Los que vivís en la casa del Señor

Bendecid
El salmo 133 es un corto poema con cierto aire de nostalgia de los peregrinos cuando emprendían el regreso a sus lugares de origen después de haber gozado en Jerusalén de los ritos del templo.

Los peregrinos sienten una sana envidia de los sacerdotes y levitas que permanecen en el santuario al servicio del culto: “Y ahora bendecid al Señor los que pasáis la noche en la casa del Señor” (v 1). De todos modos no parten del lugar sin la bendición que les imparte el sacerdote: “El Señor te bendiga desde Sión el que hizo cielo y tierra” (v 3).

Al escribir estas líneas me viene el recuerdo de lo que me contó un libanés que trabajaba en Arabia Saudí. Los domingos al llegar a su casa, después de la jornada de trabajo, cogía el libro de oraciones y se trasladaba en espíritu a la iglesia de su pueblo; de este modo seguía la liturgia maronita en un país en que estaba completamente prohibida toda expresión cristiana.

Yo que como religiosa tengo la fortuna de vivir, en mi casa, con la presencia de Jesús en el sagrario, ¿se apreciar debidamente este gran don o me parece la cosa más natural? Mi actitud interior debería ser la de tener las manos constantemente levantadas hacia el Señor: “Levantad las manos hacia el santuario y bendecid al Señor” (v 2).

Bendecir y alabar a Dios es la misión más importante de los que hemos consagrado nuestra vida al Señor. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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