y lo divino de igual manera, excepto en el pecado (Heb 4, 15), y siguiendo el NT, podemos descubrir cómo Cristo es el Hágios, el consagrado a Dios, el santo de Dios, y que junto al Espíritu Santo nos santifica y consagra y de esta manera todos los cristianos devenimos los santos que formamos el pueblo de Dios. Pero los consagrados tenemos una peculiaridad, tal como se presenta en el punto cuarto, y es la profesión de los consejos evangélicos. Seguimos a Jesús pobre, casto y obediente. Y eso para mí es clave para vivir donde nos corresponde sin confundirnos con un grupo de buenas personas solidarias, estilo ONG.

Por esto debemos vivir a la altura de esta santidad, estamos obligados consecuentemente a dar frutos y a no olvidar que la consagración precede a la obligación moral y la fundamenta (Rm 6, 18-22). Como consagrados debemos rechazar todo aquello que sea incompatible con la santidad de Dios (1Tes 4, 3-7). Y nuestro camino de santidad, pasa por la ascesis, tal como destaca el punto sexto, aceptando el combate espiritual y entendiendo, como decía, que nos hemos apuntado al seguimiento de aquél que se dejó colgar en la Cruz.

En el punto cinco, como dominica, destaco el aforismo Contemplari et contemplata aliis tradere (contemplar y dar a los otros el resultado de nuestra contemplación), fórmula que procede de Tomás de Aquino en su breve tratado sobre el proyecto de vida dominicana (Summa theologiae II-II, q. 188, a. 6) y que me sitúa completamente en el Carisma al que fui llamada y respondí desde muy joven. Esto en la práctica me lleva a entender la misión como predicación, siguiendo la primera carta de Juan: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida -pues la vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y que se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1,1-3).

No podemos perder de vista que la consagración de Jesús queda ligada a su misión, a ser enviado por el Padre. No puede comprenderse la consagración sin envío, sin misión (Jn 10, 36). Por tanto, Jesús, el consagrado, realiza su consagración a través de su vida terrena, de su ministerio de salvación y de su entrega total al Padre y la misión recibida, sin descuidar que ésta culmina en su entrega en la cruz. La cuestión es situar en el centro el amor, a Dios y a los hermanos. Toda nuestra fe arraiga en un acto de amor sublime. Jesús nos revela que Dios nos ama y es así como debemos situarnos en nuestra vida consagrada.

Para mí, como dominica, la predicación es un gran espacio de misión que se concentra en dar testimonio con mi manera de vivir, de relacionarme, e incluso de trabajar. Es como afirma el punto siete, volcarme en la misión y el servicio, pero también he pensado que los años pasan y a veces nos perdemos en el camino de las tareas y olvidamos el primado de Dios y como el centro de nuestra vida debe ser el encuentro con Él, dedicando tiempo al cuidado de la vida espiritual. También, la importancia de hacer crecer la vida comunitaria.

Y para terminar diría que debemos reflexionar sobre el activismo de las congregaciones de vida apostólica, y lo bueno que sería poner el freno y resituar nuestra vida, equilibrando lo contemplativo, lo comunitario y lo misionero. Encontrar el justo equilibrio entre lo que somos desde el día que respondimos al don de la vocación, lo que hacemos vivido como misión, y la vida comunitaria sin convertirnos en consumidores de comunidad. 

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