"Podemos dejar de sentirnos cristianos residentes para volvernos turistas" El Papa elogia el "ecumenismo vivo" de las iglesias cristianas de Letonia y pide que siga sonando en ellas la música del Evangelio

(José M. Vidal).-En un bello acto ecuménico en la catedral luterana de Riga, el Papa Francisco insta a los cristianos a que hagan todo lo posible para que "la música del Evangelio siga sonando" en sus corazones, en sus vidas, en sus casas y en sus plazas, en la política y en la economía. Alaba su "ecumenismo vivo" y advierte contra el peligro de convertir las tradiciones cristianas "en piezas del pasado".

En su periplo por los países bálticos, el Papa Francisco llega a Riga, la capital de Letonia y, tras saludar a las autoridades, se dirige a la catedral luterana de la ciudad, para celebrar un encuentro ecuménico. Una muestra más de la importancia que Bergoglio concede a las relaciones con las demás confesiones cristianas.

Antes, el Papa, acompañado por el presidente letón realiza una ofrenda floral ante el monumento a la Libertad, donde se interpretan los himnos de ambos países, entre vivas al Papa.

Concluído el acto, Francisco se sube a su pequeño utilitario negro y se dirige a la catedral luterana. Letonia tiene un 21% de católicos, un 23% de luteranos y un 11% de ortodoxos.

Francisco es recibido por un coro de niñas que entona el canto de bienvenida.

La catedral luterana data de mediados del siglo XIII. Es de estilo románico tardío. Es la mayor catedral medieval de las Repúblicas bálticas. En ella se encuentran los restos del primer evangelizador de estas tierras, San Meinardo.

La ceremonia comienza con un canto de entrada y una procesión, encabezada por un monaguillo con una cruz. Ddetrás, los líderes de la diversas confesiones religiosas.

El Papa y los líderes rezan ante la tumba de San Meinardo, el primer evangelizador del país. Y comienzan los saludos.

Saludo del arzobispo luterano de Riga

"Bienvenido a la catedral, dedicada a María Santísima... Aquí nos reunimos los cristianos para alabar y agradecer a Dios...Nos alegramos por su visita...En esta iglesia está enterrado San Meinardo...Riga fue una de las primeras ciudades en aceptar las ideas de la Reforma...Conoció conflictos y violencia...y el pasado medio siglo bajo el yugo soviético..."

Tras un salmo interpretado por el coro luterano de Riga,el Papa da inicio al rito ecuménico.

La primera lectura del libro de los Proverbios: "Hijo mío, no niegues un favor a quien tenga derecho...No maquines contra tu prójimo...No pleitees...No envidies al hombre violento...El Señor bendice la casa de los justos..."

Tras un bello aleluya, interpretado por un coro de niñas, la lectura del Evangelio de Lucas: "Nadie enciende una lámpara para ocultarla debajo de la cama...No hay nada oculto que no haya de saberse...Al que no tiene se le dará y al que no tiene se le quitará incluso lo poco que tiene"

Texto íntegro del discurso del Papa

Me alegra poder encontrarme con vosotros, en esta tierra que se caracteriza por realizar un camino de reconocimiento, colaboración y amistad entre las diversas iglesias cristianas, que han logrado generar unidad manteniendo la riqueza y la singularidad que les es propia. Me animaría a decir que es "un ecumenismo vivo", siendo una de las características particulares de Letonia. Sin ninguna duda, una razón para la esperanza y la acción de gracias.

Gracias al señor arzobispo Jānis Vanags por abrirnos las puertas de esta casa para realizar este encuentro de oración. Casa catedral que por más de 800 años alberga la vida cristiana de esta ciudad; testimonio fiel de tantos hermanos nuestros que se han acercado para adorar, rezar, sostener la esperanza en tiempos de sufrimiento y tomar coraje para enfrentar tiempos de mucha injusticia y sufrimiento.


Hoy nos hospeda para que el Espíritu Santo siga tejiendo artesanalmente lazos de comunión entre nosotros y, así, volvernos también nosotros artesanos de unidad en nuestros pueblos, haciendo que nuestras diferencias no se conviertan en división. Dejemos que el Espíritu Santo nos revista con las armas del diálogo, del entendimiento, de la búsqueda del reconocimiento mutuo y de la fraternidad (cf. Ef 6,13-18).

En esta catedral se encuentra uno de los órganos más antiguos de Europa, y que fue el más grande del mundo en el tiempo de su inauguración. Podemos imaginar cómo acompañó la vida, la creatividad, la imaginación y la piedad de todos aquellos que se dejaban acariciar por su melodía. Ha sido instrumento de Dios y de los hombres para elevar la mirada y el corazón. Hoy es un emblema de esta ciudad y de esta catedral.

Para el "residente" en este lugar significa más que un órgano monumental, es parte de su vida, de su tradición, de su identidad. En cambio, para un turista, es lógicamente una pieza más de arte a conocer y fotografiar. Y ese es uno de los peligros que siempre se corre: pasar de residentes a turistas. Hacer de aquello que nos identifica una pieza del pasado, una atracción turística y de museo que recuerda las gestas de antaño, de alto valor histórico, pero que ha dejado de movilizar el corazón de aquellos que lo escuchan.

Con la fe nos puede pasar exactamente lo mismo. Podemos dejar de sentirnos cristianos residentes para volvernos turistas. Es más, podríamos afirmar que toda nuestra tradición cristiana puede correr la misma suerte: quedar reducida a una pieza del pasado que, encerrada en las paredes de nuestros templos, deja de entonar una melodía capaz de movilizar e inspirar la vida y el corazón de aquellos que la escuchan. Sin embargo, como afirma el evangelio que hemos escuchado, nuestra fe no es para ocultarla sino para darla a conocer y hacerla resonar en diferentes ámbitos de la sociedad, para que todos puedan contemplar su belleza y ser iluminados con su luz (cf. Lc 11,33).

Si la música del evangelio deja de ejecutarse en nuestra vida y se convierte en una bella partitura del pasado, dejará de romper las monotonías asfixiantes que impiden movilizar la esperanza, volviendo así estériles todos nuestros esfuerzos.

Si la música del evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados-enviados.

Si la música del evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer, sea cual sea su proveniencia, encerrándonos en "lo mío", olvidándonos de "lo nuestro": la casa común que nos atañe a todos.

Si la música del evangelio deja de sonar, habremos perdido los sonidos que conducirán nuestras vidas al cielo, encerrándonos en uno de los peores males de hoy en día: la soledad y el aislamiento. Esa enfermedad que nace en quien no tiene vínculos, y que puede verse en los ancianos abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro (cf. Discurso al Parlamento Europeo, 25 noviembre 2014).

Padre, «que todos sean uno, [...] para que el mundo crea» (Jn 17,21). Estas palabras siguen resonando con fuerza en medio nuestro, gracias a Dios. Es Jesús que antes de su entrega reza al Padre. Es Jesucristo que, mirando de frente su cruz y la cruz de tantos hermanos nuestros, no deja de implorar al Padre. Es el susurro de esta oración la que nos marca el sendero y nos indica el camino a seguir. Sumergidos en su oración, como creyentes en él y en su Iglesia, deseando la comunión de gracia que el Padre tiene desde toda la eternidad (cf. Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint, 9), encontramos el único camino posible para todo ecumenismo: en la cruz del sufrimiento de tantos jóvenes, ancianos y niños expuestos muchas veces a la explotación, al sin sentido, a la falta de oportunidades y a la soledad. Mirando Jesús a su Padre y a nosotros sus hermanos no deja de implorar: que todos sean uno.



La misión hoy nos sigue pidiendo y reclamando la unidad, es la misión la que nos exige dejar de mirar las heridas del pasado o toda actitud autorreferencial para centrarnos en la oración del Maestro. Es la misión la que reclama que la música del evangelio no deje de sonar en nuestras plazas.

Algunos pueden llegar a decir: son tiempos difíciles y complejos los que nos tocan vivir. Otros pueden llegar a pensar que, en nuestras sociedades, los cristianos tienen cada vez menos márgenes de acción o de influencia debido a un sinfín de componentes como puede ser el secularismo o las lógicas individualistas. Esto nos puede conducir a una actitud de encierro, de defensa, e incluso de resignación. No podemos dejar de reconocer que ciertamente no son tiempos fáciles, especialmente para muchos hermanos nuestros que hoy viven en su carne el destierro e inclusive el martirio a causa de la fe.

Pero su testimonio nos lleva a descubrir que el Señor nos sigue llamando e invitando a vivir el evangelio con alegría, gratitud y radicalidad. Si Cristo nos consideró dignos de vivir en estos tiempos, en esta hora -la única que tenemos-, no podemos dejarnos vencer por el miedo ni dejarla pasar sin asumirla con la alegría de la fidelidad. El Señor nos dará la fuerza para hacer de cada tiempo, de cada momento, de cada situación una oportunidad de comunión y reconciliación con el Padre y con nuestros hermanos, especialmente con aquellos que hoy son considerados inferiores o material de descarte. Si Cristo nos consideró dignos de hacer sonar la melodía del evangelio, ¿dejaremos de hacerlo?

La unidad a la que el Señor nos llama es una unidad siempre en clave misionera, que nos pide salir y llegar al corazón de nuestros pueblos y culturas, a la sociedad posmoderna en la que vivimos, «allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas [para] alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74). Lograremos realizar esta misión ecuménica si nos dejamos empapar por el Espíritu de Jesucristo que es capaz de «romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende siempre con su constante creatividad divina.

Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del evangelio brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (ibíd., 11).

Queridos hermanos: Que siga sonando entre nosotros la música del evangelio, que no deje de sonar lo que permite que nuestro corazón siga soñando y mirando la vida plena a la que el Señor nos llama a todos: a ser sus discípulos misioneros en medio del mundo que nos toca vivir.

Acabado del discurso del Papa, tiene lugar las preces leídas por cada uno de los líderes de las confesiones cristianas.

"Que no haya ni odio ni guerra y la paz reine sobre nuestra tierra letona"

Y varios niños van encendiendo velas en la catedral de Riga, alrededor de la pila bautismal, símbolo del único bautismo en Cristo que nos une. La oración termina con la oración conjunta del Padre Nuestro.

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